¿Tan diversa es la izquierda?

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.

El Partido Demócrata es el que más diversidad étnica y de género aporta al nuevo Congreso de Estados Unidos: de las cuatro nuevas senadoras –incluida la primera hispana–, todas son demócratas; lo mismo que la primera indoestadounidense que ha llegado a la Cámara de Representantes. Pero como la inclusión que promueve solo alcanza a determinados colectivos, la variedad de opiniones en otros temas acaba siendo reducida. La diversidad selectiva es una de las tensiones que acompañan a la política identitaria, nueva bandera de la izquierda.

Se ve en la postura del partido respecto al aborto, que ha ido expulsando de hecho a sus votantes provida. Lo explica Michael Wear, exasesor de Obama en temas religiosos durante la campaña presidencial de 2012, en una entrevista para The Atlantic. “Muchos demócratas provida solían decir: mi presencia en el partido no significa que esté de acuerdo con todas sus posiciones; me quedo para ser una fuerza interna de presión o una voz contraria al aborto”. Sin embargo, ante la radicalización del partido en este asunto, “muchos de ellos han ido abandonándolo”.

Para Wear, evangélico y provida, en la creciente incomodidad de esos votantes ha influido el hecho de que el partido dependa cada vez más de la financiación de las organizaciones pro-choice. “En 2012, las donaciones de Planned Parenthood alcanzaron un nivel histórico, y en 2016 volvieron a batir un nuevo récord”.

El cambio de discurso se hizo patente en el tercer debate presidencial, cuando Hillary Clinton sustituyó las reservas morales al aborto que había expresado en el pasado por el tipo de mensaje que emplean los grupos abortistas, observa Wear. El resultado es menos diversidad: “El Partido Demócrata solía dar la bienvenida en sus filas a quienes no apoyaban el aborto. Ahora estamos tan lejos de esto, que es insensato”.

Incultura religiosa

La diversidad selectiva de los demócratas se refleja también en su actitud hacia la religión. Pese a que el 42% de los demócratas en el nuevo Congreso se declaran protestantes y el 37% católicos, como acaba de revelar el Pew Research Center, Wear critica la indiferencia del establishment del partido hacia las confesiones asociadas a posiciones conservadoras. “Algunas noticias revelan que [en estas elecciones] la cúpula demócrata no estaba interesada en apelar a los católicos blancos. Y seguro que tampoco tenía mucho interés en los evangélicos blancos”.

A veces, esa indiferencia se torna en “innecesaria hostilidad”, como ha ocurrido en el caso del “mandato anticonceptivo”, la norma de la Administración Obama que pretende obligar a los empleadores –incluidas las instituciones de inspiración religiosa– a garantizar a sus empleadas el acceso gratuito a los anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización en su seguro sanitario.

Wear cree que actualmente los demócratas tienen “un problema de incultura religiosa”, que él vincula al ascenso en el partido de veinteañeros y treintañeros “que se criaron en zonas donde la religión no tenía demasiado peso social o no era relevante para sus carreras políticas”, pese a la importancia que sigue teniendo en el resto del país.

“Nos llevamos bien con quienes no se parecen a nosotros, siempre y cuando piensen como nosotros” (Nicholas Kristof)

El progresismo de las dos costas

Su diagnóstico encaja con las fallas de diversidad observadas en ambos partidos durante las pasadas elecciones. Igual que hay republicanos que piden a la cúpula de su partido más atención a los hispanos, los asiáticos o los negros, explica Natalie Andrews en The Wall Street Journal, algunos demócratas ven con preocupación que su formación se haya escorado hacia las ciudades de las costas Este y Oeste.

De todos modos, no hay que simplificar el reparto de votantes. Una de las sorpresas más sonadas de las elecciones es que Trump se ha hecho con el 42% del voto femenino, frente al 54% que apoyó a Clinton. La diferencia es menos abultada de lo que se esperaba, sobre todo teniendo en cuenta el perfil de los candidatos: la que podía haber sido la primera presidenta del país y un outsider de la política que había hecho comentarios despectivos sobre las mujeres.

No es disparatado suponer que, de haberse presentado un republicano menos estridente, el apoyo de las mujeres habría sido incluso mayor. En cualquier caso, parece que no ha calado el intento del Partido Demócrata –iniciado antes de que Trump irrumpiese en la escena política– de monopolizar la opinión de las mujeres en temas controvertidos como el aborto, la familia o la sexualidad.

Protección desigual

De las personas comprometidas con la diversidad cabría esperar que también lo estuvieran con la libertad de conciencia y de expresión, ya que sin estas no puede haber verdadero pluralismo ideológico. Pero a la Administración Obama le incomoda el debate público sobre la idea del matrimonio, y promueve medidas que están abriendo la puerta a posibles acciones legales contra quienes discrepan de la suya.

En 2014, el propio Wear pidió al presidente –junto con otros afines al partido– que no ampliara la protección a los colectivos LGTB a expensas de las instituciones de inspiración religiosa, obligándolas a adoptar prácticas contrarias a sus valores. De ahí que pidieran más garantías para la objeción de conciencia: si solo cuentan las demandas de aquellos colectivos pero no las reservas de las instituciones religiosas –basadas también en el respeto a su identidad–, la protección del gobierno se acaba convirtiendo en una fuente de discriminación.

Es la paradoja que late bajo la política identitaria que ha abrazado la izquierda contemporánea. A fuerza de insistir en los derechos de unos colectivos concretos, sostiene Víctor Lapuente en El País, “la izquierda enfatiza más las diferencias entre distintos grupos sociales que las semejanzas entre todos los ciudadanos”. La lección que dejan las elecciones estadounidenses es clara: “Cuando apelas a un grupo concreto, alienas a otro. En este caso, al hombre blanco”. Algo, por cierto, en lo que también yerra Trump.

Pero la igualdad no es el único valor que sale perdiendo. El filósofo británico John Gray afirma en New Statesman que la política identitaria defendida por el Partido Laborista en el Reino Unido se ha convertido en un obstáculo para la libertad y la práctica de la tolerancia. Hoy se propone “el derecho de cada cual a afirmar, por cualquier medio, lo que entienda que es su identidad –sobre todo si coincide con la de una minoría oprimida–. Y si la libertad de expresión [de los demás] se interpone en su camino, debe ser rechazada”.

Apertura sin tolerancia

La apertura a las minorías étnicas y a los grupos LGTB no tiene por qué ser sinónimo de tolerancia hacia las personas que piensan y viven de forma diferente. De hecho, la supuesta mayor apertura de los progresistas hacia esos colectivos bien podría ser simplemente un sentimiento de simpatía hacia quienes comparten sus mismos valores, observa Mark Brandt, profesor asociado de psicología social en Universidad de Tilburg (Países Bajos). Como dice citando a Nicholas Kristof, un progresista crítico en este punto, “nos llevamos bien con quienes no se parecen a nosotros, siempre y cuando piensen como nosotros”.

Los resultados de un estudio realizado por Brandt y otros colegas respaldan esta hipótesis. Hicieron una lista de grupos sociales y pidieron a los participantes en el experimento –adultos estadounidenses– que los identificaran como “convencionales” (por ejemplo, partidarios de la familia tradicional, católicos, republicanos…) o “poco convencionales” (ateos, homosexuales…). Después les hicieron preguntas acerca de esos grupos, para valorar su grado de apertura y sus posibles prejuicios.

El resultado fue que las personas menos transigentes –que Brandt asocia a los conservadores– mostraron más prejuicios hacia los “poco convencionales” que hacia los otros, según lo previsto por los investigadores. La sorpresa llegó cuando vieron que a los supuestamente más abiertos les pasaba lo mismo con los “convencionales”.

Brandt recurre a este estudio para advertir a los profesores progresistas que la diversidad de género, clase o etnia de sus campus no garantiza el pluralismo ideológico, del mismo modo que identificarse con un partido o una ideología que han convertido la apertura en una seña de identidad no vacuna a nadie contra la intolerancia hacia el diferente.

Dejar comentario

Conectado como Aceprensa. Edita tu perfil. ¿Salir? Los campos obligatorios están marcados con *

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.