Actualización: Hélène Carrère d’Encausse falleció el 5-08-2023 a la edad de 94 años
La historiadora y politóloga francesa Hélène Carrère d’Encaussse ha sido garlardonada con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023, en consideración a una obra que es “la aportación más sustanciosa que se haya dado en las últimas décadas al conocimiento de la Unión Soviética y Rusia, uno de los temas esenciales para la comprensión del mundo contemporáneo”.
En el acta del jurado, presidido por Emilio Lamo de Espinosa, se alude también a su labor como eurodiputada, en la década de 1990, en la que trató de fomentar las relaciones entre la UE y Rusia. De hecho, la mayor parte de la producción bibliográfica de esta autora, que es a la vez secretaria perpetua de la Academia Francesa y decidida adversaria del lenguaje inclusivo, se centra en Rusia, aunque el país de origen de su familia era Georgia.
Como tantas otras familias de su época, los Zourabichvili, apellido del padre, tuvieron que salir de su tierra natal por la persecución de los comunistas. Encontraron, sin embargo, en Francia, en su lengua y cultura, la patria definitiva. Hélène, que tomaría el apellido de su marido Louis Édouard, nació en París el 6 de julio de 1929. Profesora de La Soborna y del Institut d Études Politiques de París, su prestigio internacional se derivó de L’Empire eclaté (1978), donde argumentaba que las nacionalidades, particularmente las centroasiáticas, que formaban la Unión Soviética, harían estallar el imperio y hundirían el régimen. En realidad, fueron las repúblicas bálticas, en tiempos de Gorbachov, las que aceleraron en 1991 la descomposición del Estado comunista surgido en 1917, aunque la autora no se equivocó al subrayar la fuerza de los nacionalismos que quisieron saltarse el yugo no solo del poder soviético, sino también de la herencia del imperio zarista, antecesor de aquél.
El mito del “buen Lenin”
Los temas más tratados en la producción de Carrère d’Encaussse son la denuncia del régimen soviético, la evocación de la historia contemporánea rusa y las relaciones entre Francia y Rusia, extensivas a la relación entre Rusia y Europa.
Respecto al régimen comunista, la autora ha puesto el punto de mira sobre Lenin, del cual ha destacado “su brutalidad y cinismo”. Su biografía del fundador de la Unión Soviética, publicada en 1998, destaca que nunca fue un revolucionario idealista, aunque así quieran entenderlo algunos que lo contraponen a Stalin. Antes bien, la historiadora destacó que Lenin fue el creador del Gulag, mucho antes de que el estalinismo le estampara su sello definitivo.
Pero la crítica a Lenin va mucho más allá del mero anticomunismo. En esta biografía, Lenin es presentado como alguien que hizo mucho daño a Rusia. Su régimen pudo ser identificado con lo ruso, aunque en realidad, según Carrère d’Encausse, encarnó un nacional-marxismo. No deja de ser curioso que en esta apreciación haya algunas coincidencias con Putin, que en sus discursos ha hecho críticas abiertas a Lenin y a su arbitrariedad a la hora de establecer las fronteras de las repúblicas soviéticas, nada respetuosas con la organización territorial del antiguo imperio ruso. Un ejemplo es Ucrania, donde vemos a Putin tratando de rectificar las fronteras que el leninismo no tuvo en cuenta.
En la mentalidad del presidente ruso resulta ser más nacionalista ruso, aunque no se reconozca de forma explícita, Stalin, que era de origen georgiano, el hombre que extendió fronteras y áreas de influencia en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Carrère d’Encausse no encuentra, sin embargo, ninguna justificación al régimen de Stalin, y en su obra Le malheur russe. Essai sur le meurtre politique (1988) denunció el recurso al asesinato, muy presente en la historia rusa desde el siglo XVI, como práctica habitual para eliminar a los adversarios políticos. Las purgas estalinistas fueron una continuación de esta historia.
En contraposición a la biografía de Lenin, la autora había publicado una de Nicolás II en 1996, en la que defiende que el zarismo vivía, a principios del siglo XX, una época de transición, violentamente interrumpida por la revolución leninista. La tesis del libro es que el zar, pese a su carácter de autócrata, era consciente de que había que adaptar Rusia a la modernidad. Pero Nicolás II vivió un drama interior y no pudo evitar un cataclismo, pese a que su país, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, tenía grandes expectativas económicas, sociales y políticas. Desgraciadamente, la derrota en la guerra aceleró la revolución. Este libro pretendía ser un recordatorio al gobierno de Yeltsin para que no olvidara que el destino de Rusia era el de un país europeo, y que las reformas emprendidas debían ir en ese sentido: “Rusia tenía que ser un país comprensible para la razón y arrancarse su máscara asiática”, aparece escrito en el prólogo de la obra. Como hemos visto en los últimos años, sucedería justamente lo contrario.
Rusia, entre Europa y Asia
Carrère d’Encausse ha reflexionado en otras obras sobre la Rusia que recuperó su independencia y soberanía, tras las elecciones parlamentarias del 12 de junio de 1991. A lo largo de la década de los 90, la historiadora defendió el carácter europeo de Rusia. Victorieuse Russie (1992) era la proclamación del triunfo de la nación rusa sobre el imperio soviético y su futuro no podía ser ni la vuelta al imperio zarista y menos aún a la idea de la Santa Rusia, la tercera Roma, heredera de Roma y Bizancio. La sociedad de entonces parecía apostar mayoritariamente por el modelo democrático occidental y la economía de mercado.
Hasta entonces, Rusia había sido una república de segunda categoría en la federación soviética. En expresión de Aleksandr Solzhenitsyn en el lejano 1973, “Rusia era ejecutora de los intereses de otros, pero no de los suyos”. Sin embargo, cuando el escritor regresó del exilio, tras la caída del régimen comunista, se mostró partidario de una “unión eslava” entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Esa fue la realidad que se impondría bajo la presidencia de Putin. Rusia no iba a ser una antigua república soviética más. Las repúblicas independientes habían revitalizado su historia y su cultura, surgidas, por lo general, en oposición al imperio ruso. En cambio, Rusia por sí misma se sentía incompleta, y sobre todo estaba incompleta sin Ucrania, ligada al nacimiento de la mítica Rus de Kiev en el siglo X, que el propio Gorbachov quiso conmemorar en 1988.
“El trabajo del historiador, del científico, no es amar o detestar, sino intentar comprender” (Hélène Carrère d’Encausse)
No bastaba, por tanto, recordar en la historia a zares reformadores como Alejandro II en el siglo XIX, tal y como hace Carrère d’Encausse en su libro, y afirmar que “la victoria de Rusia sobre el comunismo es un punto de no retorno en un país cuyo único futuro posible es Europa”. En su vibrante europeísmo, muy propio de la posguerra fría en la que la UE vivía momentos de ampliación y de nuevos tratados, la historiadora no parecía tener en cuenta que la historia de Rusia no era solo la de una nación sino la de un imperio, euroasiático por más señas.
Francia, el país preferido de las élites rusas
Otro aspecto interesante de la obra de Carrère d’Encausse es el estudio de las relaciones entre Rusia y Francia, analizados en La muralla rusa (edición original: 2019), que es una crónica a la vez de las relaciones entre el imperio zarista y Europa occidental. La autora asegura que Rusia siempre buscó una alianza con Francia, país admirado por las élites rusas, y prueba de ello fue la visita de Pedro el Grande a París en 1717. Sin embargo, la diplomacia francesa nunca habría tenido demasiado interés por esa relación. La invasión de Rusia por Napoleón en 1812 y la guerra de Crimea (1854-56) marcaron una abierta hostilidad entre franceses y rusos. Sin embargo, Francia rectificó tras la unificación de Alemania en 1871 con Bismarck, pues necesitaba un aliado en el Este, y así surgió la entente franco-rusa en 1892. Esta obra finaliza con la revolución de 1917, a la que siguió un gesto simbólico: el traslado de la capital de San Petersburgo a Moscú. La Rusia soviética daba la espalda definitiva a Europa y parecía tener más interés en Asia.
Por otra parte, en 2017 la historiadora había publicado otra obra sobre las relaciones del general De Gaulle con Rusia. Admiraba su postura realista, sin dejar de lado su anticomunismo, pues esta política realista pretendía ser un contrapeso a un mundo liderado por Estados Unidos, lo que explicaría el tratado franco-soviético de 1944. El modelo gaullista de tender puentes hacia Rusia ha estado presente en la política exterior de Macron, que buscó sin éxito impedir la invasión de Ucrania, y que en la actualidad defiende un acuerdo de paz entre las partes enfrentadas, aun siendo consciente de que el resultado pueda favorecer territorialmente más a Rusia que a Ucrania.
La guerra
La guerra de Ucrania ha servido además para cuestionar las opiniones de Carrère d’Encausse, frecuentemente acusada de “putinofilia”, aunque sus defensores dicen que la historiadora nunca ha pretendido justificar, pues llegó a decir que “el trabajo del historiador, del científico, no es amar o detestar, sino intentar comprender”.
Con todo, este planteamiento resulta una frontera muy sutil en tiempos de guerras o de dictaduras. Antes de la entrada de las fuerzas rusas en Ucrania, la historiadora declaraba a la cadena de televisión del Senado francés: “Vladímir Putin no desea restaurar un imperio. Quiere recobrar para Rusia su antigua potencia. La historia de Rusia está ligada a un deseo de extensión. No tiene fronteras naturales. Desde los mongoles, los rusos han deseado ganar terreno, alejar cualquier peligro y ser el país más grande del mundo”. Esta cita recuerda la obsesión por la seguridad de las fronteras en la historia de Rusia, una especie de fatalismo que le llevaría a buscar áreas de influencia y modificaciones territoriales en su favor.
Podríamos añadir que, en el caso de Ucrania, hay una percepción rusa de la historia, que debe ser defendida a toda costa, hasta el punto de comparar el conflicto con la invasión alemana y la de Napoleón. Para Putin, Rusia es un país agredido y el combate es existencial. Obsesiones históricas y rencores forman parte de esos planteamientos en los que Rusia no puede permitirse el aparecer como derrotada, aunque sus pérdidas sean grandes en el campo de batalla. Pero dichos planteamientos alejan cada vez más a Rusia del destino europeo en el que creía Carrère d’Encausse en los años de la posguerra fría. No cabe duda de que la historiadora ha sabido comprender la historia reciente rusa, incluido el régimen de Putin, y también su fatalismo, del que ni siquiera ella, una prestigiosa historiadora francesa formada en el espíritu de la Ilustración, ha podido librarse.