En febrero de 2022, Rostislav Lavrov tenía 16 años y vivía con su madre en un pueblo del sureste de Ucrania. Cuenta al medio estadounidense NPR que, cuando las tropas rusas irrumpieron allí, se llevaron a la mujer a un “centro médico” del que no ha regresado, mientras que al chico lo enviaron a Crimea –ocupada por Moscú desde 2014– para “rusificarlo”. “Todas las mañanas escuchaba el himno ruso –narra–. Nos decían que Ucrania ya no existiría. Que no nos necesitaban en ningún sitio. Que nadie nos esperaba en casa”.
Él, afortunadamente, no se lo creyó. Pero muchos niños y adolescentes ucranianos probablemente sí, por tener menos edad o madurez, o por proceder de entornos familiares inestables. Quizás, de hecho, algunos no lleguen a saber jamá…
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