El predominio de lo emocional es uno de los rasgos que caracteriza a la posmodernidad. La apelación a las emociones ha demostrado su eficacia para la movilización política. Pero a la larga, la inflación emocional produce un hartazgo en el ciudadano y una peligrosa fatiga democrática.
Entre unas elecciones autonómicas –las vascas– y otras –las catalanas– los ciudadanos españoles han ingerido un intenso psicodrama en capítulos. Todo empezó con el amago de dimisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y –aparentemente– terminó cinco días después, con el anuncio de que se quedaba. Desde ese momento, la política de las emociones, impulsada por unas redes sedientas de impactos y unos medios enganchados al clickbait, ha teñido mítines, tert…
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