El predominio de lo emocional es uno de los rasgos que caracteriza a la posmodernidad. La apelación a las emociones ha demostrado su eficacia para la movilización política. Pero a la larga, la inflación emocional produce un hartazgo en el ciudadano y una peligrosa fatiga democrática.
Entre unas elecciones autonómicas –las vascas– y otras –las catalanas– los ciudadanos españoles han ingerido un intenso psicodrama en capítulos. Todo empezó con el amago de dimisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y –aparentemente– terminó cinco días después, con el anuncio de que se quedaba. Desde ese momento, la política de las emociones, impulsada por unas redes sedientas de impactos y unos medios enganchados al clickbait, ha teñido mítines, tertulias y podcast y ha demostrado su eficacia para dirigir la conversación pública. Pero ¿qué consecuencias puede tener este modo de hacer política?
Una carta de amor
Hay que empezar por el principio y todo comenzó con una carta de amor. La que publicó Sánchez el miércoles 24 de abril a las 7 de la tarde en su cuenta personal de X. La tituló Carta a la ciudadanía y el contenido es de sobra conocido, especialmente el final del texto en el que confesaba que, además de un hombre perseguido, era, sobre todo, un hombre enamorado de su mujer.
La carta impactó de lleno en el panorama político y mediático y estableció el marco perfecto para un nuevo relato. Como escribió María José Canel en El Confidencial, recogiendo las tesis del dramaturgo Kenneth Burke, el presidente utilizó la carta como escena del relato donde ir colocando piezas y personajes y, al ser una carta personal, propició que “fueran las consideraciones emocionales las que presidieran el guion”.
Efectivamente, pasado el primer sobresalto, y con la duda de si todo era una táctica de un presidente famoso por sus giros de guion, una parte importante de la conversación pública cambió. Dejó de hablarse de la corrupción, los pactos postelectorales en Euskadi (las elecciones se habían celebrado unos días antes) o la ley de amnistía para centrarse en cuestiones mucho más personales como el desgaste y la salud mental de los políticos. Hubo quien incluso aprovechó la percha informativa para defender la feminización de la política y reivindicar los cuidados.
En los días siguientes, el amor del presidente se unió a otros sentimientos igualmente intensos de militantes y compañeros del partido. El director de cine Pedro Almodóvar publicó un largo y emotivo artículo en el que confesaba haber llorado cuando leyó la famosa carta y varios asistentes a las movilizaciones convocadas por el Partido Socialista en apoyo de Sánchez coincidieron en definirlas como “de pelos de punta”. Las proclamas que se gritaron –“Quédate, no te rindas, te queremos”– eran más de amante que de militante. La tensión emotiva duró hasta el mismo lunes por la mañana. El presidente no quiso compartir con nadie su decisión y, cuando pronunció su discurso, divagó seis minutos –el discurso duró diez– antes de decir que había decidido quedarse. Puro suspense.
Del apoyo arrebatado al sonrojo
Con el the end sabido, y después de escuchar al presidente decir que, no solo se quedaría, sino que se presentaría a todas las reelecciones que hiciera falta, resulta interesante leer o escuchar estas piezas informativas más emotivas. Algunas producen un poco de sonrojo, pero es lo que pasa con las emociones excesivas: cuando se pasa el arrebato, resultan ridículas.
Aunque el interés por conocer a la persona que hay detrás del político es algo que siempre ha estado presente, últimamente ha ido a más, en parte por el uso intensivo de las redes sociales
En este sentido, también es interesante comprobar cómo la prensa extranjera –más alejada de los acontecimientos y por tanto más fría– fue mucho menos indulgente con el presidente. Igual que es curioso –o no– que uno de los pocos medios que adivinó el desenlace de los acontecimientos fue precisamente Diario Red, el periódico fundado por Pablo Iglesias, antiguo líder de Podemos y, probablemente, el político español que más ha utilizado las emociones en su comunicación. Unas horas antes del discurso de Sánchez, Raul Sánchez Cedillo publicó en Diario Red: “El presidente sabe que una carta personal y sentimental en el país en el que triunfaron Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez puede provocar un vuelco en un proceso de desgaste plano y monótono (…) Lo más probable es que el lunes Pedro Sánchez anuncie que sigue y que lucha”. Exactamente lo que hizo.
Redes y sobrexposición, aliadas de la política emocional
Hasta cierto punto, como señala Jordi Rodríguez Virgili, profesor de comunicación política en la Universidad de Navarra, la presencia de las emociones en política es algo normal e incluso positivo “en la comunicación, la presencia de las emociones es imprescindible. Lo contrario sería deshumanizar la comunicación. Sería una comunicación de robots. Las emociones son connaturales al ser humano y el uso de la empatía, del orgullo de pertenencia, apelar al miedo cuando hay problemas, o a la indignación ante la injusticia, es algo positivo. Otra cosa es la inflación de este aspecto emotivo que lleva a lo que el politólogo Arias Maldonado denomina democracia sentimental o Toni Aira política de las emociones”.
Precisamente Aira, profesor de comunicación política en la Universidad Pompeu Fabra, explicaba hace unos días en RTVE que la carta del presidente, al referirse a un sentimiento tan común como el amor, “ayuda a que el ciudadano conecte, se identifique y con ese movimiento hace girar la mirada hacia donde él quiere”. Por otra parte, Aira subraya también que, aunque el interés por conocer a la persona que hay detrás del político es algo que siempre ha estado presente, últimamente ha ido a más, en parte por el uso intensivo de las redes sociales. Basta echar un vistazo a las cuentas de X, Instagram o TikTok de líderes políticos como Jacinda Ardern, Nayib Bukele o Volodímir Zelenski para comprobar la delgada línea roja que separa la información sobre su actividad política y su vida personal. En estas cuentas, se mezclan fotos y videos de actos institucionales con otras de bodas, fiestas, o paseos en familia. Todas convenientemente editadas y etiquetadas. Y, todas, por supuesto, intencionadas.
En nuestra sociedad posmoderna, esta inflación de las emociones no es exclusiva de la política, como señala Rodriguez Virgili, “el giro afectivo afecta a todos los órdenes de la vida social y de las personas y hoy existe un exceso de emocionalidad desgajada de la razón que puede tener efectos perniciosos”.
Fatiga democrática, posverdad y polarización
Entre estos efectos, Rodríguez Virgili destaca uno: el hartazgo que puede provocar tanta tensión emocional. “El uso de las emociones es eficaz para mover a la acción, sobre todo a corto plazo. Pero el exceso de emoción es exceso de tensión y, si estamos excesivamente tensionados, apelando al corazón, a la ira o al miedo se produce una desconexión, un cansancio”. Este hartazgo puede terminar en lo que denomina “fatiga democrática y mediática”. “Estamos detectando cada vez más en las encuestas esa fatiga democrática, esa desconexión del ciudadano: para no enfadarme más con la actualidad desconecto de la política, de las noticias… y es una desconexión muy peligrosa, porque desincentiva a la participación”.
“La posverdad consiste en apelar a la emoción con riesgo de anestesiar la capacidad de la razón; una historia bonita no puede ser estropeada por un dato” (María José Canel)
Otro de los efectos perniciosos es la relación que se establece en la política entre el emotivismo y la posverdad. Como señala María José Canel en el citado artículo, “la posverdad consiste en apelar a la emoción con riesgo de anestesiar la capacidad de la razón, de advertir evidencias objetivables en contra; una historia bonita no puede ser estropeada por un dato, por muy cierto que este sea”.
Es lo que ocurrió en el año 2017 cuando el portavoz de Donald Trump, Sean Spicer, señaló que la multitud que acudió a la ceremonia de inauguración del gobierno de Trump había sido la mayor audiencia que jamás se había presenciado. Las fotografías y los datos sugerían lo contrario y los medios afearon las afirmaciones, pero la administración de Trump no dio su brazo a torcer y, días después, la consejera del presidente, Kellyanne Conway, defendió las afirmaciones de Spicer señalando que había presentado “hechos alternativos”.
Los datos y las fotografías, las evidencias o la verdad eran menos importantes que esos “hechos alternativos” que servían para construir un relato: el de una multitud apoyando a su controvertido presidente.
En el caso español, estos “hechos alternativos” han sido la tan traída y llevada “movilización social” de la que habló Pedro Sánchez y que calificó como determinante para decidir quedarse en el cargo. Efectivamente, el partido socialista organizó algunas manifestaciones para apoyar al presidente, pero –como han señalado la mayoría de los analistas políticos– estas manifestaciones fueron modestas en número, y resulta, cuanto menos, ambicioso hablar de “movilización social”. Pero, desde el punto de vista emotivo, el relato de la vuelta del presidente necesitaba esa movilización general. En tiempos de posverdad, si no tienes una realidad, siempre te queda tener un hecho alternativo.
“Tenemos que recuperar el equilibrio entre la razón y la emoción y bajar esa olla de presión emocional en la que hemos convertido la política” (Jordi Rodríguez Virgili)
El tercer efecto del abuso de la emoción en política es la polarización. Las emociones unen, pero también separan y eso lo sabe cualquiera que haya acudido a un estadio. La carta del presidente y las entrevistas posteriores, en las que volvió a hablar de sus emociones, de sus noches sin dormir y de su satisfacción ante las muestras de afecto, unió a muchos a su persona, pero sus durísimas críticas a la oposición y a algunos periodistas separaron a otros tantos. Al final, si algo ha traído la política emocional, no solo en España sino en todo el mundo, ha sido una mayor radicalización.
Y, ahora ¿qué hacemos?
Ni la fatiga, ni la posverdad, ni la polarización, parecen buenos aliados para la regeneración democrática que dijo buscar el presidente en su vuelta. Y, de hecho, además del debate –algo interesado– que Sánchez puso sobre la mesa al señalar a los medios y los jueces, otro debate se ha ido instalando en la opinión pública y es el de la necesidad de contrarrestar esta inflación emotiva y retornar a un discurso más sereno. Pero, ¿cómo lo hacemos y quienes tienen que hacerlo?
“Entre todos tenemos que recuperar ese equilibrio entre la razón y la emoción y bajar esa olla de presión emocional en la que hemos convertido la política”, señala Rodríguez Virgili. “En primer lugar, los políticos, que tienen que predicar con el ejemplo y actuar de una forma más racional, más mesurada. También los consultores de comunicación y los medios de comunicación, que deben ejercer un periodismo riguroso, un periodismo informativo, de interpretación, de análisis, profundo, también entretenido, pero cumpliendo con su función de informar, de entretener y de control al poder”.
Rodríguez Virgili sostiene, además, la importancia de la educación para conseguir sociedades con una ciudadanía crítica “que exija, tanto a los medios de comunicación como a los políticos, no sólo emociones sino también razones, argumentos y datos. Una ciudadanía que lea, que no se deje llevar por la emotividad y el presentismo de las redes, que escuche a los expertos en cada materia y que luego tome las decisiones políticas que tenga que tomar”
Otra política, más serena, es posible
La dificultad, y también la oportunidad, para este experto en comunicación política, es quien será el primero en “bajarse” de esta montaña rusa emocional. “Nos guste o no, apelar a las emociones funciona a corto plazo. Consigues movilizar a parte de tu electorado, llegar a la opinión pública, dar titulares… y eso es muy tentador. Pero, por otra parte, hay un principio de comunicación política que afirma que es importante diferenciarse y creo que estamos en un momento de hartazgo donde esa diferenciación puede venir precisamente de la mano de una política más racional, más argumental y más sosegada”.
Suena bien y consolador para una audiencia un poco cansada de ver a líderes de uno y otro color llorando, gritando, saliendo de hemiciclos dando portazos y a ministros defendiendo que hay que jugar duro en las redes para no ser irrelevante.
Suena bien, aunque suena también todavía lejano.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta