El pasado domingo, tras emitir una orden de evacuación a los vecinos, Israel bombardeó el sur de Beirut con intención de destruir instalaciones de Hezbolá. A pesar del alto al fuego acordado en noviembre entre Israel y la milicia chií aliada de Irán, el Líbano no ha dejado de sufrir ataques ocasionales como éste y el Ejército israelí sigue sin retirarse del sur del país.
En medio de la destrucción que ha dejado la guerra, que se suma a los problemas económicos y políticos, el pueblo libanés trata de levantar cabeza liderado por su nuevo presidente, Joseph Aoun, y su nuevo primer ministro, Nawaf Salam, elegidos tras más de dos años de bloqueo político.
Lo cierto es que este conflicto todavía abierto entre Israel y Hezbolá ha contribuido en gran medida a desbloquear la situación política libanesa. Según explica a Aceprensa Michael Young, investigador del Carnegie Middle East Center en Beirut, ”Hezbolá había estado bloqueando las elecciones presidenciales porque quería llevar a su propio candidato a la presidencia, pero, debilitado por la guerra, ya no pudo bloquear más”. No es el único factor, pues el conflicto “también ha traído consigo la presión internacional sobre el Líbano por parte de Estados Unidos, de otros países y también de los países árabes”, principalmente Arabia Saudí. Estas potencias han facilitado el progreso político.
Joseph Aoun y Nawaf Salam, presidente y primer ministro, respectivamente, representan un proyecto reformista
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El pasado 9 de enero, Joseph Aoun fue elegido presidente del Líbano, un cargo que llevaba vacante desde octubre de 2022. Najib Mikati, primer ministro desde 2021, parecía contar con el apoyo mayoritario del Parlamento para ser reelegido en el cargo, pero, relata Young, un grupo de diputados independientes consiguieron crear una alianza en torno a Nawaf Salam, político libanés que ostentaba el cargo de presidente de la Corte Internacional de Justicia. “Como Aoun llegó como un reformista, para muchos parlamentarios era importante que el primer ministro también representara un proyecto de reforma, cosa que Najib Mikati no hacía”, apunta Young. El nuevo gobierno de Salam fue aprobado por el presidente el pasado 8 de febrero.
Crisis económica y Hezbolá: los retos del nuevo gobierno libanés
En lo que se refiere a la crisis económica y financiera, en Líbano llueve sobre mojado. Tras la larga y sangrienta guerra civil (1975-1990), el país nunca terminó de remontar, lastrado por una corrupción política sistémica que beneficiaba a los antiguos señores de la guerra. A las crisis de 2008 y 2019 se sumó la pandemia, la explosión en el puerto de Beirut en 2020 y los enfrentamientos entre Israel y Hezbolá, con el último coleando todavía tras dejar muchas áreas destrozadas y pendientes de reconstrucción.
El nuevo gobierno, con el apoyo del presidente, deberá enfrentarse a la crisis económica y financiera, lo que supone, según Young, una reestructuración de la banca, principalmente “llegar a un acuerdo con el sector bancario sobre quién asume las pérdidas del colapso financiero de 2019, 2020; lo cual no va a ser fácil”. Relacionado con esto, se necesita “un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para desbloquear la ayuda financiera y la inversión de los países del Golfo y otros países”. De estos dos acuerdos, que supondrán importantes cambios, depende en gran parte conseguir el capital para remontar la profunda crisis económica. “Nadie nos va a dar dinero si no hay reformas”, sentencia el investigador.
En el ámbito político, el mayor reto sigue siendo el desarme de Hezbolá, única milicia que no entregó las armas tras la guerra civil. Este es un asunto muy delicado, pues el Ejército no puede desarmar al grupo chií por la fuerza, ya que “podría desembocar en un conflicto armado, y la violencia podría descontrolarse muy fácilmente”, explica Young. Especialmente tras el último conflicto con Israel, que ha arrastrado a un país en crisis a un escenario aún más desolador, “la mayoría de los libaneses quieren el desarme de Hezbolá”. Sin embargo, “esto tiene que implicar un proceso de diálogo y Hezbolá va a negociar en cada paso del camino, y quiere concesiones”, señala el experto.
El presidente Aoun está liderando ese diálogo con Hezbolá. “Puede que tenga éxito, puede que no –opina Young–. A fin de cuentas, se trata de una decisión iraní. Si Irán no quiere que Hezbolá se desarme, entonces tendremos un problema. Pero Hezbolá no puede simplemente negarse. En primer lugar, está aislado en el país: muchos de los bloques del Parlamento apoyan al presidente y Hezbolá no tiene suficientes miembros para bloquear el progreso o la legislación. En segundo lugar, Israel sigue presente y puede decidir seguir atacando a Hezbolá hasta forzar su desarme”.
El Líbano necesita que el nuevo régimen de la vecina Siria, que aún está afianzando su poder, logre estabilidad social y política
El tercer gran reto, la reconstrucción tras la guerra, está íntimamente ligado a los dos anteriores: “Si Hezbolá no está en proceso de desarme, muchos países, especialmente árabes, van a mostrarse reacios a dar dinero al Líbano –explica Young–. No quieren ayudar al Líbano de forma que esto pueda fortalecer a Hezbolá”. Por eso, el presidente y el nuevo gobierno necesitan demostrar que pueden dar pasos firmes en la dirección adecuada. “Los saudíes son la clave –apunta Young– Nadie en el Golfo va a darnos dinero si los saudíes no ven que el Líbano avanza en las reformas y en la lucha contra Hezbolá”.
Oriente Medio necesita Estados que funcionen
En lo que se refiere a los asuntos más allá de sus fronteras, el Líbano no puede dejar de mirar lo que pasa en Siria. Ambos países comparten frontera, historia y conflictos. Más de millón y medio de refugiados sirios viven en el Líbano. Piensa Young que “la principal prioridad hoy es asegurar la frontera entre los dos países, porque está un poco descontrolada y permite la circulación de armas, mercancías ilegales y drogas”. De hecho, este fue el principal tema que abordaron Nawaf Salam y el líder sirio, Ahmed Al-Shara, en la primera visita del primer ministro libanés al país vecino el pasado mes de abril.
Es evidente que el nuevo régimen sirio todavía está afianzando su poder y le quedan por delante muchos retos a nivel económico, social y político. “El gran temor en el Líbano es que este régimen islamista repercuta en la política interior, porque hay una cierta tendencia islamista en el norte del país –señala Young–. También preocupa que el tema de las masacres en las zonas costeras de Siria pueda extenderse al Líbano, sobre todo porque los alauíes han huido aquí”. Todo esto genera una situación de inestabilidad que se suma a los ya muchos retos del nuevo Ejecutivo libanés que lleva apenas dos meses en el poder.
No solo el Líbano y Siria, toda la región de Oriente Medio está asistiendo a un panorama geopolítico cambiante. En poco tiempo, hemos visto como el statu quo anterior ha saltado por los aires y, con él, el llamado “eje de la resistencia” formado por Irán y sus aliados, significativamente más débil con Hamás y Hezbolá diezmados por Israel y el régimen de Bashar Al Assad derrocado en Siria. En ninguno de estos casos Irán acudió en ayuda de sus aliados. “Creo que se está haciendo muy evidente para los miembros del eje de resistencia que son instrumentos de Irán, pero que son ellos los que están pagando el precio”, opina Young.
Mirando con perspectiva, explica el investigador que, desde hace una década, los Estados de la región no eran funcionales, estaban desintegrados. Sin embargo, “este fenómeno ha llegado a un momento crucial y vemos entre muchas poblaciones el deseo de volver a Estados que funcionen. En el Líbano, en Siria, en Irak, en Gaza…” Por eso, más allá de lo económico, el mayor reto que tienen los nuevos líderes es el de integrar socialmente a los distintos grupos étnicos, religiosos e ideológicos. Porque sólo eso podrá prevenir las espirales de violencia que asolan Oriente Medio.