¿Sabe Ud. quién es J.D. Vance? La prensa está hablando de él con cada vez mayor frecuencia desde el 15 de julio, pero si todavía no ha escuchado nada, no se preocupe: la CNN preguntó en junio a los estadounidenses –este señor es de allí– y apenas el 56% lo conocía. Lo interesante es que, si los astros siguen alineándose como lo vienen haciendo en estos días para el Partido Republicano, el nombre será trendig topic hasta 2028 y más allá.
Vance, senador por Ohio, ha sido elegido por Donald Trump como compañero de fórmula de cara a los comicios de noviembre próximo. Será su candidato a la vicepresidencia, pese a que, de partida, no tenía demasiadas papeletas ganadoras. Para empezar, haber escrito en 2016 que Trump era el “Hitler de EE.UU.”, el “opioide de las masas” –evocación de aquel opio del pueblo, de Marx– y un político incapaz de solventar la crisis social y cultural de la nación al término de ocho años de administración demócrata, le hubiera hecho desaparecer de la lista de aspirantes de cualquier otro presidenciable.
Claro que Trump no es “cualquier otro” y no juega con las cartas esperables. Ha escogido a Vance –previo mea culpa de este por los comentarios del pasado– pese a la presión contraria de grandes empresarios y donantes republicanos, como Rupert Murdoch (presidente emérito de Fox Co.) y Ken Griffin (dueño mayoritario del fondo de inversión Citadel). Algunas voces le sugerían que escogiera al senador Marco Rubio, pero al expresidente le había desagradado la deslealtad del cubanoamericano hacia su propio mentor, Jeb Bush, exgobernador de Florida, en la campaña de 2016. Sí hizo caso, en cambio, a las voces favorables a Vance, como Peter Thiel (fundador de PayPal) y Elon Musk (Space X, Tesla, X), quien dijo de ambos que harían una “hermosa” pareja.
El senador de Ohio fue un temprano apoyo para Trump cuando este anunció en 2022 que se postularía a la candidatura republicana a la Casa Blanca. El expresidente también le había dado su respaldo a Vance en febrero de 2021, cuando el joven político lo visitó en Mar-a-Lago para disculparse por haber creído “las mentiras de la prensa” y para pedirle que le permitiera hacer campaña para obtener la nominación republicana y luchar por uno de los dos puestos de ese estado en el Senado de EE.UU., en las elecciones parciales de noviembre de 2022.
El escaño lo ganó, y la relación no hizo sino mejorar con el tiempo y cristalizar finalmente en la actual candidatura y en elogios públicos al escogido. “Parece un joven Abraham Lincoln”, ha dicho Trump de él, y eso, a unos votantes tan entregados a su líder que han llegado incluso a vendarse una oreja para imitarlo, les vale como certificado de calidad del potencial vice.
Menos intervencionista que Trump
¿A qué aspira Trump con la elección de Vance? Por supuesto, no a una carrera personal (la suya) de largo recorrido. Tanto por edad como porque, de ganar en noviembre, el exmandatario no podría estar en la Casa Blanca más que un solo período de cuatro años, muchos apuntan a que el interés trasciende la mera victoria.
Primeramente, sí: Vance puede ser un activo para atraer el voto en antiguas zonas industriales que han salido perdiendo con la globalización y con los consecuentes traslados de las fábricas a países que resultan más competitivos por los menores costos de su mano de obra. La leyenda urbana de que Trump tiene férreamente asegurado el voto de los hombres blancos, heteros y blue collar demostró ser exactamente eso en 2020, una leyenda, cuando perdió seguidores en ese segmento poblacional en estados del “Cinturón del Óxido” como Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Vance, uno de “los de abajo”, de esos “despreciables” sobre los que escribió en Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis (Harper Collins, 2016) –Hillbilly Elegy: Memorias de una familia y de una cultura en crisis–, puede animarlos con más autoridad a volver a aquel en quien confiaron en 2016.
Que Vance haya servido en el ejército durante la guerra de Irak puede, de alguna manera, ayudar a entender su aversión “por los enredos innecesarios en el extranjero”
Pero la cosa también va de legado; de reconfigurar el conservadurismo estadounidense y a la sociedad de modo duradero. En política exterior, por ejemplo, Trump ha estado dejando una impronta tal en el Partido Republicano que si Ronald Reagan levantara la cabeza pediría inmediatamente un orfidal y un vaso de agua. El Grand Old Party, cuyos líderes ordenaron en su momento bombardear los palacios de Gadafi y de Sadam, derrocar a un dictador panameño, llenar Europa occidental de misiles crucero, apoyar a las fuerzas antisoviéticas dondequiera que Moscú asomara la nariz, etc., etc., rebajó durante la era Trump la autoimpuesta misión de EE.UU. como “policía del mundo” y “nación imprescindible”, para centrarse en metas domésticas, como poner coto a la inmigración ilegal, incentivar la vuelta a casa de las empresas externalizadas y combatir la competencia comercial china (y europea) a golpe de altos aranceles, entre otras.
Por su biografía, por haber crecido en zonas otrora prósperas y hoy relegadas por esa excesiva proyección exterior del capital y de la política, Vance simpatiza, respecto a los países aliados, con la idea de Trump de que cada palo debe aguantar su vela. En abril, pese a que el enemigo principal de Washington en este momento –la Rusia de Putin– está desgarrando un país vecino desde 2022 y amenazando a la Alianza Atlántica, ni Vance ni otros en su partido vieron motivo para aprobar un multimillonario paquete de ayuda militar a Ucrania (ni, por otras causas, a Israel). Finalmente salió adelante por 79 a 18, pero de los republicanos, 30 votaron Sí y 15 lo rechazaron, incluido el hoy candidato a vice.
Que nuestro hombre haya paladeado la guerra in situ (estuvo destacado en Irak) puede, de alguna manera, ayudar a entender su decisión. Como explica Owen Tucker-Smith en el Wall Street Journal, “Vance se unió a la Infantería de Marina después de la escuela secundaria, y ha dicho que la experiencia le hizo sentir aversión por los enredos innecesarios en el extranjero”. A tal extremo ha llegado en su oposición que, según el analista, “Trump no ha sido tan agresivo en el tema como Vance”.
Para el joven político, el intervencionismo republicano de antaño no tiene nada que decirles a los norteamericanos de hoy: “Creo que Reagan fue un gran presidente. Reagan también fue presidente hace 40 años, hace 45 años, en un país muy diferente”. Si alguien cree que, de ganar Trump, esa postura aislacionista terminará en cuanto se marche en 2029, su hipotético relevo puede terminar más bien reforzándola.
Un Estado en pro del bien común
Pero hay algo más en lo que puede incidir Vance ahora que asciende en el Partido Republicano, y es en la relación del poder político con las élites y con las bases populares. Es en el acortamiento de la distancia entre la gente de a pie y el establishment conservador de Washington, para el que el libre mercado y el “cuanto menos Estado, mejor” han sido tradicionalmente tótems intocables, con independencia de que millones de personas puedan quedar tiradas al borde del camino.
Vance ha abrazado un nuevo tipo de conservadurismo, uno de etiqueta “posliberal”, que entiende que el haz-lo-que-quieras del liberalismo a ultranza ha sembrado paradójicamente las semillas de la destrucción del propio régimen democrático liberal.
Entre los teóricos a quienes admira y sigue está Patrick Deneen, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame y autor del libro Por qué fracasó el liberalismo (2018). El pensador perfila los problemas que causa esa progresiva emancipación del individuo respecto de todo límite y moderación, esa libertad entendida al modo en que lo hace el liberalismo, que pasa por sustituir la visión del ser humano como criatura relacional por la de un individuo libre de vínculos, que persigue, más que la autorrealización a través de la virtud, el objetivo supremo de satisfacer sus propios deseos. Para ello, para lograr más y más autonomía, el individuo tiene que romper con las costumbres, tradiciones y relaciones que perviven en las familias, las Iglesias, el barrio, la comunidad…
El desarrollo de un espectro de libertades cada vez más ensanchado y, al mismo tiempo, uno más estrecho en cuanto a normas y límites es, según esta visión, incompatible con el orden y, en lo económico, un imposible, pues un mundo materialmente limitado “no puede proporcionar continuamente un crecimiento material infinito”. Para Deneen, “se necesita un paradigma diferente, uno que conecte íntimamente el cultivo de la autolimitación y el autogobierno entre las asociaciones y comunidades constitutivas con una ética general de ahorro, frugalidad, trabajo duro, administración y cuidado”.
Vance, que se identifica a sí mismo como miembro de la derecha posliberal, ha tomado nota de esta perspectiva y ha reconocido la enorme influencia intelectual que le ha supuesto el pensamiento de Deneen, por eso no le hace ascos a la palabra regulación si entiende que una medida, provenga del ala del hemiciclo que provenga, puede favorecer a aquellos que no pertenecen a las élites económicas (a fin de cuentas, ¡él mismo ha sido de ellos!) y promover un ética del cuidado.
Es así que en 2023 impulsó, con la senadora demócrata Elizabeth Warren (de la izquierda más identitaria y woke posible), una iniciativa para recuperar las compensaciones de los ejecutivos de los bancos en quiebra. También ha propuesto elevar el salario mínimo a 20 dólares la hora y ha elogiado incluso el desempeño de la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan (demócrata), en la aplicación de leyes antimonopolio para poner coto a las Big Tech…
Sí: Vance es republicano, pero que el Estado pueda mover ficha en pro del bien común –y que las tropas se queden tranquilitas en casa– no le hace echar espumarajos por la boca. Con 39 años, le sobra tiempo para hacérselo creer al partido.
Más allá del tema del aborto, más allá…El candidato republicano a la vicepresidencia es, además, un hombre creyente, que se bautizó como católico en 2019. Según confesó Vance al escritor Rob Dreher en The American Conservative, fue su acercamiento a la obra de san Agustín lo que le ayudó a cambiar el chip: si antes creía que “había que ser estúpido” para ser cristiano, el santo de Hipona le demostró “de una manera conmovedora, que eso no es verdad”. Respecto a su fe, dice esperar que esta lo haga más compasivo y empático. En tal sentido, dice guiarse por las enseñanzas de la doctrina social católica y apunta: “El Partido Republicano ha sido durante demasiado tiempo una alianza entre conservadores sociales y libertarios de mercado, y no creo que los conservadores sociales se hayan beneficiado demasiado de esa alianza. Parte del desafío del conservadurismo social para su viabilidad en el siglo XXI es que no puede limitarse a cuestiones como el aborto, sino que tiene que tener una visión más amplia de la economía política y el bien común”. Sobre el punto del aborto cabe decir, no obstante, que el político ha modificado su postura original a favor de una prohibición a nivel nacional por otra, más en sintonía con Trump, que aboga por dejar el asunto en manos de los estados. Igualmente, preguntado sobre el acceso a la mifepristona –una de las dos píldoras que, junto con el misoprostol, intervienen en el aborto químico– dijo recientemente que apoyaba el acceso a esta, una postura que, según señalan líderes de opinión de medios católicos estadounidenses, no encaja claramente con la fe que profesa. L.L. |