Giorgia Meloni y la nueva política italiana

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Giorgia Meloni

Giorgia Meloni (foto: Fratelli d’Italia)

 

Roma.— Desde el final de la Segunda Guerra Mundial,  el sistema político de Italia ha registrado dos grandes épocas: la primera duró hasta 1992, y estuvo marcada por la oposición entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista; luego vino el periodo de incertidumbre derivado de la iniciativa del poder judicial que arrasó con los partidos tradicionales. Las elecciones del 25 de septiembre, con la victoria de la coalición encabezada por Giorgia Meloni, constituyen un verdadero punto de inflexión en la política italiana.

En primer lugar, porque, con el declive de la empresa política de Silvio Berlusconi, desde hace catorce años el país ha estado dirigido por una serie de gobiernos técnicos. Este fenómeno no puede entenderse sin referirse al complejo constitucional que rige el Estado, basado en un intrincado sistema bicameral que hace que el ejecutivo dependa del legislativo y la vida de los gobiernos esté supeditada a la dinámica parlamentaria.

La desconexión entre la democracia y las instituciones republicanas se ha hecho muy pronunciada en los últimos años, también debido a la fuerte fragmentación parlamentaria, con la necesidad de recurrir a ejecutivos técnicos, como fue el caso primero de Mario Monti y luego de Mario Draghi.

Ahora, por un lado, la coalición formada por Forza Italia –el partido de Berlusconi–, la Lega de Matteo Salvini, y Fratelli d’Italia, movimiento nacido en 2012 de las cenizas de Alleanza Nazionale y presidido por Giorgia Meloni, y por el otro, el centro-izquierda, liderado por el Partido Democrático de Enrico Letta, siguen siendo los dos principales actores de la competición política italiana, a los que se añaden el Movimento 5 Stelle, un partido populista y antisistema, y un tercer polo minoritario.

Este complejo entramado condicionó los últimos meses del Gobierno de Draghi, que acabó con la crisis del pasado julio, con la que el país se vio abocado a unas elecciones anticipadas, las del 25 de septiembre.

La aparición de una clara mayoría parlamentaria conservadora, con más de la mitad de los escaños tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, augura una fase de mayor estabilidad política y de discontinuidad respecto a los ejecutivos técnicos de centroizquierda que hemos tenido hasta ahora.

Administrar bien el dinero público

Pasando a un nivel de análisis, la línea política que adoptará el próximo gobierno, en función de los diferentes componentes de la coalición y los programas presentados al electorado, se centrará principalmente en dos grandes clases de iniciativas.

La primera es, sin duda, la de las reformas económicas, que seguramente irán en la dirección de una fuerte reducción de impuestos, con iniciativas destinadas a reducir el coste del trabajo, que es muy elevado en Italia, a promover la iniciativa privada y pública, y a racionalizar el sistema burocrático.

Italia es un país que lleva años sufriendo una gestión tremendamente onerosa y engorrosa de las finanzas públicas, terreno fértil para la corrupción y la ineficacia. Entrar en este complejo atolladero para poner un poco de orden y simplificación será una prioridad. Además, es muy importante que se lleve a cabo una reforma fiscal seria, más justa y menos opresiva, para las clases medias y las familias.

Está claro que, en este ámbito concreto, la relación entre Italia y la Unión Europea es de gran importancia. No hay, al menos hasta la fecha, ningún peligro serio de conflictos con Bruselas ni señales de querer abandonar el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia. En todo caso, se tratará de adaptar la financiación europea a una situación que ha cambiado profundamente con el conflicto ruso-ucraniano. Los costes de la energía se han vuelto insostenibles y la inflación está golpeando un sistema económico ya frágil.

Por lo tanto, es realista imaginar intervenciones para redistribuir los recursos y prestar más atención a los gastos sociales que realmente se dirigen a los necesitados. Una de las iniciativas de la última legislatura fue, por ejemplo, la introducción de la renta de ciudadanía: una iniciativa muy discutida que ha favorecido un despilfarro de dinero público y una especie de asistencialismo improductivo.

Meloni ha declarado repetidamente su intención de intervenir masivamente a favor de la familia y la natalidad

El programa de Meloni establece claramente la intención de derogar esta ley y sustituirla por un subsidio de ayuda para los necesitados, empujando a las empresas a contratar mediante fuertes iniciativas de desfiscalización. Además, es muy importante la idea de mitigar la precariedad de los jóvenes haciendo más conveniente la contratación permanente.

A favor de la familia

Un segundo aspecto importante, ligado al anterior, es el de la política social y familiar. No solo Meloni ha declarado repetidamente su intención de intervenir masivamente a favor de la familia y la natalidad, sino que es muy importante que estos dos aspectos, que están interrelacionados, vayan acompañados de una cultura humana diferente a la autollamada progresista.

No se trata, si se mira bien, de derogar las leyes de derechos civiles o de prohibir el aborto, sino de aplicar las normas existentes para apoyar la opción por la vida y valorar plenamente la especificidad única y constitucional de la familia natural. De ahí que podamos esperar por fin el pleno reconocimiento del papel que la familia tiene y seguirá teniendo en Italia.

Desde este punto de vista, la pretensión de favorecer lo mejor, con el objetivo de no discriminar a la mayoría de la gente con respecto a las minorías que están sobreprotegidas por razones puramente ideológicas, a menudo muy impopulares, es una razón no pequeña del éxito alcanzado por Fratelli d’Italia y su líder Meloni.

Ciertamente, también en relación con los otros partidos de la coalición, este movimiento conservador, promueve una política social muy distante de la socialdemócrata del Partido Democrático, pero también de los modelos más libertarios e individualistas, como los de Forza Italia.

Garantías para los inmigrantes

La política exterior también debe evaluarse desde este punto de vista. Revisar las leyes y la práctica actual de la inmigración, desde hace décadas no gestionada o hecha solo a base de admisiones masivas sin garantía de derechos para nadie, requerirá no ir hacia los rechazos y cierres, como ocurrió con Trump u Orbán, sino regular los flujos migratorios, dando garantía a los que llegan de que pueden insertarse legalmente en el tejido social y económico de la nación.

Por otro lado, es importante ser europeo también en esto: no abandonar a países como Italia a sí mismos, sino valorar la responsabilidad común y la cooperación internacional.

En última instancia, es decisivo considerar el hecho de que en Italia la presencia de un gobierno conservador fuerte, plenamente legitimado democráticamente, tenga a la cabeza a una mujer, la primera que ocupa este cargo. No es el uso instrumental del género femenino lo que representa un paso adelante, sino la presencia real de una mujer capaz, inteligente, moderada, con sentido común y con sólidos valores tradicionales, relativamente joven además, que ofrece garantías en Italia y en el extranjero de un proceso de reformas que ya se ha hecho indispensable en nuestras naciones.

La gestión de la guerra de Ucrania requiere ciertamente el apoyo a la Alianza Atlántica y la plena adhesión a la política europea, pero también la capacidad de defender, en este marco, el interés nacional, la especificidad ética, social y económica de un país. Los efectos de las sanciones, en este caso, están poniendo a Italia de rodillas: por eso es importante que la Unión Europea ayude a naciones como Italia, que están pagando un alto precio por decisiones que son justamente compartidas a nivel internacional.

En conclusión, hoy se puede decir que ha comenzado una nueva fase en Italia que podría dar buenos resultados desde el punto de vista ético, social y económico a toda la zona mediterránea.

Hay que hacer una última mención a las reformas institucionales. Italia debe intervenir para hacer más democráticas las instituciones republicanas del país. En este caso, la esperanza es que se hagan de manera compartida, para que todo el sistema permita con mayor frecuencia, tal vez incluso con la elección directa del presidente de la República, tener la estabilidad lograda en esta última convocatoria electoral.

Benedetto Ippolito
Profesor de Historia de la Filosofía en la Università degli Studi Roma Tre

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