Se ha reunido con Donald Trump en Estados Unidos en plena crisis arancelaria, convenció a Hungría para que apoyara la postura de la UE frente a Ucrania y acompañó a Ursula Von der Leyen en un viaje a Egipto para firmar un acuerdo estratégico en materia de migración. Giorgia Meloni no aspira solo a mantenerse en el poder en Italia, sino a ser parte del liderazgo del nuevo orden mundial que parece estar conformándose.
¿Quién es esta italiana que emergió como otra figura más de la ultraderecha, pero ha conseguido convertirse en una interlocutora respetada internacionalmente?
A primera vista, Meloni es una figura paradójica: una mujer que lucha contra la inmigración ilegal pero que también consiguió los fondos necesarios para potabilizar el agua de los campamentos de saharauis en el sur de Argelia; una política que denuncia la discriminación que sufren las mujeres, pero que abandonó la Comisión de las Elegidas porque le parecía un paripé de la lucha por la igualdad; una admiradora de Tolkien que también cita a De Gaulle y a Giorgio Almirante; una periodista con una relación compleja con los medios; una madre soltera que defiende la familia fundada sobre el matrimonio, y que lidia con la culpa de no dedicar tiempo a su hija, a la que todas las noches recita la oración del ángel de la guarda al oído.
Giorgia Meloni es, en sus propias palabras, “una mujer, una madre, cristiana e italiana”. Esta carta de presentación ya da idea de su planteamiento político, profundamente arraigado en la identidad nacional y en los valores conservadores. La familia, la religión y la patria son las consignas que ella defiende en su autobiografía Yo soy Giorgia: Mis raíces, mis ideas.
Forjada en la militancia política
Meloni nació en el seno de una familia desestructurada, con un padre conflictivo que terminaría por abandonarlas a ella y a su madre: “La percepción de un padre que no está más, que se disuelve, es algo que no se puede explicar. Es una herida más profunda que si tu padre muere”, diría de él en su biografía.
La familia que le faltaba la encontró en la militancia del Frente Juvenil, el ala juvenil del neofascista MSI, fundado por Giorgio Almirante, al que se unió con quince años. “Sentirse parte de algo importante ayuda a tener confianza en uno mismo. Eso era lo que buscaban muchos de esos chicos, y a mí me pasaba lo mismo”, recuerda.
A pesar de las acusaciones de fascista por los orígenes de su partido, Meloni cosechó la victoria en 2022 y ha superado la desconfianza de la UE
Estos orígenes son los que le han valido a Meloni las acusaciones de fascismo. A pesar de que en 2023 advirtió de “la incompatibilidad de la derecha con cualquier nostalgia del fascismo”, de joven defendió a Mussolini y mantiene como referente al propio Almirante.
Fue en 2008, a los 31 años, cuando Giorgia Meloni se convirtió en la ministra más joven de Italia gracias a Silvio Berlusconi. Sin embargo, las desavenencias internas fueron creciendo y en 2012 Meloni abandonó la formación para formar su propio partido, Hermanos de Italia.
Los resultados de las primeras elecciones a las que concurrió no fueron nada buenos. Pero la carrera por la alcaldía de Roma en 2016, cuando tuvo que enfrentarse a quienes la criticaban por dedicarse a la política estando embarazada, le sirvió para presentar su causa como una batalla por las mujeres, y especialmente por las madres.
No ganó la alcaldía, pero el tiempo premió su perseverancia. En las elecciones anticipadas de 2022, provocadas por el colapso del gobierno de coalición Mario Draghi, Hermanos de Italia se consolidó como el primer partido al obtener el 26% de los votos, y Giorgia Meloni se convirtió en la primera mujer en dirigir el país.
¿Cómo logró Meloni este hito? Además de su campaña hiper personalista, para Hermanos de Italia fue esencial haber sido el único partido relevante que se había quedado fuera del gobierno de coalición de unidad nacional forjado durante la pandemia. Cuando el gobierno se vino abajo por las tensiones internas, Hermanos de Italia llegó a las elecciones como el único partido que no había formado parte del desastre.
Por último, supo construir los mensajes de su campaña electoral en clave de batalla cultural: “Hablé del valor de la identidad y del gran enfrentamiento entre quienes la defienden y quienes pretenden aniquilarla”.
Medidas en inmigración, familia y fiscalidad
Tras la victoria, Meloni se puso al frente de un país deprimido económicamente y asediado por las deudas. Además, las llegadas de migrantes eran continuas y los fondos europeos estaban condicionados a que se cumplieran una serie de reformas estructurales. Todo ello en un clima de desafección y desconfianza hacia la política.
¿Qué ha hecho desde entonces? En migración, el Gobierno ha apostado por los acuerdos con terceros países, como Albania, Túnez y Libia, para gestionar los flujos y reducir las llegadas. Las políticas han logrado su objetivo y los datos de la Organización Internacional de Migraciones (OIM) confirman que Italia registró un descenso del 62% en las llegadas por mar en los primeros ocho meses de 2024.
En política familiar, se han aprobado deducciones fiscales, una reducción del IVA en productos de primera infancia, ayudas por hijo y guarderías gratuitas. Meloni también se ha mostrado categórica al penalizar la gestación subrogada, sancionando tanto a quienes lo promueven como a quienes recurren a ella.
Entre sus medidas más populares se encuentran la reducción de impuestos en general, especialmente para las clases trabajadoras, el endurecimiento de las medidas contra la ocupación ilegal y la intensificación de la lucha contra la mafia italiana.
Por último, la primera ministra también ha impulsado una reforma constitucional histórica al proponer que el primer ministro sea elegido directamente por los ciudadanos mediante sufragio universal. La coalición que respalde al candidato ganador obtendría al menos el 55% de los escaños en el Parlamento, asegurando una mayoría absoluta y, por ende, una gobernabilidad estable, uno de los principales desafíos de la democracia italiana.
Los puntos débiles: autoritarismo, deportaciones y poca productividad
Es esa búsqueda de la estabilidad que tanta falta hace en la política italiana lo que ha llevado a Meloni a cultivar una imagen de firmeza.
Han quedado para el recuerdo algunos momentos en los que ha mostrado su carácter. Después de que el presidente de la región de Campania, Vincenzo De Luca, se refiriera a ella como “stronza” (“zorra”) en un acto de campaña, Meloni se presentó en un acto en su región y le dio la mano al saludo de: «Presidente De Luca, soy la zorra de la Meloni. ¿Cómo le va?».
Sin embargo, esa firmeza también le ha valido críticas cuando la ha utilizado contra las voces disidentes. Un caso emblemático fue la cancelación del monólogo del escritor Antonio Scurati en la RAI, en el que criticaba el neofascismo y la postura del gobierno. La dirección de la cadena alegó razones económicas, pero el incidente fue percibido como un acto de censura y generó protestas dentro y fuera del ente público.
También es tensa su relación con los jueces, que han acusado al gobierno de intimidarlos y restringir sus capacidades de investigación. En principio, no parece que el conflicto de Meloni con el sistema judicial, una de las instituciones en las que los italianos menos confían, vaya a pasarle factura electoral por ahora, pero sí ha reforzado a quienes la critican por autoritarismo.
Las políticas de inmigración también han dañado la imagen de la presidenta. Se la ha acusado, por ejemplo, de utilizar los flujos migratorios como herramienta diplomática. También ha perjudicado su prestigio el fracasado intento de enviar a los inmigrantes solicitantes de asilo a Albania, bloqueado más de tres veces por los jueces italianos.
Con todo, por ahora la presidenta mantiene su apuesta en este asunto, con el discurso de que “Italia solo acepta la inmigración compatible con las necesidades del mercado laboral que tiene, sin que esta debilite el poder de negociación de todos los trabajadores”.
Por último, a pesar de los avances, Italia arrastra desde hace décadas problemas estructurales: mantiene una alta deuda pública, la productividad permanece baja, sufre de una gran fuga de talento y no consigue sacudirse su imagen de que la única inversión que merece la pena hacer es la turística.
La gran victoria de Meloni ha sido posicionar a Italia como un agente clave en el nuevo panorama internacional y como interlocutor legítimo
Su gran fortaleza: el papel internacional
La principal victoria de Meloni la ha conseguido en el tablero internacional, en el que ha logrado posicionarse como una figura clave: “Durante demasiado tiempo, la política italiana se ha centrado únicamente en los hechos nacionales. Ha subestimado la importancia de influir en lo que ocurre fuera de nuestras fronteras para cambiar el destino de nuestra patria”.
En primer lugar, gracias al Plan Mattei –un conjunto de proyectos de cooperación con varios países de África– Meloni se ha consolidado como una aliada de ese continente. Sus propuestas incluyen la construcción de un centro de formación en energías renovables en Marruecos, la rehabilitación de escuelas y proyectos de irrigación en Túnez o las inversiones hospitalarias en Costa de Marfil, entre otras iniciativas.
En paralelo, cuando Meloni piensa en Europa, piensa en una alianza de países que mantienen su soberanía: “Europa era un gigante de la historia, y tenía que volver a ocupar su lugar”. Eso sí: “Para nosotros la cuestión está muy clara: no dejemos que Bruselas haga lo que pueden hacer mejor Roma, Varsovia, Budapest o Madrid”.
También se ha posicionado como una interlocutora privilegiada de Estados Unidos. Con Biden, la primera ministra italiana buscó estrechar lazos en torno a un enemigo común: Rusia. Ahora busca también encontrar sus puntos en común con Trump, al que es más afín ideológicamente, pero con el que ha estrenado su relación en un momento tenso por los aranceles y por la postura más cercana a Rusia del mandatario estadounidense.
Porque con cada líder juega Meloni la carta que más le acerca a sus intereses. Si algo defiende es que Italia va primero: “Compórtate como un patriota y te tratarán con respeto; compórtate como un siervo y te tratarán como un siervo”
Y con ese objetivo en mente, casi todo vale. Uno de los giros más notables de Meloni en su política exterior ha sido la aproximación estratégica a Arabia Saudí. A pesar de que Italia tradicionalmente ha tenido una relación tensa con el reino saudí, al que la propia Meloni ha criticado, recientemente se han cerrado acuerdos de cooperación.
Son esos cambios con los que debe tener más cuidado, puesto que, en su intento de mantener un equilibrio entre sus convicciones y las necesidades diplomáticas del país, puede perder el control de la balanza.
Porque si algo juega a favor de Meloni ahora mismo es que es percibida como una candidata con legitimidad moral, precisamente por lo que los votantes entienden como coherencia ideológica. Actualmente es la figura política mejor valorada de Italia.
Con crédito político… e importantes desafíos
Las creencias sobre las que Meloni quiere asentar un nuevo orden internacional se resumen, mejor que en cualquier otro sitio, en el discurso que pronunció al recibir, de manos de Elon Musk, el Global Citizen Award del Atlantic Council: allí recordó que Occidente fue fundado sobre los cimientos de la filosofía griega, el derecho romano y el humanismo cristiano.
Esta firmeza de convicciones ha conseguido que, a pesar de aplicar políticas duras, la política italiana haya conseguido el reconocimiento de sus homólogos y de sus paisanos. Con todo, Meloni se enfrenta a algunos desafíos importantes: que los problemas domésticos que debe resolver en Italia son estructurales, y jugar al largo plazo no suele ser una estrategia con rédito electoral; que los consensos ideológicos a los que aspira a llegar pueden romperse y obligarla a posicionarse en un lado o en otro; y que algunos de los actores internacionales que también quieren un pedazo de la tarta del nuevo orden mundial son más poderosos que la pequeña Italia.
No lo tiene fácil Meloni, pero hablamos de una mujer que empezó su propio partido y diez años después era la presidenta del país.