Europa, China y Rusia en la nueva Eurasia

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El siglo XXI está dando lugar a nuevos, o no tan nuevos, conceptos geopolíticos. Uno de ellos es el de “mundo posoccidental”, que evoca la llegada de potencias emergentes, capaces de competir con Estados Unidos y Europa, aunque los datos macroeconómicos a veces cuestionan estas teorías. Sin embargo, hay otro concepto que, de la mano de China, está en primera línea de actualidad: Eurasia.

La idea de Eurasia se relaciona con el fin de una visión eurocéntrica del mundo y pone en cuestión la tradicional separación entre Europa y Asia en los Urales, aunque este límite, trazado en los mapas y las mentalidades de los europeos, se remonta tan solo a las primeras décadas del siglo XVIII.

El eurasianismo, sea en sentido geopolítico o económico, supone cuestionar lo que se ha entendido por Occidente en los últimos siglos

Un libro que nos ayuda a valorar la importancia que jugará la macrorregión de Eurasia en el siglo XXI es The Dawn of Eurasia (Penguin Books, 2018), escrito por el intelectual y político portugués Bruno Maçães. El autor fue secretario de Asuntos Europeos en el gobierno de centro-derecha de Pedro Passos Coelho (2013-2015), es miembro del Hudson Institute y ha impartido clases en la Universidad Popular china. En esta obra sigue, en parte, la técnica de Robert D. Kaplan, con una mezcla de ensayo histórico-político y crónica de viajes, aunque el análisis geopolítico ocupa un lugar preferente. Su tesis se resume en que el mundo que viene no será ni occidental ni asiático: será euroasiático, aunque EE.UU. intentará influir desde fuera en su configuración.

Sin dicotomía Europa-Asia

La Eurasia de Maçães pasa por la superación de la dicotomía Europa-Asia, que solo sería válida cuando Europa, a partir de la era de los descubrimientos en el siglo XV, alcanzó grandes avances en ciencia y tecnología que superaron a los de Asia. Por lo demás, la ascensión de EE.UU. como superpotencia mundial y la Guerra Fría contribuyeron a una mayor separación entre Europa y Asia, dado que las dos grandes potencias comunistas ocupaban una extensa superficie en el continente asiático. Paralelamente se impuso un nuevo concepto de Occidente, representado por el vínculo transatlántico entre EE.UU. y Europa; pero en la actualidad, y no solo por el giro dado por la presidencia de Trump, este vínculo está siendo cuestionado en la práctica.

Recordemos que la Administración Obama también mostró un especial interés por la región de Asia y el Pacífico. De hecho, Maçães hace en este libro un planteamiento que pocos quieren abordar: ¿Qué preferirá EE.UU.? ¿Ser la primera superpotencia global o empeñarse en defender la pervivencia a escala universal de la civilización occidental? Sería una tremenda paradoja para un país, nacido a finales del siglo XVIII de la mano de los principios y valores de la Ilustración, pero Maçães sugiere que, si los norteamericanos se aferran a quedar anclados en el mundo occidental, solo podrán aspirar a ser líderes en la mitad de Eurasia, y no lo serán a escala global. Y de paso, el autor se plantea que quizás tampoco esto le convenga a Europa, pues el occidentalismo equivale a continuar con la separación radical entre Europa y Asia, poco realista en un escenario global. Por tanto, el futuro de Europa pasaría, según el autor, por la cooperación con China y Rusia. Habría que superar espacios geográficos e inaugurar una nueva era en la historia política.

Modernidad no occidental

El libro de Maçães parece destinado a desmentir esa famosa cita de Rudyard Kipling de que Occidente es Occidente y Oriente es Oriente, y que nunca se encontrarán. El desmentido viene de la constatación de que la modernidad no es algo puramente occidental. Hay diversas modernidades en el mundo de hoy. China encarna una de ellas y no desea asumir los valores occidentales, que para ella no son universales, aunque haya abrazado el capitalismo. De hecho, China, juntamente con Rusia, pretende exhibir otra universalidad opuesta a la de Europa, en la que el desarrollo sea posible para todos los países sin pasar por las “hipotecas” de la democracia y los derechos humanos. Para rusos y chinos, se trata de meros valores occidentales, ajenos a la cultura de otros pueblos.

China y Rusia defienden una universalidad en la que el desarrollo sea posible para todos los países sin pasar por las “hipotecas” de la democracia y los derechos humanos

Por su parte, Rusia, aunque haya abandonado el comunismo, parece identificarse, en sus intereses geopolíticos, como un país asiático, tal y como aseguraba Lenin. Recordemos la Unión Económica Euroasiática, vigente desde 2015 e impulsada por Vladímir Putin, y que tuvo mucho que ver con la crisis de Ucrania iniciada en el año interior. Moscú no estaba dispuesta a que los ucranianos escaparan de su zona de influencia para aproximarse a la UE y a la OTAN. Sobre este particular, los llamados “conflictos congelados”, con implicaciones secesionistas, en Moldavia, Ucrania, Georgia o Azerbaiyán, pueden ser interpretados como ejemplos de la determinación rusa de que estas repúblicas exsoviéticas no se integren en el mundo occidental y tengan que volver sus miradas al espacio euroasiático.

Un orden creado a partir del caos

De alguna forma, la UE ha dejado de exportar estabilidad a sus periferias en los últimos años. La promesa de la ampliación, o al menos de la asociación con Europa, se ha ido desvaneciendo tanto por los problemas internos europeos como por la postura de Rusia. Según Maçães, los “conflictos congelados” son una muestra del orden ruso, un orden creado a partir del caos y no inspirado en las reglas y valores de Occidente. Moscú es el administrador del caos. En consecuencia, la Rusia de Putin representaría la estabilidad en la región mientras que la democracia occidental conllevaría un auténtico caos.

En Rusia está triunfando el eurasianismo en política exterior, desde los últimos años de la presidencia de Borís Yeltsin, y esto habría ido arrinconando a las corrientes de pensamiento occidentófilas y eslavófilas, presentes en la historia rusa desde el siglo XIX. Por lo demás, Putin no oculta su admiración por el historiador y etnólogo Lev Gumilev (1912-1992), con sus pintorescas teorías en las que se mezclan leyes físicas y leyes sociales, y que salió al paso de las tesis de la historiografía europea tradicional que tachaba de bárbaros a los pueblos de las estepas de Asia Central. Por el contrario, Gumilev considera a los centroasiáticos y a los rusos como perfectamente complementarios. No es extraño que presente a Gengis Khan como el primer gran unificador del espacio euroasiático, pero este legado histórico implica, sin lugar a dudas, la negación del carácter europeo de Rusia.

El sueño chino

En la percepción de Bruno Maçães, estamos asistiendo al nacimiento del continente eurasiático, de tal modo que, en un plazo de veinte años, no se podrá hablar de Europa y Asia como entidades separadas, pues será un mismo espacio político y económico. Ni que decir tiene que la expansión económica de China, con su ambicioso proyecto de infraestructuras conocido como Belt and Road o la Nueva Ruta de la Seda, contribuiría a esa transformación. Tal es el “sueño chino”, al que se refiere Xi Jinping, el que le permitiría convertirse en la primera potencia mundial para 2049, centenario de la revolución maoísta. Según Maçães, es el sueño de que China sea aceptada, apreciada y admirada por todos los países del mundo. En el momento en que China se convierta en la primera economía mundial, crecerá su influencia política en el mundo y seguirá enfrentándose a los valores occidentales de la democracia y los derechos humanos.

El futuro de Europa pasa, dice Maçães, por la cooperación con China y Rusia

Pero los chinos intentan no despertar recelos y rehúyen hablar de geopolítica al referirse a Belt and Road. Presentan el proyecto como un proceso de integración económica, en el que participan más de 65 países, por medio de infraestructuras marítimas y terrestres, y que solo traería ventajas económicas a los Estados participantes. No lo señala Maçães, pero ese supuesto espacio económico entre Lisboa y Vladivostok, al que hace unos años se refería Putin, hace pasar a un segundo plano el proceso de integración europea, pues dejaría de ser un modelo exportable y quedaría reducido a un ámbito regional. En la nueva Eurasia, Europa puede ser simplemente una península periférica de Asia.

Una Europa que no exporta valores

Esta percepción lleva al autor a pedir a Europa que se implique más con la Nueva Ruta de la Seda y coopere con China, porque la UE no se ha definido ante esta nueva realidad. En cualquier caso, los europeos deberían ser conscientes de que no pueden imponer sus valores en este espacio geopolítico, porque China y Rusia tienen los suyos. De otro modo, estarían resucitando el espíritu de la guerra fría, que no debería tener cabida en un escenario globalizado. Europa, en la visión de Maçães, ya no es “el profeta de una civilización mundial” sino que ha de ser “un poder euroasiático”. Ha de participar activamente en la construcción de Eurasia para tener capacidad de influencia. Si no lo hace, otras fuerzas irán configurando el nuevo supercontinente.

Según Maçães, el mundo que viene no será ni occidental ni asiático: será euroasiático, aunque EE.UU. intentará influir desde fuera en su configuración

El eurasianismo, sea en sentido geopolítico o económico, supone cuestionar lo que se ha entendido por Occidente en los últimos siglos, incluyendo además el vínculo trasatlántico entre Europa y EE.UU., ya que no es un secreto la pretensión china de expulsar progresivamente a los norteamericanos de la región de Asia-Pacífico, como si se tratara de una versión asiática de la Doctrina Monroe para el siglo XXI. Pero Maçães también sorprende con una de sus afirmaciones, pues llega a concebir que Gran Bretaña, después del Brexit, se convierte en una especie de Singapur europeo y atlántico, y sugiere que este país sea el receptor de las ideas euroasiáticas en Europa. Pero el entusiasmo por Eurasia y sus supuestos beneficios económicos y comerciales no disipará en Europa los recelos hacia China. Los chinos lo saben, y al igual que los rusos, prefieren cultivar las relaciones bilaterales, con seductoras ofertas de inversiones, para de este modo debilitar a la UE.

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