Un signo del retorno de la geopolítica al primer plano de la escena internacional ha sido la constitución del AUKUS, la alianza militar formada por Australia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Este acuerdo viene a sumarse a otros en marcha, como el QUAD –entre cuyos miembros destaca India– o la Estrategia de la UE para la Cooperación en la Región Indopacífica. Más allá de sus objetivos declarados, parece que todos los actores implicados comparten una inquietud de fondo: ¿cómo frenar a la pujante China de Xi Jinping?
Lo más llamativo del AUKUS es que los norteamericanos, al igual que hicieron en 1958 con los británicos, facilitarán a la marina australiana submarinos de propulsión nuclear, aunque la cooperación también abarca los estratégicos sectores de la ciberseguridad y de la inteligencia artificial.
Sin embargo, los submarinos no estarán operativos hasta finales de la presente década, y el acuerdo tampoco significa que Australia aspire a convertirse en potencia nuclear, pues el tratado de no proliferación de armas nucleares permite equipar buques o submarinos con reactores nucleares. La principal ventaja de este equipamiento es la mayor autonomía de estos submarinos, respecto a los de propulsión diésel-eléctrica, lo que les permitiría permanecer en los mares próximos a China hasta más de dos meses.
Las reivindicaciones marítimas del coloso asiático frente a sus vecinos, reforzadas con movimientos de su flota o la construcción de islas artificiales, ha hecho que Pekín reaccione con desagrado ante la noticia, que interpreta como un nuevo episodio de la guerra fría que Estados Unidos estaría desencadenando.
Pero la reacción más enérgica ante el AUKUS la ha tenido Francia, que ha visto cancelado su contrato con Australia para la construcción de submarinos convencionales. Hay un lógico pesar por las pérdidas económicas, aunque se ha producido una sonada crisis diplomática porque los franceses se quejaron de no haber sido informados por Washington acerca del acuerdo. Pese a todo, la Administración Biden reaccionó a las quejas con el anuncio de una entrevista personal entre los presidentes norteamericano y francés. El propósito es recomponer la relación, pues Francia es un aliado indispensable en el Indo-Pacífico, donde posee departamentos de ultramar y viven más de 1,6 millones de ciudadanos franceses.
La Administración Biden necesita de todos sus aliados, europeos y asiáticos, en la contención de China
Por otra parte, el AUKUS ha suscitado las más diversas interpretaciones en clave geopolítica. Para algunos, sería un apoyo estadounidense al gobierno de Boris Johnson, que, desde el Brexit, no ha dejado de enarbolar el eslogan de “Global Britain”, y, en consecuencia, un ejemplo de cómo Europa, representada por Francia, no ha sido tenida en cuenta por los norteamericanos. Sería un desmentido del “America is Back”, al que se refirió Biden durante la cumbre de la OTAN en Bruselas en el pasado mes de junio.
¿El triunfo de la angloesfera?
De ahí puede derivarse otra interpretación: el AUKUS es la consagración de un bloque de potencias anglosajonas. Desde hace tiempo existe un grupo informal, conocido como Five Fingers, que coordina operaciones de inteligencia y de intercambio de información entre Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Aunque estos dos últimos países no están presentes en el AUKUS, hay quien no se priva de afirmar que estamos ante el triunfo de la angloesfera, con la consiguiente marginación de la OTAN y los aliados europeos. Sería, en consecuencia, el mayor cambio en la geopolítica desde 1945.
Esto no se ajusta a la realidad, pues la Administración Biden necesita de todos sus aliados, europeos y asiáticos, en la contención de China. Aunque el AUKUS puede dar cierto protagonismo a Johnson, el primer ministro británico no consigue con ello mejorar la “relación especial”, de la que se habla desde hace bastantes décadas, que vincularía a su país con Estados Unidos. Por de pronto, Gran Bretaña no tiene perspectivas a largo plazo de unirse al Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, si bien es cierto que Londres ha conseguido acuerdos de libre comercio con canadienses y mexicanos.
Australia gana más
En otro orden de cosas, Biden ha resaltado la necesidad de respetar el estatus del Ulster, que sigue formando parte del mercado único europeo, a pesar de las disputas comerciales que se han suscitado con el gobierno de Londres. Es cierto que la estancia de Biden en Gran Bretaña se saldó con la aprobación de una Carta del Atlántico, que sustituiría a la firmada por Churchill y Roosevelt hace ochenta años, aunque esto no deja de ser un ejercicio de retórica historicista.
En realidad, el AUKUS potencia sobre todo el papel de Australia como aliado de Estados Unidos. La oportunidad ha llegado en un momento de deterioro de las relaciones de Canberra con Pekín, tras las críticas del primer ministro, el liberal Scott Morrison, por la posible responsabilidad china en el origen de la pandemia. La consecuencia fue la suspensión del comercio o la imposición de aranceles a productos australianos por parte de China. Si bien el líder de la oposición, el laborista Anthony Albanese, ha acusado a Morrison de tener más en cuenta sus propios intereses que los nacionales en las relaciones con China, lo cierto es que los laboristas apoyan también el AUKUS, lo que consolida la iniciativa de la Administración Biden de cara al futuro.
El regreso del QUAD
Las controversias respecto al AUKUS han servido para cuestionar el internacionalismo de Joe Biden y su promoción de las instituciones multilaterales frente a la política aislacionista y errática de Donald Trump. De hecho, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, insistió en el recurso a las instituciones multilaterales para gestionar desafíos como los de la región del Indo-Pacífico. Esto no es incompatible, sin embargo, con el establecimiento de acuerdos políticos en la zona, como es el caso del QUAD, constituido en 2007 durante la Administración Bush.
Este pacto languideció durante una década hasta que fue activado de nuevo bajo la presidencia de Trump. Su denominación oficial es la de Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, y reúne a India, Japón, Australia y Estados Unidos. Empezó siendo un grupo de cooperación en el ámbito naval, pero con el tiempo ha alcanzado un mayor nivel estratégico en materia de seguridad, y abarca además los campos de la tecnología, la economía global o la gestión de la pandemia. Pese a abarcar aspectos militares, no es un pacto defensivo clásico ni tampoco un embrión de una OTAN asiática, sino un ejemplo de acuerdo de seguridad cooperativa, entre los muchos que se han dado en la posguerra fría.
No es casual que los tres primeros ministros de los países asociados se hayan reunido el pasado 24 de septiembre con Biden en la Casa Blanca, con lo que la diplomacia norteamericana estaría enviando el mensaje de que no existen socios selectivos en la tarea de contener a China.
Entre los miembros del QUAD destaca India, que se enfrenta a la larga hostilidad de China y de Pakistán, su aliado. El recuerdo de la guerra entre China e India de 1962, por disputas fronterizas, no está tan lejano, pues a mediados de 2020 se produjeron nuevos choques armados en la región del Himalaya, en los que murieron una veintena de soldados indios. Bajo el gobierno del nacionalista Narendra Modi, la diplomacia india parece distanciarse de su tradicional orientación neutralista y de especial relación con Rusia, si bien esta última no ha sido desechada formalmente.
Un futuro abierto
Cabe plantearse si el QUAD se ampliará en un futuro próximo y cambiará, por tanto, su nombre. Por un lado, la Administración Biden suele presentar iniciativas de este tipo como una concertación de las democracias frente a cualquier poder autoritario que desarrolle una política de coerción en el Indo-Pacífico y no respete los derechos soberanos de otros países, sobre todo en las áreas marítimas. Pero, por otra parte, los países que se sienten amenazados por China no son solo democracias. En la lista habría que contabilizar a regímenes autoritarios como Vietnam y Singapur, mientras que otras democracias, como Malasia e Indonesia, no son partidarias de una mayor confrontación con China.
Con todo, cabría la posibilidad de que democracias como Corea del Sur, Canadá y Francia, todas ellas presentes en la región, pudieran adherirse al QUAD, si bien lo más probable es que Washington prefiera hacer uso de acuerdos bilaterales antes que dar la sensación de estar organizando una especie de “coalición” contra China.
Por lo demás, el establecimiento del AUKUS y la revitalización del QUAD responden al propósito de la Administración Biden de tranquilizar a socios y aliados después de la apresurada salida de Afganistán, un país que, poco a poco, va cayendo en el vacío informativo.
Europa y el Indo-Pacífico
La controversia en torno al AUKUS ha servido, además, para plantear el estado de las relaciones entre Europa y Estados Unidos. En parte, el rechazo de Francia se ha hecho en nombre de Europa, aunque en realidad el nacionalismo francés siempre tuvo sus reticencias frente a la OTAN desde la época de De Gaulle. Pese a todo, el Alto Representante para la Política Exterior, Josep Borrell, expresó su solidaridad con Francia, algo que no hicieron por separado otros socios europeos como Alemania o Italia. Borrell aprovechó para recordar que la UE ha aprobado recientemente una Estrategia de cooperación para la región del Indo-Pacífico.
El propio concepto de Occidente está en peligro si Europa no adquiere una dimensión fuerte en su política exterior
En este documento se establece una serie de áreas de colaboración con países y organizaciones de la región: comercio, inversión, lucha contra el cambio climático, libertad de navegación, respeto del derecho internacional. Se puede considerar que la Estrategia es un complemento de otro documento estratégico sobre China, adoptado en 2019, en el que se define al coloso asiático como “socio de cooperación, socio de negociación, competidor económico y rival sistémico”.
Lo cierto es que desde hace algún tiempo Europa aspira a estar presente en el Indo-Pacífico y ha suscrito acuerdos de libre comercio con Japón, Singapur y Vietnam. Un indicio de que las asociaciones de libre comercio tienen un contenido político cada vez más relevante, pues su objetivo es reducir la dependencia económica de los países de la región respecto del mercado chino. Por otra parte, hay miembros de la UE que están suministrando equipos militares a países de la región, aunque eso no convierte a Europa en un actor militar en la zona. Es más trascendente el poder económico.
La percepción de la Administración Biden es que Europa tiene un papel secundario en el Indo-Pacífico para contener a China, entre otras cosas por la dificultad de conseguir una posición común más consistente frente a ese país. Influyen bastante los intereses económicos y el caso bien conocido es el de Alemania, que destina más de la mitad de sus exportaciones a China por un valor de más de 1.000 millones de euros.
Y Rusia, de fondo
Una opinión autorizada es la del analista portugués Bruno Maçães, autor de varios libros sobre el papel de China en Eurasia, y su iniciativa de la Franja y de la Ruta, que advierte de los riesgos para la seguridad de Europa. El Viejo Continente corre el peligro de quedar reducido a una mera península de Eurasia, y el propio concepto de Occidente está en peligro si Europa no adquiere una dimensión fuerte en su política exterior.
Con todo, algunos países, encabezados por Francia, ponen ciertas esperanzas en recuperar una relación estratégica con Rusia con objeto de debilitar la que este país tiene con China. El problema es que los rusos, pese a los riesgos de rivalidad con los chinos en Asia Central o del posible resurgimiento de antiguas disputas fronterizas, no terminan de ver qué ventajas les reportaría esta opción. Moscú prefiere, al igual que Pekín, cultivar las relaciones bilaterales con los países europeos, que tratar con la UE en su conjunto, pues no espera, ni parece desear, de ella resultados sólidos.
La Administración Biden puede asociar a Francia en sus iniciativas en el Indo-Pacífico, pero Francia no es toda la UE, aunque sea su principal potencia militar. Hace falta, por tanto, pensar la relación trasatlántica en su conjunto, tanto desde la óptica de los socios europeos de la OTAN como de la propia Unión. De no ser así, Europa será un escenario, y no un actor destacado, en este nuevo período de la geopolítica.