Conservadores a favor y en contra de Trump

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Donald Trump no es el protagonista de las próximas elecciones legislativas en Estados Unidos. Pero la suerte que corran los republicanos el 6 de noviembre puede alterar la relación del Grand Old Party (GOP) con su comandante en jefe. Sobre la mesa también hay un debate de ideas: ¿necesita el conservadurismo a Trump?

Las radiografías más habituales de los votantes de Trump los sitúan en el cinturón industrial del Medio Oeste o en la América profunda del sur: hombres y mujeres blancos, con pocos estudios, desempleados o en empleos manuales castigados por la globalización. Estos votantes fueron decisivos en su elección, pero solo son una parte de la historia. La otra –más significativa desde el punto de vista numérico– es que Trump retiene el apoyo de más del 80% de los republicanos, según Gallup.

Los casi 63 millones de personas que votaron a Trump en las presidenciales de 2016 no son un bloque homogéneo. Sus posturas varían en muchos temas, lo mismo que su grado de lealtad al presidente. También hay importantes diferencias económicas, educativas y demográficas entre ellos.

Así lo muestra Emily Ekins, investigadora del Cato Institute, en un estudio que retrata a cinco tipos de votantes de Trump: los de clase trabajadora y con menos estudios, muy críticos con el sistema y, en general, antiinmigración, que representan el 20% de sus bases y son el grupo más leal a Trump; los conservadores clásicos (31%); los partidarios del libre mercado (25%); los “antiélites” (19%), muchos de ellos exdemocrátas desencantados con Hillary Clinton; y los “desconectados” (5%), que no suelen votar, pero que en 2016 lo hicieron por el republicano.

Por su parte, Salena Zito y Brad Todd identifican hasta siete tipos de votantes de Trump en The Great Revolt: Inside the Populist Coalition Reshaping American Politics , un estudio centrado en los cinco estados de la región de los Grandes Lagos.

Una coalición fragmentada

El caos ideológico del Partido Republicano –expresión de la crisis de identidad que atraviesa la formación desde hace años– quedó a la vista en la carrera por la nominación presidencial, a la que se presentaron 17 aspirantes. A pesar de que algunos contaban con el apoyo del establishment o el de los “votantes de valores”, dos de las corrientes tradicionales del GOP, ninguno resistió frente a Trump. Este outsider de la política, que no era la primera opción para muchos republicanos, logró el favor de la mayoría con ayuda de una campaña tan oportunista como llena de contradicciones.

Algunos conservadores alertan al movimiento provida para que no caiga en la trampa de las victorias políticas a corto plazo

Con Trump en la Casa Blanca, las incoherencias ideológicas han continuado. En parte, eran inevitables, dada la naturaleza de su coalición. ¿Cómo contentar a la vez a quienes reclaman menos globalización (“America First”) y a los partidarios del libre comercio? ¿A quienes piden protección para unas industrias en crisis y a quienes quieren al Estado lejos de la economía? ¿A quienes reclaman más prestaciones sociales y a quienes se quejan del nivel de gasto público?

Este choque de posiciones explicaría las tensiones de Trump con la cúpula del GOP, así como la relativa parálisis de los legisladores republicanos. Pese a haber contado con el control de ambas cámaras, el Partido Republicano de Trump “no ha presentado nada más creativo que otra reforma fiscal y algunos intentos de derogar el Obamacare”, lamenta David Byler en The Weekly Standard.

Lo de “otra reforma fiscal” no hace justicia a Trump, pues está considerada la mayor rebaja de impuestos desde los tiempos de Ronald Reagan. Y sobre la reforma sanitaria de Obama es verdad que los legisladores republicanos no lograron ponerse de acuerdo para presentar una alternativa, aunque sí eliminaron la obligación individual de contratar un seguro médico. En cualquier caso, Byler tiene razón en que las discrepancias de fondo de los republicanos –anteriores a la “era Trump”– han lastrado la opción de sacar adelante una agenda legislativa más “novedosa y constructiva”. Otra cosa son los buenos datos económicos del país o lo logrado en otros frentes.

“Deplorables”

Los votantes de Trump no están ciegos, sostiene en The Guardian Henry Olsen, investigador del Ethics and Public Policy Center y autor de varios libros sobre el Partido Republicano. Reconocen los errores de su presidente, pero consideran más graves los del Partido Demócrata. Si algo unió a la coalición que votó por Trump fue su animadversión hacia Hillary Clinton, dice citando el estudio de Ekins. Y aporta un dato que él extrae de los sondeos a pie de urna: Trump ganó gracias a que se impuso de forma abrumadora a Clinton entre el 18% de estadounidenses que no querían a ninguno de los dos candidatos.

A las legislativas no se presenta Clinton, que indignó a los votantes de Trump cuando les llamó “deplorables”. Pero es posible que la constante hostilidad de los medios de izquierdas hacia el presidente, acabe reafirmando a las bases republicanas en la suya.

Hay otros factores que explican el éxito de Trump con esta coalición tan dispar. Más allá de los logros en el Congreso o los servidos por decreto, el presidente ha dado a los suyos algo que las élites progresistas les habían negado: respeto y legitimidad. Esto es especialmente cierto en el caso de los “hombres y mujeres olvidados” a los que se refirió Trump al conocer su victoria y luego en la toma de posesión: “Nunca volveréis a ser ignorados”. El hecho de que hable sin tapujos y se atreva a decir lo mismo que ellos piensan, hace que se sientan legitimados.

La misma espontaneidad le ha servido para forjar un vínculo afectivo con sus seguidores, como explican Zito y Todd respecto de los votantes del Medio Oeste y Maggie Haberman respecto de los del sur. A Trump no le ha cambiado la política: sigue siendo el mismo al que vieron durante años en los reality shows. Y aunque muchas de las prioridades de esos votantes son económicas, seguramente es cierto lo que explica a Haberman un estratega del Partido Republicano, para quien el atractivo de Trump con sus seguidores más denostados “no es una cuestión de posiciones políticas sino de ser un guerrero para su gente”.

¿Héroe provida?

Para Olsen, la clave de que Trump siga contando con la lealtad de las bases del GOP es que “se ha asegurado de dar a cada facción lo que más deseaba”. Y pone el ejemplo de los conservadores, que según sus estudios representan el 25% del Partido Republicano. A este grupo de votantes, cuyo candidato inicial en las primarias era Ted Cruz, sobre todo les preocupa que los jueces progresistas restrinjan poco a poco su libertad para vivir de acuerdo con sus convicciones. Su apoyo al presidente está condicionado a que “nombre jueces que protejan sus creencias y su estilo de vida”.

“Trump nunca ha fingido ser un modelo de virtudes cristianas. Lo que hizo fue decir que protegería tu derecho a serlo”

Trump no solo ha conseguido llenar dos vacantes del Tribunal Supremo con sendos magistrados conservadores, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, este último cuestionado en un proceso de alto voltaje emocional. También se ha dado prisa en nombrar jueces federales; hasta ahora, el Senado ha confirmado 24 de apelación y 53 de distrito. Se trata de magistrados –explica Tessa Berenson en la revista Time– que, por un lado, favorecen una interpretación restrictiva de la Constitución y que, por otro, combaten la proliferación de regulaciones administrativas.

Para un sector de conservadores, Trump es el héroe provida que llevaban esperando desde hace años. Kate Bryan, responsable de comunicación de la Marcha por la Vida en Washington D.C., resumía así los sentimientos encontrados que hay en el movimiento: “A pesar de que hay muchos provida que no son entusiastas del presidente Trump, él ha sido coherente en sus palabras y acciones para proteger la vida del no nacido”.

Entre las decisiones de Trump más aclamadas por los provida están la prohibición del uso de fondos federales para promover el aborto en el extranjero; el reconocimiento de la objeción de conciencia por razones éticas o religiosas a la norma de la Administración Obama que obligaba a garantizar en el seguro médico de las empleadas anticonceptivos, varios tipos de píldora con posible efecto abortivo y la esterilización; el apoyo público a la Marcha por la Vida, primero con la presencia del vicepresidente Mike Pence (2017) y luego con la intervención vía satélite del propio Trump (2018)…

Otros conservadores, sin embargo, ponen en duda esa consistencia. Trump ha pedido la pena de muerte para “los narcotraficantes realmente malos” –cuando sea legal, matiza su Administración– y para los criminales que maten a policías. Y se pronunció a favor de “algún tipo de castigo” para las mujeres que abortan de forma ilegal, aunque luego se retractó, quizá cuando le hicieron ver que el movimiento provida no quiere eso. Y aunque ha hablado a favor de las personas con síndrome de Down, también se ha burlado de un periodista imitando su discapacidad.

No son exageraciones. De hecho, para Mathew Schmitz, redactor jefe de First Things, el rechazo a la debilidad forma parte de la filosofía de Trump, muy influenciada por el “evangelio de la prosperidad”. En su fe autosuficiente no hay espacio para los perdedores ni para los débiles, observa Schmitz.

Pensar a largo plazo

Algunos conservadores alertan al movimiento provida para que no caigan en la trampa utilitaria de las victorias políticas a corto plazo, en detrimento de los progresos culturales, que –aunque lentos y costosos– siempre son más duraderos.

Un ejemplo: Trump ha llevado al centro de la opinión pública la denuncia de la corrección política (CP). Pero es una denuncia genérica, en la que rara vez baja al detalle para explicar dónde está el problema. Además, la forma en que la lleva a cabo hace improbable que vaya a convencer a muchos de los adictos a la CP. Más bien, lo contrario: solo les refuerza en la idea de que es más necesaria que nunca.

Frente a este modo de abordar el problema, los intelectuales conservadores se esfuerzan por llevar a cabo una crítica de la CP más reposada. Sin duda, pierden en efectismo. Pero con su magisterio pacífico, desde las aulas y desde los medios de comunicación, tienden puentes a un público que toman por inteligente y al que creen que pueden persuadir con buenas razones.

Es muy probable que en el futuro venga otro presidente que deshaga lo que hizo Trump (como Trump hizo con Obama en asuntos bioéticos y este, a su vez, con Bush Jr.). Entretanto, la causa provida podría verse “contaminada” por su asociación con el trumpismo. ¿Cómo convencer a la izquierda de que el debate sobre el aborto trasciende las afiliaciones políticas? ¿O que la compasión es un rasgo distintivo del movimiento provida?

Al profesor de Princeton Robert P. George, uno de los intelectuales conservadores que desde la primera hora lideró el “no” a Trump, le preocupa la instrumentalización que el presidente está haciendo de ciertos debates: “Trump busca servirse de unos valores morales y patrióticos, en vez de servirlos”.

Pero otros alegan que el presidente solo está garantizando a los conservadores su derecho a ser dejados en paz. “Trump nunca ha fingido ser un modelo de virtudes cristianas. Lo que hizo fue decir que protegería tu derecho a serlo”, dice Hogan Gidley, estratega republicano.

El fin no justifica los medios

Los conservadores partidarios de Trump ponen mucho énfasis en los logros del presidente, pero les importa menos la forma en que los consigue. Es cierto que él –que no es conservador– está cumpliendo las promesas que hizo a los votantes de valores, algo de lo que no pueden presumir los políticos conservadores de otros países. Pero también lo es que ha ido en contra de ciertos principios que este tipo de votantes siempre habían apreciado.

En un duro análisis publicado en The Wall Street Journal, William A. Galston –investigador de la Brookings Institution y exconsejero de Bill Clinton– sintetiza algunos principios que, en su opinión, informan el modo en que Trump ve el mundo y a los demás: “Ser fuerte es bueno; ser débil, malo”. “Con la posible excepción de la familia, en el fondo todas las relaciones son interesadas”. “La esencia de la existencia humana es la competición, no la cooperación”. “La división entre amigos y enemigos es clave”.

De esta mentalidad, derivan unas reglas de conducta que no deberían tener cabida en el movimiento conservador. Algunas de las que cita Galston son: “El fin siempre justifica los medios”. “La mejor defensa es una buena ofensa”. “Ninguna ganancia para el bien común es lo suficientemente importante como para justificar la pérdida de poder”.

Los conservadores partidarios de Trump ponen mucho énfasis en los logros del presidente, pero les importa menos la forma en que los consigue

En la misma línea se pronuncia Roger Scruton, uno de los adalides del pensamiento conservador contemporáneo. El filósofo británico concede que Trump ha comprendido ciertos principios del conservadurismo, como cuando insiste en que la soberanía reside en el pueblo o nombra jueces contrarios a una interpretación expansiva de la Constitución. Pero el mandatario se separa radicalmente de la tradición conservadora cuando concibe la política como un juego de intereses.

Aunque los conservadores suelen defender el libre mercado –escribe Scruton en The New York Times–, también tienen claro que los valores del mercado no son los únicos que importan. “Su principal preocupación tiene que ver con aspectos de la sociedad en los que los mercados no tienen nada que decir o muy poco: la educación, la cultura, la religión, el matrimonio y la familia. Tales esferas de la iniciativa social se construyen no mediante la compraventa, sino apreciando lo que no se puede comprar ni vender: cosas como el amor, la libertad, el arte y el conocimiento, que no son medios para conseguir un fin sino fines en sí mismos”.

La visión de la política que prioriza el cálculo sobre el bien común no la ha inventado Trump, como tampoco ha inventado él el victimismo identitario al que se han apuntado algunos de sus seguidores. El deterioro del debate público y la polarización de Estados Unidos comenzó mucho antes de que él entrara en escena. A mediados de 2014, el Pew ya alertaba de que la antipatía hacia los votantes del partido rival había llegado a su punto más alto en dos décadas. Sin embargo, el carácter explosivo del republicano y su forma divisiva de hacer política han agravado la crispación.

A diferencia de los críticos acérrimos de Trump, George se mantiene abierto a reconocer los aciertos del presidente mientras denuncia sus errores. Es el mismo criterio que siguió con Obama, al que también se opuso con firmeza. No es equidistancia, ni tibieza. Es el compromiso de un intelectual que se ha propuesto plantar cara a la marea de indignación que recorre el país. Una corriente que, por ahora, ha jugado a favor de Trump.

Otros artículos de la serie:

  1. La brecha religiosa del “trumpismo”
  2. La confusa ideología del Partido Conservador británico
  3. Qué pueden aportar los conservadores al debate público de hoy

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