Por qué leemos a Dostoievski

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DURACIÓN LECTURA: 13min.
Vasili Perov, “Retrato de Fiódor Dostoievski” (1872)
Vasili Perov, “Retrato de Fiódor Dostoievski” (1872)

Vasili Perov, “Retrato de Fiódor Dostoievski” (1872)

 

La literatura de Fiódor Dostoievski, de una hondura y una fuerza extraordinarias, sigue atrayendo al público y a los estudiosos, como muestra el congreso internacional celebrado a finales de abril en Roma. El gran autor ruso supo crear personajes verídicos que, con sus historias reales, plantean las preguntas de siempre sobre la vida.

Dostoievski (1821-1881) siempre figura en cualquier lista de los escritores más grandes, su influencia en otros autores ha sido enorme, la cantidad de trabajos críticos que se le han dedicado es inmensa, y sus obras se reeditan continuamente. Es cierto, sin embargo, que muchos tienen dificultades para leerle, pues no han sabido vencer las barreras que les presentan sus libros y que caen cuando se conocen mínimamente su vida personal y la sociedad en la que vivió, y cuando se dominan un poco sus referencias y sus técnicas literarias. A partir de ahí, si el lector le da tiempo, es decir, si tiene paciencia y le deja explicarse por sí mismo, la recompensa es enorme: Dostoievski tiene un atractivo permanente y es fácil acabar comprendiendo por qué muchos autores y lectores le consideran un escritor único.

Una vida intensa

Si la obra de cualquier escritor es deudora de su vida personal, lo que a veces conduce a interpretaciones excesivas, en el caso de Dostoievski esto es muy evidente. En su infancia sucedieron acontecimientos que tuvieron un gran eco en su alma –entre otros, el comportamiento abusivo de su padre y la muerte temprana de su madre–, y de ahí viene la importancia que dio a los recuerdos de la niñez como anclas de salvación para el adulto. En su juventud, a consecuencia de sus actividades políticas, fue condenado a muerte y, en el último momento, después de un tiempo con los ojos vendados y a la espera del fusilamiento, fue indultado y enviado a campos de trabajo forzado. Esas experiencias cambiaron su modo de ver la vida, le dieron una comprensión más profunda de las personas y aumentaron su visión mística del pueblo ruso.

El atractivo de las obras de Dostoievski está en que tratan de gente real que pasa por dificultades reales

Su producción literaria tampoco sería comprensible sin los errores que cometió en sus relaciones amorosas, en su desafortunado primer matrimonio y en su alocada pasión por una mujer rica y joven a la que persiguió un tiempo; sin las responsabilidades familiares que adquirió cuando se hizo cargo de la familia y las deudas de su hermano cuando este falleció; sin los problemas económicos que, por ese y otros motivos, siempre tuvo; y sin su feliz y asentada vida matrimonial en los últimos años de su vida. A esos factores se han de sumar la epilepsia que sufrió, que también padecen no pocos personajes de sus cuentos y novelas, y la pasión por el juego que le dominó en una etapa de su vida.

Tampoco habría escrito lo mismo sin el telón de fondo de la vida social, política, intelectual y religiosa en Rusia: los conflictos entre terratenientes y siervos, la gran pobreza de muchos en las ciudades, el comportamiento despótico de los gobernantes, la vida cotidiana de la gran masa de funcionarios, las tradiciones religiosas en la Iglesia ortodoxa, las discusiones propias de los intelectuales, etc. Luego, los largos viajes a distintos países europeos, que le hicieron conocer otras realidades, le llevaron a reflexionar sobre la vida y el destino de Rusia, en comparación con otros países, y avivaron su patriotismo.

Ese conjunto de condicionamientos y de circunstancias propició que, al intentar expresar literariamente las situaciones que veía en su entorno, inventase un nuevo tipo de novelas trágicas que abordaron los conflictos personales y sociales de un modo nunca visto antes. Esto se concretó en el rasgo estructural principal de sus novelas: su carácter polifónico, según la descriptiva metáfora inventada por el crítico Mijaíl Bajtín. Por otro lado, que tal forma de organizar su material narrativo diese lugar a novelas de una penetración excepcional se debió también a que Dostoievski –a diferencia de otros buenos novelistas– no se conformó con describir síntomas sino que intentó ir a la raíz más honda de los problemas humanos: para sus héroes, la existencia o no existencia de Dios es lo que da sentido a la vida.

Novelas como dramas

Dostoievski tuvo una vocación literaria irrefrenable. Fue, desde muy joven, un gran lector. Tuvo un gran conocimiento de la literatura rusa y de la de otros países europeos. Logró sus obras de mayor alcance al final de su vida, no sólo porque tuviera entonces un mayor dominio de su arte, sino porque fueron novelas de larga maduración que pudo escribir y publicar gracias al trabajo previo acumulado y, también, a la estabilidad emocional y económica que había conseguido.

Tuvo siempre un gran interés por el teatro, aunque nunca escribió piezas dramáticas. Autores como Shakespeare, Schiller, Racine o Corneille fueron los que moldearon su estilo enérgico y los que le hicieron dar el máximo valor a los diálogos. Que haga escasas descripciones en sus relatos, que simplemente mencione las cosas igual que lo haría quien va de paso, ha sido interpretado a veces como si fuera una limitación: podría serlo pero, en cualquier caso, es algo indicativo de su indiferencia por el entorno y de que su atención prioritaria estaba puesta en los personajes.

En algunas de sus obras usó un narrador en primera persona –lo que las hace, a la vez, interesantes y arduas, sobre todo cuando ese personaje habla de modo confuso–, pero en la mayoría es un observador externo que con frecuencia es un testigo, e incluso un participante, de los hechos. Era rápido en la escritura después de haber hecho numerosas anotaciones y tentativas previas. Era rápido también en el desarrollo de la acción, pues sus novelas suelen abarcar poco tiempo: Crimen y castigo dura una semana; la mayoría de los incidentes de Los demonios ocurren en dos días; Los hermanos Karamázov, menos el proceso, dura cinco días. Dostoievski manejaba el tiempo como un dramaturgo que intenta concentrar las acciones en el más breve periodo de tiempo que sea plausible. Esto contribuye a la intensidad y a provocar, a veces, una sensación de mundo pesadillesco y alucinante.

Influyeron mucho en él las novelas góticas y los melodramas de moda. Usó los recursos propios de esos géneros, pues eran los que apreciaba más el público lector de su época, pero los transformó. De acuerdo con las convenciones habituales en ese tipo de historias, llevó al límite algunos comportamientos y situaciones sin hacer caso de las improbabilidades de algunas coincidencias: a él le importaba mostrar las experiencias humanas en situaciones extremas.

Las citas y alusiones bíblicas fueron para él lo que los mitos para los dramaturgos griegos. A veces son indirectas, como las que brotan de la conversación del padre Zósima en Los hermanos Karamázov, pero a veces son totalmente directas, como la lectura del pasaje de la resurrección de Lázaro en Crimen y castigo, o como la cita evangélica que abre Los demonios y que se comenta en el interior de la novela para dar una de sus claves. Luego, sus personajes suelen tener sueños o alucinaciones reveladoras y no son nunca gratuitos los relatos interpolados en la narración –de los cuales el más conocido es “El Gran Inquisidor” en Los hermanos Karamázov–.

En especial, se ha de atender al desarrollo, tan bien orquestado, de las grandes escenas donde comparecen muchos personajes –la que tiene lugar en la comida posterior al entierro de Marmeládov en Crimen y castigo o la que ocurre, al principio de Los demonios, en la casa de Varvara Petrovna, la madre de Stavroguin, entre otras–. Con esa técnica narrativa de concentrar tantas acciones en un punto crítico, el momento presente adquiere la máxima importancia: Dostoievski, por boca del narrador de Los demonios, pide a sus lectores que tengan en cuenta que hay momentos “en los que de pronto toda la esencia de la vida, todo lo vivido, todo el presente y, seguramente, todo el porvenir, se concentra, como iluminado por un foco”.

Un atractivo permanente

El atractivo de las obras de Dostoievski está en que tratan de gente real que pasa por dificultades reales. Y esto resulta evidente a pesar de la extrañeza que pueden causar los modos de vida y de comportamiento propios de su sociedad; a pesar de que sus obras contengan referencias a escritores que muchos lectores pueden conocer poco; y a pesar de que haga frecuentes alusiones a la identidad nacional rusa, o a decir si algo es o no propio del alma rusa, que no resultan cercanas a una mayoría de lectores y que incluso pueden sonar exageradas.

Dostoievski intentó ir a la raíz más honda de los problemas humanos: para sus héroes, la existencia o no existencia de Dios es lo que da sentido a la vida

Sus diálogos, aunque sean largos y en ellos notemos una vehemencia desmedida, son vivos y presentan verdaderos y variados problemas personales. Al leerlos identificamos el desasosiego y las inquietudes de sus héroes en nosotros mismos o en quienes tenemos alrededor, y comprendemos por qué Stefan Zweig dijo que “nunca antes de Dostoievski habíamos sabido tanto de esta multiplicidad de sentimientos, de esta amalgama de fuerzas que anida en nuestras almas”. Además, sus desenlaces abiertos, que descolocan a quienes esperan las soluciones fáciles de mucha literatura popular, nos hacen ver que tenemos delante relatos que pueden tener acentos de melodrama pero que no lo son en absoluto.

A la hora de hablar de la riqueza interior de los personajes de Dosto-ievski vale la pena mencionar que fue él quien, apoyado en una tradición previa –autores como Hoffmann o Poe–, desarrolló más la cuestión del desdoblamiento de la personalidad. Deseaba dramatizar en una sola voz las múltiples voces de la conciencia humana, cosa que hizo en su segunda novela, El doble. Y varias veces más volvió a presentar protagonistas enfrentados, como el príncipe Mishkin y su rival Rogozhin (El idiota), y a incluir referencias a la cuestión por medio de Stavroguin (Los demonios) y en los coloquios entre Iván y Smerdiákov y entre Iván y el diablo (Los hermanos Karamázov).

Otra razón del atractivo permanente de Dostoievski es que se centra en las grandes preguntas que nunca pasan. A él le inquietaban la pobreza en la que vivían muchos y las injusticias que sufrían, como se aprecia en Humillados y ofendidos, pero más todavía le preocupaban el declive del bien y la preponderancia del mal, sobre todo cuando este se imponía como consecuencia de comportamientos rechazables. En particular, le causaban espanto los malos tratos a los niños, un tema que trató con especial intensidad en Los hermanos Karamázov. Ahí, después de presentar las crueldades que se cometen contra los niños como la mayor acusación posible contra Dios, hace notar que Dios no da explicaciones directas –cita el Libro de Job, cuenta que Jesucristo calla por completo frente al Gran Inquisidor, pone de manifiesto cómo el monje Zósima y el joven Aliosha Karamázov acompañan en silencio a quienes sufren…– y sugiere, por tanto, que la respuesta de Dios y de los justos es hacer suyo el sufrimiento de todos y transformarlo en un amor que cambia el mundo.

Un guía excepcional

Ahora, para explicar un poco por qué Dostoievski es un guía en el que confían muchos escritores y lectores, en primer lugar hay que hablar de su honradez literaria. Aunque eran indudables sus deseos de cambiar tantas cosas de la sociedad en la que vivía, no escribió con intenciones adoctrinadoras o didácticas como, por ejemplo, sí lo hizo Tolstói. Sus obras no fueron el resultado de un plan teórico sino relatos construidos para dejar hablar y actuar a cada uno de sus personajes, individualizándolos a todos, proponiendo y enfrentando distintos modos de ver las cosas. Al actuar así, han señalado sus críticos, no intenta imponer lo que piensa él mismo, sino que desea dar voz, con toda la fuerza que puedan tener sus argumentos, a quienes piensan de otros modos. Por otro lado, nunca cae en la trampa de dar soluciones simplistas a cuestiones éticas tan difíciles como las que plantea.

Es un buen guía, también, porque no elude las situaciones y cuestiones más difíciles de la vida, tomadas de sus experiencias personales y, como se sabe por sus diarios y se indica en las mismas novelas, del periodismo que informaba de los sucesos más truculentos que ocurrían en su entorno: a diferencia de otros importantes escritores, consideraba indispensable leer la prensa y, en particular, ese tipo de noticias. Sus obras hicieron frente a esos hechos procurando mostrar las encrucijadas ante las que se veían las personas y la sociedad. Esto se aprecia en sus novelas extensas –Crimen y castigo, Los demonios y Los hermanos Karamázov son las más conseguidas–, pero también en sus restantes obras, que además se comprenden mejor cuanto más se aprecia la luz que unas arrojan sobre las otras, un punto que la monumental biografía de Joseph Frank sobre el autor ruso muestra bien.

Es un guía fiable, además, porque conduce hacia el bien de modo esperanzador. En una de sus libretas de apuntes Dostoievski decía de sí mismo que no era psicólogo sino que era “realista en un sentido superior”, que deseaba representar las profundidades del alma humana y que pretendía “encontrar al hombre en el hombre”, y tal realismo es particularmente poderoso al presentar el bien. Esto se nota en que, al igual que habían hecho sus colegas –recordemos a los héroes de Gógol, o Turguénev, o La muerte de Iván Ilich de Tolstoi…–, Dostoievski creó no pocos personajes patéticos pero nunca los dejó encerrados en un molde fijo: siempre llega el momento en el que actúan “libremente” y muestran la capacidad de rectificar y de bien que hay en ellos.

Y es, por último, un guía excepcional para nuestro tiempo porque su gran deseo era representar a hombres y mujeres buenos en medio de un mundo trágico y tantas veces malvado. En sus intentos creó seres anodinos, con frecuencia ineptos, que aunque parecen fracasar también logran consolar o salvar a personas cercanas. Los más significativos son la compasiva Sofía (Crimen y castigo), el enfermizo Mishkin (El idiota), el monje Zósima y el silencioso Aliosha (ambos en Los hermanos Karamázov), el más conseguido, “un raro y convincente ejemplo de cómo la bondad puede hacerse dramática” –dice George Steiner– sin hacerla espectacular y manteniéndola en segundo plano. Son ellos, con su comportamiento paciente y discreto, los que saben, y nos enseñan –en palabras del filósofo italiano Luigi Pareyson–, a descubrir a Dios incluso “en el corazón mismo de la negación”.


Luis Daniel González es autor de La discreción del bien. Comentarios a las obras de Fiódor Dostoievski (Amazon, 2ª ed.: 2016) (ver Aceprensa, 30-07-2014). El texto aquí publicado es una adaptación del capítulo “Visión de conjunto”.

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