Buenos Aires.— Hace un año, en la última fila de butacas de la Cámara de Diputados de la Nación, había dos legisladores de un flamante partido, La Libertad Avanza, juntos y aislados del resto. Hoy son el presidente y la vicepresidenta del país.
El economista Javier Milei empezó su carrera pública como un ridículo mosquetero televisivo y logró una resonancia espectacular ayudado por su eficaz fusión de las poderosas culturas populares del rock y el fútbol, las que conoce muy bien.
Ante la sensación de que había fracasado todo lo conocido, la identificación de muchos jóvenes con el trombo emergente fue en modo tsunami y eso arrastró a los más adultos.
Hoy el gobierno de Milei es una alianza social para enfrentar la alternativa peronista, y como cualquier alianza, silencia potenciales debates internos explosivos, en este caso entre conservadores, libertarios y nacionalistas. Esos temas divisivos quedan tapados en lo que la diplomacia suele llamar “ambigüedad constructiva”. En especial, en estos momentos donde el gobierno ya trabaja con el horizonte del 2031.
Desperonizar el país
Este presidente representa la versión más extrema para desperonizar el país desde la última dictadura militar (1976-1983), incluso repudiando el concepto de justicia social. La nueva matriz de opinión oficial es que el peronismo dejó de ser el partido de los trabajadores y se convirtió en el partido del Estado, y que además aquel movimiento histórico colonizó mentalmente a sectores de otros partidos. El mileísmo emergente, en cambio, representaría a los que trabajan, que son “los argentinos de bien”.
Es un presidente libertario que recupera el estado gendarme: pequeño en su intervención en la economía y fuerte en la defensa del orden público. Pretende que las provincias asuman las obras públicas, la salud y la educación, y que el Estado Nacional se desentienda de esa gestión. Un sistema federal acostumbrado a negociar con los presidentes esos aportes económicos a las provincias se encuentra todavía desorientado con esta propuesta de “manos afuera” que propone el presidente.
Milei ha aplicado una amplia desregulación y ha recortado o suprimido subvenciones públicas
Se aplicaron, en decenas de industrias, desregulaciones que retiran o limitan la intervención estatal. Para ello se usaron dos herramientas centrales. El gobierno emitió un decreto de 366 artículos llamado Bases para la Reconstrucción de la Economía Argentina e impulsó desde su minoría parlamentaria la sanción de la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de la Argentina. Esta última ingresó al Congreso con 664 artículos y tras seis meses de negociaciones, finalmente fue aprobada con 266. En la gestión económica se inició una reducción inédita del gasto estatal: era del 44% del PBI y ahora es del 32%.
Un país con dos monedas
Milei, con su modo brusco de cortar y ver, puso en suspenso al Estado cajero automático. Así cuestionó a la universidad pública gratuita, al gasto en desarrollo científico, la ayuda social, los subsidios a la industria cultural o los beneficios a algunos sectores económicos. Cuando baje la polvareda de la irrupción libertaria en el Estado podremos ver cuán destructivas o no fueron esas decisiones.
En octubre del 2023 estábamos en una hiperinflación ascendente del 1% diario y, un año después, en un descendente 2,7% mensual. Como dice el economista Ricardo Arriazu, la complejidad para estabilizar la economía es que el país tiene dos monedas: el peso para las operaciones menores, y el dólar para las más grandes. Por eso, tienen que mantenerse estables los precios de las dos monedas.
Pero a pesar de las buenas noticias, los agentes económicos no responden de inmediato a los cambios en las reglas. Primero quieren comprobar si el nuevo orden es transitorio o permanente.
Lo mismo ocurre con la profunda reforma del rol del Estado. Desarticular esa trama es muy difícil. Todo puede volver a converger rápidamente hacia la situación anterior. Si los actores no se convencen de que el cambio es permanente, no lo va a ser.
Pero se puede borrar con una mano lo que se escribe con la otra. Javier Milei es un vector esencial en la devaluación de la palabra pública. Su nivel y arbitrariedad con el insulto es inédito para un presidente. Hace recordar la incontinencia para el ataque personal que tenía Vladímir Lenin cuando sentía que sus enemigos internos cuestionaban sus dogmas.
Es un gobierno moralista y, como tal, demonizante. La ametralladora verbal dispara en forma indiscriminada: contra sus recientes compañeros de ruta, sus funcionarios, sus aliados, los economistas críticos, sus opositores, los periodistas, los sindicalistas, los líderes sociales, los empresarios u otros presidentes internacionales. Por supuesto que la política tiene una innegable dimensión de batalla discursiva, pero Milei recupera el lenguaje de otras épocas demonizando a diestra y siniestra con su katana libertaria.
Milei contra Milei
Por ahora, la corte real de Milei es muy reducida y las salidas son especialmente abruptas. Parecen ejecuciones. Dos de sus funcionarios más cercanos y afines lo sufrieron. Su primer jefe de gabinete, Nicolás Posse, voló en mayo de este año, y la canciller Diana Mondino, en octubre. Ambos sufrieron el maltrato y el olvido, y aceptaron en silencio su ostracismo repentino. La relación con su vicepresidenta, Victoria Villaruel, está quebrada casi desde el inicio de su gestión.
El discurso de Milei contra los periodistas tiene una ferocidad especial. Y el objetivo de esa ira no son los periodistas más antagónicos, sino los que investigan o los que le hablan al espacio ideológico que tiene más cercanía con el gobierno. De hecho, el presidente Milei eligió al diario La Nación como antagonista, que tiene una historia de más de un siglo y medio defendiendo las ideas liberal-conservadoras. Pero La Nación le habla directamente a la audiencia de Milei. No son igual de peligrosos los medios que le hablan a los opositores al gobierno y que no llegan a esa laguna donde pesca votos el actual presidente.
Por eso, el gran enemigo de Milei es Milei. Si bien el presidente cada vez combina más agresión con negociación, el escenario se está llenando de heridos y agraviados que no están dispuestos a reconocer lo que sí hace bien. Incluso en sus encuentros con empresarios –más allá de un grupo muy afín- se percibe que lo miran con temor y distancia. La visibilidad de las agresiones invisibiliza la obra de gobierno.
El discurso agresivo de Milei, que le permitió dar la vuelta a la batalla electoral, ahora le puede privar de aliados para impulsar sus políticas
Lo mismo le pasó al kirchnerismo. Se puede hablar de un estilo kirchne-mileísta. Varios de sus logros fueron silenciados por la perversión de sus formas republicanas. Y finalmente todo ese universo agraviado se encauza en procesos electorales, donde la oposición cristaliza en la opinión pública esos maniqueísmos útiles. Los agraviados dependen del fracaso del gobierno para rehabilitarse. Y, como el peronismo suele ser más hábil en la oposición que en el gobierno, atrae ese malestar social a su campo magnético y lo convierte en votos.
La paradoja es que ese discurso agresivo fue el que le permitió dar vuelta el escenario político en una batalla electoral de seis meses durante el 2023. Es como las naves espaciales de Space X: el cohete que te llevó al espacio se tiene que separar de la nave principal para que esta pueda llegar a su destino. Para consolidar su obra de gobierno es necesario abandonar ese discurso violento. Pero la demonización siempre ha fabricado energías políticas transformadoras, aunque implique una degradación de la amistad social. Las sociedades siempre están atravesadas por múltiples conflictos y la demonización implica elegir alguno de ellos como la Cruz del Sur del gobierno.
Dólar y elecciones
Por último, Argentina es una sociedad con una desigualdad social extrema y persistente, a pesar de tener un histórico “impulso igualitario”, como dice el sociólogo Juan Carlos Torre. El porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza alcanza al 42,5 %. Los sucesivos fracasos económicos demolieron las expectativas de crecimiento de varias generaciones, y eso fomentó la emigración de dos millones de personas en la última década. En Chile, un modelo económico prolijo fue cuestionado masivamente en las calles por ser demasiado prudente para ofrecer expectativas de futuro a todos. La lección chilena es que no alcanza el éxito macroeconómico. Es fundamental gestionar la esperanza en el futuro. El gobierno que no logra convertirse en una fábrica de esperanza, se queda sin futuro.
Y en Argentina la esperanza tiene dos enemigos excluyentes. El primero es una repentina alza del dólar que provoque una corrida inflacionaria. Por eso, el shock libertario no llegó al mercado del dólar; saben que es la membrana más sensible de la vida argentina. Y su segundo enemigo mortal es, por supuesto, una derrota del gobierno en las próximas elecciones de mitad de término en octubre del 2025. Allí sabremos si la ruptura del tablero político que provocó Milei en el 2023 será transitoria o permanente. Ese resultado será una señal para los actores de encolumnarse en un cambio de régimen económico, o de entender este bienio libertario apenas como un paréntesis.
Por supuesto, los análisis corren el riesgo de la sobreinterpretación. Así como los mundiales de fútbol se pueden ganar por milímetros, lo mismo puede pasar en una elección. La reciente victoria de Trump ha desatado un tsunami de explicaciones que hubieran sido opuestas si ganaba Kamala Harris, y la diferencia de votos fue mínima. En Argentina, de casi 36 millones de votantes registrados, fueron 14.5 millones los que votaron a Milei, por lo que 21.5 millones no lo votaron.
Pero la política, por definición, gobierna construyendo relatos del pasado, presente y futuro. Como dijo el antropólogo francés George Balandier, lo real se dirige por medio de lo imaginario.
Fernando J. Ruiz
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral
Expresidente del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA)
Miembro de la Academia Nacional de Periodismo
2 Comentarios
…atención al futuro 2025 y al final del presente 2024. Apoyo al visionario y bravucón Milei!
Interesantes profecías y curiosos deseos. Es como si a Jimy Hendrix le hubieras pedido que tocase más bajito para que se le escuchara mejor. Un Hard Rock suavecito para escuchar mientras cobras el subsidio. Cuando tanto se pudre hace falta viento fuerte. Envidia me da Argentina.