Más allá de izquierdas o derechas, de filias y fobias; el mercado laboral en América Latina presenta rasgos comunes que aceptan lecturas e inferencias interesantes. Por ejemplo: la informalidad roza el 50% de la población económicamente activa y una cuarta parte del censo del continente vive en hogares donde los ingresos de trabajo no cubren las necesidades alimentarias de la familia.
Una frase cuya autoría se disputan un primer ministro inglés y Mark Twain, reza más o menos lo siguiente: “existen mentiritas, mentirotas y estadísticas”, así que primero los datos y la metodología para las conclusiones iniciales arriba apuntadas. Una muestra de diez países latinoamericanos y los promedios de distintas variables ayudan a encontrar “comunes denominadores” donde ninguna política social o programas de gobierno pasa la prueba de los indicadores elementales del mercado laboral y el bienestar relacionado al empleo para una población económicamente activa de poco más de 160 millones de personas.
En trabajo informal –aquél que se ejerce sin contrato laboral, sin seguridad social o sin prestaciones (puede ser alguna de las tres, dos de tres o las tres)–, el liderato se lo lleva Colombia, seguida de México, y al final de la nada honrosa tabla se encuentra Uruguay con un incómodo 23% de la población económicamente activa. En América Latina, vivir en la informalidad se ha convertido en un incentivo, ya que los sistemas fiscales o de seguridad social son subsidiados por los empleos formales, que en promedio alcanzan a la mitad de la población económicamente activa. El empleo formal importa porque, en toda la región se asocia a una mejor percepción salarial; es decir que los que trabajan en la informalidad ganan menos y tienen mayor probabilidad de encontrarse en una situación de pobreza laboral.
La pobreza laboral que, como se advierte, es la otra cara de la moneda, es una situación en la que el ingreso laboral de un hogar no es suficiente para alimentar a todos sus miembros. Es una verdadera tragedia del mercado de trabajo, aunque ello no quiere decir que esas personas no coman, sino que se alimentan a partir de remesas, transferencias o acceso a programas sociales. En situación de pobreza laboral se encuentra un cuarto de la población de toda Latinoamérica. Aunque algunos países como Brasil han hecho esfuerzos notables, mientras estos se limiten a transferencias y no se complementen con programas nutricionales y acceso a alimentos frescos o infraestructuras eficientes, será difícil erradicar este drama laboral. Mención aparte merece Uruguay como una rara avis en pobreza laboral: muy por debajo del promedio subcontinental, a razón del 12%.
Finalmente, el binomio salario mínimo y canasta alimentaria mantiene una constante dolorosa y engañosa del mercado laboral. En general, el salario mínimo latinoamericano sólo alcanza a comprar casi dos canastas alimentarias; sin embargo, en las familias de al menos tres miembros, el salario mínimo no basta para una canasta alimentaria por cada uno (sin hablar de gas, transporte y vestido, que entonces duplica costos). Ello habla del nivel de precariedad laboral como una constante en América Latina.
A juzgar por estos análisis, las políticas públicas, los tratados comerciales y los programas sociales no han logrado reconfigurar, en beneficio de la clase trabajadora, el mercado laboral en el subcontinente latinoamericano. Lo mejor está por verse…