La piel negra, un velado hándicap en Cuba

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“Para los negros en Cuba, la Revolución no ha terminado”. Bajo este título, el intelectual cubano Roberto Zurbano envió en marzo pasado un artículo a The New York Times, a manera de proclama que pusiera los puntos sobre las íes en el tema del racismo en la Isla.

Pero “traduttore, traditore”, y donde decía “terminado”, el diario estadounidense colocó “comenzado”, con lo que la polémica se avivó. Zurbano, a la sazón responsable del Fondo Editorial de la Casa de las Américas, recibió las críticas de algunos intelectuales cubanos, quienes salieron al paso de una visión que supuestamente desconocía los avances alcanzados en el tema de la igualdad racial en Cuba desde 1959.

Ciertamente, el racismo pervive en el país caribeño. No con respaldo alguno en la ley, desde luego. La Constitución de 1976 es bien clara al asentar que “la discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquiera otra lesiva a la dignidad humana está proscrita y es sancionada por la ley” (art. 42).

La letra, no obstante, a veces va por una parte, y la práctica por la otra. También la Constitución de 1940 –entre las más avanzadas de su época– consagraba este elemental principio de igualdad, y pese a ello, el propio dictador Fulgencio Batista, un mulato, se vio impedido de ingresar en el Havana Yacht Club porque la membresía debía ser selectamente blanca. Asimismo, en las glorietas de los parques de las grandes ciudades cubanas, las personas blancas paseaban por la zona interior, mientras que la más cercana al asfalto estaba reservada a “los de color”.

Muy pocos dirigentes en las más altas instancias son negros o mestizos

El proceso iniciado en 1959 pretendió borrar este tipo de prácticas, y hoy, en una misma escuela, en el mismo centro de trabajo, confluyen blancos, negros y mestizos con la mayor naturalidad. Sin embargo, en la conciencia popular perviven manifestaciones racistas que en las conversaciones entre blancos se traducen en frases como “yo, negros, solo los zapatos”, y, ante un error o un delito cometido por alguien de tez morena, sobrevienen las expresiones “tenía que ser negro”.

Escasa presencia en puestos claves
El fenómeno, sin embargo, trasciende el ámbito de la fraseología popular. La realidad es que, más de medio siglo después, la mayor parte de la población de los barrios marginales de La Habana o Santiago de Cuba es negra o mestiza. Igualmente, el grueso de la población penal pertenece a ese segmento, y no es infrecuente observar la escena de un policía solicitando la documentación a un joven negro, mientras que a otros coetáneos blancos puede que jamás se la hayan pedido.

Asimismo, muy pocos dirigentes en las más altas instancias son negros o mestizos. Solo muy recientemente, por ejemplo, el Parlamento cubano pasó a tener a un presidente negro (Esteban Lazo, un ex trabajador del sector azucarero que ha fungido como vicepresidente del Consejo de Estado por dos decenios), en consonancia quizás con los objetivos del Partido Comunista en su conferencia nacional de 2012, de promover mujeres, negros, mestizos y jóvenes a los cargos de dirección.

Por otra parte, en el sector del turismo, primera fuente de divisas, los principales puestos en hoteles y empresas fueron ocupados por blancos. Negros y mestizos quedaron relegados a una segunda fila, y mientras los espectáculos culturales ofrecidos al turista están pletóricos de alusiones al folclor afrocubano, y se promueve implícita o más descarnadamente la imagen de que Cuba es tabaco, azúcar, ron y hermosas mulatas, en los puestos directivos de esta rama económica no abundan los que, eufemísticamente y en voz baja, muchos denominan “de color”.

Los ciudadanos blancos han tomado parte más activa en las pequeñas empresas, gracias a las transferencias enviadas desde el exterior

La emigración, principalmente blanca
El proceso de reformas puesto en marcha por el gobierno del presidente Raúl Castro desde 2010 pretende insuflar nuevos aires a un país que se fue estancando económicamente gracias a una interpretación demasiado esquemática del socialismo.

Pero a esta apertura, opina Zurbano, “los negros llegamos en desventaja”. Uno de los hándicaps advertidos por el intelectual radica en que el grueso del exilio cubano está conformado por personas blancas, primeramente por quienes emigraron desde principios de los años sesenta, muchos de ellos antiguos propietarios que se vieron afectados por las nacionalizaciones. Los que nada o muy poco tenían, entre ellos los negros, relegados por una burguesía mayoritariamente blanca a una esquina de la sociedad, se quedaron en el país con la esperanza de que la sociedad de iguales que se edificaría les beneficiara.

Así fue, hasta que los apuros económicos de los años noventa afectaron el equilibrio social, y quienes tenían un familiar en el exterior que les enviaba remesas en dólares comenzaron a sobresalir respecto a quienes no lo tenían. Cuando en 2010 el gobierno de La Habana abrió las puertas a la pequeña empresa privada, así como a la compraventa de autos, casas y otros bienes, los ciudadanos blancos tomaron parte más activa en estas iniciativas económicas, gracias a las transferencias enviadas desde el exterior. No es extraño, pues, que ellos sean los mayores beneficiados de la denominada “actualización del socialismo cubano”.

Los nexos de identificación del negro cubano con sus lejanos ancestros africanos son muy difusos

¿Potenciar la negritud?
Según las estadísticas oficiales del censo de 2002, la población cubana está formada por un 64 por ciento de personas de piel blanca, un 25 por ciento de mestizos, y un 10 por ciento de personas de piel negra, con una tendencia al alza de la segunda. Curiosamente, a pesar de esto, la percepción de muchos ciudadanos de la capital es que la mayor parte de la población del país es negra o mestiza.

A esta visión puede contribuir la multitudinaria presencia de ciudadanos negros en las manifestaciones culturales afrocubanas o en la música popular (la mayor parte de los integrantes de los conjuntos musicales son negros o mestizos), y sucede así también en el deporte, donde destacan como mayoría visible en las disciplinas de combate, así como en el béisbol, el voleibol, el básquet, etc.

Suele decirse, sin embargo, que en Cuba “el que no tiene de congo, tiene de carabalí”, para apuntar que los orígenes étnicos están bastante entremezclados desde la época colonial.

También en el discurso oficial, así como en los textos escolares, se apela con frecuencia al prócer de la independencia cubana, José Martí, quien sentenció que “no hay razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro”.

En consonancia con esto, los documentos de identidad o los formularios oficiales tienen como categoría “color de la piel” (junto a las de “color de ojos”, “peso” y “talla”). Es esa también la manera en que se identifica a los encuestados en los censos de población, y no bajo la forma “grupo étnico”, pues, en puridad, es imposible rastrear los orígenes congoleses, nigerianos o senegaleses de ningún cubano, ¡y casi todos con apellidos castellanos, vascos, catalanes, etc.!

Sin embargo, esto no es suficiente para acabar con los prejuicios, y quienes se sienten discriminados han promovido iniciativas que, buscando sepultar una diferencia artificial, pueden, sin proponérselo, hacer más visible la división. Botón de muestra es la denominada Cofradía de la Negritud, organización creada en 1998, y que tiene como logo de presentación de su web el símbolo religioso afrocubano de un ojo humano con una lengua atravesada por un puñal y goteando sangre, con lo que los fundadores parecen estimar que todos los ciudadanos negros cubanos se identifican necesariamente con la santería, algo bien alejado de la realidad.

La entidad ha presentado a la opinión pública un loable grupo de aspiraciones, como que se impida la discriminación contra negros y mestizos en el acceso a empleos en el sector del turismo o de las ventas en divisas; que se establezcan medidas para garantizar los requerimientos nutricionales de los niños procedentes de familias de muy bajos ingresos (que suponen mayoritariamente no blancas), y que se creen centros de estudio individual en barrios marginales, a donde puedan acudir los estudiantes que no dispongan en su casa de las condiciones elementales para sentarse a hacer las tareas escolares.

Sin embargo, algunas de sus propuestas chirrían por lo exótico, como que se establezca un “Comité por la Eliminación de la Discriminación Racial en Cuba”, a semejanza de su homónimo de la ONU, o que se desarrollen unas particulares relaciones “pueblo a pueblo” entre Cuba y los países africanos y sus diásporas, pese a que, como se ha dicho, los nexos de identificación concretos del negro cubano con sus lejanos ancestros son muy difusos, y el último africano que fue esclavizado y llevado a la Isla hizo el viaje tal vez en la primera mitad del siglo XIX.

Si, además, se revisa someramente el destino de la emigración cubana desde el siglo XX, se apreciará que los destinos escogidos libremente por ciudadanos de cualquier color de la piel han sido EE.UU. y Europa, no África, por lo que una pretendida “nostalgia de los orígenes” está fuera de lugar. Otra idea, la de crear espacios para sistematizar los sistemas religiosos de raíces africanas, suena extraña en un país en el que existen ya asociaciones de este tipo, como la yoruba, y en el que las religiones afrocubanas son el rito habitual de millones de cubanos, con independencia de si sus antepasados fueron guerreros bantúes o hidalgos segundones de Andalucía.

En efecto, el racismo, la discriminación velada, siguen acechando. Pero está por ver si, para vencerlos, vale de algo atrincherarse en un parapeto diferenciador.

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