Violeta Dávila: “La cultura es un antídoto contra el miedo irracional”

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Violeta Dávila
Foto: Santi G. Barros

Violeta Dávila (Cádiz, 1980) es una “agitadora cultural” que construye puentes. Ojeadora de tendencias. Tasadora de verdades en un bazar donde hay oro, plata, incienso, mirra, barro y heces. A veces, en sentido literal. Como en botica.

Bibliófila. Evaluadora de propuestas interesantes levantadas sin muros. Especialista en poner la oreja y acercar el megáfono a quienes no han venido a la cultura a hablar de sí mismos, sino a dialogar, a reflexionar en voz alta, a fortificar sociedades maduras, libres, inquietas y con honesto espíritu crítico.

En enero de 2015, esta gaditana con mar de fondo cofundó Cooltural Plans, “porque no encontrábamos espacios que acogieran nuestras inquietudes en la oferta cultural madrileña de entonces”. Esta iniciativa “nació con vocación de sacar la cultura de su contexto habitual y acercarla a la gente de una forma diferente y disfrutable”. De aquel paso surgió después Be Cooltural, una agencia creativa de gestión y comunicación cultural que mantiene “una vocación divertida y transformadora”.

Estamos en la Fundación Ortega-Marañón. Chamberí. Madrid. Aquí se despliega hasta abril una exposición fotográfica titulada “Inteligencias. El dilema del poder humano: de las alucinaciones artificiales al imaginario colectivo”. La visten obras, sobre todo, de Luis Gaspar, pero también de Perejaume, Bleda y Rosa, Joan Fontcuberta y Jordi Bernadó, cedidas por la Colección Banco Sabadell.

La muestra es una reflexión en 3D sobre la interrelación entre inteligencia humana, inteligencia artificial e inteligencia colectiva. Y acaba con esta cita de José Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo (1923): “El caso es que la realidad, como el paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente ciertas y auténticas. La única perspectiva falsa es la que afirma ser la única”.

Con semejante sentencia como punto y final de la exposición, y cien años después, inauguramos esta conversación sobre perspectivas de la cultura de nuestro tiempo entre Ortega, Marañón, la vida y Dávila.

– ¿Qué fin busca una “agitadora cultural”?

– Intentar contagiar la pasión por la cultura a otras personas.

– Tu implicación en la vida cultural nace de una premisa potente: “Creemos en el valor transformador de la cultura”.

– Creemos en el valor transformador de la cultura, porque lo hemos experimentado. A lo largo de más de diez años organizando eventos, acciones para marcas o festivales, hemos conocido a expertos y expertas en distintas materias relacionadas con la cultura, entre escritores, directores, poetas… Todo lo que hemos escuchado y lo que han compartido con nosotras, y todas las puertas de conocimiento que hemos abierto después, nos han transformado la mirada. Ahora miramos de una forma diferente, más amplia. Ahora somos capaces de entender mejor al otro.

– ¿Qué cultura es la que transforma?

– En Be Cooltural entendemos la cultura como un punto de encuentro, de diálogo, de escucha: un espacio seguro de intercambio. Lo cultural debería llevarnos a ser ciudadanos y ciudadanas con pensamiento crítico, a buscar la verdad, a entender a los demás, y a encontrar alternativas para levantar, entre todos, un proyecto de sociedad más justa y más ética.

“Si dudas, si no te sientes excluido, si creas entornos en los que la palabra no agrede, se genera un caldo de cultivo de transformación positiva”

– ¿Qué tipo de transformación provoca esa cultura?

– Cuando escuchas y participas en un diálogo sin prejuicios, es imposible no verse transformado. Si dudas, si no te sientes excluido, si creas entornos en los que la palabra no agrede, se genera un caldo de cultivo de transformación positiva. Podemos escuchar y disentir, cambiar de opinión o, simplemente, pensar que aún nos queda mucho por aprender para formarnos una determinada idea sobre cada cuestión. Eso es transformación. La plasticidad es una virtud.

– ¿La cultura es opinión pública o petit comité?

– Puede ser ambas cosas. Las políticas públicas se traducen en oportunidades para que la cultura pueda llegar a todo el mundo. El derecho a participar en la vida cultural, a disfrutar de las artes y a compartir los avances científicos y sus beneficios, está establecido en el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero cuando nos reunimos con amigas a discutir un libro en nuestro club de lectura, o cuando comentamos lo mucho que nos gustó esa exposición, esa obra de teatro o tal película en nuestros círculos más cercanos, también se está generando un intercambio cultural.

– Eres comisaria de la exposición fotográfica “Inteligencias. El dilema del poder humano: de las alucinaciones artificiales al imaginario colectivo”, que acoge hasta abril la Fundación Ortega-Marañón. Con ella, entre otras cosas, defiendes el poder de la inteligencia colectiva en una sociedad que algunos califican de hiperindividualista.

– Creo en el poder de la colaboración. Creo firmemente en el poder de un grupo de personas para resolver problemas de manera conjunta. La inteligencia colectiva ha conseguido los mayores avances de la humanidad y ahora, con el uso de las nuevas tecnologías, pueden amplificarse esos logros. Pero la inteligencia colectiva parte de una propuesta de la inteligencia humana, individual, sobre la que trabaja y a la que perfecciona.

“Es importante construir narrativas culturales que nos devuelvan la esperanza”

– ¿Tener miedo al progreso es de incultos?

– Tener miedo es algo natural y, hasta cierto punto, nos señala un camino especial hacia lo que realmente amamos, valoramos o queremos conservar. El miedo puede, incluso, incentivar nuestra movilización ante situaciones injustas. El problema del miedo es caer en el pesimismo y en la desolación, y de ahí la necesidad de contrarrestarlo. Ese miedo pesimista provoca una huida de nuestras obligaciones cívicas y de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Pensamos que no hay nada que hacer, que todo está perdido, y nos creamos nuestras propias corazas inescrutables que parapetan las esferas de nuestras vidas privadas. Por eso es importante construir narrativas que nos devuelvan la esperanza: una esperanza racional, basada en hechos y en datos. Me refiero sobre todo a la esperanza como virtud democrática. Dentro de esas virtudes cívicas que debemos cultivar, la cultura, las artes, la filosofía y todas las humanidades juegan un papel crucial, porque nos convierten en ciudadanos pensantes y críticos. La cultura nos hace estar más atentos a nuestra realidad. Por eso, es un antídoto contra el miedo irracional.

– Coincido en que la cultura, o genera esperanza y luz, o engendra oscuridad y suicidios, porque se cierran todas las salidas.

– Sí. Pero la cultura también debe hacernos pensar y remover nuestras estructuras, y enseñarnos realidades que, a veces, no queremos mirar. La cultura no tiene que ser complaciente. A veces genera malestar y eso nos permite salir de nosotros mismos y contemplar otras realidades. Para mí es importante que la expresión artística nos acerque a los demás.

– ¿El progreso sin alma es de incultos?

– El ser humano tiene una gran necesidad de encontrar significado a su existencia. Citando el título de un libro de George Steiner que me marcó mucho, sentimos “nostalgia de lo absoluto”. Necesitamos certezas y significados absolutos. A lo largo del siglo XX, Steiner reflexionaba sobre los intentos por suplir ese vacío que dejó la pérdida de influencia de la religión, a través del marxismo, el psicoanálisis o el estructuralismo. Pero no se trataba de sustituir un dogma por otro. Cuando reflexiono sobre este tema, recuerdo haber escuchado a Javier Gomá diciendo: “La vida no tiene sentido y lo único que lo tiene es la dignidad. Vivir con dignidad y hacer la vida digna es lo importante”. Es posible que así sea. Es un hecho que la cultura refleja ese afán de búsqueda que inunda todas las existencias.

– El enfoque de esta exposición surge de las conclusiones de un laboratorio de ideas en el que han participado sesenta expertos de distintas disciplinas. En él se detectaron ocho temas “cruciales de nuestro tiempo”: democracia, igualdad, globalización, pensamiento, educación, vanguardias, narrativas y sostenibilidad. ¿Cómo interpretas tú misma ese octaedro?

– La modernidad, los avances científicos y tecnológicos, y todo este salto cualitativo tan extraordinario que ha experimentado la humanidad en los últimos 200 años, tiene un peaje: convivimos con una creciente complejidad, que va aparejada al progreso. Los retos a los que nos enfrentamos requieren una reflexión colectiva cada vez más profunda, sosegada y analítica. Hace cien años, Ortega y Gasset insistía en que cada generación debe preguntarse cuál es su misión y cuáles son las cuestiones fundamentales de su momento histórico. Conocer las prioridades es el primer paso para abordarlas y buscar alternativas que sirvan para construir un futuro mejor para todos. El resultado de todo ese proceso de este tiempo en punto es lo que hemos intentado llevar a la exposición.

– En estos tres años que llevo haciendo entrevistas a fondo en Aceprensa, detecto algunas ideas bastante generalizadas relacionadas con la cultura y la sociedad que me gustaría contrastar contigo. Aquí va la primera: la cultura se percibe más como un gran puente social que como un muro de ideas orgullosas.

– Sí. Definitivamente, la cultura y la expresión artística nos acercan al otro. Incluso puede ser un ascensor social. Existen múltiples proyectos en los que, por ejemplo, se utiliza la música para dar una salida a comunidades o a jóvenes que viven en situación de marginalidad. Por ejemplo: me encanta la labor que desarrolla la Fundación Dudamel, o la que se lidera desde Barrios orquestados.

– Las personas que piensan y proponen tienen una gran ilusión por el diálogo con sustancia y un rechazo al diálogo del postureo.

– A veces, ese postureo se produce por “querer estar” y no tanto por “poder contribuir” al diálogo. En los debates y en todo el proceso de reflexión generado en el Laboratorio de Ideas “Temas de nuestro tiempo”, celebrado en la Fundación Ortega-Marañón durante más de un año, el foco se ha puesto en las ideas, no en los expertos que han participado.

Ese afán de conversar lo vemos también en las obras de Juan Mayorga, por ejemplo, que, además de ser un dramaturgo brillante, es un gran pensador. O en la obra de Irene Vallejo, que con “El infinito en un junco” y sus artículos hace una gran labor paralela por conectar cultura y sociedad. Su defensa de las humanidades y de los clásicos es una gran contribución para nuestra época cultural.

“Debemos desconfiar de las ideas que nos llevan a las trincheras o fomentan más la polarización”

– La gran apertura de los intelectuales no ideológicos.

– Yo creo que los intelectuales deben ser ideológicos, en la medida en que aportan ideas y pensamiento en un momento cultural y político concreto. El error de sistema puede estar más en qué creemos que son las ideologías. Las ideas no deben ni pueden estar talladas en piedra, y tampoco debemos fiarnos de las que nos llevan a las trincheras o fomentan más la polarización. Las ideas se transforman y evolucionan. Hay ideas fallidas, algunas que pierden utilidad y otras que deben ser defendidas desde todos los ámbitos, también desde la cultura. Me interesan muchos los intelectuales que se preocupan por la ética, y los que pueden mostrarse críticos, si es necesario, con su espectro ideológico sabiendo muy bien tender puentes entre personas que asumen formas muy diferentes de pensar, como Michael Ignatieff, Martha Nussbaum, Adela Cortina, Javier Gomá, Diego Garrocho, Remedios Zafra, el fallecido Zygmunt Bauman

Violeta Dávila
Foto: Santi G. Barros

 

– El atractivo de las personas que hablan, pero antes saben escuchar.

– Eso me recuerda lo que recomendaba Antonio Machado: “Para dialogar, preguntad primero; después… escuchad”.

– El ocaso de las ideologías sordas.

– Más que ideologías sordas, parece que estamos ante políticos sordos que alimentan una ciudadanía sorda a la que acaban dividiendo en bloques incapaces de relacionarse. La polarización y la desinformación conviven bien con la sordera pública. Escuchar nos hace más justos. Si el espíritu crítico y la cultura no nos conducen a ser mejores personas, no tienen mucho sentido.

– La vida real trasciende el “sólo izquierda” o “sólo derecha”.

– Desde luego. Es importante encontrarse en un punto intermedio y reconocer la legitimidad del otro. En mi caso, trato de poner siempre en cuarentena los extremismos y las soluciones fáciles.

– La mezcla de sentido común y sentido del humor es un cóctel esplendoroso para proponer ideas.

– Somos más propensos a no rechazar una idea cuando nos hace sonreír, cuando nos sorprende por su ingenio, o cuando percibimos que el que la expone no se toma a sí mismo tan en serio. Esa inteligente ligereza nos hace bajar la guardia defensiva. En cualquier caso, el humor es una cosa seria. El significado de la risa y lo que palpita detrás de lo risible ha ocupado a los más grandes pensadores, desde Aristóteles. Recomiendo especialmente leer La risa, de Henri Bergson, y La risa caníbal, de Andrés Barba.

– En el ámbito de la cultura, el arte o el pensamiento, “sugerir” gana la partida a “provocar”.

– Esto, quizás, depende más de a quién le preguntemos. A mí, sugerir me resulta más eficaz, pero también creo que la provocación puede ser oportuna en algunos momentos. Dicho esto: si todo lo cultural fuera una mera provocación, estaríamos ante una perspectiva muy vacua.

– De una cultura postcristiana, surge un reconocimiento de la verdad del cristianismo y su impacto social.

– Sobre este aspecto, destacaría La idea de Europa, de George Steiner. Debemos recordar que Europa se funda en la fe y en la razón. El cristianismo y la filosofía griega son las piedras angulares de la tradición europea.

– Un tema creciente: la profunda defensa de la familia y su conexión con nuestra identidad y nuestra felicidad.

– Me gustó mucho ese enfoque en Feria, de Ana Iris Simón. Aunque me separo del debate por instinto cuando un tema como la familia se convierte en carne de batalla cultural y en confrontación constante.

– La imperiosa necesidad de la conciliación social no es un reto político, sino una obligación moral de las sociedades avanzadas.

– Pedro García Cuartango es un empleo muy claro en el panorama periodístico y cultural español. Es difícil encontrar autores como él, que reivindican la honestidad intelectual, el entendimiento y también la duda, porque no tiene sentido habitar siempre entre grandes certezas; porque eso, a veces, provoca posicionamientos de trinchera. Su erudición, su conocimiento filosófico y su cultura, que afloran siempre como sin querer, es muy potente, aunque a veces sea excesivamente pesimista.

– La crisis de confianza en el periodismo y la necesidad de resucitar su honestidad.

– David Jiménez, en El director, nos dejó ver el porqué de esta pérdida de confianza en los medios. La gente no compra los periódicos y los medios –las revistas lo están capitalizando muy bien– han encontrado otro modelo de negocio con el branded content o los eventos. La información ya no es lo más rentable.

– Más cosas que veo conversando con gente diversa para Aceprensa: sed de trascendencia, el fracaso del relativismo, la batalla cultural como una guerra que no construye nada sano, el desprecio a la ortodoxia radical, el hambre de mejorar el autoconocimiento, también por salud mental… ¿Qué otras ideas o tendencias ves tú en la cultura contemporánea?

– La digitalización de la cultura y el auge de la cultura en línea. Estamos en un momento crítico, porque la inteligencia artificial sigue viéndose como un enemigo. En parte, porque no todos sabemos manejarla de la misma forma, o no tenemos el mismo acceso, y eso genera una desigualdad inmensa. Pero terminaremos contando con ella como una herramienta, como ha sucedido con otras tecnologías previas. Para instaurar el progreso ético que necesitamos es importante recuperar el control y concienciarnos de nuestra responsabilidad en el desarrollo de las tecnologías.

“La velocidad de las tecnologías y el ritmo de la inmediatez también nos ayudan a ser más conscientes de todo nuestro mundo”

Otra cuestión candente es la hibridación cultural. No sólo me refiero al mestizaje creativo entre la inteligencia humana y la artificial. Vivir en un mundo en el que cada vez estamos más interconectados supone la fusión creciente de más territorios culturales, como nos demuestran Rosalía o C. Tangana.

Destacaría también algo que es común a muchas épocas, pero que es positivo y que en nuestro tiempo tiene señas inéditas de identidad: la conciencia social y ambiental de la cultura. La velocidad de las tecnologías y el ritmo de la inmediatez también nos ayudan a ser más conscientes de nuestra realidad. Sabemos lo que ocurre en todo el mundo casi en tiempo real. Eso nos diferencia de generaciones anteriores y se expresa adecuadamente desde el mundo del arte y de la cultura, en general.

La diversidad es otra tendencia optimista. Cada vez leemos a más escritoras o escritores de países africanos o asiáticos. Cada vez veremos más cine y más obras de arte provenientes de autores de puntos geográficos de los que antes no teníamos ninguna noción cultural. Eso nos interconecta y nos acerca más íntimamente, humanizando progresivamente la globalización.

– ¿La realidad que destila la cultura es profética para las sociedades futuras o sólo un apunte intelectual de las élites? ¿Lo que vemos hoy en la cultura retratará la sociedad del futuro?

– Si definimos como “cultura” al conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a una sociedad o grupo social en un determinado momento, deduciremos que la cultura es la foto que se toma a una generación. Es nuestra identidad. Nunca he creído en la cultura con adjetivos. Creo en la educación, en la curiosidad, en la inquietud del espíritu y en una sociedad en la que se fomente el acceso y la participación a la vida cultural.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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