¿Es posible transformar el sufrimiento en una profunda humanidad? ¿Es posible hacer de la fragilidad el sostén de la belleza? Sophie Barut (Grenoble, 1972) es arquitecta de interiores, escultora, artista y escritora. Desde hace media vida tiene mil preguntas, mil sugerentes respuestas y ha dado mil pasitos hacia adelante en el camino hacia la esperanza después de que a los ocho meses de la inmensa alegría de su boda se apagara drásticamente la luz. Off. Fundido a negro.
Cuando ella había cumplido 25, Cédric, su marido, salió una noche a hacer ciclismo de montaña para airearse después de un día de trabajo. Choque frontal contra un coche. Al volante, un conductor borracho. Meses de hospital. Muchas semanas en coma. Traumatismo craneal. Se desplaza en silla de ruedas. Habla muy bajo. Y sufre profundos problemas cognitivos que le impiden trabajar. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Cómo? ¿Cómo se sale de este pozo inoportuno?
Ocho meses después de las campanas de 1997 empezó un parto prematuro y fuera de guion. Casi tres décadas subiendo un himalaya inesperado. En la travesía, oscura muchas veces, ella misma se ha convertido en una Victoria de Samotracia de carne y hueso. De cera que arde y aleación metálica que brilla. Una casa en Lyon. Un marido. Cuatro hijos de entre 21 y 14 años. Una historia. Un arte.
Sophie es una escultora francesa conocida por sus obras en bronce realizadas con la técnica de la cera perdida. Su trabajo explora temas como la fragilidad, la infancia, el equilibrio, la discapacidad, la fuerza vital interior, la belleza de la amistad o el amor. Moldea temas esenciales y los convierte en piezas sólidas como pilares.
El año pasado publicó Volveré antes de que anochezca (Rialp, 2024). Sur de Francia. Invierno. Luces. Conversación. On.
— La fragilidad es un tema central en tu obra. Desde un punto de vista antropológico, ¿cómo crees que la fragilidad define la experiencia humana y qué papel juega en nuestra sociedad?
— Todos somos frágiles. Algunas discapacidades son visibles. Otras no, pero todos tenemos nuestras heridas y nuestros límites. Cuando la fragilidad es visible, como en el caso de una discapacidad física como la que padece mi marido, es una señal nítida de que la persona necesita a los demás. La dependencia se convierte en un signo evidente de nuestra interdependencia. Aunque lo cierto es que todos nos necesitamos y, a veces, nuestra sociedad lo olvida. Todos somos seres dependientes de las relaciones humanas. La fragilidad es una realidad que nos lo recuerda.
“La discapacidad es una limitación innegable, pero puede ser una fuente de belleza si suscita en los demás la compasión, la ayuda y el diálogo”
— En tus esculturas, la discapacidad no es una limitación sino una fuente de fuerza y belleza. ¿Cómo llegaste a esta visión y cómo esperas que influya en la percepción de los demás sobre la discapacidad, sin necesidad de corsés políticamente correctos y, quizás, paralizantes?
— En mis esculturas, la fragilidad está simbolizada por un pequeño pájaro dorado, precioso y delicado. La discapacidad es una limitación innegable, pero no es solo eso. Puede ser una fuente de belleza si suscita en los demás la compasión, la ayuda mutua y el diálogo. Porque los seres humanos somos bellos cuando ponemos nuestra fuerza y nuestras posibilidades al servicio del más frágil. Paradójicamente, somos fuertes cuando tomamos conciencia de la fragilidad de la vida. La discapacidad nos recuerda lo frágil y preciosa que es la vida. La discapacidad es un revelador que nos saca de nuestra zona de confort.
— Lógicamente, Cédric ha tenido una influencia significativa en tu vida y en tu arte. ¿Cómo ha moldeado tu propia historia personal tu comprensión de la resiliencia y la vulnerabilidad?
— Su accidente de bicicleta ocho meses después de nuestra boda fue un tsunami para nosotros. Nuestros proyectos y nuestra vida de pareja joven fueron aniquilados. Poco a poco entendí que, si quería avanzar en la vida, feliz y en coherencia con la promesa de mi matrimonio, tenía que adoptar otra postura frente a la realidad, porque si no, mi ira y mis quejas se volverían, enfurecidas, contra mí. Debía avanzar y dejar espacio para vivir cada momento presente, evitar sumergirme con Cédric en sus angustias, identificar mis espacios de reabastecimiento, como la cultura, el deporte, la naturaleza…; contemplar la belleza de la vida y no distraerme con el resto, celebrar todas las pequeñas victorias y progresos de mi marido, sacar de mi familia y de mis amigos la energía necesaria para seguir adelante sin tristeza, saber llorar, confiar en la oración todos mis temores, verbalizar mi pena, luchar con mi marido contra sus discapacidades, no contra él…
“No se puede vivir a medias. Ante una dificultad, hay que ir con todo, porque, si no, los problemas, que también son oportunidades, nos consumen por completo”
— Tu libro Volveré antes de que anochezca ofrece una visión muy íntima de tu historia. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién?
— Quería compartir mi historia para dar esperanza a las personas que se encuentran ante una prueba que consideran insuperable. Quería que pudieran entender que la naturaleza humana es sorprendente y que podemos superar los duros golpes de la vida con la ayuda de los demás, del conocimiento propio y, en mi caso, de la fe. Los problemas nos obligan a descubrir la verdad más profunda sobre uno mismo y sobre nuestros objetivos en la vida. No se puede vivir a medias. Ante una dificultad como la discapacidad, hay que ir con todo, porque si no, los problemas, que también son oportunidades, nos consumen por completo.
— ¿Escribir ha sido una necesidad terapéutica? ¿Te ha hecho bien compartir tu diario personal y todas las reflexiones que ha desencadenado tu historia?
— Mi libro está basado en un diario personal que escribía desde los 12 años. Las palabras escritas siempre han sido muy importantes para mí. Toda mi vida he necesitado plasmar en papel las emociones que me atravesaban para entenderlas mejor. Tenía la necesidad de poner en perspectiva los eventos para comprender mejor las cosas que me pasaban, por dentro y por fuera. Cerré este diario diez años después del accidente de mi marido. Lo escondí para que nadie pudiera leerlo. Pero cuando lo encontré de nuevo un tiempo después, pensé que esta historia no era común y que debía escribirla para mis hijos. Y poco a poco, un editor me propuso convertirlo en un libro.
No era una necesidad terapéutica estrictamente, pero el libro nos ha hecho mucho bien, porque nos ha servido para recordar lo esencial. Nos da pie a ofrecer nuestro testimonio durante presentaciones que hacemos regularmente en toda Francia y esto da lugar a encuentros enriquecedores. Muchas personas atraviesan situaciones dolorosas, y mirar al horizonte con esperanza a través de historias ajenas auténticas puede cambiar la manera de afrontarlas y así, ser más felices asumiendo la realidad.
— La simplicidad es un valor que resalta constantemente en tu trabajo artístico. Es un valor cada vez más atractivo en una sociedad compleja.
— Me gusta el arte que va directo al grano: por eso trabajo con volúmenes simples que hablan rápidamente a la gente. Me gusta sintetizar los pliegues de un vestido, la silueta de un niño o el contorno de un pájaro. Me gusta encontrar la quintaesencia de una postura. En general, creo que tenemos mucho que aprender de la infancia. Los niños, seres simples por excelencia, son nuestros maestros. Nos enseñan a no dar demasiada importancia a las cosas penosas que atravesamos, sino a vivir el momento presente y a maravillarnos habitualmente ante lo bello.
— ¿El proceso de creación de tus esculturas es, también, una forma de exploración antropológica? ¿Cómo se entrelazan en tu arte tus experiencias personales y tus observaciones de la condición humana?
— Para comenzar un trabajo, reúno documentación, fotos, bocetos… Me interesa ser fiel a la realidad, ser verdadera, no mentir por falta de observación o de rigor. Los errores anatómicos son mi pesadilla. ¡El cuerpo humano expresa tantas cosas! Los rostros son libros abiertos sobre el alma. La tarea de un escultor es, a veces, vertiginosa. La suavidad de la piel se vuelve dura como el bronce, y la dulzura debe, a pesar de todo, alcanzar al espectador.
El bronce es un metal imperecedero que atraviesa los siglos. Me atrae la idea de dejar una huella para la posteridad. Algunos clientes me compran una escultura por el valor que ilustra –la alegría, la vida, la atención al más frágil…– y esta escultura les sobrevivirá, dentro de su familia. A menudo la eligen, precisamente, con esa pregunta de fondo: “¿Cómo me recordarán en mi propia casa cuando contemplen esta escultura?”
“Mi responsabilidad como artista es despertar a la gente hacia valores que nos ayudan a convivir, porque el desafío de nuestro siglo está en aprender a vivir en paz con personas diferentes”
— ¿El arte tiene la obligación moral de plantear un diálogo más amplio y constructivo sobre temas universales como la fragilidad, la discapacidad y la belleza de la vida cotidiana?
— Cada artista tiene algo que transmitir, sea consciente de ello o no. Creo que las artes gráficas son un medio privilegiado por su alcance universal y sería una pena no utilizarlas para hacer que la gente se mueva hacia el bien. Mi responsabilidad como artista es despertar a la gente hacia valores que nos ayudan a convivir, porque el desafío de nuestro siglo está en aprender a vivir en paz con personas diferentes. ¡Es un gran reto!
“La imperfección, el error o el fracaso no desestabilizarán ninguna familia donde haya manos tendidas, actitud de escucha y aceptación de la fragilidad mutua”
— En una sociedad que a menudo aspira y persigue la perfección, tu obra celebra la imperfección. ¿Puede la celebración de lo imperfecto cambiar nuestra percepción cultural y tener repercusiones, por ejemplo, en la estabilidad de las familias?
— La perfección es un objetivo estimulante, aunque inalcanzable. No me parece mal tender hacia ella. No hay nada de malo en querer perfeccionarse e intentar superar nuestros límites. Con mi obra he elegido celebrar lo que es pobre, pequeño, oculto, marginal. Porque en la vida siempre habrá personas al margen, necesitadas de ayuda. Celebro la belleza de la ayuda mutua, de la escucha. La estabilidad de las familias se basa esencialmente en la calidad de las relaciones dentro de esa familia. La imperfección, el error o el fracaso no desestabilizarán ninguna familia donde haya manos tendidas, tiempo y actitud de escucha y aceptación mutua de la fragilidad.
— El cuidado y la interdependencia son temas centrales en tu biografía. ¿Es urgente una reconfiguración de la política social y de salud en Europa? ¿Existen redes reales de solidaridad, empatía y apoyo de las administraciones públicas para las personas con discapacidad crónica y sus cuidadores?
— En Francia tenemos muchas ayudas sociales, pero obtenerlas suele ser un proceso complicado. Sí, hay mucho margen de mejora, especialmente en cuanto al número de empleados en los organismos responsables de otorgar estas contribuciones. Lamentablemente, a menudo nos encontramos solos frente a nuestro ordenador tratando de entender los formularios que debemos cumplimentar y recibiendo respuestas automáticas que no corresponden a la realidad específica de nuestro caso personal. Muchas veces es agotador…
Sueño con un regreso a la época sin ordenadores en la que disponíamos de un interlocutor humano que nos entendía y conocía nuestro expediente. La informática nos ha hecho ganar tiempo en algunos aspectos, pero también nos ha deshumanizado. Afortunadamente, nos salvan las asociaciones de personas con discapacidad, que son muy humanas, como France Handicap, la Asociación de Familias de Personas Afectadas por Daño Cerebral o los Compagnons de Simon de Cyrène.
— ¿El arte contemporáneo está más cerca de los galeristas y los influencers que de los problemas reales de las clases medias? ¿Se ha convertido en un aliado y portavoz de las élites, dando la espalda a una parte importante de la sociedad?
— Hay tantas formas de arte contemporáneo como historias personales de artistas… El arte dice algo sobre nuestra época. Lucho contra un arte que no eleva al hombre, porque impulsa la desolación, la desesperación o la orgullosa omnipotencia de las personas. Soy crítica con las representaciones vulgares u obscenas que relativizan el cuerpo humano bajo el pretexto de “generar una emoción”. El arte no debe contentarse con “provocar una emoción”. ¡Una deposición canina en la acera puede generar una emoción!
Los artistas estamos llamados a algo más alto y exigente: crear una emoción que eleve al espectador hacia preguntas profundas y constructivas. Estamos invitados a provocar una introspección alrededor de nuestra obra que sea el primer paso hacia un cambio de rumbo interior para ser mejores. Así, la belleza podrá cambiar el mundo.
— El entorno cultural en Europa es vasto y diverso. ¿Cómo crees que este contexto cultural ha moldeado tu visión artística y tu trabajo, y en qué aspectos crees que el arte puede influir en la cultura europea contemporánea?
— Me he nutrido desde pequeña de varios artistas europeos. Escultores como Rodin, Camille Claudel, Poussin, Carpeaux, Bérit, Yurca, Colcombet… De pintores, como los primitivos flamencos, los impresionistas, etc. En general, todo me nutre: la música, el teatro, la vida cotidiana… Cuando eres escultor, todos soñamos con hacer una escultura monumental. Sólo cuando la obra es grande puede colocarse en el espacio público. Cuando tienes una obra en un parque, en una rotonda, en una plaza, entonces empiezas a influir en la cultura europea contemporánea, porque nuestro arte entonces forma parte del paisaje y participa en la vida de la ciudad.
— Tu libro también explora la aceptación y el amor en medio de la adversidad. ¿Qué mensaje te gustaría transmitir a las personas que afrontan dificultades personales o colectivas, y cómo crees que este mensaje puede contribuir a una sociedad más compasiva y solidaria?
— No sirve de nada rechazar la realidad o chocar con puertas cerradas. Aceptar lo que no se puede cambiar es un primer paso para vivir mejor. De ahí, avanzaremos para identificar lo que puede ser cambiado y dar pasos hacia adelante. Pero es importante tener clara esa diferencia, porque nos hacemos mucho daño cuando estamos inmersos en la ira y el rechazo frontal a la realidad. La ofuscación impide dedicar toda nuestra potencia a cambiar las cosas que sí se pueden cambiar, sobre todo cuando son injustas o perjudiciales. Para quienes no sufren ningún drama objetivo en sus vidas, aconsejo un aprendizaje lento y costoso, pero importante: amar y perdonar las imperfecciones de los demás es el regalo más hermoso que podemos hacernos a nosotros mismos.
Álvaro Sánchez León
@asanleo
2 Comentarios
Enhorabuena y muchísimas gracias por este maravilloso testimonio. Un derroche de humanidad y esperanza en medio de un mundo endurecido. Que Dios os bendiga.
¡Me encantó la entrevista!
Se nota que Sofhie es una mujer transparente, que no tiene miedo a mostrar sus debilidades en el proceso que le tocó vivir.
Lo he compartido con personas a las que les puede hacer tan bien, como me ha hecho a mí!
Muchas gracias, porque la entrevista me despejó el horizonte en un momento un poco “nublado” para mí, y me ayudó a reubicar la realidad…