Laura Ferrero: “Dudar nos pone en marcha”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.
Foto: Laura Guerrero

Laura Ferrero (Barcelona, 1984) es, sobre todo, narradora y lectora. Escritora: Piscinas vacías (2016), Qué vas a hacer con el resto de tu vida (2017), La gente no existe (2021) y Los astronautas (2023). Periodista. Guionista. Filósofa.

¿Sus temas fetén? Las complejidades de las relaciones humanas, la soledad, el duelo, la memoria, el vacío emocional. Las desconexiones de la vida. La fragilidad íntima. El paso del tiempo. Las huellas que dejamos en las personas.

¿El estilo? De interior, minimalista y profundamente reflexivo. Prosa sencilla, pero cargada de significados. Sus historias conectan con el lector sin maquillaje. Palabras limpias y directas para transmitir mundos abstractos tan poliédricos como cada uno de nosotros mismos.

Ha escrito en ABC y en El País. Sensible y sobre roca. Impermeable a lo superfluo. Ajena a la tiranía de los bandos, la monocromía, la sintonía previsible y los trajes políticamente correctos. En el punto medio de muchos dogmas. Centrocampista en las bibliotecas moviendo con soltura el balón entre bastantes lectores fieles. Casual. Saludable. Enriquecedora. Natural.

En plena no crisis de los 40. Mientras mece la primera cuna. A un puente aéreo de distancia, nos lanzamos a esta piscina llena de conversación.

– ¿Qué tienes en la cabeza en el arranque del otoño de tus 40 primaveras?

– He sido madre hace unos meses y le he dado al stop para contemplar el milagro de la vida sin prisas. Sinceramente, no tengo muchos proyectos en este momento. Estoy centrada en lo más importante. Pero surgirán. Hoy, trato de centrarme en ser madre y en vivir.

– La maternidad es un campo de reflexiones muy sugerentes para escribir, ¿no?

– He leído mucho sobre maternidad, pero, de momento, no escribiré sobre este tema. Prefiero admirarlo como madre y lectora que como escritora. Una de las cosas que más me ha llamado la atención de estos meses es cómo ser madre puede reconectarte con la infancia, que es una cuestión, también literaria, que me interesa mucho más.

“Ahora mi tarea es criar. Amar es prestar atención. El milagro de la vida requiere que le preste mi máxima atención”

– Tu crisis de los 40 ha sido bastante ejemplar: Un amor (película). Los astronautas (libro). La maternidad. Y una actitud muy natural contra cualquier atisbo de polarización en la esfera pública, que, quizá, es la mejor manera de sembrar a contracorriente.

– Por circunstancias de la vida y de la familia, muy posiblemente me tocó atravesar esa crisis bastante antes. Ahora, los 40 me han alcanzado en un momento intensamente bello de trabajo y de familia. De vuelta de algunas decepciones. Más constructiva. Y más feliz, de fondo y de forma.

– Un mundo acelerado e individualista, y tú, transmitiendo paz mientras animas a la lectura, al pensamiento, a la ternura, a la conciencia del autoengaño, a entendernos…

­­– Me encanta que lo veas así. De todas maneras, honestamente, no siempre consigo la serenidad a la que aspiro profundamente, pero vivir sin prisas me parece una cuestión fundamental. Ahora mi tarea es criar. Amar es prestar atención. El milagro de la vida requiere que le preste mi máxima atención. Me interesa sumar en todo lo social que nos reconcilie. No soy una ingenua, pero pienso que es posible ser mejores, sin necesidad de tirar de idealismos.

– La ansiedad golpea con fuerza muchos hogares. Huimos del presente. Huimos constantemente hacia el futuro. Huimos en Instagram. Intuyo una relación entre la escritura y el realismo.

– Sí, yo también. Durante muchos años escribí un diario con la idea de acumular recuerdos para no olvidar. A mí, escribir me ayuda a entender mejor la realidad, incluso con menos subjetividad que la que genera el presente. Escribir ofrece una distancia que sirve para comprender más globalmente lo que hemos vivido. Me parece interesantísimo ese traspaso de la vivencia a la vivencia relatada. La escritura nos permite vivir otra vez y con más consciencia.

­– Escribes prosa, pero lees mucha poesía. ¿Coincides con quien defiende que hay que leer más poesía para ser más humanos?

– Romantizar la lectura puede ser peligroso. Leer, en general, puede ser una ventana para comprender mejor otras realidades y, en ese sentido, nos puede ayudar a ser más humanos, pero antes hay que tener ganas de entrar en esa realidad. Ya hemos visto suficientes barbaries a lo largo de la de la historia como para comprender que las élites mejor informadas y más leídas no eran, precisamente, mejores que nadie.

Los libros muchas veces actúan como espejos. Yo me he sentido muy acompañada por narraciones que no tienen nada que ver conmigo, pero que son textos que dialogan con mi vida. A veces, la historia de una mujer de 80 años que pasea por Nueva York me está contando mejor mi vida que mi propio presente. Ese es, para mí, el milagro de la lectura.

– Crees en el milagro de la vida y en el milagro de la lectura en un mundo autodefinido como escéptico donde nadie cree en los milagros…

– El milagro de la lectura no es obligatorio. La lectura tiene la capacidad de hacernos mejores y entendernos más a fondo, pero esa potencia no siempre llega a buen puerto. La lectura te permite desarrollar mejor la auténtica empatía. No tengo ningún problema en asumir que en la vida hay bastantes realidades que nos trascienden. Algunas las podemos explicar. Otras, sólo las podemos admirar. Considerarlas “milagros” es una manera de mantener cierta capacidad de asombro.

– La poesía depende mucho de la mirada. Aunque no escribes formalmente poesía, hay mucho de poesía en tu prosa. ¿Es diferente el mundo cuando se mira como escritora, como filósofa o como periodista?

– A mí me habría encantado ser poeta, la verdad. Los poetas son los artistas a los que más envidio. Lograr transmitir tanto en tan pocos versos me parece milagroso… Insisto… Esa capacidad de crear imágenes con la genialidad con la que lo hace la poesía es maravillosa. Cuando me falta inspiración, cuando no sé a dónde estoy yendo, recurro a la poesía. Me interesa mucho, también porque es un género que dialoga particularmente con la persona que soy.

Foto: Luis Gaspar

Estudié Filosofía, además de Periodismo. Para mí, es una carrera que debería ser obligatoria, sobre todo por la importancia de aprender a pensar. Al final, cuatro años de licenciatura te dan para entender que, muchas veces, la línea recta es la más eficaz, pero el camino más largo puede ser el más interesante. Darles vueltas a los temas, elucubrar sobre la realidad y no quedarnos en lo aparentemente más simple suele ofrecer más respuestas que el disparo lineal.

Por otra parte, soy periodista, pero no estoy permanentemente vinculada a la actualidad ni hiperactivamente enterada sobre todo lo que pasa en el mundo. Mi manera de mirar la realidad cuenta con los filtros de la lentitud, la filosofía, la pregunta, el afán de trascender lo simple y lo evidente… Por eso, no soy una opinadora rápida. Tardo mucho tiempo en saber qué pienso. Así es mi manera de mirar.

– Dices: “Para mí, la literatura es la manera de entender el mundo”. ¿Puede ser también un cohete para entender el sentido de la vida?

– Eso son palabras mayores… La literatura, bien digerida, puede ayudarnos a encontrar el sentido de la vida, pero tampoco otorguemos a la cultura el papel de la última redención. A mí, la literatura me ayuda a responderme interrogantes, o a hacerme las preguntas adecuadas, que eso también es muy interesante. En general, pienso que el arte y la cultura deben incentivar las preguntas y no la búsqueda de certezas. Quien busca certezas puede habitar en la frustración crónica. Entre otras cosas, la vida es ir aproximándose a la verdad con el deseo de encontrarla, pero siendo humildes para saber que asumirla entera no es posible.

– Destacas la importancia de no entenderlo todo, porque de ahí surgen las ideas más interesantes.

– La poetisa estadounidense Louise Glück tiene un poema que empieza diciendo:

En una época,
sólo la certeza me daba
alegría. Imagínense…
la certeza, una cosa muerta.

La certeza es una cosa muerta. Cuando somos más jóvenes, nos pasamos la vida buscando certezas porque, en el fondo, ansiamos un atajo para vivir más cómodamente. Hacerse mayor es irse despojándose de la necesidad de agarraderos y abrazar la incertidumbre. Isabel Coixet lo recomienda con una expresión muy gráfica: “Abrazar la niebla”. Hay estados pasajeros de la vida en los que, quizás, no tengamos las cosas claras, y es justamente en esos momentos donde realmente surge lo interesante. La tentación es huir de la incertidumbre, y, sin embargo, la vida demuestra que conviene quedarse y atravesarla con aprovechamiento. Es difícil, pero no compensa agarrarse a la primera liana que nos llega.

“Las épocas más interesantes de mi vida han surgido cuando no sabía muy bien por dónde tirar. De la rutina sólo sale lo justo”

– Esa actitud requiere un punto de humildad que no sé si se encuentra, en general, en el ámbito de la cultura.

– La humildad nos cuesta mucho a todos, en el ámbito de la cultura, y en cualquiera. Todos tenemos nuestra porción de ego, pero, incluso desde el punto de vista creativo, es muy interesante dejarse llevar cuando protagonizamos momentos a la deriva. Es imposible tenerlo todo siempre bien atado. Las épocas más interesantes de mi vida han surgido cuando no sabía muy bien por dónde tirar. De la rutina sólo sale lo justo. Al menos, en mi caso.

– Reivindicas los mediterráneos que abre la capacidad de dudar en un momento en el que vacilar puede parecer de cobardes o de vulnerables con tara.

– Dudar nos pone en marcha. Ahondemos ahora en el periodismo de opinión. ¿Es necesario opinar medio segundo después de que surja una cuestión? ¿Es necesario que haya cien personas escribiendo una columna sobre el mismo tema de manera instantánea al suceso? Las opiniones poco pensadas se convierten en infundadas, y eso genera una rueda de desinformación permanente.

A mí me parece más sugerente decir: “De esto no sé”. De esa inquietud de reconocer que no se sabe, surge la necesidad de aprender. En mi caso, todo nace de esas dudas, también las novelas y los relatos. Saberlo todo, además de ser empíricamente mentira, genera muy poco interés. Lo de “fueron felices y comieron perdices” de los cuentos infantiles es el final de la imaginación. En la literatura y en el arte, todo nace cuando se encuentra una puerta abierta o, al menos, una rendija.

Los astronautas, La gente no existe, Piscinas vacías…. Cualquiera que no te haya leído puede pensar que estos tres títulos son una trilogía sobre la crisis del periodismo…

– ¿Piensas que estamos en un momento de crisis del periodismo?

– Creo que estamos en un momento de crisis de búsqueda de la verdad, en general, y también en el periodismo.

– Es lógico. Vivimos en un tiempo de acelerada incertidumbre. El periodismo ha evolucionado de una manera vertiginosa. El oficio que yo aprendí en la universidad es completamente diferente 22 años después. Hice Periodismo sólo porque quería dedicarme a algo que tuviera que ver con escribir, así que creo que tampoco soy una fuente de referencia para hablar sobre la realidad de toda la profesión…

“La polarización es una manera muy gráfica de explicar que las soluciones fáciles suelen estar en los extremos”

– También creo que el periodismo español vive una corriente de nueva honestidad.

– Eso sí tiene que ver con mi manera de estar en el mundo.

– ¿Pensar es una actitud o una tarea?

– Una tarea que debería salirnos como una actitud. Pensar debe estar en el centro de nuestras vidas, algo que sale de modo natural ante la realidad. Dedicar tiempo a pensar es esencial.

– ¿Y sería, quizás, la tarea más potente contra la polarización?

– Efectivamente. La polarización es una manera muy gráfica de explicar que las soluciones fáciles suelen estar en los extremos. No tiene sentido decir que la democracia no funciona, sólo por los resultados de la encuesta de un periódico. O que ha derivado en totalitarismo, porque algún político ha decidido actuar poco democráticamente. Con esos mecanismos de reflexión pública, nos encontramos cada vez con más personas, predominantemente jóvenes, que no descartan la instauración de una dictadura… ¿En serio? Cualquiera que haya tenido relación con personas que han vivido una dictadura, o haya aprendido historia, o haya leído buena literatura entiende que esos extremos fáciles nunca solucionan nada, aunque ellos frivolicen con la realidad. Pero el pensamiento crítico requiere tiempo, calma y honestidad.

– Hablas de la imperfección como un filón y pides más relatos sobre el autoengaño. Las arrugas de la vida son bellas.

– El tema del autoengaño me fascina. Además, me parece un filón muy literario. Veo autoengaño cuando alguien te cuenta la historia de la ruptura de su relación y te dice: “Sólo nos hemos dado un tiempo”, cuando, en realidad, lo que había se ha muerto. Hay ciertas medidas de autoengaño que aceptamos y asumimos, incluso dentro de nuestras propias vidas. Nos contamos historias para sobrevivir. Lo que pasa es que el autoengaño puede llegar al extremo de convertirse subjetivamente en una verdad que se hereda de generación en generación en una familia, hasta asentar sus raíces en una gran mentira. Reconocer la imperfección es puro realismo y conocimiento propio. Una liberación y un paso delante de madurez.

– Eres experta en el relato, eso que en comunicación política se ha convertido en el disfraz de la excusa, y, encima, en un tiempo en el que le dedicamos más tiempo a relatar lo que vivimos que a disfrutar los instantes.

– En la universidad descubrí el relato y siempre me ha interesado. Con 18 años, me animaron a leer Catedral, de Raymond Carver, y me enamoré de ese género en el que empaquetamos las historias para que funcionen a corto plazo. El relato sirve para contar mejor una realidad, o para disfrazar mejor una mentira interesada. Lo importante es leer y vivir sabiendo que no todo lo que funciona es verdad o absolutamente cierto.

– ¿Cómo era la Laura Ferrero que empezó Filosofía en la Universidad de Navarra? ¿Cómo has conseguido sobrevivir al cinismo que inunda, muchas veces, el periodismo y la cultura?

– Fui muy cínica durante mi juventud. Creo que he hecho el camino inverso, porque cada vez lo soy menos. Admito que estudié por descarte. Sabía muy bien qué quería hacer y que me gustaba escribir y leer. No cursé Filosofía realmente por amor, como la estudiaría ahora.

En la universidad fui una Laura cínica a la que le daba todo bastante igual, pero he ido evolucionando positivamente. Probablemente, sigo siendo algo de esa persona cínica, porque es muy difícil dejar de ser lo que eres, pero cada vez veo más claro que lo más interesante de la vida está más allá del triunfo de la pura razón: en los afectos, en los vínculos, en las relaciones… En realidad, es ahí donde nos jugamos todo, porque la felicidad tiene mucha relación con nuestra manera de estar en el mundo.

– ¿Cuál es tu sueño de escritora?

– Ninguno, la verdad. Me conformo audazmente con seguir escribiendo y seguir pensando historias que hablen a mis lectores. Me llena de satisfacción pensar que, con ellas, puedo acompañar a alguien por los caminos de su vida.

– ¿Y de editora?

– Durante una época de mi vida quise ser editora, porque me gustaba mucho esa labor de estar en un segundo plano. Me resultaba maravilloso aprender trabajando con textos de autoras y autores estupendos, y ayudar a pulir un manuscrito a través de conversaciones con argumentos. Pero esa faceta la tuve que dejar, porque no conseguí desarrollarla adecuadamente. Ahora, con el tiempo y en el lugar en el que estoy, pienso que el papel de edición me encaja muchísimo más.

– Hay un aspecto de la función de edición que me parece muy sugerente: la idea de ayudar a corregir para mejorar el producto final, pero sin imponer la mirada propia y respetando la libertad del autor.

– Eso es maravilloso, también para aplicarlo a los diferentes ámbitos de la vida. El buen editor sabe poner su ego muy por detrás de la voluntad de que brille el texto que tiene entre manos.

– ¿Cuáles son tus sueños de madre?

– Que mi hija sea feliz. Es algo que parece muy simple, pero… Me gustaría que fuera una niña que no tuviera que hacerse tantas preguntas ni escribir tantos libros para entender su infancia.

– ¿Tres libros para convertir en primavera un otoño?

– Recomendaría algunos que generan una cierta esperanza: H de Halcón, de Helen Maconald; El olvido que seremos, de Héctor Abad; y Catedral, de Raymond Carver, cuya lectura siempre me trae cosas buenas. La verdad es que siempre me han atraído libros con historias un poco trágicas… Acabo de releerme El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, que te deja un regusto un poco amargo…

– ¿Cómo casa ese gusto por lo trágico en una persona que reivindica constantemente la ternura?

– Una cosa no quita la otra… Es sólo un gusto por la ficción triste. De todas formas, es una inclinación hacia los temas tristes, pero no hacia ese tipo de tristeza de la que no se puede salir. Hay tristezas que tienen grietas por donde entra la luz. Y en esas grietas también brilla la felicidad.

– El otoño también es una estación maravillosa.

– A mí es la que más me gusta.

– ¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?

– No lo sé. ¡Y está bien no saberlo! Me gustaría seguir manteniendo este espíritu abierto a la duda y a la incertidumbre. Ya veremos. Nada está escrito. Todo es posible todavía.

– ¿Además de los libros habrá alfombras rojas?

– ¡Ojalá! ¿Te imaginas?

Álvaro Sánchez León
@asanleo

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.