El “buen refugiado”… no es cubano

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Foto: Eric Yanes

Además de ser, según Colón, una isla “de que se cuentan cosas maravillosas”, Cuba viene a ser una suerte de paraíso de la democracia y el progreso económico. Si se le pudiera añadir alguna nota al diario del Almirante, apuntaría: “Y tierra es de gentes libres, que gozan de buen gobierno y que por nada en el mundo escaparían de tan hermosa ínsula”.

No: no es lo que creo. De hecho, no es lo que viví durante 38 años en un sitio donde, hasta ayer como quien dice, era necesario aflojar 150 euros por un permiso de salida que la Oficina de Inmigración te daba o no te daba, según el humor de los funcionarios de más arriba a quienes jamás les veías el pelo.

En realidad, quien parece creer que aquello es Utopía es el gobierno español, a juzgar por el alto índice de denegaciones a las solicitudes de asilo presentadas por cubanos entre enero y agosto de este año. Según datos del Ministerio del Interior obtenidos por el sitio Diario de Cuba, 1.104 cubanos habían pedido asilo político en España en el período mencionado. Interesa saber que las autoridades solo concedieron el estatuto de refugiados a 20 personas de la isla, el 3% de las solicitudes procesadas. Un número ínfimo, sobre todo –como se verá más adelante– en comparación con el de los solicitantes de algún país africano.

A los afectados les tiene que resultar la mar de chocante, pues vienen de una tierra en el que la palabra España se les ha grabado en la pupila desde que abrieron los ojos y donde casi todo lo que tienen que decir de ella, de la Madre Patria, es grato –excepción hecha de los crímenes de un tal Valeriano Weyler contra miles de campesinos en 1896–. Para los cubanos, lo español pervive en la sangre del abuelo y del bisabuelo, pero también, con un toque de jarana, en los personajes de sus dibujos animados, en sus hábitos alimentarios –un volcánico potaje de judías pintas ¡en pleno agosto! solo lo vas a encontrar en Cuba– y aun en los horarios de apertura y cierre de sus tiendas, por la rutina de sus antiguos dueños gallegos que bajaban la persiana para comer y echarse la siesta.

Hay España en el nombre de las calles habaneras –Infanta, Carlos III, Reina, Montserrate, Zaragoza…– e, informalmente, en el de algunos de sus hospitales –La Castellana, Covadonga, Hijas de Galicia, Quinta Balear…–, sin que a ningún cubano le haya dado por “descolonizarlos” y rebautizarlos con nombres taínos. Por no “desespañolizar”, nadie se ha molestado siquiera en deshacerse de una estatua de Fernando VII, el marmóreo felón que, cetro en mano, vigila desde el portal del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, hoy uno de los mejores museos del país.

A España, en síntesis, se le quiere en aquella calurosa tierra, al punto de que algunos cubanos, algo más nostálgicos, han creado un movimiento idealista que pretende descoser el Tratado de París de 1898 por el que Madrid perdió su más valiosa posesión de ultramar, descalifica como ilegal la independencia y aboga por la declaración de Cuba, en pleno siglo XXI, como una autonomía al estilo de Canarias o Baleares.

Solo que el apego no es del todo correspondido, y extraña que un gobierno –el de los socialistas y Sumar– que afea constantemente a otros partidos su pretendida ausencia de empatía hacia los inmigrantes mire a los cubanos con el mismo gélido rictus de desaprobación que achaca a otras fuerzas políticas.

Solo por comparar “actitudes” echemos un vistazo a las estadísticas anuales de visados de corta estancia en la web de la Comisión Europea. Si nos fijamos en las de 2017, penúltimo año del gobierno del Partido Popular, el Consulado de España en La Habana recibió 16.226 solicitudes de visado y resolvió negativamente en 1.125 casos, para un 6,9% de denegación.

Avancemos entonces a 2023, ya con una coalición “progresista” y más “empática” asentada en La Moncloa: de 23.633 solicitudes, la representación diplomática española rechazó concederles visa a 4.316. Un 18,2% de denegaciones, o sea, más del doble que en 2017. Cabe anotar, sin embargo, que no se puede decir que en su intento de obtener uno de estos visados mis compatriotas estén todavía peor que, por ejemplo, los senegaleses: si en 2017 se les denegaba a estos el 45% de las solicitudes, la fracción ha bajado hasta casi el 40%.

Son todavía muchos “noes”, cierto, pero se consolida la tendencia a que sean menos las negativas a los senegaleses, mientras que a los primos caribeños, a los que nacieron allá donde “más se perdió” en el 98, la posibilidad del portazo en las narices es cada vez mayor, como puede comprobarse.

Y no solo en el Consulado habanero: si volvemos al asilo político, a las peticiones de los que por alguna vía pudieron salir de aquel purgatorio tropical y están ya en territorio español, hay que frotarse los ojos para releer el exiguo número de otorgamientos de refugio a cubanos este año (20 casos) y compararlo con el porcentaje que se ha concedido a los inmigrantes malienses, que huyen de la guerra y la persecución en su país y recalan en Canarias (más de 20.000 hasta finales de agosto): según reporta RTVE, las autoridades españolas le han reconocido protección al 96% de los que la han pedido.

Frente a esos números imbatibles solo queda concluir que Moncloa no ve lo suficientemente liberticida al gobierno de La Habana –ya puede dedicarle a este aquel mimo que Roosevelt a Somoza–, o que determinado medio de transporte –el frágil cayuco multicolor y no el avión– es el que hace automáticamente digno de acogida al que arriba a España, sin necesidad de hurgar mucho en sus antecedentes. Como si la Historia no nos recordara que, entre las masas liberadas por los aliados en 1945, se camufló una buena panda de nazis. Como si, entre los que abordan una mísera embarcación para escapar de un conflicto, solo hubiera gente virtuosa…

Del golfo de México a la costa andaluza es larga la tirada, pero no les veo otra salida a mis compatriotas si quieren mostrarle a la coalición “de progreso” una credencial de “buen refugiado”.

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