Madres y padres “quemados”

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El término burnout, utilizado en el ámbito laboral, comenzó a aplicarse también hace unos años a los padres. Los primeros estudios estaban enfocados en progenitores que sufrían un estrés crónico debido a la enfermedad de un hijo. Entonces, en Estados Unidos se hablaba de una proporción del 5%. A raíz de la pandemia, el término cobró relevancia y diferentes investigaciones pusieron el foco no solo en qué originaba ese burnout parental, sino también en qué consecuencias podía tener para los padres y para los hijos, y cómo prevenirlo.

Ser padre cansa. Tener que hacer malabares entre el trabajo y la familia, la falta de sueño, intentar cubrir las continuas necesidades de los hijos –físicas y emocionales–, no encontrar tiempo para uno mismo, la carga mental por querer estar pendiente de todo, las peleas entre hermanos, los choques con el otro progenitor por diferencias sobre cómo educar, la preocupación de no estar haciéndolo bien.

Miriam tiene 35 años y 6 hijos, vive en Madrid y es profesional de marketing y orientadora familiar. Uno de los aspectos que más le cansa de ser madre es “las peleas constantes y el repetir lo mismo constantemente; conseguir que sean buenos. También las temporadas en las que parece que no has hecho nada bien”.

¿Se ha sentido quemada en su papel de madre? Moïra Mikolajczak, de la Universidad Católica de Lovaina, una de las psicólogas que más tiempo lleva estudiando el burnout parental, define así este síndrome: una condición caracterizada por el agotamiento intenso respecto a la paternidad, distancia emocional hacia los propios hijos, pérdida del gusto en el rol de padre/madre –así como de la eficacia en la parentalidad– y la percepción del contraste entre el progenitor que solía ser, el que ahora es y el que querría llegar a ser. Miriam reconoce que ha sufrido mucho agotamiento y estrés, pero también afirma que “nunca me ha faltado la alegría en este aspecto de la vida” ni ha llegado al burnout parental.

Más que cansancio

Según un informe de la Universidad de Ohio, publicado en mayo de 2022, el 66% de los progenitores que trabajan fuera de casa encajan en la descripción del burnout parental. Un estudio de 2021 llevado a cabo en 42 países a más de 17.000 progenitores (y en el que participó Mikolajczak junto con otros investigadores) presenta unos porcentajes más moderados: los países con más prevalencia de burnout parental son Bélgica, Estados Unidos y Polonia (alrededor del 9%). Entre los que presentan los porcentajes más bajos (menos del 1%) están, entre otros, Pakistán, Cuba, Tailandia y Uruguay. En España el dato es de 3,9%.

Hay “burnout” parental cuando el tiempo de calidad, disfrute y juego con los hijos disminuye y cuando aumenta la irritabilidad y se pierde la paciencia con facilidad

Para diferenciar una situación de progenitor quemado de una situación de progenitor muy cansado, el criterio clave es la cronificación del estrés, explica Raquel Sánchez-Rodríguez, doctora en Psicología y experta en burnout parental, que ha trabajado en diferentes estudios con Moïra Mikolajczak. Señala que podemos identificarlo cuando el tiempo de calidad, disfrute y juego con los hijos disminuye, y cuando la irritabilidad aumenta y se pierde la paciencia con más facilidad que antes.

Los progenitores con altos grados de burnout, según otros trabajos de Mikolajczak con Isabelle Roskam, pueden sufrir trastornos del sueño; también un aumento del cortisol que, junto a otros factores de riesgo, influye potencialmente en el incremento de la violencia contra los propios hijos en algunos casos. Además, al aumentar la gravedad del burnout, aumentan las consecuencias negativas relacionadas con el deseo de querer escapar del papel de progenitores (pudiendo llegar a ideas suicidas) y la negligencia hacia los hijos, aunque en mayor medida para los padres que para las madres. Las investigadoras recogen en su estudio que los hombres, aunque se encuentran menos expuestos a la tensión de la crianza, son más vulnerables que las mujeres ante los factores de riesgo, y eso explicaría por qué el porcentaje de la puntuación total de burnout parental es muy parecido entre ellos y ellas.

La relación de pareja también se ve afectada: “Parte de los conflictos pueden provenir de que el progenitor quemado perciba a su pareja como responsable de su situación (por no compartir las obligaciones parentales o por no ofrecer suficiente apoyo), o de que el progenitor quemado descargue en su pareja una parte de la agresividad que siente hacia los hijos”, según afirma un estudio de Mikolajczak.

El problema no es el estrés

En los estudios sobre burnout parental se mencionan diferentes factores de riesgo: dificultades para conciliar, falta de una red de apoyo, perfeccionismo, número de hijos, falta de inteligencia emocional, reparto de tareas, problemas económicos… ¿Qué es lo que tiene más impacto? En opinión de Raquel Sánchez-Rodríguez, “aunque los factores de estrés sociodemográficos (género, número de hijos, el hecho de tener un trabajo…) tienen peso y afectan en la etiología del burnout, no presentan tanta influencia como otros relacionados con factores familiares, personales y educativos”.

“O enfocamos la crianza de un modo realista o vamos a sufrir constantemente, porque en vez de estar a lo que tenemos que estar, estamos a lo que queremos que pase” (Sara Noguera)

La mayoría de los progenitores pueden tener varios factores de riesgo de burnout parental, pero también tienen recursos suficientes para afrontar esas situaciones. El queme aparece cuando entre los elementos estresantes y los mecanismos que le ayudan a afrontarlos se da un desequilibrio crónico a favor de los factores de estrés.

Andrea vive en Guatemala, tiene 44 años y 6 hijos, y ha ido desarrollando diferentes estrategias que contribuyen a que su balanza esté en orden: reservar momentos de calma con su marido, quedar con amigas, tener siempre un buen libro a mano y agendar tiempos para divertirse en familia.

Para Miriam, uno de los puntos clave para mantener el equilibrio en medio del caos y el estrés es la sintonía con su marido: “Los dos educamos en la misma dirección, intentando quejarnos poco, metiendo mucho sentido del humor y aceptando que el cansancio forma parte del camino que hemos elegido al decidir formar una familia”.

La visión de esta madre de seis, anclada en un optimismo realista, va en la línea de uno de los factores que Sara Noguera, asesora de crianza y creadora de Kimudi, considera más importantes en este tema: la gestión de las expectativas. “O enfocamos la crianza de un modo realista o la vamos a sufrir constantemente, porque en vez de estar a lo que tenemos que estar, estamos a lo que queremos que pase”, afirma Noguera.

Esta generación de expectativas desorbitadas “tiene mucho que ver con el uso irresponsable que hacemos de las redes sociales”, recalca la experta, y explica: “Consumimos mucho contenido que no nos aporta en positivo. Situaciones idílicas que no son toda la realidad. Hay que desarrollar el ojo crítico. Todo el mundo es libre de enseñar su casa perfecta y sus hijos conjuntados monísimos, y cada cual debe ser consciente de que lo que está viendo de esa familia son 15 segundos”.

Sánchez-Rodríguez, en esta misma línea, señala que consumir mucho contenido que distorsiona la realidad cotidiana de una familia con hijos “puede exponer a los padres a un sentimiento de fracaso o frustración que antes no existía”.

¿Existen los padres perfectos?

Lo que más le pesa a Pablo (36 años, ingeniero) es no ser el padre que sus tres hijos necesitan en cada momento: “La teoría la sabes, te formas… Luego llega el día a día y pierdes los nervios o reaccionas mal ante una situación. Intentas mejorar y tomártelo con filosofía… pero ver que no avanzas al ritmo que quisieras o ellos necesitan es frustrante”.

Como Pablo, el 67% de los consultados en una encuesta elaborada por Lingokids en España afirma que “la importancia que conceden a ser un buen padre o madre y el esfuerzo que destinan a ese fin llega a ser agotador”. Lo que le ayuda a superar el cansancio a Pablo, que acaba de estrenarse como padre de familia numerosa, es “no olvidar que son niños, no adultos en miniatura, y que tienen que ir aprendiendo”.

Según los expertos, quien, tal vez partiendo de la sana ambición de querer ser un buen progenitor para su hijo, se desliza hacia el perfeccionismo, tiene más riesgo de alimentar el burnout parental.

Cuando se trata de un problema de autoexigencia, María Álvarez de las Asturias, canonista y orientadora de familia en el Instituto Coincidir, aconseja “reconocer la propia fragilidad y aceptarla como algo propio del ser humano. Y trabajar para no volcar la propia exigencia en los demás”. Por otra parte, añade que, cada vez más, en el tema de la crianza las personas tienen que enfrentarse a lo que la sociedad marca como modelo de padre, con unos estándares muy altos. Una tendencia que recoge el estudio hecho en 42 países: “La distinción entre lo que los niños necesitan y lo que puede mejorar su desarrollo ha desaparecido, y todo lo que no sea una crianza óptima se considera arriesgado”.

“Padres y madres necesitan un espacio seguro donde poder comunicar lo que sienten y las dificultades que atraviesan sin sentirse juzgados” (Raquel Sánchez-Rodríguez)

Pero “no hay una manera única de ser buen padre”, como recalca Álvarez de las Asturias. Tanto ella como Noguera se muestran preocupadas por el “modo competición” –muy relacionado con el perfeccionismo– en el que parece estar inmersa la sociedad. La orientadora familiar defiende que, para superarlo, es necesario un cambio de mentalidad de todos. “Damos una imagen que no se corresponde con la realidad y eso presiona a los demás, que, en su día a día, se enfrentan a la imperfección”, afirma.

¿Cómo mostrar esa vulnerabilidad? Ante la proliferación de perfiles en redes sociales de familias perfectas, surgió hace unos años la tendencia a “desmitificar la maternidad”, que se mueve al otro extremo del péndulo. ¿No hay punto medio? “Ni todo es perfecto ni todo es imperfecto”, señala Sara Noguera, y explica, desde la experiencia con su cuenta de casi 64.000 seguidores: “Yo comparto mis meteduras de pata, pero también enseño cómo solucionarlas. El problema de solo contar lo malo es que parece que lo justificas y justificas que otros lo hagan. Todos nos equivocamos y, aunque suponga un alivio conocer otros casos y decir ‘Mira, no solo me pasa a mí’, no podemos quedarnos en eso”.

Otro mal uso de las redes que destaca Noguera es “el simplismo comunicativo”. Por ejemplo, en el caso de cuentas de crianza que “utilizan el miedo para vender”: aquellas que recurren a una narrativa tipo “Si haces esto y esto, tu hijo será asocial / no tendrá un apego seguro / tendrá problemas de ansiedad cuando sea mayor/ etcétera” para luego anunciar que si compras su libro o asistes a su curso, podrás solucionar tus problemas.

La creadora de Kimudi defiende que educar no es seguir unas recetas. Para ella, “el estilo de crianza que elijamos nos tiene que ayudar en nuestra labor de padres y a que disfrutemos en esa misión, sin vivir agobiados con ‘no puedo hacer esto, no puedo decirle al niño esto otro’”. Las recetas, en su opinión, no sirven porque no todo el mundo tiene ni el mismo número de hijos ni las mismas situaciones económicas y laborales, por lo que “la mejor crianza es la que se adapta a las personas”.

Lazos que forman redes

En la raíz de la competitividad está el aumento del individualismo, fruto del cual “cada vez más gente se fija unas expectativas excesivamente altas para ellos mismos como padres”, según un informe citado en Forbes. El estudio antes mencionado, que se realizó en 42 países, también destaca que las culturas individualistas mostraron una prevalencia y un nivel medio de burnout parental notablemente superiores. Los investigadores de este trabajo señalan que el individualismo desempeña un papel más importante en el agotamiento de los padres que las dificultades económicas o cualquier otra característica individual y familiar de las examinadas, incluyendo el número y la edad de los hijos y la cantidad de horas que se pasa con ellos.

Aunque señalan que los mecanismos que vinculan el individualismo con el burnout parental aún tienen que ser estudiados, su hipótesis apunta en la misma dirección que el informe mencionado en Forbes: las normas de crianza en los países más individualistas se han vuelto más exigentes, lo que ha llevado a intensificar la parentalidad y a un aumento creciente de la presión psicológica para los progenitores. Como manera de contrarrestar el agotamiento parental en esos países, el estudio propone “el fortalecimiento de la red social de ayuda mutua y solidaridad en torno a las familias”.

Cuidar la comunicación de la pareja también es clave para prevenir los casos de burnout parental, según Noguera: “Nos ayuda a delegar, a hablar de pequeños roces antes de que se hagan un problema y nos lleva a trabajar en equipo: nos queremos, nos sumamos”. ¿Qué hacer en las situaciones en las que justamente los hijos son la causa de no poder tener momentos de conversación con calma? La experta en crianza contesta: “La situación perfecta no aparece de la nada. Si no practicas tener una conversación con tu pareja, incluso en medio del cansancio de la crianza con niños pequeños, no te va a salir solo”.

Los expertos subrayan asimismo la conveniencia de consultar con un profesional cuando se considere necesario, sin esperar a estar en una situación de burnout parental. Además, a la hora de detectarlo, la doctora Sánchez-Rodríguez subraya la importancia de que los padres y las madres tengan “un espacio seguro donde poder comunicar lo que sienten y las dificultades que atraviesan sin sentirse juzgados”. Y añade: “Muchos sufren en silencio por miedo a ser considerados como malos progenitores al experimentar dificultades en la crianza de sus hijos. Es importante que sepan que eso puede pasar y que hay personas cualificadas dispuestas a tenderles la mano”.

 

Estar presentes

Andrea, la madre de seis hijos que vive en Guatemala, cuenta que cuando eran más pequeños, la pregunta “¿Estoy presente de verdad para mis hijos?” se alzaba como un motivo de preocupación recurrente para ella. De esa época recuerda la frustración al pensar que –por cuestiones económicas– las oportunidades de sus hijos se verían limitadas, y el cansancio por el sueño y la atención constante. Un cansancio que, según dice, se transforma en menos físico y más psicológico y emocional según crecen los niños.

Pep, de Barcelona, es dentista y tiene cinco hijos de entre 31 y 21 años. No ha experimentado burnout parental, aunque coincide con Andrea en que el tipo de agotamiento cambia con los años, y puntualiza: “Pero no se puede aflojar nunca. Hay que estar ahí pase lo que pase”. En su experiencia, dedicar tiempo a los hijos es fundamental: “Más importante es la cantidad que la calidad. Que los niños sepan que sus padres están para lo que necesiten”. Pep condensa su vivencia de la crianza así: “Teníamos nuestras normas fijas: pocas cosas pero muy claras, y estrictos pero ¡con atracón de cariño! Hicimos todos los cursos de educación que pudimos. Y algo básico: que los padres se quieran mucho y que los hijos lo vean”.

No cree que sea más difícil ser padre ahora que hace unas décadas, aunque sí considera que resulta más complicado conseguir un trabajo que te permita conciliar.

“Cada generación tiene sus retos, y ninguno es fácil”, opina Miriam, madre de seis pequeños, y explica: “El exceso de información y los canales de comunicación tan abiertos vierten sobre nuestra generación un punto más de complejidad”. Reconoce, además, que los progenitores ahora están más inquietos por la educación (“debido en parte a la sobreinformación”) y por el control (“ahora tenemos la posibilidad de saber dónde y cómo están nuestros hijos”).

A quienes comienzan el camino de ser padres, Andrea les aconseja que confíen en su instinto (“Hay que leer y aprender, pero no sobreleer y sobreaprender tanto que te cree angustia”) y que “guarden energías para lo esencial sin complicarse en cuestiones superficiales”. Y añade: “La paternidad es para gozarla y no para sufrirla. Hay que favorecer y disfrutar los pequeños momentos”.

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