Los riesgos de “psicologizar” la crianza de los hijos

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“Si tu Hijo está sufriendo, tienes que llevarlo a terapia”. Muy probablemente, el consejo venga con las mejores intenciones. Ante el aumento de trastornos psicológicos en menores, parece que no acudir a un experto es ser un padre desaprensivo o irresponsable. Pero hacerlo tiene sus riesgos propios, y “externalizar” el problema a veces impide atajarlo de raíz.

En las últimas décadas, las sociedades occidentales han transformado profundamente la manera en que educan a los niños. Muchos padres han abrazado una filosofía de cuidado intensivo, centrada en las emociones de los menores, buscando protegerlos de todo sufrimiento. El objetivo ha sido claro: garantizar que crezcan seguros, amados y emocionalmente estables. Sin embargo, las cifras nos obligan a replantear si este enfoque está dando los resultados esperados.

En Estados Unidos y Europa, el incremento de los problemas psicológicos entre los jóvenes ha encendido las alarmas. Depresión, ansiedad, autolesiones, hiperactividad y trastornos de atención se han disparado en la generación que, paradójicamente, ha recibido más cuidados y atenciones que ninguna anterior. Esta aparente contradicción lleva a muchos expertos a preguntarse: ¿estamos realmente ayudando a nuestros hijos o, más bien, debilitándolos emocionalmente sin darnos cuenta?

Que la generación criada con más “cuidado” sea también la que sufre más problemas psicológicos debería hacernos pensar

Jonathan Haidt, en su influyente libro La Generación ansiosa, señala cómo los teléfonos móviles y las redes sociales han desempeñado un papel crucial en la crisis de salud mental de los jóvenes. Un estudio reciente publicado en la revista Nature por la Universidad Pompeu Fabra, titulado “Can’t stop scrolling! Adolescents’ patterns of TikTok use and digital well-being self-perception” (2024), refuerza estas conclusiones con datos preocupantes. La investigación, que abarcó a 1.000 jóvenes, reveló que uno de cada cinco hace un uso de riesgo de TikTok, al pasar más de dos horas diarias en la aplicación. Además, el 53% de los encuestados usa TikTok más de una hora al día, mientras que el 35% supera la hora y media. La mayoría de ellos aseguran que al desconectarse experimentan una menor autoestima, mayor estrés y una incapacidad para fijar límites claros en el uso de la plataforma.

Según el informe “Salud mental y desigualdad de jóvenes en España” (2024), elaborado por Fad Juventud con el apoyo de Oxfam Intermón y el Consejo de la Juventud de España, casi 6 de cada 10 jóvenes han sufrido problemas psicológicos en el último año. Peor aún, el porcentaje de quienes experimentan problemas con frecuencia casi se ha triplicado desde 2017, pasando del 6,2% al 17,4%. Las cifras relacionadas con ideaciones suicidas son igualmente estremecedoras: casi la mitad de los jóvenes (48,9%) declara haberlas tenido en algún momento de 2023. El estudio destaca que factores como la precariedad laboral, la desigualdad económica y la falta de acceso a servicios especializados agravan esta crisis.

Cuándo acudir al psicólogo, y cuándo no

Sin embargo, no podemos culpar exclusivamente al uso del móvil y las redes sociales de la mala salud mental de nuestros adolescentes y jóvenes. Hasta la fecha, no se ha publicado ningún estudio que demuestre una relación de causalidad directa entre el uso de estas tecnologías y el deterioro generalizado de la salud mental. Hay otros factores en juego y, para entenderlos mejor, es útil recurrir a Abigail Shrier y su reciente libro Mala terapia. Por qué los niños no maduran (Deusto, 2024).

Llevar al hijo al psicólogo no es un acto inocuo, y puede tener efectos negativos cuando se hace de forma innecesaria

En la introducción de este libro, Shrier escribe una frase que, aunque parece una obviedad, resulta profundamente reveladora: “Al psicólogo hay que ir cuando hay que ir, y no hay que ir cuando no hay que ir”. La primera parte de esta afirmación es un avance social indiscutible: hemos desestigmatizado la búsqueda de ayuda profesional, reconociendo que no pasa nada por necesitar terapia o medicamentos para la salud mental. Sin embargo, la segunda parte de la frase plantea una cuestión crucial: ¿qué ocurre cuando llevamos a un niño al psicólogo sin necesidad real?

Shrier advierte que ir al psicólogo no es un acto inocuo y puede tener efectos negativos si se recurre a la terapia de forma innecesaria. ¿Cómo distinguir cuándo buscar ayuda profesional y cuándo evitarla explícitamente? Según ella, decantarse por lo segundo sería o más recomendable cuando se dan algunas circunstancias:

  1. Cuando el problema no ha sido detectado por las principales fuentes educativas del menor, como la familia, el colegio o los amigos.
  2. Cuando el problema está encapsulado en una única área de la vida.
  3. Cuando la motivación para acudir al psicólogo es preventiva, es decir, buscar evitar que un problema menor escale.
  4. Cuando la idea de ir al psicólogo surge únicamente después de que otra familia comparta su experiencia positiva en terapia.

 

Aplicar estos criterios, señala Shrier, podría reducir drásticamente los falsos positivos (menores que no deberían acudir a terapia pero lo hacen) y solo incrementaría ligeramente los falsos negativos (chicos y chicas que deberían acudir pero no lo hacen). Tan dañino puede ser evitar la terapia cuando se necesita, como recurrir a ella cuando no es conveniente. Esta reflexión nos invita a cuestionar no solo nuestras decisiones individuales, sino también la forma en que como sociedad abordamos el bienestar emocional de las nuevas generaciones.

Efectos yatrogénicos: cuando la terapia empeora el caso

En 2023, aproximadamente un tercio de los adolescentes en Estados Unidos recibió algún tipo de tratamiento relacionado con la salud mental, según la más reciente Encuesta Nacional sobre Uso de Drogas y Salud, publicada por la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias (SAMHSA). Sin embargo, la salud mental de esta generación continúa deteriorándose. Este hecho aparentemente paradójico llevó a Shrier a investigar los llamados “efectos yatrogénicos” de la terapia, es decir, aquellos perjuicios causados por la propia intervención terapéutica.

En su análisis, Shrier destaca cómo muchos terapeutas tienden a minimizar o negar los riesgos potenciales de la terapia, presentándola como una herramienta exclusivamente curativa. Además, observa cómo esta mentalidad ha llevado a una “sobrepsicologización” de la vida de los jóvenes: no solo en los consultorios, sino también en las escuelas y en el hogar, donde los padres adoptan directrices psicológicas que, aunque bienintencionadas, pueden ser contraproducentes. Esta tendencia, advierte Shrier, corre el riesgo de socavar la capacidad de los jóvenes para desarrollar resiliencia y afrontar los desafíos de la vida sin depender constantemente de la intervención externa.

En este contexto, surge un cuestionamiento hacia otra práctica común: la insistencia en preguntar continuamente a los hijos cómo se sienten. Viktor Frankl, el reconocido psiquiatra, advirtió: “El ojo que se ve a sí mismo está enfermo”. En lugar de obsesionarnos con las emociones de nuestros hijos, deberíamos redirigir nuestra atención hacia sus acciones. Las emociones, como explican muchos expertos, son indicios poco fiables, algo que los adultos deberían transmitir claramente a los niños.

Un ejemplo ilustrativo lo ofrece Michael Linden, un experto mundial en efectos yatrogénicos. Linden señala que, si se sigue el rastro de las emociones de una persona a lo largo de un día o incluso de una semana, la sensación de felicidad resulta ser estadísticamente rara. La mayoría del tiempo nos encontramos en un estado neutral o lidiando con pequeñas molestias: cansancio, estrés, irritación o algún dolor físico. Según Linden, si se le pide a una persona reflexionar constantemente sobre su estado emocional, las respuestas tenderán a ser negativas. Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿y si dejamos de pensar tanto en cómo nos encontramos?

Menos hijos, más miedo a ser malos padres

En una entrevista reciente, Jordan Peterson, intelectual canadiense, crítico cultural, doctor en psicología clínica y profesor de psicología, apuntó hacia los efectos negativos de un enfoque excesivamente introspectivo en los jóvenes. “La emoción negativa está asociada con la depresión y la ansiedad”, afirmó, destacando cómo las declaraciones autorreferenciales suelen cargarse de neuroticismo. Peterson explicó que ser consciente del propio estado anímico de manera constante, especialmente en un contexto emocional, puede llevar a una espiral descendente en términos de bienestar psicológico. Según él, terapeutas y profesores contribuyen inadvertidamente a este problema al insistir en preguntar a los jóvenes cómo se sienten.

En lugar de obsesionarnos con las emociones de nuestros hijos, deberíamos redirigir nuestra atención hacia sus acciones

A esto se suma la creciente tendencia de los padres a delegar en los terapeutas el rol de guiar la crianza de sus hijos, una dinámica que Peterson considera perjudicial. No obstante, enfatizó que recuperar la autoridad parental no significa ser frío o cruel, sino más bien establecer un liderazgo claro y estructurado que permita a los jóvenes aprender a gestionar sus emociones sin depender exclusivamente de la intervención externa.

En los últimos años, los padres hemos perdido progresivamente la confianza en la capacidad de nuestros hijos para afrontar los desafíos de la vida, un cambio impulsado por profundas transformaciones en la dinámica familiar y las estructuras sociales. Hoy en día, los padres son mayores y suelen tener menos hijos. España lidera el ranking europeo como el país donde los ciudadanos contraen matrimonio a una edad más tardía. Según la oficina estadística europea Eurostat, en 2022 la edad media del primer matrimonio se situaba en 36,8 años para los hombres y 34,7 años para las mujeres, consolidando la tendencia de retraso en la nupcialidad.

Según el Instituto Nacional de Estadística, el número medio de hijos por mujer en 2023 se redujo hasta 1,12. Como se trata de un bien cada vez más escaso, en muchos padres aumenta el deseo de protegerlos ante cualquier adversidad. Al mismo tiempo, los niños crecen con menos hermanos y primos, lo que limita sus oportunidades de desarrollar resiliencia a través de interacciones sociales no estructuradas. El auge de actividades altamente planificadas y el predominio del entretenimiento basado en pantallas han reducido aún más el tiempo de juego libre, un componente esencial de la infancia que fomenta la resolución de problemas y la autorregulación emocional.

Muchas veces “no pasa nada”

Durante años, hemos asumido con plena fe que una crianza amable solo podía producir niños mejores. ¿Acaso no debían crecer las flores entre algodones? Pero resulta que crecen mejor en la tierra. Esta generación de padres comenzó a parecer menos padres –en el sentido tradicional– y más terapeutas. Sin embargo, el “no pasa nada” que muchos escuchamos siendo niños cumplía una función esencial: actuaba como un efectivo triaje emocional ante los pequeños dolores y lesiones que sufríamos, enseñándonos que el daño, el miedo o el fracaso no tenían que abrumarnos. Ese “no pasa nada, ánimo” era una forma particular de nuestros padres de demostrar su amor firme y sustento emocional. Tal vez sea momento de recuperar esa sabiduría y permitir que nuestros hijos crezcan no entre algodones, sino con raíces fuertes y firmes.

Los padres podemos criar buenos hijos si eliminamos prácticas innecesarias como la vigilancia constante, el sobreproteger, el darles todo tipo de comodidades, o ceder a sus apetencias diarias unidas a berrinches o malas caras. Es fundamental que los padres otorguemos más responsabilidades a nuestros hijos, nos mantengamos como la autoridad en el hogar y transmitamos nuestros propios valores sin ceder ante influencias externas. Al hacerlo, no solo fortaleceremos el vínculo con nuestros hijos, sino que también los prepararemos para resistir mejor las presiones de una sociedad con valores diferentes o de las redes sociales. Así, los hijos crecerán con una base sólida, capaz de guiar sus decisiones en un mundo lleno de distracciones y contradicciones.

En una conversación con Abigail Shrier, Peterson destacó algo fundamental: los padres debemos tener fe en nuestra capacidad para criar a los hijos, porque el amor natural que sentimos por ellos nos orienta de manera correcta. Los expertos, aunque bien intencionados, no siempre tienen el mismo nivel de amor y dedicación que los propios padres, quienes conocen mejor que nadie las capacidades y características de sus hijos. Es cierto que los niños pueden afrontar experiencias difíciles y salir adelante sin necesidad de intervenciones terapéuticas excesivas. De hecho, los padres deberíamos buscar consejo en aquellos que han criado hijos con éxito, en lugar de depender únicamente de expertos externos.

En redes sociales como Instagram y TikTok abundan los “expertos” en crianza que lanzan consejos superficiales, a menudo basados en modas pasajeras, pero sin una experiencia personal profunda ni comprensión real de las complejidades de la educación. Estos enfoques, cargados de un tono buenista, a menudo olvidan que la crianza requiere más que teorías populares; se trata de conocimiento genuino, paciencia y conexión con el niño, algo que no se puede aprender de un post rápido o un video viral. La experiencia personal, el sentido común y el vínculo afectivo son herramientas poderosas para tomar decisiones de crianza que ayuden a los niños a crecer con seguridad y resiliencia.

4 Comentarios

  1. Asi es, cada familia vive su propia realidad en el proceso de crianza, se deben respetar valores y tomar decisiones con responsabilidad y donde los niños como los adultos respeten las normas y reglas en el hogar.

  2. Estamos en una época que todo debe pasar por el psicólogo o el psiquiatra y lo que necesita tal vez sea «manifestar más el amor» y «orientar hacia el bien moral»

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