La familia normal de Shere Hite

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Contrapunto

Desde que en 1976 Shere Hite descubrió un filón editorial con el Informe Hite sobre la sexualidad femenina, ha ido sacando periódicamente «informes» con un afán reproductivo incontrolado. Tras la sexualidad femenina vino la masculina; luego una etapa de títulos sobre las mujeres, hasta agotar el género femenino con Women with Women; más tarde, quizá para cultivar su autoestima, informó sobre sí misma en The Hite Report on Hite; para reanimar las ventas, recurrió al viejo truco de los detergentes -¡es nuevo!- con The New Hite Report; y su última fatiga publicada tiene que ver con Sexo y negocios. Mientras prepara el próximo (supongo que podrá ser algo así como Sexo en el supermercado), escribe artículos periodísticos en los que ejerce su magisterio sexológico.

Pero no hay que creer que solo piensa en el sexo: últimamente le ha dado por escribir de la familia, como atestiguan sus recientes artículos en El País semanal. Su tesis es clara desde el principio: «Toda familia es una familia normal, al margen de que sea monoparental, tenga dos hijos o no tenga ninguno. Una familia puede estar formada por cualquier combinación de personas heterosexuales u homosexuales, que compartan su vida de manera íntima (no necesariamente sexual)». Una definición en la que entra tanto la familia Trapp como la tripulación de un submarino.

Pero, al margen de su metodología, su idea central en este artículo es que no hay por qué pensar que el ideal es la familia nuclear, como si las familias monoparentales arrastraran alguna deficiencia. No es que Hite pretenda salir en defensa de las mujeres que, por razones ajenas a su voluntad, sufren esa situación. Más bien se trata de defender el derecho de la mujer a optar por ese tipo de familia.

Bajo el título de «El mito de la institución nuclear», Shere Hite nos advierte: «Hoy en día, la idea de gran parte de los medios de comunicación es que la familia con padre y madre es mejor para los niños, pero es una opinión sin fundamento real». Cabría alegar que esa «opinión» estaba bien arraigada en el mundo incluso antes de que existieran los medios de comunicación, hasta el punto de haber sido consagrada por la costumbre, el derecho y la organización social de pueblos de todas las culturas. Así que esperamos con ansiedad las razones que aducirá Hite para destruir el «mito». Venga la ciencia a quitarnos la venda.

«Los datos muestran -sigue diciendo- que las familias monoparentales tienen efectos beneficiosos para la mayoría de los niños que pertenecen a una de ellas». ¿Qué datos? Los datos, estúpido, ¿es que hace falta citarlos? Curiosamente, en el párrafo anterior había dicho que «existen muy pocas estadísticas sobre las repercusiones de este tipo de hogares en los niños».

Aunque Shere Hite prefiera ignorarlos, sí hay algunos datos al respecto. Por ejemplo, un reciente estudio sobre Los indicadores sociales de la OCDE (OCDE, 2001) dice a propósito de las familias monoparentales: «En casi todos los países, las familias monoparentales (de las que 9 de cada 10 están a cargo de la madre) están ampliamente sobrerrepresentadas entre la población pobre» (las familias en que la renta es inferior al 50% de la renta media). En EE.UU., la tasa de pobreza de los hogares a cargo de la madre sola es del 42%, frente al 8% en los hogares encabezados por padre y madre casados (The Economist, 25-VIII-2001). Lo raro sería lo contrario, ya que un padre solo dispone de la mitad de tiempo que las familias nucleares para ganar dinero y atender a sus hijos. Y aunque la seguridad material no baste para educar bien a los hijos, da la impresión de que suele ser mejor que su contrario.

Pero ahora Hite pasa al contrataque: «[criarse en una familia monoparental] es más positivo que crecer en una atmósfera envenenada por la desigualdad de sexos». Vaya, por fin Shere Hite ha encontrado una familia anormal: la familia nuclear, donde la reacción entre marido y mujer crea una atmósfera letal para los hijos. Quizá por eso los niños dan saltos de alegría cuando sus padres se divorcian. Hite concede que «esto no significa que no sea posible reformar la familia con padre y madre para que proporcione un entorno pacífico a los hijos». El manual de instrucciones para la reforma puede encontrarse en The Hite Report on the Family (1994).

Puestos a reformar, no nos extrañaría que próximamente Shere Hite descubriera que educar a los hijos con sus padres biológicos es una idea anticuada y sin fundamento real. Después de todo, hay familias adoptivas que son muy beneficiosas para los niños que pertenecen a ellas. Los datos muestran que son incluso preferibles. Es más positivo que crecer en una atmósfera envenenada por padres autoritarios y madres posesivas, que consideran al hijo como una propiedad. Ya es hora de acabar con el mito de la familia con raíces biológicas.

Ignacio Aréchaga

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