Lo explica en una entrevista para Le Monde el pensador americano Michael Walzer, que abordó, en su libro de 2015 sobre las paradojas de la descolonización –recién traducido al francés–, la evolución desde una lucha basada en valores laicistas en Israel, India y Argelia, a un retorno de la religión. Fenómenos semejantes se han dado o han estado a punto de producirse en otros países, como Turquía, o siguen presentes de modos diversos también en Occidente: muestran las grietas del proceso de secularización.
El denominador común de esas tres naciones –con religiones tan distintas– es que el movimiento liberador de los colonizadores iba acompañado de un horizonte de progreso: hacia la construcción de una nueva nación, libre también de la mentalidad tradicional considerada retrógrada, que habría acostumbrado a sus pueblos a la pasividad frente al colonizador, y sería un freno para la emancipación una vez alcanzada la independencia.
Protagonizaron ese esfuerzo el Partido del Congreso en la India, el Frente de Liberación Nacional de Argelia y el partido sionista de izquierda Mapai en Israel. Años después, los líderes de la independencia serán criticados por haber tratado de “occidentalizar” su país. De hecho, muchos se habían formado en escuelas y universidades de la metrópoli: lógicamente, estaban impregnados de la cultura dominante en esos centros educativos. Más que occidentalizar, “su aspiración era –señala Walzer– configurar un Estado y una sociedad basados en principios democráticos, liberales y laicos, inspirados en el colonizador. Se puede decir que se trataba de valores occidentales, pero para ellos eran universales”.
Esos movimientos de liberación “pretendían emancipar a sus pueblos imponiéndoles una nueva cultura”, añade Walzer. “El problema es que la mayoría de la población no deseaba esa ruptura con el viejo mundo. Podía entusiasmarse con la lucha por la independencia, por supuesto, pero no con la profunda reforma de la sociedad que los liberacionistas empezaron a poner en marcha”.
“Muchos indios, argelinos e israelíes querían preservar sus tradiciones, en particular las religiosas, y se volvieron contra quienes decían defenderlos”. Se explicaría así el avance del nacionalismo hindú, del Islam político en Argelia y la doble expansión de ultraortodoxos y sionistas religiosos en Israel. En fin, “los liberacionistas acabaron perdiendo la batalla cultural”. No consiguieron enraizar nuevos símbolos que contribuyeran a la adhesión del pueblo a su proyecto.
“Creo –dice Walzer– que los liberacionistas no supieron ver el peligro a tiempo. Estaban convencidos de que la modernidad significaba el triunfo irreversible de la razón y de las ideas científicas modernas. Para ellos, la secularización era imparable”. Por eso no podían imaginar el retorno de la religión, aunque, a juicio de Walzer, en esos tres países no es simplemente un regreso a la tradición, sino una forma politizada de religión que, a pesar de su antimodernismo ideológico, acaba siendo en última instancia moderna.