La entrada en la Universidad siempre es un paso difícil en que no pocos tropiezan. Para evitar la selección por el fracaso, Francia va a aprobar una ley que modifica considerablemente las reglas de acceso a los estudios de grado. Por su parte, en EE.UU. las universidades han descubierto un nuevo filón de alumnos entre los mayores de 24 años, que nunca fueron a la Universidad o fracasaron al primer intento.
(Actualizado el 29-12-2017)
Dentro del ímpetu reformista del presidente Emmanuel Macron, la reforma del acceso a la Universidad se presenta como un remedio a las altas tasas de abandono o de cambio en las carreras universitarias elegidas en primera instancia por los nuevos alumnos. Actualmente, casi 8 de cada 10 jóvenes de una generación (el 78,9% en el último curso) obtienen el título de bachillerato. Y con el título en la cartera, pueden ser candidatos a los estudios de su elección sin afrontar más barreras, excepto en algunas formaciones selectivas como las prestigiosas Grandes Écoles, donde sí hay que superar un concurso.
Otro filón son los programas para profesionales mayores que quieren reinventarse
En el caso de que en los estudios elegidos la demanda sea mayor que la oferta, las plazas se otorgan por sorteo, sin tener en cuenta los rasgos específicos de los candidatos. Así, en 2017, en 169 grados desbordados por la demanda, el factor suerte fue el que decidió.
Selección por el fracaso
Si se juzga por los resultados, este sistema merece un suspenso. De los jóvenes que entran en la Universidad para realizar los estudios de grado, solo el 27% obtienen su título en tres años, porcentaje que sube hasta el 39% a los cuatro años. El 61% restante abandona los estudios en los que se había matriculado (el 33% después de un año y el 13% después de dos años). Al cabo del tiempo, el 80% de los ingresados llegan a obtener un título, tras diversos altibajos y cambios de carrera, que a menudo afectan más a los alumnos de ambientes desfavorecidos.
Todo esto tiene un coste económico y humano. Desde el punto de vista económico, es un dispendio para el Estado. Un estudiante universitario cuesta como media 11.310 € por año, ligeramente por encima de la media de la OCDE (datos de 2014 en la publicación Education at a Glance 2017). Este coste lo asume prácticamente íntegro la financiación pública, ya que las tasas académicas en Francia son unas de las más bajas del mundo e invariables desde hace tres años: solo 184 € por un año de grado, 256 € en master, y 610 € en una escuela de ingenieros.
En cuanto al coste humano, si bien las tasas son muy bajas, los cambios de estudios y la vuelta a la casilla de partida desaniman y hacen perder el tiempo en unos años decisivos para el futuro profesional.
Nuevo plan de orientación
Con esta selección por el fracaso quiere acabar el llamado “Plan Estudiantes” diseñado por el gobierno. Por una parte, se trata de que los alumnos sean más conscientes de sus posibilidades y de lo que les van a exigir en la Universidad. Para esto, primero se pretende mejorar la orientación al acabar la secundaria. Dos profesores principales por clase ayudarán a cada estudiante a diseñar su proyecto de estudios, y a lo largo del último curso se incluirán dos semanas dedicadas a la orientación para todos los alumnos.
En EE.UU. se difumina la frontera entre la enseñanza académica y la formación profesional
Los alumnos podrán expresar sus preferencias de estudios tras superar el bachillerato a través de una Plataforma de admisión. En ella encontrarán informaciones sobre las competencias necesarias para los estudios elegidos, los contenidos, la tasa de éxito, las salidas profesionales, las plazas disponibles… Los alumnos depositan allí su perfil, con sus notas, aptitudes y experiencias en que han participado, y podrán señalar hasta 10 estudios preferidos.
Será posible rechazar candidatos
Los centros universitarios examinarán el perfil de los candidatos a través de los dossiers que estos habrán aportado en la plataforma, y verificarán su adecuación con las competencias que se consideran indispensables para tener éxito en esos estudios. En función de este examen, las universidades podrán aceptar directamente a un candidato, recomendarle que haga antes un complemento de estudios para ponerse al nivel, o rechazarlo, siempre que haya más demanda que oferta de plazas. Al bachiller que no obtenga un puesto, una comisión le propondrá una plaza en otros estudios.
En las llamadas clases preparatorias, que dan paso a las carreras donde ya hoy se hace una selección (Grandes Écoles, Institutos Universitarios de Tecnología…), se fijará un porcentaje mínimo de bachilleres becarios para ampliar su base social.
El proyecto de ley del gobierno sobre la “orientación y el éxito de los estudiantes” ha sido ya aprobado en la Asamblea Nacional por una amplia mayoría (361 votos contra 129), y será examinado por el Senado a principios de febrero de 2018, con la idea de que empiece a aplicarse el curso próximo.
En EE.UU. el 38% de los alumnos tienen más de 24 años.
Sobre el papel, todo parece bien pensado para que el alumno tenga información y sea consciente de lo que lo espera en la Universidad. Pero no será fácil ofrecer una orientación personalizada a los más de 500.000 nuevos alumnos que se dirigen a la enseñanza superior cada año para “acompañarlo hacia el éxito”, según anuncia el plan.
EE.UU. en busca de los mayores de 24 años
En EE.UU. un proyecto de ley presentado por los republicanos en el Congreso a principios de diciembre se propone también adaptar la formación universitaria a las necesidades de un tipo de alumno distinto del tradicional que acaba de terminar la secundaria. Tras una época de aumento continuado del número de universitarios por el crecimiento demográfico, se espera que el flujo de alumnos procedentes de la secundaria se estabilice. Así que hay que buscar nuevos alumnos entre los mayores de 24 años, que ya están trabajando.
Actualmente, de los 18 millones de alumnos matriculados en estudios universitarios de dos y cuatro años, el 38% tienen más de 24 años. Muchos de ellos trabajan a tiempo completo, tienen familia y están buscando cursos que les ofrezcan una formación con horarios flexibles y elementos de enseñanza online.
Ahí hay un nuevo filón de posibles estudiantes, por el que las universidades están compitiendo. Según explica Los Angeles Times, cerca de 37 millones de adultos han cursado algún nivel de estudios universitarios, pero sin llegar a obtener un título. Después de unos años de trabajo, están más motivados para volver a la Universidad en busca de un título que les permita avanzar en su carrera profesional. Estados como Misisipi y Tennessee están financiando programas dirigidos a este tipo de estudiantes. También las empresas están interesados en contar con unos trabajadores más cualificados, pues buena parte de los nuevos empleos requieren una formación universitaria de nivel de grado. Y en la reciente reforma fiscal ya aprobada, se mantiene que los empleados pueden recibir hasta 5.250 dólares libres de impuestos para cursos universitarios.
Estudios adaptados a un nuevo cliente
Así que las Universidades se han adaptado a esta nueva clientela. Los programas dirigidos a los adultos se multiplican. Universidades tradicionales empiezan a ofrecer cursos online y adquieren instituciones de este tipo. Purdue University ha comprado Kaplan University, el mayor proveedor de enseñanza online, lo que supondrá añadir 30.000 estudiantes online a su alumnado. Universidades no lucrativas han adoptado los métodos de los centros con ánimo de lucro a la hora de buscar nuevos alumnos, con anuncios por televisión, call centers, programas adaptados a las necesidades profesionales y un profesorado no permanente.
Se intenta mejorar la orientación del estudiante, para que sepa mejor lo que se le exigirá en la Universidad
Esto hace que se difumine también la frontera entre la enseñanza académica y la formación profesional, hasta el punto de crear fórmulas en las que universidades y empresas se ponen de acuerdo a la hora de diseñar el currículum. Estos cambios pueden alejar a la Universidad de su proyecto genuino de formación de la juventud con una búsqueda desinteresada de la verdad. Pero cada vez más una parte importante de los esfuerzos universitarios se dirigen hacia la oferta de programas más cortos, a menudo online, con una orientación netamente profesional para mayores de 25 años que ya están trabajando.
En esta línea va el proyecto de ley sobre la Universidad presentado por los republicanos. La regulación de la Administración Obama había atado más corto a los colleges con ánimo de lucro, donde también se habían producido fraudes. Entre otras cosas, la regulación ligaba la ayuda federal a que los estudios condujeran a empleos pagados de acuerdo con el nivel de formación. Ahora los republicanos quieren aflojar esas reglas, para estimular la oferta de programas más alineados con el mundo del trabajo, con estudios más cortos, donde se valore también la experiencia profesional de los alumnos.
De acuerdo con estas tendencias, la identificación entre estudiante universitario y juventud es cada vez menos segura. En las aulas o en cursos online padres e hijos pueden compartir la condición de estudiante.
La entrada en la Universidad siempre es un paso difícil en que no pocos tropiezan. Para evitar la selección por el fracaso, Francia va a aprobar una ley que modifica considerablemente las reglas de acceso a los estudios de grado. Por su parte, en EE.UU. las universidades han descubierto un nuevo filón de alumnos entre los mayores de 24 años, que nunca fueron a la Universidad o fracasaron al primer intento.
De hecho, algunas de las universidades más valoradas han descubierto otra mina de estudiantes motivados y dispuestos a pagar al contado: profesionales de éxito mayores de 60 años. Son gente que no necesita títulos para ganar más dinero, y que ya han criado a sus hijos. Pero, tras una cumplida carrera profesional, no quieren dejar de trabajar y desean reinventarse. Y para hacer una pausa y reflexionar antes de relanzar su actividad, vuelven a las aulas, donde ya en su día obtuvieron un título.
Los programas pensados para este tipo de profesionales mayores están siendo bien acogidos, según explica The Wall Street Journal. Harvard creó ya en 2008 la Advanced Leadership Iniciative, que da carta blanca a estos estudiantes para asistir como oyentes a los cursos que deseen y a comer con los profesores. A pesar de que la matrícula es de 65.000 dólares, este año el programa cuenta con 48 alumnos, elegidos entre 550 candidatos.
Stanford lanzó su programa en 2015, también a un precio de 65.000 dólares, y ha tenido 250 peticiones para 25 plazas. La Universidad de Minneapolis ha empezado su programa este otoño a un precio de 7.500 dólares, unas tasas más moderadas pues se trata de una universidad pública. Un estudiante joven de esta universidad cuenta que cuando entró en una clase con un grupo de estos alumnos mayores se quedó tan sorprendido como si tuviera en clase a su madre. Pero cuando se trató en clase el tema de qué hacer para crear un sentido de comunidad en el trabajo, comprendió que los profesionales aportaban una perspectiva basada en la realidad del mundo del trabajo que sus coetáneos jóvenes no tenían.
Esta interacción entre jóvenes y mayores puede ser enriquecedora para ambas partes y, de paso, también para el presupuesto de la Universidad. Phil Pizzo, creador del programa de Stanford, lo explica a al WSJ: “Desde el siglo XI las Universidades se han dirigido a la gente joven. Ahora, teniendo en cuenta la longevidad, necesitamos expandir el papel del aprendizaje a lo largo de la vida, y la docencia y el aprendizaje intergeneracional”.
Y, además, estos alumnos mayores no necesitan beca.