Más allá de los “chiringuitos”: los interesantes debates que plantea el auge de las universidades privadas

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Más allá de los “chiringuitos”: los interesantes debates que plantea el auge de universidades privadas
Comienzo de curso en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Deusto, privada, en San Sebastián (CC Pablo Gómez/Universidad de Deusto)

La situación de la universidad española ha vuelto a los titulares recientemente por el anuncio del Gobierno de que se endurecerán los criterios para crear nuevas instituciones privadas.

Según lo expuesto, los requisitos –algunos de los cuales pueden ocasionar la revocación del permiso para seguir operando a universidades ya existentes– incluirán un número mínimo de alumnos mayor que el actual (llegar a 4.500 en los cinco primeros años), una actividad investigadora más intensa (deben dedicar a ella al menos el 5% de su presupuesto anual), un plan fiable de solvencia económica o una mayor experiencia de gestión entre los cargos directivos, además de que será necesario contar con un dictamen positivo de una agencia de evaluación oficial, que ahora solo tiene valor consultivo.

Se trata, en palabras de la portavoz del Gobierno, de evitar la creación de “chiringuitos”, aquellos centros que “lo único que tienen de universidad es el nombre”, y que operan como “un negocio para expedir títulos”. De momento, el requisito de los 4.500 alumnos obligaría a cerrar a 14 universidades privadas. Respecto al resto de exigencias, no hay datos de cuántas los cumplirían, aunque sí se sabe de varias que recibieron el visto bueno para operar a pesar de que el dictamen de la respectiva agencia de evaluación fue negativo.

Las privadas, más atentas a las nuevas tendencias

Lo cierto es que el crecimiento de las universidades privadas es innegable y supone una tendencia relevante. En las dos últimas décadas han aumentado tanto el número de instituciones como su proporción de matrículas sobre el total de universitarios, que ya sobrepasa el 20%. Ciertamente, este auge se ha dado sobre todo en la etapa de posgrado, fundamentalmente en los másteres. Mientras que entre 2012 y 2022, las universidades privadas solo aumentaron tres puntos su cuota de alumnos en el nivel de grado (del 16% al 19%), en el de máster la doblaron (del 24% al 48%). En los últimos años, los datos apuntan ya al sorpasso en este nivel de estudios.

De los 46.000 estudiantes que se graduaron en un máster a distancia en 2023, más de 43.000 lo hicieron en una universidad privada

En este sentido, se puede decir que las instituciones privadas están sabiendo capitalizar mejor que las públicas el auge de este tipo de programas, que cada vez suponen una pieza más grande del pastel de los estudios universitarios (ya copan más del 40% de todos los títulos). Que exista o no una “masteritis” (como variante específica de la titulitis) es un debate interesante, pero el caso es que las universidades privadas están aprovechando la ola: en los últimos cinco años, el número de egresados por año en instituciones públicas se ha estancado en los 75.000, mientras que los de las privadas han superado la barrera de los 80.000. En particular, los datos señalan que estas universidades se han hecho fuertes en la rama de estudios jurídicos y sociales (en Psicología, Periodismo y Administración de Empresas superan claramente a las públicas, sobre todo en esta última carrera), en Educación –que es, además, el máster con más titulados por año–, en Informática y en algunas especialidades del ámbito sociosanitario, como Enfermería o Trabajo Social.

Otro sector en el que las universidades privadas han tomado la delantera es el de los estudios online. De hecho, su fuerte crecimiento en el nivel de máster se explica en buena medida por el éxito de estos programas. Un dato como muestra: de los 46.000 alumnos que terminaron un máster a distancia en 2023, no llegaban a 3.000 los que lo habían cursado en una institución pública. Además, mientras la tendencia en estas universidades es descendente, en las privadas el número de graduados no deja de crecer. En el año mencionado, algo más de un cuarto de todos los nuevos titulados de máster en España lo habían obtenido online en una universidad privada.

Una apuesta rentable

El éxito de las universidades privadas en cuanto a las matriculaciones se ve refrendado, además, por el desempeño de sus egresados en el mercado laboral, al menos en el corto plazo. Según datos de un estudio de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, entre los estudiantes que completaron sus estudios en 2018, los de instituciones privadas superaban a los de las públicas en inserción laboral y base de cotización anual cuatro años después. En este último indicador, la diferencia es un poco más acusada, incluso, entre los graduados de másteres que en los de grado.

Por otro lado, los que habían cursado estudios online mejoraban igualmente a los de programas presenciales en esos mismos indicadores. Así pues, también en este sentido, la apuesta de las universidades privadas (que son amplia mayoría en el sector de los estudios a distancia) parece ser rentable, para ellas y para sus alumnos.

¿Calidad o contactos? Sospechas y datos

Ciertamente, el mayor éxito en el mercado no tiene por qué indicar una mejor calidad de los programas. Hay quien señala que la ventaja laboral de los que se han titulado en una universidad privada tiene que ver, en parte, con su mayor nivel socioeconómico de partida (algo que efectivamente confirman algunos estudios para el nivel de grado; para el de máster no hay datos) y con las relaciones sociales que entablan durante los estudios con otros alumnos bien posicionados. Ambos factores les proporcionarían una red de contactos muy útil para colocarse en un trabajo.

El informe CYD sitúa a más universidades privadas que públicas en el “ranking” de las mejores en “enseñanza y aprendizaje”

No es en absoluto descabellado que este efecto pueda darse. Con todo, las universidades privadas también destacan sobre las públicas en otros aspectos relacionados con la calidad de los propios programas. Así lo muestra el Ranking CYD, un informe sobre el rendimiento del sistema universitario español elaborado anualmente por la citada fundación, y que para muchos es el estudio más completo sobre el tema.

Los autores examinan cerca de 35 indicadores, agrupados en cinco áreas: enseñanza y aprendizaje, investigación, transferencia de conocimiento, orientación internacional y contribución al desarrollo regional. En cada uno de ellos, cada universidad (participan todas las públicas y la gran mayoría de las privadas) puede ser juzgada como excelente –si está entre el tercio con mejor nota–, intermedia –ni en el tercio mejor ni en el peor–, o deficiente –en el tercio más bajo–. Pues bien, como puede verse en un artículo que la web de RTVE dedicó a analizar los datos del ranking CYD 2024, las universidades privadas tienen, de media, un número ligeramente mayor de ítems “excelentes”, aunque también –y aquí, más claramente– de “deficientes”; en las públicas, en cambio, es más común la calificación intermedia.

Esta diferencia se comprende mejor cuando se pone la lupa sobre dos de los aspectos analizados: “enseñanza y aprendizaje” e “investigación”. Mientras que en el primero, cinco de las seis universidades que encabezan el ranking son privadas (Universidad Pontificia de Comillas, Universidad de Navarra, CUNEF, Universidad Pontificia de Salamanca y Universidad Francisco de Vitoria), en el segundo ocurría exactamente lo contrario, con la Universidad de Navarra como única representante de las privadas. En las categorías “transferencia de conocimiento” y “contribución al desarrollo regional”, muy unidas a la actividad investigadora, apenas aparecen tampoco instituciones privadas entre las destacadas, pero en cambio sí en la de “orientación internacional”.

Diferentes tipos de instituciones

El informe de la Fundación CYD sirve para constatar dos cosas. La primera es que tanto en el sector público como en el privado hay universidades de gran calidad, otras “ni fu ni fa” y otras mediocres. La segunda es que la calidad se puede medir de distintas maneras: algunas instituciones pueden suspender en el aspecto de la investigación y sobresalir en el de la docencia –lo que es más común entre las privadas–, o al revés –más frecuente entre las públicas–; lo que ofrece un matiz interesante al debate, un poco “de brocha gorda”, sobre los supuestos “chiringuitos”.

Una clara voluntad de homogeneización

Los distintos puntos fuertes de cada red también plantean un debate interesante: ¿Qué proporción de su actividad –y de sus recursos– debe dedicar a la investigación una universidad? ¿No podrían existir distintos tipos de instituciones universitarias, según dediquen más esfuerzos a la investigación o a la docencia? A juzgar por los nuevos requisitos anunciados por el Gobierno español, se diría que este busca la homogeneidad: todas las universidades deben cumplir todas las funciones.

En efecto, a los requisitos ya comentados sobre la investigación se le unen otros como que toda universidad deberá ofrecer programas en al menos tres de cinco grandes áreas de conocimiento (Artes y Humanidades, Ciencias, Ciencias de la Salud, Ciencias Sociales y Jurídicas e Ingeniería y Arquitectura), o que el 50% del cuerpo de profesores e investigadores deberá estar compuesto por doctores. Y cabe preguntarse: ¿no puede ser enriquecedora y hacer un gran servicio social una universidad que se centre solo en una de estas ramas, mientras la calidad de sus programas sea buena? ¿U otra que, con un enfoque más práctico y ligado al mercado laboral, contrate como docentes a profesionales expertos en su sector, aunque no sean doctores?

Sin embargo, no en todos los países se apuesta por el modelo de universidades homogéneas. En el ámbito anglosajón, por ejemplo, es frecuente la división, dentro de las instituciones de enseñanza superior, entre las universities, más enfocadas en la investigación y el desarrollo de conocimiento, y los colleges, centrados fundamentalmente en la docencia. La coexistencia de ambos sectores –con instituciones buenas, regulares y malas en cada uno– está comúnmente aceptada, y no es motivo de polémica.

Formación práctica dentro de las universidades

Otro tipo de diferenciación es la que existe en muchos países entre universidades más teóricas y otras donde se prima el aprendizaje práctico. Estas últimas, a las que comúnmente se conoce como “universidades de ciencias aplicadas”, son frecuentes sobre todo en países de cultura germánica (las Fachhochschulen alemanas y austriacas, y sus equivalentes en Países Bajos o Dinamarca), aunque también están siendo impulsadas en Italia, bajo el nombre de Istituti Tecnologici Superiori.

También en España, cada vez es más frecuente la convergencia entre la universidad y la Formación Profesional (FP) superior. Básicamente, se están empleando dos caminos para ello. Uno consiste en integrar estudios de FP dentro de las universidades. Aunque algunas instituciones públicas los ofrecen (la UNED o la Universidad de Málaga), son las privadas las que llevan claramente la delantera: existen este tipo de programas en la Universidad Nebrija, el CEU, la UNIR, la Universidad Europea o la Universidad Camilo José Cela, entre otras.

El otro camino consiste en fomentar los grados universitarios duales, aquellos en los que una buena parte de la formación se adquiere en la empresa, tal y como la última reforma de la ley de FP exige para casi todo el sector desde 2022. En este camino son las universidades públicas las que han avanzado más, según un informe elaborado por la Conferencia de Consejos Sociales de las Universidades Españolas, la Fundación Bertelsmann y la Universidad de Mondragón, pionera en estos programas.

Quo vadis, universitas?

Es difícil saber cuánto se parecerá la universidad de dentro de veinte años a la actual. No obstante, es innegable que existen tendencias que apuntan a un cambio, desde el auge de los estudios de máster y los programas online a la diversificación de instituciones y el acercamiento al mundo profesional. La mayor parte de ellas están relacionadas, en mayor o menor medida, con el paradigma de formación permanente (no concentrada en una etapa concreta de la vida, los 18 a 25 años), que, según algunos analistas, exigirá el mercado laboral del futuro. ¿Será la universidad la institución encargada de proveerla?

Lo que parece claro es que las universidades privadas están presentes en todos estos focos de cambio. En ese sentido, sería útil analizar los resultados de su apuesta (realizada –conviene recordarlo– con recursos privados y no públicos), para tomar nota de los éxitos y los fracasos.

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