Hay escritores profesionales, que es como si acometieran sus obras en un laboratorio, y otros de los que surge a raudales la literatura, fruto acaso de su obsesión o de su apasionamiento por las palabras.
Vargas Llosa era un escritor raro, pues pertenecía a ambos linajes. Ahí está su trayectoria para demostrarlo: en retrospectiva, se antoja desigual, con cimas esplendorosas e inspiradas –Conversaciones en la catedral, La fiesta del Chivo o La guerra del fin del mundo– y otras llanuras más o menos angostas, ligeras, como la última que salió de su imaginación: Le dedico mi silencio.
Esas postreras incursiones, así como esos folletines llenos de humor y pícara frivolidad –La tía Julia y el escribidor, muy autobiográfica–, aunque no están a la …
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Un comentario
leo a Carabante y ajusto a la baja la pretendida competencia de críticos literarios que gustan de Vargas llosa pero han leído poco de él (me ha pasado a mí)…