Un informe elaborado por la Fundación SM trata de radiografiar distintos ámbitos de la vida de los jóvenes españoles (valores morales, confianza en las instituciones, participación política, religiosidad, prácticas culturales…) y analizar su evolución en las últimas dos décadas. En esta primera entrega resumimos el capítulo dedicado al ocio.
El estudio es el octavo de la serie Jóvenes españoles, que iniciaron y continuaron dirigiendo los sociólogos Pedro González Blasco y Juan González-Anleo hasta la edición anterior, de 2010. El recién publicado, Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017), está basado en 1.250 entrevistas realizadas a personas de 15 a 25 años a finales de 2016 y principios de 2017. El capítulo cuarto analiza las prácticas culturales y de ocio de los encuestados.
Más ocio, más diverso
El análisis del ocio juvenil, tanto la “foto fija” de la generación actual como su comparación con la que arrojaban los informes anteriores, ofrece algunos datos interesantes.
La lectura de literatura permanece estable o aumenta ligeramente, mientras que la de prensa cae en picado
Lo primero que cabría señalar es que el ocio se ha generalizado y diversificado. De las actividades analizadas, prácticamente todas experimentan un crecimiento en los últimos veinte años. Además, el porcentaje de jóvenes que consideran este ámbito de su vida “muy importante” es el más alto desde que se viene haciendo el estudio.
En la lista de actividades más desarrolladas, según el propio testimonio de los jóvenes, “ver películas o series” (más en el ordenador o dispositivos móviles que en el televisor) ha desbancado del primer puesto a “salir o reunirse con amigos” (aunque ambas las llevan a cabo prácticamente todos los encuestados). También son muy practicadas otras formas de ocio, como ver televisión o vídeos por Internet, ir al cine, escuchar música grabada, ir al cine o ver la televisión.
La comparación entre diferentes segmentos dentro de los jóvenes también muestra datos significativos. Por ejemplo, entre los que combinan sus estudios con un empleo (o lo están buscando), es especialmente frecuente el ocio cultural: visitar museos, pintar, tocar un instrumento o escribir, lo que apunta a un colectivo con mayores inquietudes intelectuales y más creativo. Por otro lado, se ha difuminado casi completamente la frontera que antiguamente separaba las prácticas de ocio en la ciudad y el ámbito rural.
También llama la atención la diferencia que existe entre lo que los jóvenes dicen que les gustaría hacer, y lo que realmente hacen. Las mayores brechas se refieren a las actividades culturales, mucho más deseadas que realizadas. La consecuencia es que, aunque en la pregunta por las intenciones, los que marcan “visitar museos” son más que los que señalan “jugar a videojuegos”, en la práctica esta última actividad la llevan a cabo casi dos de cada tres encuestados, y la primera no llega al 50%. Lo mismo ocurre con “tocar un instrumento” y “hacer botellón”, respectivamente. También el voluntariado queda frecuentemente en la lista de “tareas a realizar”: solo la mitad de los que desearían hacerlo lo ponen en práctica.
Cambios generacionales
Con todo, el ocio cultural es uno de los que más ha crecido en la comparación histórica si se toman como referencia los diez últimos años. Visitar museos o tocar un instrumento siguen siendo actividades minoritarias, pero el porcentaje de los que las realizan ha subido considerablemente, hasta el 48% y el 38% respectivamente. La práctica deportiva también continúa en ascenso.
Ha disminuido considerablemente el porcentaje de los que salen por la noche, así como el gusto por discotecas y bares como lugares de ocio
En cambio, los jóvenes parecen estar perdiendo el gusto por el ocio nocturno, y más concretamente por los bares, pubs y discotecas. Cuatro de cada diez manifiesta salir menos de una vez al mes (y no solo entre los menores; el porcentaje es del 30% entre los de 20 años o más), mientra que solo uno de cada cuatro lo hace “todos o casi todos los fines de semana”. Es llamativo observar la evolución de este porcentaje en los sucesivos informes: 64% en 1999, 50% en 2005, 41% en 2010, y 26% ahora.
Poca lectura, sobre todo de prensa
La lectura sigue siendo una cenicienta en el ocio juvenil. Según la última encuesta, uno de cada tres jóvenes dice no leer ningún libro al año, y la proporción crece según aumenta la edad, con el máximo en el segmento entre 21 y 24 años. Los porcentajes, no obstante, no han variado mucho desde comienzos de siglo, salvo por el pico de “no lectores” experimentado en 2005, cuando la mitad de los encuestados se situaba en esta categoría. Desde entonces, además, el número de los que leen cuatro o más libros al año ha aumentado ligeramente, aunque sigue siendo bajo: menos del 30%.
En estos datos no influyen apenas factores como la edad, la nacionalidad o la ideología. Sí lo hace, en cambio, el sexo. Solo una de cada cuatro chicas no lee ni un solo libro, por un 40% de chicos. Entre los que leen cuatro o más, los porcentajes son el 35% y el 23%, respectivamente.
Si la lectura de libros es baja, la de prensa –sea en papel o digital– lo es aun más. Más de un tercio dice no leerla nunca, y tres de cada cuatro están en la categoría de lo que el informe llama “lectores poco habituales” (menos de tres días por semana). Este porcentaje no ha dejado de aumentar desde que se vienen publicando estos informes. En 1984, cuando salió el primero, era del 55%.
La brecha entre lo que los jóvenes querrían hacer y lo que hacen perjudica especialmente a las actividades culturales y el voluntariado
Al contrario que en la literatura, los chicos predominan entre los lectores habituales de prensa, una tendencia observada también en otros países. La postura ideológica no es un factor influyente; en cambio, la edad, la clase social y la práctica religiosa muestran una relación directamente proporcional con la lectura de periódicos.
A los jóvenes no les gustan los jóvenesEl estudio incluye, al principio del capítulo sobre el ocio, un epígrafe a modo de introducción que recoge las impresiones de los entrevistados sobre la juventud española, en sentido general. En concreto, los encuestados tienen que mostrar su mayor o menor acuerdo con una serie de etiquetas calificativas referidas a su propio segmento de la población. Hubiera sido útil que se incorporara un cuestionario con las mismas preguntas, pero aplicadas al mismo entrevistado, lo que permitiría comparar el dibujo de la juventud hecho “desde fuera” y “desde dentro”. En cualquier caso, las respuestas muestran algunos aspectos interesantes. En general, se podría decir que los jóvenes son bastante críticos con los de su propia generación. De las cinco etiquetas más repetidas, tres son claramente negativas (“consumistas”, “demasiado preocupados por la imagen” y “egoístas”), y las otras dos tampoco tienen una interpretación inequívocamente positiva (“rebeldes” e “indignados por la situación política”), como sí la tienen otras que aparecen entre las menos mencionadas, por ejemplo “maduros”, “generosos”, “trabajadores” o “idealistas”. Cuando definen a su propia generación, aumenta el porcentaje de los que marcan las casillas de “egoístas”, “con poco sentido del sacrificio” o “con poco sentido del deber” Además, son las características positivas las que más han descendido (se citan menos) en los últimos veinte años. Por el contrario, aumenta el porcentaje de los que marcan las casillas de “egoístas”, “con poco sentido del sacrificio” o “con poco sentido del deber”. Como recuerda uno de los autores del capítulo, estos datos tan negativos pueden ser el resultado de un empeoramiento real o simplemente de que los jóvenes actuales sean más conscientes de sus “defectos generacionales”. En cualquier caso, esta autopercepción crítica dibuja un retrato robot en que sobresalen dos notas: el individualismo y un bajo sentido del compromiso. |