La Bauhaus de Dessau: Un resurgir cultural legendario

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.
La Bauhaus de Dessau: Un resurgir cultural legendario
El edificio de la Bauhaus en Dessau desde el ventanal de la escalera (foto: © CSA)

La escuela de arte y diseño de la Bauhaus en Dessau cumple ahora cien años. Walter Gropius, el fundador del movimiento, no solo suscitó en sus aulas una explosión creativa, sino que vislumbró lo que sería la arquitectura moderna.

En los años veinte del pasado siglo, la vida en Alemania se percibía como acelerada. El progreso de la aviación se divisaba en las frecuentes competiciones aéreas, o cuando los pilotos intrépidos salían en las noticias. Desde 1919, la empresa aeronáutica Junkers Flugzeugwerk AG, con sede en Dessau, empezó a fabricar aviones monomotor como el Junkers F-13. Después creó el modelo Junkers G-23, un trimotor para nueve pasajeros, cuyo prototipo voló por primera vez el 23 de septiembre de 1924. Tuvo tal éxito, que en 1925 el 40% del transporte aéreo mundial se realizaba con aviones de esa compañía.

Para entonces, Dessau ya se había convertido en un foco de atracción empresarial. Además de la construcción aeronáutica, la localidad atraía proyectos novedosos como el de la Bauhaus: una Escuela Superior de Diseño (escuela profesional-industrial y escuela de arquitectura), que se proponía introducir el arte y la artesanía en la industria. En sus aulas se forjaron nuevos profesionales de la construcción de viviendas y del diseño de objetos funcionales y populares. Su manifiesto inicial de 1919 se expresaba así: “Queramos, diseñemos y creemos juntos la nueva construcción del futuro, que abrazará todo en una sola forma: arquitectura, artes plásticas y pintura…”. En ese efervescente contexto de proyección social y empresarial dio comienzo en Dessau la que sería la segunda y más productiva etapa de la Bauhaus, tras abandonar la sede de Weimar, donde nació la prestigiosa escuela.

Vista general del edificio de la Bauhaus en Dessau (foto: © CSA)

El nuevo edificio fue posible gracias al impulso del entonces alcalde de Dessau, Fritz Hesse, y a la mente creadora de Walter Gropius, arquitecto y fundador del nuevo sistema académico. Como promotor y primer director de la escuela, Gropius no solo tuvo la oportunidad de proyectar un edificio singular, que plasmaría el espíritu de la Bauhaus –“El arte y la tecnología: una nueva unidad”–, sino también de generar en sus aulas y talleres una extraordinaria explosión creativa en el diseño arquitectónico, la moda, el mobiliario o el grafismo. Alemania y el mundo entero se nutrieron de numerosos diseños y prototipos industriales que vieron la luz en aquellos talleres de experimentación.

Algunos de esos objetos aún nos resultan familiares, pues se fabricaron en serie. En sus aulas impartieron clase artistas visuales o arquitectos como Wassily Kandinsky, Paul Klee, Ludwig Mies van der Rohe, Josef Albers, László Moholy-Nagy o Marcel Breuer: miembros de la vanguardia europea que constituyeron el núcleo duro de este movimiento moderno, cuya influencia se extendió por el mundo entero. Actualmente, además de un museo con más de mil objetos que reflejan la historia docente de la escuela, también se pueden visitar, dentro del actual campus de diseño de Dessau, las casas de algunos de sus maestros.

Una lección de arquitectura moderna

Gropius concibe el edificio de la Bauhaus como un cuerpo escultórico compuesto por distintos volúmenes. Cada uno de ellos corresponde a una unidad funcional dentro de la escuela, de manera que para contemplar el conjunto resulta imprescindible moverse alrededor. El mismo Gropius lo expresaba así: “Hay que dar la vuelta por todo el edificio para poder percibir su corporalidad y la función de sus miembros”.

Con el tiempo se convirtió en un icono de la arquitectura moderna, por su diseño coherente y rompedor con la arquitectura tradicional de las academias del siglo XIX, diseñadas frecuentemente al modo clásico, es decir, con planta rectangular y un solo volumen: una construcción densa y con fachadas simétricas. En cambio, el nuevo edificio de la Bauhaus invoca al futuro y condensa todo lo que será la arquitectura moderna: estructura de hormigón armado, acero y vidrio; cubierta plana, voladizos, materiales mínimos, distribución del espacio con la máxima eficiencia y lógica espacial, supresión de límites (diafanidad), concesión cero a decoraciones superfluas en fachadas, colores simples, etc. Gropius crea en el edificio una especie de atmosfera aérea, que a veces parece como querer volar o despegar, como si fuera un modelo aeronáutico más de la compañía Junkers. O mejor aún, como si pretendiera flotar en ese nuevo horizonte ideal de excelencia académica.

El edificio de la Bauhaus en Dessau con el muro cortina de vidrio (foto: © APL)

Lo primero que llama la atención del edificio son sus ventanales enormes en esquina. Gropius se adelanta al tiempo, es innovador, aunque solo sea por la solución constructiva de esa esquina, que se propagará como la pólvora. Después, esa solución será mejorada por arquitectos como Mies, en el Edificio Seagram de Nueva York. Gropius separa la estructura de la fachada inventando el famoso “muro cortina de vidrio”: una especie de mural acristalado, colgado desde arriba, a modo de tapiz transparente que cubre varias plantas, y con el que introduce una abundante luz natural en los talleres. Desde fuera se asemeja a un prisma de vidrio que parece flotar sobre un pedestal.

Otra operación magistral de Gropius, esta vez en el interior, es introducir tabiques corredizos como los shoji, traídos de Japón. De ahí que se le considere el embajador del arte japonés en Europa y que el edificio constituya una auténtica lección de arquitectura moderna.

Una explosión creativa sin precedentes

El paso de la economía agrícola y manual a la comercial e industrial estuvo motivado por la racionalización y la eficiencia, tendencias que se extenderían hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914. Según Gropius, este afán por la eficiencia había afectado a la estética, y esto, al final, podría acabar por esclavizar al individuo y quebrar el orden de la sociedad. La nueva arquitectura (la nueva estética) venía a resolver el problema social agravado en la posguerra, en la que convivían una gran inflación, un alto desempleo y la pérdida de autoestima.

Sin embargo, según el historiador alemán Hagen Schulze, los factores que contribuyeron a que el periodo central de la República de Weimar (1924-1929) se convirtiera en los “dorados años veinte” no fueron ni la estabilidad política ni la aparente bonanza económica, sino “un resurgir cultural que, hasta hoy, se sigue presentando con rasgos legendarios; se trataba de una época de tremendas tensiones espirituales que iban parejas a una importantísima creatividad artística, desde la Bauhaus de Walter Gropius, hasta La montaña mágica de Thomas Mann…”.

Es verdad que la cultura de Weimar se mitificó con la expatriación de muchos artistas e intelectuales. En realidad –según Schulze–, el nuevo arte tampoco era popular. Para él, “el gran auge artístico de la Alemania de Weimar fue –como ocurre con todas las cimas de la historia de la cultura– un fenómeno exclusivo de una élite. Todo tenía lugar dentro de un reducido grupo formado por escritores, pintores, músicos, pensadores, mecenas, refinados consumidores de productos culturales y críticos; es decir, entre la burguesía culta y el mundo bohemio. Se trataba de una cultura profundamente burguesa, pero, al mismo tiempo, acertadamente antiburguesa, cuya especial fisonomía procedía de la experiencia de la guerra mundial”.

Mobiliario de Breuer en el Museo Bauhaus en Dessau (foto: © CSA)

Con todo, el legado de la Escuela de la Bauhaus fue enorme: transformó la enseñanza de las artes en todo el mundo y elevó la categoría del diseño industrial y gráfico. Los alumnos comenzaban por estudiar los materiales, los colores y las formas. Después ingresaban en talleres especializados en pintura mural, ebanistería o metalistería… Algunos destacaron, como el taller textil de Gunta Stölzl, diseñadora de textiles abstractos; o el taller de ebanistería de Marcel Breuer, el primero en trabajar con el acero tubular para el diseño de muebles. Aunque Gropius insistía en la artesanía, realmente daba más importancia al diseño destinado a la producción en serie. Tal vez no fue solo el nuevo modelo de aprendizaje, sino el conjunto de circunstancias lo que originó una revolución creativa sin precedentes.

Mucho se ha dicho sobre el edificio de la Bauhaus de Gropius, y se han publicado muchos planos, fotos, libros, dibujos…, pero hay que reconocer que no hay nada como estar allí. La experiencia de personarse en el edificio de la Bauhaus en Dessau, de sentir los espacios o comprobar los detalles constructivos, puede cambiar la idea que algunos se han forjado durante años. Por eso el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, según cuentan sus hijos, “a sus alumnos siempre les decía que enseñaba más un viaje que una escuela, y por eso quería poner un autobús a las puertas de las universidades”.

Residencia de alumnos de la Bauhaus en Dessau con sus balcones (foto: © CSA)

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.