Una de las banderas que más ostentosamente está agitando la nueva Administración Trump, además del endurecimiento de las restricciones migratorias y el viraje en política exterior, es la de la anulación de las llamadas políticas DEI (acrónimo de “diversidad, equidad e inclusión”), que se aplicaron con profusión sobre todo en los últimos años de la pasada década y comienzos de esta, en paralelo al auge de la ideología woke.
En general, estas iniciativas se caracterizan por otorgar un trato preferente a algunos colectivos que los defensores de estas políticas consideran socialmente marginados, ya sea por su raza, su género o su orientación sexual. Esto se puede aplicar a los procesos de contratación de las empresas o a la admisión a la universidad (estableciendo, por ejemplo, cuotas específicas para estos grupos), entre otras circunstancias. Otras veces, el prurito DEI se plasma en acciones más simbólicas que efectivas (pronunciamientos oficiales, campañas de “visibilización”), aunque algunas de ellas puedan suponer un gasto económico bastante real. Por ejemplo, la creación de puestos de trabajo ad hoc, como los “coordinadores DEI”.
En el mundo empresarial estadounidense, las políticas woke están en retroceso; incluso, se han convertido en una etiqueta tóxica. Algunas de las compañías tecnológicas más importantes, ahora alineadas con la nueva Administración, están llevando la delantera en esta tendencia, ya sea por convicción o simplemente para sacar rendimiento a los nuevos vientos ideológicos que se respiran en el país.
Disidencia en el bando demócrata
Pero no es solo “el capital” el que marca distancias con el mundo woke. También en el terreno de las ideas se percibe un importante cambio. Quizás el ejemplo más elocuente sea el de las voces disidentes dentro del partido demócrata. Uno de ellos, especialmente relevante porque suena a candidato para las próximas elecciones nacionales, es Gavin Newsom, gobernador de California.
Gavin Newson, posible candidato demócrata a las próximas elecciones, ha criticado algunas causas típicamente woke
En el primer capítulo de su recién creado podcast, Newsom mantuvo una conversación con Charlie Kirk, referente del movimiento MAGA (Make America Great Again, el lema de Trump). Al tocar el asunto de si se debe permitir que los atletas trans compitan contra los de diferente sexo biológico, el político demócrata señaló que “[permitirlo] sería profundamente injusto”. Además, se distanció de otras causas woke como el uso de pronombres según el género sentido por el interlocutor (masculino, femenino o neutro, entre otros) o la retirada de fondos a la policía, y denunció la “cultura de la cancelación”.
Se podría interpretar –así quiere Newsom que se haga– que su cambio de postura busca una vuelta al sentido común y al diálogo respetuoso con el oponente, pero no ha faltado quien lo ve más bien como una forma de posicionarse como alternativa a Kamala Harris –más pegada, de momento, a la ortodoxia y la praxis woke– pensando en unas futuras primarias. Por su parte, en un artículo publicado en Unherd (un medio muy crítico con esta ideología), John Koltkin describe a Newsom como un político veleta, que solo guarda lealtad a los fondos que recibe de las grandes compañías tecnológicas; como estas ahora se han vuelto anti-woke, él también.
Pero Newsom no es el único demócrata que se ha distanciado de las políticas DEI, en particular en lo referido a lo trans. Seth Moulton, representante por Massachusetts, señaló en noviembre del año pasado que el partido había perdido la conexión con la sociedad en este punto, y que no se permitía el debate interno (su jefa de prensa dimitió por estas declaraciones). Por otra parte, dos representantes demócratas en la Cámara votaron en enero a favor de la Ley para la Protección de las Mujeres y Niñas en el Deporte, propuesta por el gobierno de Trump. En el Senado no hubo disidencia, pues todos los demócratas votaron en contra de la tramitación de la ley. No obstante, algunos de ellos explicaron que sus motivos para hacerlo tenían más que ver con la forma que con el fondo del texto: que podría llevar a humillantes inspecciones físicas de las deportistas, que hacía depender toda la financiación pública de las escuelas de este asunto, o que debían ser los propios centros educativos, los padres y las autoridades estatales quienes decidieran.
En los últimos años, y especialmente tras el comienzo de la guerra en Palestina, muchas universidades han firmado “declaraciones de neutralidad institucional”
Lo cierto es que el distanciamiento de algunos demócratas respecto del activismo woke, sea por los motivos que sea, puede ayudar al partido a recuperar votos. Según una encuesta de Ipsos para el New York Times, el 70% de los que se definen como votantes demócratas prohibirían la participación de atletas trans en el deporte femenino, y un 50% están en contra de los tratamientos de “reasignación de género” en menores.
Las universidades quieren –o deben– volver a ser neutrales
Aparte del Partido Republicano, las universidades han sido otra de las dianas favoritas de la Administración Trump por las políticas DEI. Ciertamente, algunas de ellas han hecho méritos para ello: por sus políticas de discriminación positiva en la admisión de alumnos –prohibidas por una sentencia del Supremo el pasado junio–, o la tolerancia –y a veces promoción– de campañas de boicot a conferenciantes o profesores denunciados como conservadores, pasando por la multiplicación de cursos o puestos de trabajo con contenido woke.
La amenaza del nuevo gobierno de cortar la financiación pública federal a las que sigan en esa línea está ejerciendo una fuerte presión sobre las universidades. Sin embargo, ya antes de las elecciones muchas habían ido publicando declaraciones de neutralidad, en las que se comprometían a que la institución no se pronunciaría oficialmente sobre cuestiones controvertidas. El punto de inflexión fue, sin duda, los disturbios ocasionados en muchos campus tras el ataque de Hamás y la respuesta de Israel.
No todas estas declaraciones son iguales. Para empezar, algunas han sido casi impuestas por las autoridades estatales, al tratarse de instituciones públicas, mientras que otras vienen de centros privados (cuánto haya de convicción y cuánto de táctica es difícil de saber). Varía también el alcance de la exigencia: las hay que solo obligan a ser neutrales a los puestos directivos, o a los departamentos como tal; otras, a cualquier profesor, pero solo cuando hable en nombre de la universidad, no en sus propias clases.
La Universidad de Chicago ha sido la que más claramente se ha posicionado a favor de la neutralidad oficial de las instituciones educativas. Y lo ha hecho desde hace décadas, no solo por el auge de lo woke o las amenazas de Trump. No en vano, fue allí donde en 1967, en medio de las protestas por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, se redactó el “informe Kalven”, que ha servido de guía a muchas de las declaraciones actuales. El texto afirma que la universidad debe ser “hogar y patrocinador de la crítica, pero no la crítica en sí misma”. Así pues, la neutralidad no va encaminada a coartar la libertad de expresión, y menos a silenciar determinadas posturas, sino todo lo contrario. Habrá que ver si con la nueva Administración se respeta este espíritu de tolerancia, o si, por el contrario, la censura cambia simplemente de bando.
Disney, Warner Bros y Paramount han dado marcha atrás en distintas políticas DEI, tanto internas como de cara al público
En realidad, no es muy factible que esto ocurra –salvo, quizás, en instituciones declaradamente anti-woke, como la Universidad de Austin–, dado que, como señalan algunos estudios, entre los profesores universitarios son clara mayoría los que se identifican con el Partido Demócrata.
El cine también da marcha atrás
Si las universidades, que han sido un bastión del movimiento woke, parecen estar sacando bandera blanca, lo mismo puede decirse de la industria del cine. Una vez más, podría discutirse si realmente hay un cambio de perspectiva o simplemente se trata de no meterse en problemas con la nueva Administración. Sea como sea, las políticas DEI también están mitigándose o incluso desapareciendo en este sector.
Sin duda, Disney ha sido el epítome del “wokismo” durante los últimos años, y especialmente a partir de 2020. Por eso ha sido tan significativo el reciente anuncio de que cambiará sus políticas DEI para, entre otras cosas, abandonar una métrica de “inclusividad” que utilizaba para calcular los honorarios de los ejecutivos. A finales de 2024, la compañía también admitió haber eliminado una subtrama con un personaje transexual de la serie de animación En la victoria o en la derrota, la primera creada por Pixar para Disney+. La declaración que acompañaba este anuncio señalaba que “muchos padres prefieren hablar de ciertos temas con sus hijos en sus propios términos y cuando ellos elijan hacerlo”.
Por su parte, Paramount ha anunciado que abandona las cuotas de diversidad que ha estado utilizando para contratar personal, y Warner Bros ha decidido eliminar la “D” y la “E” de sus programas DEI, que a partir de ahora solo será de “inclusión”. Por otro lado, un estudio ha constatado que, entre las principales productoras, en los últimos años se han reducido notablemente los puestos laborales relacionados con estas políticas.
Con todo, al igual que ocurre con las universidades, algunos piensan que la penetración de los planteamientos woke en Hollywood es demasiado profunda como para desaparecer en poco tiempo. Así lo cree Sasha Stone, una conocida periodista de cine estadounidense, que en su momento fue una pionera de esta ideología en el ámbito cultural y que ahora reniega de ella, desencantada por lo que considera una instrumentalización del arte para causas políticas. “Los conservadores –comentaba recientemente al New York Times– aún no han aprendido a producir el tipo de cine exitoso que necesitarían para suponer un verdadero desafío”.