Rosario de Velasco, la artista rescatada del olvido

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Adán y Eva, 1932 (Fotos: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza)

El Museo Thyssen-Bornemisza inicia su temporada estival con la exposición de la pintora figurativa Rosario de Velasco, una de las grandes artistas olvidadas de la primera mitad del siglo XX. La muestra permanecerá abierta hasta el 15 de septiembre y después viajará al Museo de Bellas Artes de Valencia.

La exposición pretende dar visibilidad y reconocimiento a la artista, cuya obra está presente en los grandes museos estatales. En el Museo Reina Sofía se encuentra uno de los cuadros más famosos de Velasco, Adán y Eva (1932), que ella había titulado Eva y Adán por el papel dominante de la mujer; en el Museo de Bellas Artes de Valencia se exhibe La matanza de los inocentes (1936), un enorme lienzo expresionista pintado donde algunos ven el preludio de la Guerra Civil; Maragatos (1934) se halla en el Museo del Traje, y en el Centro Pompidou de París se encuentra Carnaval (antes de 1936), que evoca las máscaras de James Ensor y la influencia de Maruja Mallo o de José Gutiérrez Solana.

A pesar de este legado museístico, gran parte de la obra de la artista estaba en paradero desconocido y ha sido un verdadero reto encontrarla. Gracias a su nieto Víctor Ugarte Farrerons, tenemos un valioso relato de la abuela lleno de anécdotas y pequeños detalles de familia. Por otra parte, hay que destacar la implicación emocional de su sobrina nieta, Toya Viudes de Velasco (comisaria de la exposición junto con Miguel Lusarreta), quien desde pequeña sintió fascinación por aquel cuadro de Lavanderas que colgaba en una de las paredes de su casa. El enorme lienzo tenía un valor sentimental añadido, ya que fue el regalo de bodas que Rosario había hecho a su hermano Luis (abuelo de Toya) en 1936.

Para entender lo que ha supuesto el montaje de la exposición, que por cierto se ha hecho en un tiempo récord, tenemos que resaltar la generosa respuesta de la campaña lanzada en redes por Toya Viudes para encontrar la obra dispersa de la artista. Se han recuperado muchas obras, aunque algunas estaban mal conservadas y han tenido que ser restauradas para devolverles su luz primigenia.

La tragedia de la guerra

Rosario de Velasco nació en Madrid en el año 1904. Su padre fue un destacado militar, hombre culto al que le gustaba mucho leer, amante del arte y acuarelista; por ello inscribió a sus hijas Rosario y Lola en el taller de pintura de Álvarez de Sotomayor (director del Museo del Prado). De su madre, Rosario Belausteguigoitia, heredó el tesón y el espíritu fuerte, así como una religiosidad profunda que mantuvo a lo largo de su vida. “Era una mujer de misa diaria, tolerante y abierta a la modernidad”, comenta su nieto.

Retrato del doctor Luis de Velasco, ca. 1933

Durante la Guerra Civil la artista pasó grandes dificultades que la obligaron a salir de Madrid; fue militante de la Falange y de la Sección Femenina del Movimiento Nacional. Se sabe que le unía una estrecha amistad con José Antonio Primo de Rivera y su hermana Pilar.

“Vivíamos en una casa grandísima con siete balcones que daban al Paseo de Rosales. De esa casa no queda nada, ya que durante la guerra quedó deshecha. Pero para mi vida y la de mis hermanos ha quedado un recuerdo perenne”, confesaba la artista. Después se trasladarían a otro domicilio, donde, en 1936, los republicanos se presentaron a detenerla por haber defendido a unas monjas que estaban siendo increpadas. Finalmente no fue arrestada, pero el incidente la hizo trasladarse a Valencia y después a Barcelona, ciudad donde sería encarcelada y condenada a muerte. Se libró de la ejecución gracias al médico Javier Farrerons, que consiguió sacarla de prisión escondida en un carro, y con quien después se casó. Esos terribles momentos la sacudieron en lo más íntimo, sobre todo cuando se enteró de que su compañera de celda había sido fusilada.

Retorno al orden

La pintura de Rosario de Velasco es un claro ejemplo del “retorno al orden” que se produce en Europa tras la Primera Guerra Mundial y que se singulariza por la vuelta a la figuración y el afán de romper con las primeras vanguardias. Los artistas pensaban que quizás habían ido demasiado lejos; se produce un desencanto y una recuperación del equilibrio paralela a movimientos como la Nueva Objetividad alemana y el Novecento italiano.

La figuración de Rosario de Velasco fue una combinación acertada de tradición y modernidad. En su pintura estaba presente la concepción espacial del Quattrocento, y admiraba a pintores como Giotto, Masaccio, Piero della Francesca, Mantegna, Durero, Velázquez y Goya; pero también se dejó seducir por artistas más vanguardistas, como De Chirico, Braque o Picasso. De este último dijo: “Todos debemos algo a Picasso; él ha sido el puentecito por donde hemos pasado a lo nuevo”.

La muestra abarca una treintena de óleos pintados desde los años 20 a los 40 del siglo XX. Son cuadros de gran formato que explican la seguridad en sí misma que la artista confería a sus creaciones, y cómo supo conquistar su sitio en una época en que las mujeres lo tenían más difícil.

Iniciamos el recorrido expositivo con su autorretrato, el retrato de su padre y el de su hermano Luis, reputado tisiólogo. En este último, la artista concibe el espacio a vista de pájaro. Destaca una ventana lateral con vistas al exterior y al fondo una puerta muy velazqueña. Como comenta Estrella de Diego, “Rosario de Velasco tiene algo de Mantegna en su juego perspectivo complejo y difícil”. Una complejidad espacial que también hallamos en la obra de Norah Borges, de Maruja Mallo y de Ángeles Santos. Finalmente, observamos la personalidad del Dr. De Velasco, con su bata blanca, rodeado de los instrumentos de trabajo, y encontramos en él un paralelismo con la Nueva Objetividad y el rol sobresaliente que adquieren los objetos.

Cosas, 1933

Fue tal la importancia de los objetos en este movimiento que, en algunos casos, la materialidad de estos domina todo el lienzo, como podemos ver en Cosas. Es un cuadro pintado en 1933 que mantiene la vista de pájaro y donde el cuadrado inicial es trasmutado en un rombo a base de diferentes planos, muy al estilo cubista.

En El cuarto de los niños (1932-33), la artista es más atrevida, va más allá de sus límites, y los objetos cobran tal fuerza que parecen tener la capacidad de cosificar al niño y convertirlo en máquina o en un pequeño muñeco de madera. Esta tendencia también está presente en Niñas con muñeca (1937), donde se repite ese mismo patrón, pero en la modalidad de retrato.

Lavanderas, 1934

El paso del tiempo siempre plantea nuevos retos. Rosario deja atrás los principios de la Nueva Objetividad y vuelve la mirada a Italia, tras un viaje a este país. Es el momento referencial del clasicismo del Renacimiento, y más concretamente, del Quattrocento. Un movimiento artístico presente en Maternidad, donde conjuga con acierto el carácter intimista inspirado en Giovanni Bellini y un acentuado claroscuro que destaca la plasticidad de las figuras. Otro buen ejemplo de clasicismo lo tenemos en Lavanderas (1934), un lienzo que evoca La primavera de Boticelli por el movimiento rítmico de la escena. Esta es entendida como una danza en la que cada lavandera tiene su papel –una lava, otra escurre y otra tiende–. El blanco de la ropa es un elemento de unión que cohesiona toda la obra. Por último, destacamos el agua traslúcida que llega a los tobillos, a la manera de Verrocchio en el Bautismo de Cristo.

Una temática recurrente en la producción artística de Rosario fueron los motivos bíblicos. En La matanza de los inocentes (1936) destaca por encima de todo el carácter emocional del drama, donde el expresionismo se muestra en su versión álgida. El espacio desaparece y el lienzo es poblado por la gestualidad angustiosa de unas madres protectoras que no quieren perder a sus hijos y lloran enloquecidas por el drama que presienten.

La matanza de los inocentes, 1936

Pero esta tendencia expresionista también pasó, y durante los años 50 y 60 aparecen las máscaras con toda la parafernalia que conllevan. En la muestra se expone Carnaval, un cuadro que se anticipa a este periodo, donde los tres personajes se agrupan en torno a una potente diagonal barroca llena de movimiento que ocupa todo el espacio.

En este recorrido no podían faltar sus trabajos como ilustradora. Una obra gráfica verdaderamente entrañable, llena de belleza y quiebros muy personales, con un dominio del dibujo y una versatilidad de registros, que en ocasiones se acercan a la estética simbolista o al gusto curvilíneo que impuso el modernismo. Entre las ilustraciones destacamos las realizadas para los Cuentos para soñar, escritos por su amiga María Teresa León, o las de los Cuentos para mis nietos, de Carmen Karr.

Rosario de Velasco murió en Sitges el 2 de marzo de 1991, sin saber que aquella niña que de pequeña contemplaba fascinada a sus Lavanderas se empeñaría en rescatar del anonimato a su querida tía abuela.

Rosario de Velasco, la artista rescatada del olvido
Dos ilustraciones del libro “Cuentos para soñar”

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