100 años de Ana María Matute, la escritora de la niñez perdida

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La escritora, el día que recibió el Premio Cervantes (2011). Foto: archivo de Europa Press

Se cumple en 2025 el centenario del nacimiento en Barcelona de Ana María Matute (1925-2014), escritora con una potente trayectoria literaria, desarrollada en paralelo a la evolución de tendencias y cambios que se dan en la historia de la literatura española en la segunda mitad del siglo XX. Matute practicó un realismo muy personal, que utilizó para reflexionar sobre la infancia, la memoria y la identidad. En su caso, además, destaca su capacidad fabuladora, con obras de literatura fantástica que tuvieron en su momento una excelente acogida crítica y de lectores.

Para celebrar esta efeméride, la editorial Destino, donde publicó buena parte de sus obras, anuncia la reedición de algunos de sus títulos más significativos. El primero de ellos en aparecer ha sido Primera memoria (1), una de sus grandes novelas.

Neorrealismo traumático

Con Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite y, entre otros, los hermanos Goytisolo, Ana María Matute pertenece por edad a la generación de los llamados “niños de la guerra”. Ya antes de Primera memoria había publicado Los Abel (1948), Fiesta del noroeste (1953), Pequeño teatro (1954) –con el que obtuvo el Premio Planeta de ese año–, En esta tierra (1955) –que apareció censurada y que muchos años después, en 1994, volvió a publicar corregida con el título de Luciérnagas–. De 1958 es otra de sus obras más conocidas, Los hijos muertos. En sus novelas y relatos la autora muestra una especial predilección por el mundo de los desheredados y los humildes, a veces en contextos que muestran aspectos sórdidos.

Cuando publica Primera memoria, en 1960, en España estaba de moda un realismo de corte social y un tanto crudo que, en su caso, aparece mitigado por la inclusión de ingredientes idealistas que rebajan las pretensiones testimoniales y sociales.

“Vivir siempre es perder cosas. Soy una mujer pesimista“

Su existencialismo áspero aparece en toda su literatura, en la que, además, se aprecia una visión pesimista de la naturaleza humana, muy condicionada por las circunstancias sociales y personales. Como afirmó tras la concesión del Premio Cervantes en 2010, “desde mi primer cuento siempre he tratado de comunicar la misma sensación de desánimo y de pérdida, porque vivir siempre es perder cosas. Soy una mujer pesimista”.

Los críticos han calificado su realismo de “traumático”, un existencialismo que es especialmente amargo cuando aborda la niñez y la adolescencia, uno de los temas con los que Matute ha conseguido sus mejores páginas, como puede apreciarse también en dos libros en los que escribe sobre su infancia, A la mitad del camino (1961) y El río (1963).

“Yo creo que la infancia, y no solo para mí, sino para la mayoría de la gente, es algo que marca para siempre. Aunque la quieras olvidar no puedes…”. Matute es también una excelente autora de relatos, que recogió en el volumen La puerta de la luna (2020), que contiene libros tan significativos como Los niños tontos (1956), Historias de la Artámila (1961) y Algunos muchachos (1968).

“Primera memoria”, Premio Nadal 1960

Primera memoria inaugura la trilogía de Los mercaderes, de la que forman parte Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969). Las tres tienen como telón de fondo las huellas de la Guerra Civil. Con Primera memoria, la autora consiguió en 1960 el premio Nadal, que ya había estado a punto de ganar en varias ocasiones.

Aunque no se nombra nunca en la novela, Primera memoria se ambienta en Mallorca año y medio después de iniciarse la Guerra Civil española. La narradora es Matia, una joven de 14 años que vive en casa de su abuela Práxedes, con su tía Emilia y su primo Borja, casi de su misma edad. Años después, con aflicción y también con mucha melancolía, Matia recuerda aquellos meses en los que, en los inicios de la adolescencia, tuvo que asumir las contrariedades que provocó la guerra en su vida. Por un lado, la separación de su padre, implicado en el conflicto y desaparecido desde su inicio (su madre había fallecido cuatro años antes); por otro, el clima despótico que desprende la abuela, a la que todos los que viven bajo su techo, familiares y sirvientes, deben mostrar una abnegada obediencia. A la isla llegan frecuentes noticias del desarrollo de la contienda, que asumen de manera dramática.

Pero lo más importante de la novela es el mundo interior de la protagonista, que se despliega en la relación con el paisaje, con su primo Borja (un mentiroso compulsivo, muy ladino y falso en su comportamiento con su abuela) y en su inesperada amistad con Manuel, hijo de un republicano que ha sido asesinado en la isla, que vive con su madre y sus hermanos en medio de un clima de odio y venganza. Hay otras historias colaterales que enriquecen la novela y le añaden profundidad y algo de intriga. En todo momento, la narradora revive aquellos recuerdos con cierta desazón, sin querer formar parte del mundo de los adultos que se presenta ante ella con muchas incógnitas, pero también repleto de inhumanidad, rencores y violencia.

Sobresale el tono triste, intimista y nostálgico que la autora imprime a la narración; también las constantes referencias al paisaje de la isla y a pequeños detalles domésticos que la memoria de aquellos años, traspasada de sufrimiento e incomprensión, ha retenido con fuerza. Este tono, entre la ingenuidad infantil y el complejo mundo de la adolescencia, es el que aporta más originalidad a la novela, alejándose así de una finalidad meramente testimonial.

Más allá del realismo: fantasía y literatura infantil

Además de su veta realista, Ana María Matute mostró una gran capacidad fabuladora, que plasmará más adelante en sus obras de corte lírico y fantástico, como La torre vigía (1971), donde inicia una ruptura con el realismo que había practicado hasta entonces, Olvidado Rey Gudú (1996) y Aranmanoth (2000).

Especialmente brillante es el estilo y los argumentos de sus libros infantiles, donde la autora tiene verdaderas obras de referencia

En Olvidado Rey Gudú se narra la historia del reino de Olar, un imaginario país del norte europeo gobernado por Gudú, guerrero rudo e incapaz de amar, y por su madre la reina Ardid, ambiciosa y muy hábil para manipular a quienes la rodean. La acción, que transcurre en los tiempos del alto medievo y cuyo desarrollo se asemeja al de las sagas nórdicas, trata de los esfuerzos de ambos protagonistas por ampliar sus territorios, mediante las armas o las intrigas.

Por su parte, Aranmanoth, ambientada en una imprecisa Edad Media y en algún país europeo, cuenta la historia del protagonista, el propio Aranmanoth (hijo de un modesto señor feudal y de un hada de las aguas) y la de una joven que aparece en el castillo para ser su madrastra. Los dos protagonizarán una historia de sueños, amores y desamores sobre fondo realista, aunque su tratamiento externo sea mágico-fantástico.

Especialmente brillante es el estilo y los argumentos de sus libros infantiles, donde la autora tiene verdaderas obras de referencia, como se puede comprobar en el volumen Todos mis cuentos (2000), en el que ha reunido sus relatos escritos para niños.

Como en otras historias suyas, en estas también Ana María Matute trata sobre niños infelices que, sin embargo, acaban encontrando la forma de vencer las dificultades que tienen. Y lo hace con el empleo de un tono y un estilo cálido, capaz de devolver a los lectores a los sentimientos propios de la infancia.

 

(1) Primera memoria. Ana María Matute. Destino. Barcelona (2025). 264 págs. 19,90 € (papel) / 4,99 € (digital).

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