Harari y su último libro: nada nuevo bajo el sol

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Harari, Nexus
Yuval Noah Harari (CC World Economic Forum / Ciaran McCrickard), con la portada de su último libro superpuesta

Más de lo mismo: así podría resumirse Nexus, el último ensayo –enciclopédico– de Harari, que vuelve a aplicar la misma fórmula que le permitió convertir sus anteriores libros en bestsellers.

Pero es más de lo mismo no solo porque repita algunas ideas u obsesiones y mantenga su tono crepuscular y cierta pose espiritual, sino porque nos tiene también acostumbrados a evitar un análisis original. En el caso de su estudio sobre las redes de comunicación, tampoco aporta soluciones creativas a los problemas –muchos y reales– ocasionados por la inteligencia artificial (IA).

Una IA desbocada

Se puede disculpar, claro está, que este sacerdote de la posmodernidad aclare cuál es nuestra situación –“nos hallamos en un punto de inflexión de la historia”, observa–, pero se antoja exagerado decir que “la mayoría de los procesos hoy día tienen origen en decisiones de inteligencias no humanas”. ¿Acaso estamos en un momento de no retorno? ¿Es que nos gobiernan ya las máquinas?

Desmedido o no, pocos disentirán en que el peligro está, precisamente, en confiar ilimitadamente en la IA o hacerlo hasta el punto de postergar las opiniones o convicciones humanas.

Redes de información

El historiador de origen israelí se ocupa en Nexus del surgimiento, difusión y control de la información, ofreciendo un repaso tan simplista como –digámoslo sin tapujos– sesgado.

Quizá no sea otro el inconveniente de sus obras: da por hecho que sus presuposiciones –sean cuales sean, políticas, antropológicas o religiosas– son correctas, al tiempo que despacha de un plumazo procesos o eventos que merecen una investigación más sosegada y especializada.

Para Harari, la información es lo que otorga poder; cuanto mayor sea la red que se genera, más numerosas serán las capacidades y ventajas que proporcione. Porque los datos se despliegan y se extienden por capilaridad.

Engaños y mentiras

Hasta aquí, nihil novum sub sole. Pero irrumpe la boutade: acumular datos, por sí mismo, no nos hace mejores. En la dinámica de la tecnología, lo relevante es qué se hace con la información, cómo se utiliza, a qué intereses se sirve.

Quienes manejan los hilos de una red informativa son los que tienen la autoridad, y normalmente su fin es sojuzgar a pobres mortales, sostiene Harari. Ha habido diversos tipos de redes, unas más malignas que otras. Porque el principal problema de la información es el de la veracidad. Y porque quien mueve sus manillas, también maneja la conciencia de los mortales.

Harari teme que la IA acabe desempeñando el papel que, según él, ha tenido históricamente la religión: manipular y dominar

A Harari le inquietan, principalmente, los canallas que en lugar de emplear la información para que el público se haga una imagen fidedigna de las cosas, se sirven de ella para manipular, engañar o pervertir. Para aumentar su poder, en definitiva. Y eso, indica, es lo que han hecho tradicionalmente las religiones, especialmente una: la Iglesia católica.

Una IA sobrenatural y religiosa

Causa desconcierto la inquina de Harari hacia las creencias religiosas, pues más o menos en el último lustro parece haberse contenido el exceso secularista del que hacían gala los ateos más combativos, como Richard Dawkins. Al autor de Nexus no le duelen prendas para interpretar los dogmas, los rituales o la Escritura como una especie de infraestructura infalible destinada a apuntalar el dominio eclesiástico.

Hasta tal punto es así que, en su opinión, el peligro de la IA es que puede terminar desempeñando el papel que históricamente han asumido las religiones y, por tanto, crear el espejismo de que hay una autoridad casi sobrenatural que determina dónde está el bien y el mal.

De cómo la IA multiplica la posibilidad de los engaños han advertido muchos expertos, y el problema ha llevado a aprobar leyes en diversos países para combatir la información falsa. Harari contrapone la manera en que un régimen democrático brega con los bulos y el modo en que los afrontan los totalitarismos. Aunque la vigilancia que establecen unos y otros es diferente, recomienda que las democracias se esmeren más en el control que ejercen sobre empresas y compañías.

Antihumanismo

Indica Harari: “Para lo bueno y para lo malo, los chips de silicio están libres de muchas de las limitaciones que la bioquímica orgánica impone a las neuronas de carbono. Los chips de silicio pueden generar espías que nunca duermen, banqueros que nunca olvidan y déspotas que nunca mueren”.

Para evitar la catástrofe, se apuntan algunos consejos. Muchos son obvios. El primero es el más importante: las respuestas a los desafíos tecnológicos se han de delinear en la esfera política y moral. Como segunda recomendación, habla de fomentar el uso bueno de la información. Además, recomienda descentralizar los sistemas de información y aumentar férreamente el control sobre las redes.

El futuro es incierto; igualmente inciertas son –señala Harari– las identidades humanas y no humanas que surgirán en tiempos próximos. Hay en el libro demasiadas alarmas sobre el último hombre y el advenimiento de unos años distópicos.

Lo que uno sospecha es que ni Harari ni quienes se alinean con él han superado el antihumanismo, esto es, su convicción de que somos solo una especie más entre otras y no tenemos asegurada nuestra supervivencia.

Un animal creativo

Difícilmente, sin embargo, podemos hacernos una idea de hacia dónde nos dirigimos si no sabemos con algo de exactitud quiénes somos o cuáles son nuestras más altas aspiraciones. De ahí arrancan las paradojas posmodernas: abdicamos de la verdad, pero deseamos luchar contra los bulos; aspiramos a la libertad absoluta y, sin embargo, nos vemos en la obligación de aumentar el control público, las prohibiciones y las normas.

Puede que el ser humano sea la especie más autodestructiva de la Tierra, como sugiere Harari en sus ensayos. Y puede, asimismo, que nuestra extinción no sea tan dramática como suponemos, pues han desaparecido de la faz de la tierra especies que ni siquiera se recuerdan.

Pero quizá convenga insistir en la otra cara de la moneda: el ser humano cuenta con una inusitada fuerza creativa. Que venga un mañana lleno de luz o atestado de tinieblas dependerá de nuestra capacidad para sacar lo mejor de las cosas y de arrostrar desafíos y peligros, como hemos hecho hasta ahora.

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