Mujeres y hombres: la brecha de la salud

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Mujeres y hombres: la brecha de la salud
Pacientes en una sala de espera del Hospital Virgen de las Nieves (Granada) / Archivo Europa Press

Un análisis global publicado en mayo en The Lancet Public Health sobre 20 enfermedades discapacitantes en hombres y mujeres corrobora la gran paradoja de los sexos: ellas viven más años, pero su calidad de vida, su salud, se resiente más que la de los varones en las últimas etapas.

La naturaleza, la biología, ha dotado a las hembras, por lo general, con una mayor resistencia, seguramente por razones reproductivas. La regla, sin embargo, no es universal. Steven Austad y Kathleen Fischer, de la Universidad de Alabama, recogían en 2016 en la revista Cell Metabolism una revisión de 118 estudios con ratones de laboratorio de los que en 65 los machos sobrevivían a las hembras y en 51 ocurría al contrario; en dos no hubo diferencias.

Un análisis más exhaustivo lo efectuó un equipo europeo dirigido por las universidades de Lyon (Francia) y Bath (Reino Unido). Publicado en 2020 en Proceedings of the National Academy of Sciences, estimaba que en un 60 % de las especies de mamíferos estudiadas (101 en total), las hembras viven un 18,6 % más que los machos. En los humanos, la ventaja es de un 7,8 %.

Todas las cohortes históricas de población estudiadas en el último siglo, en especial las tan meticulosas de los países nórdicos europeos, confirman esa mayor longevidad de las mujeres. El 90% de los supercentenarios –los que viven hasta 110 años o más– son mujeres. Se han barajado factores hormonales, inmunológicos, de estrés oxidativo, cerebrales, mitocondriales o el que los hombres solo tengan un cromosoma X.

Pero esa ventaja tiene un precio: la salud de las mujeres es peor que la de los hombres en la vida adulta. Así lo ha vuelto a corroborar un amplio estudio publicado el pasado mayo en The Lancet Public Health que recoge las disparidades en las principales causas de carga de enfermedad entre mujeres y hombres: desde la diabetes y las enfermedades cardiovasculares a la covid-19, lumbalgia, accidentes de tráfico, trastornos depresivos y de ansiedad, infecciones, alzhéimer y algunos tumores.

La investigación, financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates, ha utilizado los últimos datos (2021) del Estudio de Carga Global de Enfermedades, que desde 1990 viene estimando las tendencias de morbilidad y mortalidad en todo el mundo, con las limitaciones de unas estadísticas precarias en los países menos desarrollados. Han comparado el número total de años de vida perdidos por enfermedades y muertes prematuras (una medida conocida como años de vida ajustados por discapacidad -AVAD-) para las 20 principales causas de enfermedad en las mujeres y varones mayores de 10 años en siete regiones del mundo entre 1990 y 2021, año en que la pandemia, con sus 10-15 millones de muertes, se erigió como moderno jinete del Apocalipsis.

«El covid-19 nos ha recordado que las diferencias de sexo pueden incidir profundamente en los resultados de salud», dice la autora principal, Luisa S. Flor, del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, donde se centralizan los datos. Diversos estudios han coincidido en que el coronavirus ha causado más muertes en hombres que en mujeres –por cada 10 mujeres fallecidas morían 15 varones–, quizá debido a un sistema inmune adaptativo más robusto en ellas (con el sistema inmune innato ocurre al revés); sin embargo, en las mujeres los síntomas del covid persistente o a largo plazo son más pronunciados.

“Un punto clave que destaca nuestro estudio –añade Luisa Flor– es cómo las mujeres y los hombres difieren en muchos factores biológicos y sociales que fluctúan y, a veces, se acumulan con el tiempo, lo que hace que experimenten la salud y la enfermedad de manera diferente en cada etapa de la vida. El desafío es diseñar, implantar y evaluar formas de prevenir y tratar las principales causas de morbilidad y mortalidad prematura desde una edad temprana y en poblaciones diversas”.

El análisis estima que para 13 de las 20 causas principales de carga de morbilidad, como el covid-19, las lesiones por accidentes de tránsito y las enfermedades cardiovasculares, respiratorias y hepáticas, la pérdida de salud fue mayor en los hombres que en las mujeres. Por ejemplo, los hombres experimentaron por covid-19 un 45 % más de pérdida de salud que las mujeres (3.978 frente a 2.211 AVAD, estandarizados por edad, por cada 100.000). La cardiopatía isquémica tuvo la segunda diferencia absoluta más grande.

Con respecto a las mujeres, los mayores contribuyentes a su pérdida de salud son el dolor lumbar, los trastornos depresivos y de ansiedad, los dolores de cabeza, otros trastornos musculoesqueléticos (osteoporosis), el alzhéimer y otras demencias, y el VIH. La mayor diferencia absoluta en la pérdida de salud de las mujeres se observó en el dolor lumbar, con tasas de AVAD un tercio más altas para ellas que para los hombres.

Prestar más atención a las causas

Las condiciones de salud mental afectan también de manera desproporcionada a las mujeres en todas las regiones del mundo. Así, la pérdida de salud causada por trastornos depresivos fue más de un tercio mayor entre ellas. “Está claro –dice Gabriela Gil, otra de las autoras– que la atención sanitaria de las mujeres debe extenderse mucho más allá de las áreas que los sistemas de salud y la financiación de la investigación han priorizado hasta la fecha, como las cuestiones sexuales y reproductivas”.

Las mujeres participan menos en los ensayos clínicos y, salvo en dolencias puramente ginecológicas, las terapias muchas veces se trasladan del varón a la mujer sin estudios específicos de eficacia o posología

Estas diferencias globales en la pérdida de salud entre mujeres y hombres han sido en gran medida consistentes durante los últimos 30 años, pero para algunas enfermedades, como la diabetes, la diferencia en las tasas de AVAD de los varones casi se triplicó entre 1990 y 2021. Es sabido también que los riñones masculinos son más vulnerables que los femeninos, quizá debido a la hormona testosterona, como mostró el año pasado un equipo de la Universidad de Southern California (Los Ángeles) en la revista Developmental Cell. Los ensayos con antiandrógenos parecen aliviar ese deterioro.

Luisa Flor concluye que “las mujeres tienen vidas más largas, pero viven más años con mala salud; se han logrado avances limitados en la reducción de la carga de las condiciones que conducen a enfermedades y discapacidades, lo que subraya la necesidad de prestar mayor atención a las consecuencias no fatales que limitan la función física y mental de las mujeres, especialmente en edades mayores”.

Prestar atención a la diferente fisiología femenina –que se observa por ejemplo en que las futbolistas tienen de dos a seis veces más lesiones en el ligamento cruzado anterior que los varones–, es un objetivo pendiente desde hace años. Sin embargo, las mujeres participan menos en los ensayos clínicos y, salvo en dolencias puramente femeninas (ginecológicas), las terapias muchas veces se trasladan del varón a la mujer sin estudios específicos de eficacia o posología.

Así, ante un problema cardiaco –primera causa de muerte en el mundo–, las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de recibir una terapia adecuada tras sufrir un infarto, como cateterismo o implantación de un baipás. Y al obtener el alta, ellas reciben menos fármacos que los varones y se benefician menos de los programas de rehabilitación cardíaca. Conocer mejor las diferencias anatómicas, genéticas y fisiológicas, y adaptar prevenciones y tratamientos es de justicia después de siglos de marginación. En los hombres, por ejemplo, el músculo cardiaco se hace más grande y más grueso con la edad, mientras que en las mujeres conserva su tamaño o se reduce ligeramente. Y, dadas las diferencias inmunológicas, el 80 % de los pacientes con enfermedades autoinmunes son mujeres.

Como escribe Rachel Dobbs en el último número de The Economist, la Organización Mundial de la Salud estima que la endometriosis –crecimiento de tejido fuera del útero– afecta a una de cada diez mujeres durante su vida, una prevalencia más o menos similar a la de la diabetes. “Y, sin embargo, en 2022 los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos asignaron 31,30 dólares de financiación por cada paciente con diabetes, frente a 2 dólares por paciente con endometriosis. No es de extrañar que, como me dijo un destacado ginecólogo, la comprensión médica de la endometriosis esté entre 30 y 40 años por detrás de la diabetes”. Y añade que, en Estados Unidos, el requisito de incluir a mujeres en la investigación médica financiada por el Gobierno no se introdujo hasta 1993.

Los progresos hacia la no discriminación de las mujeres son bienvenidos y deben impulsarse. Pero esa búsqueda de la igualdad o un mimetismo antinatural no debería trasladarse al ámbito sanitario, por el bien de las mujeres. Guste o no, y por mucho que se inviertan artificialmente los sexos, la biología, la genética y la neurología siguen dividiendo el mundo en machos y hembras.

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