Lo que el debate sobre el Antropoceno dice de la ciencia “real”

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Mykhailo Pavlenko / Shutterstock

Existe una imagen idealizada del avance científico, heredada de planteamientos positivistas, que lo concibe como un camino de certezas incontrovertibles, matemáticas. Sin embargo, en el devenir de la ciencia, la creatividad y el consenso tienen un papel importante, sin que esto suponga caer en concepciones relativistas. La reciente discusión sobre el término Antropoceno es un buen ejemplo.

 Tras quince años de trabajo, una comisión de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas ha rechazado que el Antropoceno sea una nueva época geológica, lo que ha desatado la polémica.

A cualquier que desconozca la dinámica institucional de la ciencia podría sorprenderle que esta decisión estuviera en manos de un comité. Pero el hecho, además de mostrar la forma en que se llevan a cabo los descubrimientos, revela la importancia del consenso en la comunidad de investigadores, algo no siempre fácil de lograr. Por otro lado, los científicos no solo observan cómo caen las manzanas; también proponen teorías y elucubran, interpretando los hechos e incluyéndolos en un marco explicativo global. 

Hay muchos desacuerdos, muchas polémicas y luchas encarnizadas, lo cual no quiere decir que la ciencia orille lo real, sino que nunca experimentamos las cosas de modo desnudo o puro, como defiende el positivismo, sino que avanzamos a golpe de hipótesis e interpretaciones.

El impacto del ser humano

Dicho con toda claridad: las ciencias de la naturaleza, las empíricas, no nos aleccionan sobre verdades incontrovertibles. Estaría equivocado, sin embargo, quien pensara que eso supone ideologizar la ciencia o que constituye una opción epistemológica relativista. 

Todo lo contrario: desde que Popper, Lakatos, Kuhn y –mucho más radicalmente– Feyerabend desentrañaron que el progreso del conocimiento depende del azar, las refutaciones y la creatividad, no solo de la observación meticulosa, hemos de concluir que sabemos muy poco de lo que nos rodea y que hay cosas que serán ciertas hasta que aparezca un cisne negro que rebata su verdad.

Pero empecemos por el principio. ¿Qué es eso del Antropoceno? El término lo acuñó en 1922 un geólogo ruso, Alekséi Pavlov, pero fue Paul Krutzen, Nobel de Química, quien lo sacó de la chistera en medio de una discusión, allá por el año 2000, cuando empezaba un nuevo milenio. El químico holandés sugirió que el impacto del ser humano sobre el planeta había sido determinante, alterando significativamente las condiciones geológicas, y cerrando de un portazo el Holoceno, la era comenzada hace 11.700 años. 

Quizá suene curioso, pero confirmar si estamos ante una nueva era geológica es algo que compete a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, una institución formada por expertos. Hace unas décadas se constituyó un grupo de trabajo específico, encargado de recabar datos para confirmar –o impugnar– si había llegado el Antropoceno. 

Ideología y ciencia

Como comentaba un editorial de la prestigiosa revista Nature (20-03-2024), el problema con el término Antropoceno es que, debido a sus connotaciones ideológicas, se ha difundido por la cultura, la política y los medios mucho antes de recibir el espaldarazo de los expertos.

Por sus connotaciones ideológicas, el término “Antropoceno” se ha difundido entre el público mucho antes de recibir el espaldarazo de los expertos

Y hay un motivo muy evidente de por qué ha sido así: a quienes se decantan por el purismo ecologista les venía como anillo al dedo esta supuesta “verdad” de la ciencia, pues confirmaba que, en efecto, el ser humano se ha dedicado a esquilmar la naturaleza, explotando los recursos y abusando de su entorno, hasta provocar un auténtico seísmo geológico. 

En un libro reciente, La ciencia en cuestión (Herder, 2024), el filósofo español Antonio Diéguez explica, por otro lado, que la investigación científica tiene más de convencional de lo que parece. Hay que diferenciar, a este respecto, la ciencia como saber de la ciencia como institución. Esta última dimensión es muy importante porque de ella –de cómo se reúnen los científicos, de si hay libertad, o financiación, o posibilidad de alejar fuentes de manipulación– dependen en gran parte los resultados que se alcanzan. 

Midiendo el Antropoceno

Que ahora la Unión Internacional de Ciencias Geológicas haya entendido que no son concluyentes las observaciones no quiere decir que se descarte absolutamente que estemos en una nueva época. Indica únicamente que la contrastación y el consenso han fracasado. 

Los partidarios del Antropoceno habían señalado que los estratos geológicos se habían transformado tras el lanzamiento de las bombas atómicas y que se podían percibir transformaciones radicales en determinados niveles, donde se habían hallado isótopos radiactivos o sedimentos de cenizas y pesticidas. 

A ello se añadiría, desde un punto de vista biológico, la extinción de determinadas especies vivas. El cóctel se habría completado con el empleo a gran escala del carbón y petróleo, el calentamiento global y la concentración de microplásticos. 

Sin embargo, el grupo de trabajo formado para investigar hasta qué punto se produjo una alteración tan profunda no ha logrado pruebas consistentes. El pasado mes de febrero, tras el documento presentado por los expertos, una comisión especializada rechazó por 12 votos contra 4 la propuesta. Los críticos con ella sostienen que no tiene el consenso ni el respaldo empírico necesarios, pues hay dudas acerca de cómo interpretar los datos. 

Tejemanejes en la ciencia

A estas dificultades se añaden, además, otras. Por ejemplo, algunos investigadores explican que concretar épocas geológicas exige tener en cuenta arcos temporales de miles de años. Además, el impacto del ser humano no ha sido homogéneo en todas las regiones del mundo, por lo que la hipótesis del Antropoceno no contaría con validez general. 

Algunos investigadores han indicado que concretar épocas geológicas exige tener en cuenta arcos temporales de miles de años

Por último, se puede indicar que había demasiado interés en que coincidiera el inicio del Antropoceno con las bombas atómicas, pero resultaba demasiado forzado. Otros hechos –la revolución industrial o ciertos movimientos colonizadores– podrían ser igual de significativos. 

Pero la ciencia no es inmune a las rencillas, ni a los culebrones. Miembros del comité llegaron a decir que se enteraron por la prensa de los resultados del escrutinio y acusaron a su vicepresidente, Liping Zhou, de haber filtrado la información al New York Times

En cualquier caso, si no hay ninguna sorpresa, y no se espera que se produzca, será la ejecutiva de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas la encargada de ratificar lo votado en su reunión plenaria del próximo 25 de agosto. 

Antropoceno fuerte… o débil

Aunque causen perplejidad estos tira y afloja, no debe hacerse una lectura ideológica de las desavenencias. En efecto, el hecho de que se cuestione la hipótesis no quiere decir que se niegue o minimice la huella que ha dejado el ser humano en el entorno. 

Para pacificar a los investigadores, Stan Finney, secretario general del organismo geológico internacional, ha propuesto una vía intermedia: cabría considera el Antropoceno no como una época, sino como un evento geológico, otra de las categorías empleadas para describir cambios de envergadura en nuestro planeta. Se cree que un Antropoceno “débil” quizá lograra el acuerdo. 

Finney, que ha recordado otros “eventos” de enorme magnitud, como extinciones masivas, el inicio del proceso de oxidación de la tierra (la llamada Gran Oxidación) o modificaciones de la biodiversidad, ha apuntado que la función social y cultural desempeñada por el Antropoceno ya ha tenido lugar y que la difusión del término ha ayudado a “concienciar sobre el inmenso y creciente impacto de los humanos” (El País, 8-03-2024).

Ciencia y visión crítica

Como revela Diéguez, la ciencia es evolutiva, de modo que el fracaso de los partidarios del Antropoceno no condiciona lo que pueda suceder en el futuro. Para Manuel Arias Maldonado, uno de los mayores expertos en el asunto –y autor de un ensayo, Antropoceno, publicado por Taurus hace ya seis años–, “rechazar la inclusión del Antropoceno en la historia geológica de la tierra no equivale a rechazar sus acepciones históricas o culturales” (Letras Libres, 14-03-2024). Es en la explotación de estas últimas en lo que tiene interés el ecologismo radical. 

En contra de lo que podría parecer, lo sucedido tendría que aumentar razonablemente nuestra confianza en la ciencia, puesto que, al fin y al cabo, con sus limitaciones y errores, el trabajo realizado por los científicos y expertos es riguroso y serio. 

Es justamente el armazón institucional de la comunidad científica –las discusiones de los geólogos, en este caso– lo que permite diferenciar la ciencia de las pseudociencias, y lo que contribuye a separar el grano de la verdad de la paja de los prejuicios. 

Diéguez aclara que hay un vínculo entre ciencia, verdad y realidad. E indica que el progreso del saber está condicionado por el éxito obtenido a la hora de “crear, en un marco histórico contingente y sometido a influencias diversas, una estructura institucional que hace que la crítica racional, abierta y permanente (…) sea un incentivo para todos los miembros de la comunidad de investigadores”.

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