Jennifer Lahl, activista contra la industria de la fertilidad: “¿Por qué dañamos cuerpos sanos?”

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Jennifer Lahl, activista contra la industria de la fertilidad: “¿Por qué dañamos cuerpos sanos?”

Jennifer Lahl es una enfermera pediátrica que, en el ejercicio de su profesión, se dio de bruces contra el daño que estaban provocando las falsas promesas de la industria de la fertilidad, especialmente la donación de óvulos. Desde ese momento, se ha dedicado a divulgar sobre estas cuestiones desde la perspectiva de la ética médica, y utiliza el género documental para sacar a la luz lo que ella llama “la parte silenciada”.

Su debut como directora y guionista fue con Eggsploitation en 2010, galardonado como Mejor Documental por el California Independent Film Festival. Otros de sus documentales sobre los verdaderos efectos y motivaciones de las prácticas de la industria de la fertilidad son Anonymous Father’s Day (2011), Breeders: A Subclass of Women? (2014), Maggie’s Story (2015), #BigFertility: It’s All About the Money (2018).

En los últimos años, también ha producido documentales centrados en el fenómeno de la disforia de género acelerada en adolescentes, con un foco especial en las personas que luego deciden dar marcha atrás en su transición.

Lahl es la fundadora del Center for Bioethics and Culture Network, una organización dedicada a educar e informar al público sobre cuestiones éticas en el ámbito de la atención médica.

– ¿Cómo acaba una enfermera pediátrica haciendo documentales?

– Yo me aproximo a mi trabajo desde el lado de la ética médica y el bienestar de las mujeres y los niños. La cultura en la que estamos hoy no quiere leer en profundidad. Quieren historias, quieren películas, quieren aprender a través de cosas que pueden ver en YouTube.

“Estas prácticas son peligrosas y son dañinas. Tienen complicaciones conocidas a corto plazo, y muchas desconocidas a largo plazo”

Supongo que mi epifanía fue el momento en el que volé a Kansas para testificar y me llevé a una de las jóvenes mujeres que sale en Eggsploitation. Ella hacía su doctorado en Kansas cuando vendió sus óvulos y casi muere. La llevé a hablar en el Senado en Kansas y, a pesar de su historia, los senadores votaron en contra de nuestra propuesta.

Volviendo en el avión a San Francisco con ella, le dije: “Tenemos que hacer una película. Tenemos que mostrar al mundo lo que pasó. ¿Te gustaría salir?” Ella aceptó y así nació Eggsploitation. Junté a varias mujeres que habían vendido sus óvulos, grabé el documental y ganamos el premio al mejor documental en California. Ahí pensé: wow, quizá esta es la manera.

– ¿Cuál era la parte silenciada que había que sacar a la luz en el caso de la donación de óvulos y de la gestación subrogada?

– La parte silenciada es la verdad: estas prácticas son peligrosas y son dañinas. Tienen complicaciones conocidas a corto plazo, y muchas desconocidas a largo plazo. Así que no me voy a callar.

La gran industria multimillonaria de la fertilidad quiere contarnos que es maravilloso, que todos están felices, que se ayudan, que es increíble. Incluso si hablan un poco sobre el riesgo, dirán que raramente sucede.

Nos enfrentamos a la narrativa del ego, la que vende la donación de óvulos y la gestación subrogada como la posibilidad de ser un ángel y de ayudar a alguien a construir una familia: “Si no quieres trabajar fuera de casa, puedes conseguir mucho dinero y dar el regalo de la vida”.

Las mujeres de los militares en Estados Unidos, por ejemplo, son un gran objetivo de las campañas de gestación subrogada, porque suelen tener bajos ingresos.

Y, por el otro lado, se te bombardea con la imagen de una pareja que está deseando ser padres: “Ay, es que van a ser tan buenos y lo desean tan desesperadamente”. Así que entre el dinero que ganas y la idea de que estás ayudando a alguien, es un marketing muy agresivo.

– Uno de los argumentos principales para regular estas prácticas es precisamente impedir que haya riesgos, que haya casos de explotación, que haya desprotección… ¿Existe la gestación subrogada “con garantías”?

– Eso nunca sucede porque, al fin y al cabo, la persona más impactada es el bebé, y no hay manera de arrancar a ese niño de su madre sin que eso tenga consecuencias.

Gracias a la adopción sabemos que, en general, los niños desean conocer a su familia original. En Estados Unidos hay leyes que obligan a que la información del certificado de nacimiento original se conserve para que los niños puedan conocer esos datos. Sin embargo, con la gestación subrogada no es así. En California, por ejemplo, los únicos nombres que se inscriben en el certificado son los de los padres compradores: ni la donante de óvulos, ni la que ha estado embarazada. A los niños se les niega la información.

Además, está bien documentado en la literatura médica que los embarazos conseguidos por donación de óvulos son embarazos de alto riesgo, que ponen en peligro tanto la salud de la madre como la del bebé. Son embarazos, partos y bebés que tienen una mayor posibilidad de sufrir complicaciones.

Mi nieto nació con un defecto en el corazón muy complejo. A las dos semanas tuvieron que hacer una cirugía de once horas a corazón abierto. No es un bebé nacido por fecundación in vitro, pero todos los expertos que llevaron su caso preguntaron si lo era, porque es sabido que los bebés nacidos por esta técnica tienen más probabilidad de sufrir problemas de corazón.

Así que no, no existe la gestación subrogada con garantías.

– En un país como España, en el que la gestación subrogada está prohibida, pero de facto los padres pueden recurrir a ella en el extranjero, ¿cuál sería la mejor manera de garantizar la protección de las madres y de los niños?

– Creo que lo que hizo Meloni en Italia es un buen ejemplo: criminalizarlo.

Otra manera de desincentivar esta práctica es obligar a que en el certificado de nacimiento esté la información verdadera sobre ese bebé. Ha de aparecer el nombre de la donante de óvulos y el de la que ha dado a luz a ese niño. Eso echaría atrás a muchas personas, porque los compradores (yo los llamo así) adoran el anonimato.

En definitiva: cualquier cosa para penalizarlo; no les dejes salir de España para comprar niños.

– Tus primeros trabajos trataban sobre la industria de la fertilidad, pero tus últimos documentales abordan los tratamientos de cambio de sexo, las transiciones y las detransiciones ¿Por qué?

– Cuando se bloquea la pubertad, se daña la fertilidad. Cuando se le inyecta a un niño o a un adulto las hormonas del sexo opuesto, se daña su fertilidad. Cuando se hacen cirugías de reasignación de sexo, se daña la fertilidad.

Y, además, descubrí que antes de darle a un niño o a un adulto la terapia hormonal o para bloquear la pubertad, se le dice que no afectará a su fertilidad, que puede conservar sus óvulos o su semen y así, en un futuro y con ayuda de una tercera persona, podrá tener hijos. Y no es cierto, la preservación de la fertilidad no funciona, tiene una tasa de éxito muy baja.

¿Por qué hacemos esto a los adolescentes? Es la misma pregunta que surge con la gestación subrogada y la donación de óvulos: ¿Por qué dañamos cuerpos sanos?

Usamos a una mujer fértil y saludable y la enfermamos para que pueda vender sus óvulos. Usamos a una madre joven y sana y la enfermamos para que pueda vender su vientre. Usamos a niños con una fertilidad perfectamente sana pero que creen haber nacido en un cuerpo equivocado y los enfermamos.

– Todo esto con una narrativa muy potente sobre ayudar a la gente a ser quien es de verdad…

– Exactamente, y todo está enfocado en el yo, yo, yo. Yo quiero tener un bebé, yo quiero ayudar a alguien a tener un bebé, yo quiero ser un chico ahora y no una chica.

Lo que a mí más me importa es la ética médica, y eso consiste fundamentalmente en no hacer daño y en tratar a las personas con enfermedades reales.

– Pero, si uno consiente, ¿no es su libertad para decidir más importante?

– Para que haya un consentimiento verdadero tiene que ser dado libremente, tienes que demostrar que entiendes totalmente lo que estás aceptando, tienes que tener toda la información sobre los riesgos y los beneficios.

Si a alguien le vamos a prometer la preservación de la fertilidad, tiene que saber que no suele funcionar. A un niño de once años no le podemos decir que nunca va a tener un orgasmo o que nunca va a tener hijos y fingir que está comprendiendo lo que eso significa. Además, los tratamientos de cambio de sexo tienen un componente muy experimental que hace que hablar de consentimiento informado sea muy problemático.

Y, lo que desde luego debe quedar claro es que el dinero nunca puede estar involucrado. Es como si le ofreces a una persona sentenciada a muerte la posibilidad de participar en un ensayo clínico que le puede matar, pero que le evitará la pena capital. No es un consentimiento libre. A una mujer que necesita el dinero, le puedes explicar todos los riesgos, pero si no llega a fin de mes, no es un consentimiento libre.

– Has optado por condenar sin paliativos las prácticas, pero no a las personas. Se ve claramente en uno de tus últimos documentales sobre chicos que detransicionan. Normalmente se habla de estas personas en el espacio público como violadores en potencia, pervertidos, hombres que quieren ocupar el espacio de las mujeres…Tu acercamiento a sus historias, en cambio, revela todo el dolor que hay detrás. Hay más compasión que señalamiento ¿Es una actitud intencionada?

– Creo que tiene que ver con ser enfermera. Llevo 20 años en hospitales. Hay que cuidar a todos. Tienes que mirar a todos como individuos con dignidad, todos merecen ser tratados como seres humanos.

No es algo que yo haya decidido hacer así, para mí es como trabajar con pacientes: te importa si están enfermos y solo quieres ayudarles.

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