Embriones para manipular y destruir

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Poco después de que se comprobara la viabilidad de los recientes y más eficaces métodos de manipulación genética, como el CRISPR, muchos científicos propusieron moratorias, para que no se los aplicara a la línea germinal humana. Resultaría demasiado peligroso, decían, mientras no se dominara bien las técnicas ni se tuviera certeza de que las modificaciones del genoma no tendrían efectos imprevistos.

Pero en seguida comenzaron a publicarse los primeros experimentos de manipulación genética mediante CRISPR en embriones humanos. En China se han hecho al menos tres: el primero y el segundo, con embriones inviables; el tercero, con otros que podrían haber seguido viviendo. Un estudio más es el autorizado el año pasado en Gran Bretaña, no para ensayar la corrección de una anomalía genética, sino para mejorar el rendimiento de la fecundación in vitro. Se trataba de averiguar qué genes favorecen que el embrión se implante en el útero; el resultado final, limitado a un solo gen, ha salido ya publicado. Un científico sueco ha emprendido una investigación similar.

Si alguien finalmente se beneficia de la manipulación genética, será después de que hayan sido usados y destruidos un enorme número de embriones humanos en las investigaciones

Los chinos han ido más lejos, entre otras razones, porque se les permite crear embriones para experimentar. En muchos países de Europa solo se pueden usar los sobrantes de la reproducción asistida.

Un progreso importante

En Estados Unidos, donde tampoco hay esa limitación, se ha alcanzado más tarde un progreso importante con el CRISPR. Los experimentos chinos dieron tasas elevadas de dos clases de fallos: la modificación del ADN afectaba a un gen distinto del pretendido, o no se lograba en todas las células (mosaicismo). El equipo dirigido por Shoukhrat Mitalipov (Oregon Health and Science University) resolvió en gran parte esos problemas, aunque queda una cuestión por aclarar (ver recuadro final).

Según publicaron en Nature en agosto pasado, los investigadores consiguieron corregir en embriones humanos una mutación genética causante de la miocardiopatía hipertrófica, que es el factor más importante de muerte súbita, especialmente en personas jóvenes. No hubo cambio de genes equivocados y solo se dio un caso de mosaicismo.

Los autores crearon 58 embriones in vitro, viables, con óvulos sanos y semen de un portador de la mutación. De ellos, 42 no la tenían, pues no todos los espermatozoides llevaban el cromosoma afectado, de los del par correspondiente. En los 16 restantes se corrigió el gen defectuoso, sin mosaicismo en todos menos uno.

El secreto de este avance parece estar en que inyectaron las sustancias del CRISPR-Cas9 en los óvulos en el momento de la fecundación. En cambio, un intento anterior, en que las inyectaron 18 horas después de la fecundación, dio mosaicismo en 13 de 54 embriones.

Cambian los principios

El CRISPR-Cas9, como los otros métodos recientes de manipulación genética, sigue muy lejos de poder aplicarse en medicina. Pero avanza. Y el rebufo de los hechos ha empezado a arrastrar los principios.

En febrero de este año, la Academia Nacional de las Ciencias, de EE.UU., publicó un informe a favor de que se permita la manipulación de la línea germinal humana para evitar enfermedades hereditarias graves. Lo mismo propusieron en julio siguiente distintos comités europeos de bioética, con una declaración donde proponen abandonar las moratorias. En cambio, dicen, se debería fomentar la investigación “responsable”, dirigida a buscar tratamientos, y sometida a un organismo supervisor continental. Sería necesario, por tanto, revisar el Convenio sobre Derechos Humanos y Biomedicina (del Consejo de Europa, ratificado por 31 países), que prohíbe (art. 13) las modificaciones genéticas que puedan transmitirse a la descendencia.

Estas tomas de postura insisten, como suelen hacer todos los científicos e interesados que no suscriben el transhumanismo, en limitar la manipulación genética al ámbito terapéutico y excluir la “mejora” de los individuos o de la especie. También recalcan que es necesario estudiar cuidadosamente qué consecuencias tendría cambiar el genoma en cada caso, tanto para los sometidos al procedimiento como a sus descendientes. Ciertamente, introducir modificaciones en la línea germinal es jugar con fuego, pues los eventuales perjuicios inesperados pueden aparecer años o generaciones después.

Uso y destrucción de embriones

Sin embargo, no son esas las únicas objeciones éticas que cabe hacer, y ni siquiera las más fundamentales. Aunque sea vea distante y extremadamente difícil, si algún día llegara a ser razonablemente seguro corregir una mutación dañina en el mismo principio del organismo, antes de que se propague a todas las células, y así librar de raíz a alguien de una enfermedad grave, ¿por qué no habría de hacerse? El mismo Mitalipov dice que aspira a hacer ensayos clínicos en que embriones con el genoma reparado sean implantados y gestados para que nazcan niños sanos.

El problema está en lo que hace falta para logra eso. Si alguien finalmente se beneficia de estas técnicas, será después de que hayan sido usados y destruidos un enorme número de embriones humanos en las investigaciones.

Además, la misma aplicación terapéutica de la manipulación genética supone en la práctica la fecundación in vitro. Difícilmente alguien intentaría hacer reparar un embrión in vivo, dentro del útero, si es que fuera posible. Como declaró en una entrevista Juan Carlos Izpisúa, otro de los autores del reciente estudio, el hallazgo “permitiría que aquellos embriones que el médico descarta para su implantación en el útero materno debido a mutaciones genéticas, puedan corregirse y, por tanto, ser implantados y generar un bebé sano”. Pero resulta difícil de creer que en un ciclo de fecundación artificial se vaya a aplicar el CRISPR-Cas9 para salvar un embrión si hay otros disponibles. La criba embrionaria es parte del procedimiento desde los orígenes.

De hecho, la fecundación in vitro ha devaluado los embriones humanos. Solo en Estados Unidos hay en torno a tres cuartos de millón congelados. Para casi todos, su destino es la destrucción, directa o después de servir como material de laboratorio. Bastaría eso para poner en duda la licitud de una práctica que efectúa una discriminación tan atroz entre vidas humanas, y replantearse si es una forma digna de traerlas a la existencia.

Duda y riesgo

Hay un detalle del estudio de Mitalipov que muestra cómo aún no se tiene control completo sobre el proceso y que puede condicionar el futuro de esta técnica. Modificar un gen mediante CRISPR-Cas9 exige cortar primero el fragmento de ADN donde se encuentra y recomponerlo luego con la secuencia correcta. Con ese fin se suministra a la célula una “plantilla” de ADN sintético, para que la copie. Así lo hicieron Mitalipov y sus colegas, pero luego comunicaron que, contra lo que esperaban, los embriones no habían usado la “plantilla” artificial, sino que habían copiado la secuencia del otro cromosoma, recibido de la madre.

Ha empezado a relajarse entre los científicos la oposición a manipular la línea germinal humana

Esto, por una parte, parece limitar mucho las posibilidades de modificar el genoma. Se podría corregir un gen, pero no “añadir algo que no estuviera ya” en el ADN, anota Robin Lovell-Badge (Francis Crick Institute, de Londres). Por tanto, dice, el CRISPR-Cas9 no abre camino a los “bebés de diseño”.

Por otro lado, en un artículo sobre el experimento de Mitalipov, el genetista de Harvard George Church y otros autores señalan un problema. Si el cambio del ADN se realiza copiando el otro cromosoma en vez de la “plantilla” sintética, hay peligro de que en el cromosoma corregido se replique un gen perjudicial recesivo (o sea, un gen que solo se expresa si está en los dos cromosomas de un par). Por ejemplo, un embrión que fuera solamente portador de la mutación causante de la fibrosis quística, tras el CRISPR-Cas9 podría adquirir la enfermedad.

De todas formas, Church y sus coautores dudan que la recomposición del segmento cortado haya sido como dice el equipo de Mitalipov. Les parece improbable, porque al principio, los cromosomas maternos y los paternos se encuentran separados, y el estudio publicado no aporta pruebas directas de lo que afirma.

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