Todos los seres humanos que habitamos el planeta somos descendientes de aquellos que salieron de África por última vez, hace unos 100.000 años. Dicha “salida” fue en realidad una sucesión de salidas de pequeños grupos que se fueron dispersando y fragmentando a medida que avanzaban hacia Asia y Europa. Después de unos 80.000 años, ya había humanos modernos habitando todos los rincones del planeta.
Lógicamente, esos desplazamientos y asentamientos fueron provocando cambios genéticos en esas poblaciones, lo cual hace posible algo que podría parecer increíble, pero en realidad es bastante lógico: si analizamos los genomas actuales, deberíamos ser capaces de reconstruir los movimientos de los distintos grupos poblacionales en los últimos milenios. Esto es algo que los investigadores en genética de poblaciones vienen haciendo desde hace tiempo, pero que poco a poco va calando también entre aquellos que estudian los datos arqueológicos; de hecho, la colaboración entre arqueología y genética está ayudando a resolver o arrojar luz sobre cuestiones que hasta ahora parecían insolubles, y está revolucionando nuestra comprensión de la historia humana.
Lógicamente, los estudios que se centran en periodos históricos relativamente recientes nos permiten alcanzar un mayor grado de detalle. Por ejemplo, un trabajo publicado en la revista Science en 2019 investigó los cambios genéticos ocurridos en Roma e Italia central al inicio de la revolución del Neolítico. En concreto, los investigadores analizaron 127 genomas extraídos de 29 excavaciones arqueológicas en Roma y sus alrededores, con antigüedades que cubren los últimos 12.000 años. Combinando los datos genéticos con el contexto arqueológico, los autores demostraron un cambio genético claro desde los cazadores-recolectores hasta los primeros agricultores. Además, encontraron indicios de otro cambio importante en torno a la edad de Bronce (de los 3.300 a los 1.200 años a.C.) coincidiendo con un aumento del comercio y de los movimientos demográficos. En el momento de la fundación de Roma, la composición genética de la región era ya similar a la de poblaciones mediterráneas actuales, pero los investigadores observaron también la contribución de poblaciones procedentes del Oriente Próximo y de otras regiones de Europa durante el periodo imperial, demostrando el papel de Roma como un punto de encuentro de poblaciones mediterráneas y centroeuropeas.
Precisamente sobre la revolución del Neolítico se ha centrado otro estudio publicado el pasado mes de mayo en la prestigiosa revista Cell, en el que un equipo internacional de científicos ha logrado desentrañar el origen genético de los primeros granjeros. Esto pone de manifiesto las enormes posibilidades de la confluencia entre los estudios genéticos y los datos arqueológicos. Según el relato más aceptado, la revolución neolítica comenzó en el sudoeste asiático hace unos 11.000 años y llegó a Europa tres mil años después por la migración de aquellos primeros agricultores. Se sabe que estos eran genéticamente diferentes a los cazadores-recolectores contemporáneos suyos que poblaban Europa, pero los detalles exactos sobre el origen genético (y geográfico) de los primeros granjeros de la cuenca del Egeo siguen siendo un misterio. Aquí es donde resultan de gran ayuda los estudios “demogenómicos”, es decir, la reconstrucción de modelos demográficos utilizando información genética.
Las relaciones ancestrales de todos los humanos que han habitado el planeta se pueden recoger en un solo árbol unificado de parentescos, algo así como una gran secuencia de árboles genealógicos
En este caso los investigadores leyeron con gran profundidad los genomas de quince cazadores-recolectores y agricultores, que habían sido excavados en distintas localizaciones entre Asia Menor y Europa Central, con antigüedades que oscilan entre los 10.000 y los 7.000 años. Su análisis reveló que los primeros agricultores asentados en Anatolia y Europa fueron fruto de la fusión de poblaciones procedentes del sudoeste asiático con varias oleadas de cazadores-recolectores que venían del Oeste. Los resultados ofrecen tal grado de detalle que los científicos pueden “ver” en esos genomas las señales que han dejado las reducciones y expansiones demográficas de aquellas poblaciones a medida que avanzaban hacia el Occidente, provocadas por cambios drásticos en el clima de aquella época. Estos “cuellos de botella” poblacionales tuvieron como resultado la variación genética que observamos hoy en día. Los resultados refutan la idea de un origen cultural y genético único de todos los agricultores del Creciente Fértil, ya que la contribución de los cazadores-recolectores europeos fue significativa.
Un árbol de árboles
Es obvio que cada vez disponemos de más genomas, tanto actuales como de muestras arqueológicas, y por tanto estamos en condiciones de acometer estudios más ambiciosos. El análisis de esta ingente cantidad de datos supone un reto para los investigadores, puesto que es necesario desarrollar la metodología que permita analizarlos. Pero ya se están dando avances importantes, como bien muestra un artículo publicado recientemente en la revista Science en el que se dan los primeros pasos para crear algo parecido a un árbol familiar de todos los humanos de los últimos cien mil años.
Los investigadores parten de una idea a priori muy sencilla: las relaciones ancestrales de todos los humanos que han habitado el planeta se pueden recoger en un solo árbol unificado de parentescos, algo así como una gran secuencia de árboles genealógicos. El problema es que construir esa compleja red requiere una enorme cantidad de datos y la capacidad de analizarlos, y en esa línea va el trabajo. En un auténtico tour de force, los científicos recopilaron varios miles de genomas completos, modernos y antiguos, y consiguieron generar una impresionante genealogía que representa más de doscientas poblaciones humanas, a partir de millones de linajes ancestrales. Si representamos las relaciones entre esos grupos como líneas que unen cada población ancestral y su población derivada en el tiempo y en el espacio, se pueden ver los cambios de tamaño, las migraciones, los momentos en que se separaron o mezclaron a medida que fueron dispersándose tras la última salida de África de nuestra especie.
Este trabajo representa un auténtico punto de inflexión en los estudios sobre la genómica de las poblaciones, porque nos revela cómo han ido cambiando los genomas humanos a lo largo del tiempo y detecta las señales genéticas de sucesos cruciales en el devenir de los humanos por la superficie del planeta en los últimos 100.000 años. Sin duda, esta genealogía unificada será el punto de partida para avanzar en la comprensión de nuestra diversidad genética y de nuestras raíces más profundas.
Javier Novo
Catedrático de Genética
3 Comentarios
Los estudios genéticos, ¿podrían algún día en el futuro revelar el gran salto entre el animal y el ser humano, capaz de obrar por reflexión y elección y, consecuentemente, con libertad?
Interesante
Es un tema apasionante. El conocimiento de nuestros antepasados, tanto a nivel familiar como de pueblo o especie, creo que arroja una gran luz sobre nuestra identidad actual