Entre las aplicaciones móviles orientadas a cuidar la salud del usuario, un gran número busca mantener el bienestar físico; pero hay otras que van más allá, y aspiran a tratar enfermedades crónicas. Aunque las ventajas de esta última opción no parecen suficientes, por ahora, para compensar los riesgos.
Hoy día existen alrededor de 165.000 aplicaciones relacionadas con la salud que funcionan para alguno de los principales sistemas operativos de smartphone: IOS de Apple y Android de Google, según datos recogidos por The Economist. La mayoría entran dentro del ámbito llamado wellness y están enfocadas a promover hábitos saludables, como controlar el ejercicio, organizar una dieta o prevenir el estrés. Otras, en cambio, aspiran a algo más serio: tratar enfermedades.
Muchas de estas aplicaciones recopilan información sobre la salud de los pacientes sin el expreso consentimiento de estos
Esta tendencia, llamada “m-health” (“mobile health”) parece tener futuro. La consultora PWC prevé que, en 2017, estas aplicaciones habrán superado los 1.700 millones de descargas. Además, un reciente estudio de BBC Research pronostica que los beneficios mundiales de la “m-health” alcanzarán los 21.500 millones de dólares en 2018, con Europa como mayor mercado.
Un apoyo para tratar enfermedades crónicas
Algunas de estas aplicaciones, como WebMD, iTriage, Teladoc, DoctorOnDemand, o ZocDoc, van dirigidas a un público amplio: reorganizan información médica ya disponible en la red para ofrecer consejos sobre síntomas y tratamientos o, en el caso de las tres últimas, permiten a los usuarios comunicarse con el médico de cabecera o fijar una consulta. No obstante, cada vez son más numerosas otra clase de aplicaciones, especializadas en tratar enfermedades crónicas como la diabetes.
El New York Times cuenta el caso de un joven de 29 años de California, que controla su diabetes tipo 1 desde su móvil Android. La aplicación le permite actualizar varias veces al día el registro de su nivel de azúcar en sangre. “Estoy todo el día trabajando con mi teléfono, y me es más sencillo mantener el registro de modo digital”, explica.
“Aunque la mayoría de los productos ‘m-health’ implican un riesgo bajo, algunas aplicaciones hacen promesas que luego no pueden cumplir” (N. Cortez)
Otras aplicaciones van más allá del simple registro, y procesan información derivada de sensores externos. Meditronic Diabetes, por ejemplo, está creando una aplicación para prever, con tres horas de antelación, cuándo un paciente va a tener niveles altos o bajos de azúcar en la sangre. Esta aplicación recopilará información de las bombas de insulina y los monitores de glucosa que ha de llevar el paciente, contrastándola con información de su dieta y de otros medidores de actividad. Otro caso es el de la farmacéutica suiza Novartis, que está desarrollando, en colaboración con Google, unas lentes de contacto capaces de medir los niveles de glucosa.
Además, existen algunas aplicaciones que tratan la hemofilia, como Beat Bleeds o HemMobile. Esta última, desarrollada por la farmacéutica Pfizer, ayuda a controlar las infusiones de concentrados de factor de coagulación, principal tratamiento de esta enfermedad. “El coste que suponen para los servicios sanitarios los enfermos crónicos es desproporcionado”, afirma The Economist, y muchos de estos programas ofrecen la posibilidad de mejorar el seguimiento a distancia de diabéticos, enfermos cardiacos, alérgicos, asmáticos o epilépticos, entre otros, con menor gasto.
Prescindir de ayuda médica real: ¿un buen negocio?
Aunque no todo es trigo limpio en el campo de la “m-health”. El artículo del New York Times habla de una aplicación que prometía tratar el acné con la luz procedente de la pantalla de un iPhone. Antes de que fuera retirada de la venta en iTunes, 1.200 personas la habían descargado. En 2014, la FDA estadounidense, encargada de regular medicamentos, descubrió una aplicación que empleaba la cámara del iPhone para interpretar muestras de orina. A la luz de estos casos se explica que muchos médicos y legisladores desconfíen de estos programas.
“Además de robar dinero, estas aplicaciones pueden hacer daño”, afirma Nathan Cortez, experto en legislación sobre tecnologías médicas de la Southern Methodist University en Dallas (Estados Unidos). “Aunque la mayoría de los productos ‘m-health’ implican un riesgo bajo, algunas aplicaciones hacen promesas que luego no pueden cumplir, y otras tienen errores que pueden dañar a los pacientes”, explica Cortez.
Cada vez son más las aplicaciones especializadas en tratar enfermedades crónicas, como la diabetes
Gran parte de estas aplicaciones advierten claramente al usuario de que sus fines no son médicos. Así y todo, las advertencias no logran disuadir a clientes como un enfermo norteamericano de 68 años, que utilizó el monitor de oxígeno que ofertaba digiDoc Technologies para controlar un enfisema pulmonar. “Por cuatro dólares, no es mal negocio”, decía. Hizo caso omiso de la advertencia pero, al ver que las mediciones no eran correctas, dio un paso atrás.
La salud mental es otro campo donde la “m-health” quiere abrirse camino: miles de aplicaciones dicen tratar los síntomas de la ansiedad o la depresión. “Es muy probable que la gente recurra a estas aplicaciones para no tener que buscar ayuda real”, sostiene John Tourus, de la Asociación de Psiquiatras Americanos (APA). “La salud mental carece de indicadores objetivos, así que pesa más la subjetividad. Es es difícil evaluar el estado del paciente”, dice Tourus. Muchos programas aprovechan esta incertidumbre para venderse a través de un lenguaje pseudopsiquiátrico, cuando en realidad no ofrecen una ayuda real.
El doctor Iltifat Husain, editor jefe de la página web iMedicalApps, sostiene que, en cualquier caso, siempre es bueno preguntar a un médico sobre la fiabilidad de una aplicación. “Los médicos saben cada vez más acerca de este ámbito”, dice el doctor Husain. “Las aplicaciones serán más efectivas cuando se usen con el apoyo del médico”.
Sin protección de datos
Un reciente estudio del Journal of the American Medical Association explica cómo muchas de estas aplicaciones recopilan información sobre la salud de los pacientes sin el expreso consentimiento de estos. Muchos de los desarrolladores de estos programas “evitan las políticas de privacidad porque quieren poder compartir información médica con empresas publicitarias sin el conocimiento de los usuarios”, explica Sarah Brenner, investigadora del citado estudio.
Así, por ejemplo, de las 211 aplicaciones que existen para tratar la diabetes, cuatro de cada cinco carecen de política de privacidad. Este es otro motivo por el que muchos médicos y centros de salud se muestran reticentes ante la posibilidad de incorporar estas nuevas aplicaciones: quieren estar seguros de que existe una normativa clara sobre la protección de datos.