La “lex artis” del Dr. Montes

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La Organización Médica Colegial (OMC) y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) publicaron el pasado noviembre una Guía de Sedación Paliativa. Su objetivo es precisar la terminología y ofrecer directrices en un documento que “puede servir de guía para la buena praxis y la correcta aplicación de la sedación paliativa”. En principio, parece muy oportuna esta clarificación en un campo que ha dado lugar a polémicas y hasta a sentencias judiciales sobre lo que debe entenderse por buena praxis, especialmente en la etapa final de la vida.

Las ideas del Dr. Montes sobre la sedación terminal están en consonancia con su defensa del suicidio asistido y la eutanasia

Unos criterios precisos y claros podrían evitar conflictos como el que surgió en 2005 en el Hospital Severo Ochoa de Leganés, donde el Dr. Luis Montes se vio acusado de practicar sedaciones irregulares con pacientes terminales. Él defendió siempre su actuación, alegando que lo que se practicaba en su servicio eran sedaciones paliativas, que no pretendían acelerar la muerte ni eran prácticas eutanásicas.

La comisión de expertos nombrada por la Administración para estudiar el caso encontró que de 169 pacientes sedados y fallecidos en el servicio de urgencias había 39 casos de mala praxis. Finalmente, los tribunales archivaron el caso al no poderse probar que la muerte de los pacientes estuviera directamente relacionada con la sedación que se les aplicó. A su vez, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid y luego el Tribunal Supremo rechazaron la pretensión del Dr. Montes de ser indemnizado por los supuestos daños y perjuicios que le ocasionó el llamado “caso Leganés”.

Tantas cautelas”
Cabría esperar que la publicación de esta Guía fuera bien recibida por el Dr. Montes, ya que el seguimiento de los criterios de la OMC dará más seguridad tanto al médico como al enfermo en una práctica delicada como es la sedación paliativa. Pero no le gustado nada.

En un artículo publicado, junto con el también médico Fernando Soler, en la edición digital de El País, asegura que “no hay nada que celebrar”. Reprocha a la Guía que haga distingos entre síntomas difíciles y refractarios al tratamiento contra el dolor, que detalle estos síntomas o que diga que la sedación está indicada para “aquellos enfermos que son presa de sufrimientos intolerables y no han respondido a los tratamientos adecuados”. En suma, critica que “esta guía imponga tantas cautelas en lugar de recomendar utilizar todos los medios disponibles antes de que se produzcan esos sufrimientos intolerables”.

Pero, de la teoría y de la práctica del Dr. Montes, da la impresión que, más que utilizar “todos los medios disponibles”, le importa solo uno: la sedación que sea necesaria para asegurar que el paciente terminal salga de este mundo y ya no sienta nada.

Sin duda, puede haber discrepancias respecto a la oportunidad y a la práctica de la sedación paliativa en pacientes terminales. Pero está claro que lo que el Dr. Montes defiende y practicaba en el hospital de Leganés no es lo que el organismo representativo de los médicos y lo que los especialistas de cuidados paliativos entienden por sedación paliativa.

Montes se empeña en desacreditar la Guía, presentándola como si estuviera más preocupada de mantener en vida al paciente terminal que de aliviar sus sufrimientos. Pero la Guía afirma que, ante un dolor intenso, “la sedación es continua y tan profunda como sea necesario para aliviar dicho sufrimiento”.

¿Quién representa a los médicos?
Para defender su postura, el Dr. Montes se ve obligado a arremeter contra la representatividad de la OMC y la SECPAL y su aptitud para determinar la lex artis, “ese difuso y confuso referente ético de cuya definición se apropian los integrantes de una organización, la OMC, con tan insignificante representatividad entre los médicos”. ¿Y cómo sabe el Dr. Montes que él los representa mejor y que está más capacitado para definir la lex artis? El Código de Deontología Médica, aprobado el año pasado tras consultas con todos los colegios médicos, establece que la sedación en la agonía “es científica y éticamente correcta solo cuando existen síntomas refractarios a los recursos terapéuticos disponibles y se dispone del consentimiento del paciente, implícito, explícito o delegado”.

También dice que el médico “nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de este”. Quizá es esto lo que molesta al Dr. Montes, quien en un manifiesto de 2008 decía que no se podía confiar solo en los cuidados paliativos y que había que “encaminarse claramente hacia la despenalización del suicidio asistido y la eutanasia”.

Para lograr que sus ideas se impongan, Montes tiene que acusar a la OMC de “imponer al conjunto [de los médicos] su visión particular y su ética obsoleta de la relación médico-paciente”; en cambio, la suya sería la de “médicos empeñados en reivindicar la autonomía real de las personas para diseñar por completo y en libertad su proceso vital”. Autonomía, hasta cierto punto. En el dictamen de los expertos nombrados que examinaron la actuación de Montes y su equipo, se lee entre otras cosas: “Se han detectado importantes irregularidades y discrepancias en cuanto al consentimiento informado, tanto en el contenido de las historias clínicas, como en los formularios escritos, lo que supone también mala praxis”. Y tres familias que acudieron a los tribunales alegaban también que la sedación se había aplicado sin su consentimiento.

Es arriesgado que la decisión última sobre la suerte de un paciente terminal dependa de lo que el médico entiende por una vida digna de ser vivida. Por eso, es más seguro que se apliquen las cautelas establecidas por especialistas de cuidados paliativos que los criterios expeditivos de activistas de la eutanasia.

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