En busca del alumno activo

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En el debate sobre las nuevas metodologías educativas no suele haber término medio: hay quienes las consideran una moda sin mucho contenido e incluso perjudiciales para la enseñanza, y quienes piensan que son la única tabla de salvación para un sistema anquilosado. Alfredo Prieto, de este segundo grupo, explica lo que, en su opinión, tiene que cambiar. La clave: que el estudiante no sea un sujeto pasivo en el proceso de aprendizaje.

— El discurso de la nueva pedagogía propone una educación “centrada en el alumno”. Sin embargo, nadie –o muy pocos– están pensando en que el estudiante escoja lo que tiene que aprender, o en que haya que evaluar a cada uno de forma diferente. ¿Cómo conjugar la personalización del aprendizaje con asegurar unos conocimientos profundos y una evaluación justa?

— Bien entendida, la educación centrada en el alumno significa que él es el protagonista de la acción durante la clase, pero es guiado y atendido por el profesor. Cuando esto se aplica correctamente, produce una comprensión más profunda de la información aprendida que la que se obtiene cuando el foco se centra en lo que el profesor hace. De hecho, la enseñanza centrada en el alumno surgió precisamente para mejorar la calidad de los aprendizajes.

“Si las nuevas tecnologías no van acompañadas de una pedagogía de más calidad, apenas mejorarán los resultados”

Esta orientación pedagógica tampoco está reñida con una evaluación más auténtica, más justa. La enseñanza y evaluación tradicionales producen mucho aprendizaje memorístico, poco estructurado y raramente significativo.

Motivarles para que se esfuercen

— Los críticos del nuevo discurso educativo se muestran molestos con la insistencia en la “motivación” del alumno. Piensan que se carga injustamente toda la responsabilidad en el profesor, y se descarga al estudiante del deber de esforzarse. ¿Qué hay de cierto y de erróneo en esta crítica?

— De cierto, nada. Me parece falaz contraponer motivación y esfuerzo, pues precisamente son los alumnos más motivados los que están más dispuestos a esforzarse por su aprendizaje. Por tanto, si logramos motivarles, aprenderán más. Esto lo sabe cualquier profesor que reflexione sobre su experiencia. Un buen docente debe motivar a sus estudiantes, y no tirar balones fuera escudándose en dicotomías falsas.

— Cuando se habla de nuevas pedagogías, otra idea recurrente es que hay que insistir menos en los conocimientos y más en las destrezas, como por ejemplo el trabajo en equipo o el pensamiento crítico. Otros piensan que esto es dar más importancia al medio que al mensaje, al sobre que a la carta. ¿Qué opina?

— Pienso que en el siglo XXI aprender no es solo asimilar información, sino que el desarrollo de competencias para el razonamiento crítico, la comunicación, la colaboración en equipo, el diseño de soluciones creativas y el aprendizaje autónomo son mucho más importantes que la memorización de contenidos. Es claro que con el método tradicional no logramos que nuestros alumnos desarrollen aquellas habilidades que van a necesitar en el futuro, luego es necesario que cambiemos radicalmente nuestros métodos de enseñanza y aprendizaje.

— Nuevas pedagogías y nuevas tecnologías forman para algunos un binomio inseparable. ¿Existe realmente una situación de dependencia entre ambas?

— Las nuevas tecnologías en educación son un gran negocio y por eso tienen muchos propagandistas, pero si no van acompañadas de una pedagogía de más calidad, apenas mejorarán los resultados. Combinar el iPad con una metodología tradicional no aporta casi nada.

Aprendizaje activo

— En su blog cita varias investigaciones que confirman la superioridad del “aprendizaje activo” frente a la clase magistral, paradigma de la educación pasiva. ¿No puede ser la explicación del profesor un momento de gran actividad mental para los estudiantes?

— Tal vez lo pueda ser para una minoría de aventajados, pero por otro lado estos podrían aprender incluso sin profesor. La realidad es que abusamos del monólogo magistral y esto no es bueno para la mayoría de nuestros alumnos. Varias investigaciones neurofisiológicas demuestran que la actividad mental del estudiante en la clase magistral es como cuando ve la televisión, muy baja. Los alumnos aprenden más cuando dedican su tiempo a hacer cosas por sí mismos, como responder preguntas resolver problemas, etc.

Para que el alumno tenga actividad mental, de vez en cuando tenemos que interrumpir la explicación y retarle, lanzarle preguntas para hacerle pensar en la posible respuesta. Eso es el aprendizaje activo. Hay que evitar los monólogos ininterrumpidos, construidos solo a base de afirmaciones.

“Aprender no es sólo asimilar información, sino desarrollar competencias para el razonamiento crítico, la comunicación, la colaboración en equipo o el diseño de soluciones creativas”

— ¿Qué se gana y qué se pierde cuando los estudiantes reciben la explicación de unos contenidos a través de vídeos “flipped” (ver el glosario) o navegando en Internet, en vez de escucharla a su profesor en clase?

— Libera tiempo al profesor para que pueda dedicarse a tareas en las que es más necesario. Por ejemplo, hacer trabajar a los alumnos, observar sus dificultades en directo y ayudarles. En el modelo “flipped”, el docente gana comprensión de las necesidades de sus estudiantes. Así, puede centrarse en sus verdaderas lagunas.

— Casi todos los estudios sobre la efectividad de las nuevas metodologías se refieren a asignaturas de ciencias. ¿Cree que se debe a que estas pedagogías se adaptan mejor a las materias más prácticas, a que en ellas los resultados son más fáciles de medir, o a otros motivos?

— En mi opinión, se debe a que el profesorado de ciencias, acostumbrado a evaluar datos objetivos, tiende a juzgar su propia enseñanza de forma también más científica, y comprueba lo poco que comprenden los alumnos con las metodologías tradicionales. Por eso prueban otras maneras.

Deberes, con medida

— Una última cuestión: últimamente se está debatiendo mucho sobre la utilidad o inutilidad de los deberes. ¿Cuál es su postura?

— Creo que quien impugna en su totalidad los deberes ignora muchas cosas sobre educación. El alumno, aquí y en Japón, aprende sobre todo a partir de lo que hace tanto dentro como fuera de clase –él, no su profesor, aunque este puede “impulsarle”–. Cualquier persona con sentido común y libre de prejuicios ideológicos se dará cuenta de que si los alumnos son enseñados mediante una metodología tradicional y no reciben deberes para casa, harán poco dentro y fuera de las aulas, y en consecuencia apenas aprenderán. Por este camino llegarán a ser ignorantes e incompetentes con título oficial.

“La enseñanza y evaluación tradicionales producen mucho aprendizaje memorístico, poco estructurado y raramente significativo”

Por otro lado, hay que reconocer que algunos docentes mandan deberes en cantidad y dificultad excesiva. Esto obliga a los padres a ser profesores particulares de sus hijos, algo para lo que no están debidamente preparados. Por eso se están rebelando contra el estado de caos actual.

Lo adecuado sería que los alumnos hiciesen los ejercicios difíciles en clase, donde su profesor podrá ayudarles más profesionalmente. En casa, los estudiantes realizarán las tareas más fáciles, como escuchar o leer las explicaciones de su profesor en vídeos y documentos, y eso les preparará para la práctica en el aula. Precisamente esto es lo que propone el modelo de aprendizaje inverso o “flipped learning”.

Allí donde los profesores se han atrevido a aplicarlo, han mejorado mucho los resultados de aprendizaje. Es famoso el ejemplo de la Clintondale School, en los suburbios de Detroit, que pasó de ser uno de peores institutos del estado de Michigan a situarse por encima de la media. He intercambiado e-mails y mensajes con Greg Green, su director. Este vídeo [ver abajo], que he subtitulado al español para ver si los profesores de aquí le perdemos el miedo al “flipped learning”, cuenta lo que ha conseguido en su escuela.

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