El proyecto europeo, en crisis

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Las reacciones de los gobiernos europeos a la crisis de los refugiados han sacado a la luz el choque entre dos posturas opuestas: la de quienes cierran filas en torno a Bruselas y Berlín para buscar una solución conjunta; y la de quienes, cansados de esperar, han empezado a actuar por su cuenta. La duda es si las discrepancias responden a una crisis política puntual, o si revelan un desgaste más profundo del sueño europeo.

La crisis migratoria no es la única que preocupa a Bruselas. Otras son: el riesgo de que el Reino Unido abandone la Unión Europea (UE) en el referéndum del 23 de junio, la deuda griega, el auge de los populismos, las tensas relaciones entre la Comisión Europea y Polonia… Y todo esto sin haber remontado aún las consecuencias de la crisis económica.

Pero algunos analistas coinciden en que la crisis de los refugiados es especial: no solo porque la solución al problema no depende enteramente de Europa –el flujo migratorio continuará mientras haya guerras, persecuciones y Estados fallidos–, sino también porque ha destapado dos maneras de afrontar los problemas de la casa común. Y solo una de ellas parece compatible con el proyecto europeo.

Así lo advertía en El País Béatrice Delvaux, editorialista jefa del periódico belga Le Soir, en un lúcido artículo: “Hoy, en Europa, no se puede ser Merkel y Orbán, o se es uno o se es el otro, hay que escoger. Todos los dirigentes europeos lo están haciendo, y la historia recordará el camino que tomaron en esta encrucijada. (…) ¿Qué Europa queremos? ¿La que piensa y actúa colectivamente, o la que piensa primero en los intereses particulares, aun a riesgo de dinamitar la construcción europea?”.

Respuestas unilaterales

La pregunta de Delvaux no es exagerada. Se limita a constatar las dos direcciones en que oscilan las respuestas de los gobiernos europeos al drama migratorio. Por un lado, está el grupo de países dispuestos a tomar en serio a la canciller alemana Angela Merkel, que lleva meses pidiendo una solución europea.

“¿Qué Europa queremos? ¿La que piensa y actúa colectivamente, o la que piensa primero en los propios intereses particulares?”

Por otro, la cada vez más larga lista de países que desde finales de febrero han optado por desafiar a la Comisión Europea con respuestas unilaterales. Encabeza la lista Hungría: el primer ministro Viktor Orbán ha anunciado que su país no va a aceptar las cuotas de refugiados acordadas por los Veintiocho hasta que los ciudadanos húngaros no decidan en referéndum –aún sin fecha– si las quieren o no.

También es desafiante la actitud de Austria, que convocó por su cuenta a los países de la ruta de los Balcanes para hablar sobre las medidas que pensaban tomar. Esta ruta es la que ha permitido a los migrantes llegados a Grecia ir a Alemania, Austria, Holanda y los países nórdicos.

La reunión se celebró el 24 de febrero, con gran disgusto de la Comisión Europea y de Grecia, que fue excluida a propósito. Asistieron representantes de cuatro países de la UE (Bulgaria, Rumanía, Croacia y Eslovenia) y otros extracomunitarios (Albania, Bosnia, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia, estos dos últimos candidatos a la adhesión a la UE).

Tras el bloqueo de la ruta de los Balcanes, operado por la decisión de Macedonia de cerrar su frontera con Grecia, llegó la decisión de Estonia, Letonia y Lituania de alzar vallas en sus fronteras con Rusia, por si acaso el flujo migratorio se desplaza hacia allí. Y el anuncio del desmantelamiento parcial del campo de refugiados de Calais, llevó a Bélgica a restaurar los controles fronterizos con Francia.

Distintas maneras de ser Europa

Si estos socios se niegan a jugar a la europea, a Merkel le podría dar también por buscar primero sus intereses. Sobre todo, ante la creciente presión que le llega de tres frentes: las críticas de sus aliados bávaros de la Unión Social-Cristiana (CSU) a su política de acogida a los refugiados; el avance del partido antinmigración Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones del 13 de marzo en tres Estados; y el cambio de actitud de un sector de la población tras las agresiones sexuales y los robos a mujeres –presuntamente perpetrados en su mayoría por inmigrantes de Marruecos y Argelia– en 13 ciudades alemanas durante Nochevieja (ver Aceprensa, 11-01-2016 y 16-02-2016).

Entretanto, lo más parecido a una solución europea que se ha conseguido tras múltiples cumbres son las contestadas cuotas de admisión de refugiados y el principio de acuerdo de la UE con Turquía, también polémico.

El primer reparto de cuotas –para realojar a 35.000 solicitantes de asilo– se fijó en mayo. Ya entonces se vio que había varias maneras de ser Europa: Alemania aceptó 10.500 plazas, aunque la Comisión Europea solo le pidió que aceptara 8.763; otros países, como Francia, Suecia y Holanda, se ciñeron a la cifra propuesta, que en los tres casos fueron de las más elevadas; otro grupo de países (España, Polonia, Eslovaquia…) admitieron menos de las propuestas; y Austria y Hungría rechazaron las cuotas (ver Aceprensa, 22-07-2015), aunque aceptan la entrada controlada de migrantes (el tope actual de Austria está en unas 3.200 al día).

El segundo reparto de cuotas, esta vez obligatorio para todos, llegó en septiembre. Los socios de la UE se comprometieron a reubicar a 120.000 solicitantes de asilo en el plazo de dos años. En contra de este reparto votaron Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumania.

Lo más parecido a una solución europea que se ha conseguido son las contestadas cuotas de refugiados y el principio de acuerdo con Turquía, también polémico

Pero las cifras de las cuotas van muy por detrás de las llegadas. Según informó el 1 de marzo la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), en los dos primeros meses de 2016, que son los más fríos del año, llegaron desde el Mediterráneo a la UE unos 131.000 migrantes, casi tantos como el total de entradas registradas en la primera mitad de 2015. El año se cerró con algo más de un millón.

La ley del sálvese quien pueda

La otra pata de la modesta solución europea ha sido el acuerdo esbozado el pasado 7 de marzo entre Turquía y los jefes de Estado y de gobierno de los Veintiocho, que habrá de concretarse en otra cumbre prevista para el 17 de marzo.

La UE devolverá a Turquía todos los “migrantes irregulares” –tanto los económicos como los solicitantes de asilo– que lleguen desde sus costas a Grecia. Y desde suelo turco reubicará en Europa a un número de refugiados sirios equivalente al de las expulsiones. A cambio, Ankara recibirá: 3.000 millones adicionales para atender a los refugiados, la supresión del visado para los turcos que quieran viajar a Europa y la aceleración del proceso de adhesión a la UE.

Pero la idea de subcontratar a Turquía la gestión de la crisis, pensada para garantizar la entrada legal a la UE y arrebatar así el negocio a las mafias, no ha gustado a todo el mundo. En un comunicado emitido al día siguiente, ACNUR muestra su preocupación por la confianza depositada en Turquía, que “aún tiene dificultades para cubrir todas las necesidades básicas de la creciente población siria” asentada en su territorio. También pide que se clarifiquen bien las garantías jurídicas de los solicitantes de asilo. Por su parte, los ministros del Interior de varios países europeos expresaron sus reservas al plan en una cumbre celebrada el 10 de marzo.

A la vista de los acontecimientos, a los que hay que sumar las recientes escenas de violencia en Calais y en la frontera entre Grecia y Macedonia, se entiende la gravedad con que algunos se refieren a la situación actual. Un editorial de Le Monde llega a preguntarse si el momento presente no será recordado por los historiadores como “el comienzo de la descomposición de Europa”.

No es descabellado. Al fin y al cabo, la UE no es algo que se pueda dar por supuesto, advierte en El País el filósofo Bernard-Henri Lévy. Si cediéramos a la “ley del sálvese quien pueda”, nada impediría que el destino de la UE pueda ser el mismo “que el de la Europa romana, el mismo que el de la Europa de Carlomagno y más tarde de Carlos V, el mismo que el de la Europa del Sacro Imperio Romano Germánico, del imperio Habsburgo o incluso de la Europa de Napoleón, todas esas Europas que ya eran Europas, verdaderas y hermosas Europas, y cuyos contemporáneos creyeron, como nosotros creemos ahora, que estaban consolidadas, que eran firmes como la roca, que habían sido grabadas en el mármol de unos reinos de apariencia eterna y que, sin embargo, se desmoronaron”.

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