De la alimentación escasa a la abundancia de ocio

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La esperanza de vida de los seres humanos se ha doblado en el siglo XX. La explicación está, en parte, en los avances de la Medicina, pero parece más determinante la mejora de la nutrición con el consiguiente aumento de la capacidad de trabajo (y de creatividad) de las personas. Es la tesis defendida en un libro del Premio Nobel de Economía Robert Fogel (1), que aporta datos estadísticos capaces de demoler el pesimismo maltusiano.

Robert Fogel, economista de la Escuela de Chicago, fue galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1993 y es conocido por sus estudios centrados en el papel de la esclavitud para el desarrollo temprano de la economía norteamericana, así como por otros trabajos sobre la relación entre los índices de salud y el crecimiento económico. En estos últimos estudios está el origen del presente libro.

Escrito con claridad, a pesar de que abundan los pasajes relacionados con la estadística, el profesor Fogel, en un alarde de aplicación de los principios de las ciencias positivas, trata de no superar nunca la información que ofrecen los datos.

Menos trabajo

De manera análoga, en este periodo (1890-1930) aumentó mucho el tiempo de ocio disponible para los trabajadores. Entre 1860 y 1990 se recortaron hasta 25 horas de la jornada laboral semanal. Y, sin embargo, el crecimiento del ocio no se ha reflejado en el cálculo de la renta per cápita. Si se tomara en cuenta el incremento de las horas diarias de ocio de los trabajadores en relación con el salario medio, dice Fogel citando a Simon Kuznets, habría que subir un 40% la renta per cápita estimada para finales de la década de 1940 y un 120% la de hoy. Curiosamente, en este terreno pierden los altos ejecutivos, más cerca del estándar de 3.100 horas anuales del XIX que del actual de 1.800 horas.

También ha tenido lugar un acercamiento entre las rentas, en el sentido de que la de las clases bajas ha subido a un ritmo superior al de las clases medias o las altas. Así, si en 1875 había un salto de 17 años entre la vida media de la elite británica y la población en su conjunto, hoy se ha reducido a 4.

¿Cómo ha sido esto posible? Fogel insiste: el problema era la desnutrición crónica, que provocaba una falta de energía perjudicial para la salud (ya en los primeros estadios de la vida fetal, claves para sufrir o evitar enfermedades crónicas) y para la posibilidad de crear riqueza por medio del trabajo. Dicho de otra manera: la pobreza genera pobreza, la riqueza facilita la creación de más riqueza.

Milagros y tragedias

La ciencia de la nutrición ha estado en pañales hasta el siglo XX. Su mayor descubrimiento puede ser el de la sinergia existente entre infecciones y desnutrición: la desnutrición favorece las infecciones (reduce las defensas), y a su vez las infecciones favorecen la desnutrición (reducen el apetito, la absorción de nutrientes, etc.), generando un círculo vicioso.

Ahora bien, Fogel considera que hay motivos para ser optimistas de cara al posible desarrollo en el Tercer Mundo. La razón es la siguiente: todo el largo proceso de las mejoras en la vida urbana que tuvo lugar en Occidente durante el XIX y el XX ya es una lección aprendida. Si Londres o Nueva York tuvieron que aprender a distribuir el agua y a asegurar que fuera salubre, ahora ya se sabe cómo hacerlo. Lo mismo ocurre con la recogida de basuras, los materiales de que están hechas las tuberías (antes de plomo, ya no), etc. Es decir, Occidente se presenta como una suerte de laboratorio en el que los países en desarrollo pueden evitar los errores que se cometieron en el Primer Mundo.

No solo no se han generado los problemas que auguraba Malthus, sino que -con una explosión demográfica que ha doblado la población en Asia- el consumo mundial de alimentos per cápita ha ido subiendo en torno a un 0,6% por ciento anual en las últimas décadas. ¿No será que a más gente, más posibilidades de que la gran aportación del hombre al mundo -que es la persona- traiga soluciones a los problemas con los que nos topamos cada día? El optimismo de Fogel coincide con las tesis del economista Julian Simon: la gran esperanza de nuestro planeta es el ser humano. ¿Por qué nos empeñamos en verlo como el gran obstáculo?

Perspectivas para el siglo XXI

¿Qué problemas se abren a la situación actual? Fogel avisa de un posible fantasma: la descompensación de la pirámide poblacional. La generación del baby boom (1945-1965) se acerca a la jubilación, y aparece una lucha intergeneracional. La razón: la evolución tecnofisio ha provocado que la duración media de la jubilación se multiplique por cinco y que el número de quienes llegan a la edad de jubilarse se haya multiplicado por siete. Por tanto, el retiro de esta generación consumirá una parte mayor de la riqueza creada por la siguiente.

A la vez, la cantidad de tiempo de ocio de los trabajadores activos se ha multiplicado por cuatro en los últimos 100 años. Se utilizan 14 horas al día en tareas distintas a cubrir las necesidades biológicas. En vez de las 3.100 horas anuales de trabajo en 1880, en 1995 se dedicaban 1.730 horas y en 2040 pueden ser 1.400. Dentro de unos años, más de la mitad del tiempo disponible se empleará en actividades de ocio. Las horas dedicadas a ganarse la vida se han reducido en torno a un tercio durante el siglo XX, y eso pese al enorme aumento de tiempo que supone la mayor esperanza de vida: hoy dedicamos un 59% del tiempo a hacer lo que queremos.

Así aparece un nuevo problema: ¿qué hacer con tanto ocio?

Tiempo libre de sobra

Por otro lado, se observan cambios en la cultura laboral como el trabajo desde casa, la renuncia a la carrera a cambio de una mayor calidad de vida, de forma que “en las encuestas realizadas en la segunda mitad de la década de 1990 se aprecia que las firmas más prestigiosas habían tenido en cuenta, entre otras cosas, la conciliación de la vida laboral y familiar para mantener su nivel de competitividad en el mercado”.

Es decir, está ocurriendo que “el ocio (que incluye la posibilidad de seguir aprendiendo toda la vida), el trabajo voluntario y el cuidado de la salud son las nuevas industrias del siglo XXI”. Dice Fogel que “serán la chispa de expansión económica de nuestros tiempos, como lo fueron la agricultura en el siglo XVIII y las manufacturas, el transporte y los servicios públicos a finales del XIX y durante buena parte del XX”. Por lo tanto asistimos a un cambio de paradigma: ya no es la acumulación de bienes materiales, sino la calidad del sector servicios y del campo del conocimiento/ entretenimiento lo que parece importante.

Es verdad que existen otros peligros: el de colapso del sistema de Seguridad Social; el aumento exponencial de la carga que supone la asistencia médica, que crece enormemente sobre todo en los últimos dos años de vida; el de la diferencia de criterio para establecer la asistencia médica básica dependiendo de unos países u otros (en Etiopía o Nepal el gasto medio per cápita en asistencia médica es de 20 a 56 dólares, en España es de 1.211 dólares, en EE.UU. llega a 3.724 dólares, etc.). Pero con una buena planificación, que cuente en sus planteamientos con la perspectiva de los años de ocio que esperan a la mayoría de los seres humanos de los países desarrollados, puede empezar a verse la vida como algo más que el esfuerzo titánico por cubrir las necesidades básicas.

La oportunidad de cultivarse

Con el aumento del ocio y la salud llega el momento del cultivo del conocimiento. “Tenemos que dar paso a nuevas formas educativas que no satisfagan sólo nuestra curiosidad sino que también nos ayuden a mejorar nuestra faceta espiritual, a comprender mejor el sentido de la vida para que podamos aprender entreteniéndonos y socializándonos. Creo que, una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, el deseo de entendernos a nosotros mismos y a nuestro entorno es una de las grandes fuerzas impulsoras de la humanidad. Además, a medida que se eleven los ingresos per cápita y siga bajando el coste de las necesidades básicas y de los bienes duraderos, individuos y hogares invertirán porcentajes cada vez mayores de sus ingresos en el pago de servicios que mejoren su salud, fomenten el conocimiento y eleven su conciencia espiritual”.

Quizás, viendo el desolador panorama cultural (por ejemplo, televisivo, o político), no invertimos en conocimiento sino en diversión y, en consecuencia, no tratamos de entendernos a nosotros mismos y vivimos más años para quedarnos paralizados en lo banal. Pero en ese caso la culpa será nuestra: la evolución tecnofisio nos ha dado las herramientas (y el tiempo) para que superado el umbral de necesidad y supervivencia nos atrevamos a alzar la inteligencia a lo más alto. Tiempo tenemos: ¿sabremos aprovecharlo?

jaranguren@gaztelueta.com

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NOTAS

(1) Robert W. Fogel. Escapar del hambre y la muerte prematura, 1700-2100: Europa, América y el Tercer Mundo. Alianza. Madrid (2009) 223 págs. 18 €. T.o.: The Escape from Hunger and Premature Death, 1700-2100. Europe, America and the Third World. Traducción: Sandra Chaparro Martínez.

 

¿Llegaremos a ser algo más que humanos?


La Singularity University se propone superar las limitaciones biológicas humanas.

El pasado 12 de junio publicaba The New York Times un reportaje sobre cómo una idea semejante a la evolución tecnofisio ha encontrado predicamento e inversiones entre las grandes fortunas de Silicon Valley. El proyecto se llama Singularity University. Imparte cursos de nanotecnología, inteligencia artificial, biotecnología, robótica o computación. Y a la vez experimenta aplicaciones para extender las posibilidades humanas más allá de los condicionamientos naturales.

El objetivo es “superar las limitaciones de nuestra biología”, en palabras de Raymond Kurzweil, portavoz de Singularity University, de forma que los problemas de salud, el envejecimiento o la muerte sean cosas del pasado. La tecnología resolverá los problemas humanos e, incluso, modificará el proceso evolutivo. Por ejemplo, Google trabaja en la construcción de un cerebro electrónico que pueda superar el poder del cerebro humano y no padezca ningún tipo de decadencia. Muchos accionistas de Google colaboran con Singularity University con fuertes sumas de dinero.

El optimismo de los investigadores es grande (y grandilocuente): “En 10 años crear una bacteria será una tarea que pondrán a alumnos de secundaria. Estas cosas pasan cuando conseguimos el control sobre el código de la vida”, dice Hessel, uno de los profesores de Singularity University. ¿Gente que juega a ser Dios?, ¿nuevos doctores Frankenstein?, ¿el guión de una película de ciencia ficción?, ¿la humanidad dividida entre los hombres máquina, más perfectos, y los inferiores, que por pobres no pueden disfrutar de los efectos beneficiosos de la nanotecnología? Películas como Gattaca o Inteligencia Artificial se vienen involuntariamente a la memoria.

Si no fuera porque son ideas que repiten licenciados en el MIT o en Stanford, y que cuentan con apoyos económicos millonarios, probablemente parecerían simpáticas ocurrencias dignas de Star Trek. ¿Lograrán su propósito?

Kurztweil cree que sí. Su padre murió en 1970. Él ha guardado fotografías, cartas, facturas, y piensa que combinadas con sus propios recuerdos y el DNA de su padre será capaz de lograr su resurrección parcial. ¿Somos tan meramente físicos? ¿No necesitarán estos grandes genios de la informática algunas nociones de antropología?

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