Gerrit Kouwenaar (1923–2014) fue uno de los más importantes poetas holandeses de la generación de los años cincuenta del siglo XX. Su trayectoria profesional estuvo también vinculada al periodismo y la traducción, además de una breve incursión en la narrativa con tres novelas cortas.
La primera de ellas, Ojalá cayera una bomba, la escribió en 1949 y está protagonizada por un adolescente de diecisiete años que, a caballo entre la niñez y la edad adulta, cuando toda Europa está expectante ante las acciones bélicas de la Alemania de Hitler, lo único que hace es instalarse cómodamente en el aburrimiento.
Perteneciente a una familia de clase media en Ámsterdam, Karel Ruis, aunque ajeno a las preocupaciones de la casa, no puede evitar escuchar hablar sobre la posibilidad de una pronta invasión de los alemanes a los Países Bajos. Frente a la inquietud familiar, Karel tomará la noticia como una novedad muy satisfactoria para sus planes de cambio hacia una vida más animada y placentera.
La ocasión se presenta para el muchacho cuando su tío Robert le propone confidencialmente entregar en secreto una carta a una mujer judía de nombre Mexocos, la cual deberá entregarle, a su vez, una respuesta. Nada más conocerla iniciará una extraña amistad con ella y su hija Ria.
La originalidad y la extravagancia de las dos mujeres causarán una fuerte impresión en Karel, un adolescente inexperto y muy influenciable. Atraído por el carácter de Mexocos, fantaseará con un futuro próximo junto a ella y Ria. Sin embargo, la realidad no tarda en alcanzar a Karel de una manera trágica e inesperada. Su débil e inmadura personalidad experimentará el desengaño y la desolación de la pérdida.
Kouwenaar recrea el personaje de un adolescente universalmente reconocible: egoísta, exaltado, egocéntrico, apático, ingenuo, emocionalmente inestable, deseoso de novedades, etc. Estas características sirven también al autor como metáfora de una sociedad que el 10 de mayo de 1940 no estaba preparada para asumir la trágica realidad de una invasión inesperada.