“Di la verdad a través del velo que tengas a mano, pero dila”, es una de las reglas para escritores que propone la autora Zadie Smith.
Las series de ficción pueden ser ese velo del que habla Smith. Desde luego, Adolescencia, el nuevo éxito de Netflix, ha intentado convertirse en uno para mostrar una realidad desconocida para muchos adultos: el mundo online misógino conocido como la manosfera, que cautiva a algunos adolescentes y jóvenes asegurándoles que la causa de sus problemas es el feminismo y el rechazo de las mujeres.
Si eres padre y no sabías que esto existía, has buscado por primera vez el nombre de Andrew Tate en internet o te has cuestionado la posibilidad de que tu hija esté enviando nudes (fotos de ella misma desnuda o casi) desde el móvil, Adolescencia ya te habrá prestado un gran servicio; si eres profesor, este descubrimiento puede ayudar a evitar males mayores en tus alumnos.
Hay una verdad oculta bajo el velo de la serie. Chicos y chicas pueden llegar a entrar en internet a mundos totalmente diferentes. En buena medida, por los distintos algoritmos diseñados para explotar las inseguridades adolescentes y los deseos de responder a las preguntas que acompañan a esta edad tan voluble. En internet, las chicas ingresan al mundo de las tradwives, la hipersexualización, las mujeres empoderadas e hiperdependientes o las “I’m just a girl”, que reivindican lo más frívolo y superficial de la feminidad. Los chicos, por su parte, son iniciados en el estoicismo, en la comunidad de gym bros o en el manual de instrucciones de personas como Llados.
Si Netflix ha sido capaz de poner este fenómeno sobre la mesa, bienvenido sea.
Además, Adolescencia tiene el valor de conectar con los sentimientos universales de soledad y aislamiento de los adolescentes, y de permanente duda y arrepentimiento de los padres por no haber hecho más en la educación de los hijos.
Hasta aquí todo bien: una serie que apunta a un problema social lidera los rankings de lo más visto. Sin embargo, algunas reacciones posteriores han sido desproporcionadas.
El primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer, ha apoyado una medida para que el producto de Netflix pueda ser visionado de manera gratuita en los colegios. “La violencia ejercida por jóvenes influenciados por lo que ven en Internet es aborrecible y tenemos que atajarla”, ha declarado en la Cámara de los Comunes.
Y aquí es donde empieza el problema: ¿hasta qué punto podemos elevar una serie que, como tal, se rige por criterios cinematográficos (espectacularidad, giros inesperados de guion, etc.) a la categoría de estudio sociológico?
Jamie Miller no es el prototipo de adolescente asesino
“¿Te he asustado al gritar? Solo tengo 13 años”, dice un impasible y cruel Jamie a su psicóloga. Claro que ha asustado. Porque es un personaje diseñado para encarnar esa mezcla terrorífica de psicópata narcisista y niño inocente víctima de las circunstancias.
Pero es solo eso, un personaje. Adolescencia es una serie de ficción, no un documental. Sus creadores son guionistas, no periodistas. Jack Thorne y Stephen Graham querían contar una buena historia, no buscaban completar ese poliédrico retrato que es a veces la verdad, que requiere de recoger y ensamblar muchas piezas.
Adolescencia no hace eso. El problema es que sus creadores han insistido una y otra vez en que se inspiraban en hechos reales porque vieron un par de noticias de asesinatos de chicas cometidos por adolescentes. Pero eso no significa que su serie sea el mejor reflejo de lo que le ocurre a esos adolescentes; y mucho menos a los chicos en general.
“Hace dos años y medio, Stephen Graham me telefoneó para preguntarme si estaba interesado en escribir un programa sobre los delitos con arma blanca. Quería hablar de la violencia de los hombres jóvenes hacia las mujeres y tenía dos condiciones: quería hacerlo en una serie de planos únicos y no quería culpar a los padres”, escribe el propio Thorne. “Me involucré con entusiasmo y le propuse que escribiéramos juntos. Al principio, no sabíamos por qué Jamie, el autor del ataque, lo había hecho. Sabíamos que no era producto de abusos ni de traumas paternos. Pero no encontrábamos un motivo. Entonces alguien con quien trabajo, Mariella Johnson, dijo: ‘Creo que deberías investigar sobre la cultura incel’”.
Así es como la manosfera se convirtió en la pieza necesaria para rellenar un guion con una laguna. Y, desde el punto de vista artístico, bien elegida que está. Adolescencia es una buena serie, con buenos actores, una buena historia y una buena invitación a la reflexión. No se le puede pedir más. Lo que sí se les puede pedir a sus creadores es más prudencia a la hora de querer abanderar un fenómeno que es complejo, multifactorial y que no suele tener la cara de un niño de 13 años con una familia que se quiere y que le quiere.
Porque si de verdad queremos entender el fenómeno de la violencia entre menores, es bueno conocer que ser criado en el seno de una familia unida es uno de los predictores más fiables de éxito para la vida de un niño. Los padres de Jamie en la serie se adoran y llevan juntos desde la adolescencia. Por supuesto que hasta los peores males ocurren en las mejores familias, pero quizá no se podría decir que eso es el paradigma de un fenómeno.
Los niños criados por padres casados obtienen mejores resultados que los criados por padres solteros, entre otras cosas porque sus progenitores suelen disponer de más tiempo, dinero y capacidad emocional para invertir en ellos. Crecer en un hogar sin padre afecta negativamente, en particular, a los niños varones, según los datos del Institute for Family Studies. Jamie es un niño que admira y quiere a su padre. Un padre imperfecto y que pasa poco tiempo en casa, pero que daría la vida por su hijo.
Es cierto que los varones se están refugiando cada vez más en internet. La serie señala a la familia, el bullying y la indiferencia en el colegio como los responsables. Y no es desacertado. Pero también tiene mucho que ver el desprecio con el que se habla de lo masculino; un discurso que, de manera sutil, la serie no solo no condena sino que refuerza.
¿Qué les estamos haciendo a los niños en el mundo real para que deseen esconderse en el online? Lo explica el psicólogo Jonathan Haidt, autor de La generación ansiosa: “Al mismo tiempo que los videojuegos se adaptaban mejor a la mayor propensión de los niños a la competición, el mundo real, y especialmente el colegio, se volvía más frustrante para muchos niños: recreos más cortos, prohibición de juegos bruscos y cada vez más énfasis en sentarse quietos y escuchar”.
Es cierto también que crece la violencia juvenil de arma blanca. Pero tiene más que ver con la incorporación a bandas, con la pobreza, con la ausencia de un padre o con el fracaso escolar. “No podemos subestimar la importancia de la asistencia a la educación inclusiva como factor de protección en la prevención de la delincuencia infantil”, subraya un informe de Reino Unido que aborda este problema. Jamie es un niño con notas excelentes, cuya asignatura favorita es Historia.
El crimen más conocido asociado a la manosfera es el de Jake Davison, un joven de 22 años que disparó a su madre y a otras cuatro personas antes de suicidarse. La investigación posterior reveló que había estado consumiendo contenido online sobre la cultura incel y que en casa empleaba un discurso misógino cuando discutía con su madre.
Sin embargo, Davison también era un joven autista, hijo de padres divorciados, con un historial de violencia, con un padre que había pasado una temporada en prisión y con una obsesión por las armas y los asesinos en serie como Ted Bundy. En definitiva, Davison era todo lo que Jamie no es.
Adolescencia no tenía por qué abordar todas estas cuestiones, precisamente porque es una ficción. Pero entonces es importante recordar que debe ser tratada como tal.
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