Sophie Coignard, ensayista y periodista francesa, ha escrito una obra que examina las consecuencias sociales de desterrar el mérito. Dedica severas reflexiones también al estado de la universidad pública de su país, ofreciendo en general un pronóstico no muy halagüeño: la escasa importancia que se da al logro individual frente al cada vez mayor peso de la política identitaria está socavando el prestigio de muchas instituciones.
El ensayo está muy bien escrito; es riguroso y certero y aporta ejemplos flagrantes que demuestran cómo la mediocridad, en lugar de la calidad y la excelencia, prevalece en la política y en la administración pública, arrastrando consecuencias negativas para el conjunto de la nación. Coignard analiza la manera en que las instituciones francesas, que se pensaban sólidas, van siendo erosionadas por la complacencia, el nepotismo y la falta de visión a largo plazo. Estas son las palpables consecuencias de una política desnortada que abraza los dogmas woke.
La mediocridad deja espacio para la corrupción, pero también contribuye a extender la irresponsabilidad. Ahora bien, estos no son los únicos efectos, según ilustra la autora con casos reales, ya que provoca, además, estancamiento económico. Por otro lado, si se elimina el mérito, las clases menos formadas se perpetúan en el poder, con lo que el problema se cronifica.
La tiranía de la mediocridad es una llamada a la acción y un estímulo para desafiar la deriva que la autora anota; su objetivo es estimular el cambio y contribuir a que se deje de lado el conformismo. Aboga por “promover el mérito bien templado, el que no sólo beneficia al ganador, ni paraliza las posiciones sociales, el que da su oportunidad a todos, que reverencia por igual la cabeza, el corazón y la mano”. Por esta razón, no se puede decir que su conclusión sea pesimista.