Guerra del Congo: Por un puñado de coltán

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Una calle de la ciudad congoleña de Goma, en la zona este del país (30-01-2025) (foto: Alain Uaykani / Europa Press)

Las guerras vividas en la República Democrática del Congo (RDC) desde 1996 han dejado hasta la fecha un reguero de más de seis millones de muertos. El último episodio de este triste recuento en el segundo país más grande de África y tercero en población lo protagoniza la toma de Goma (capital de Kivu del Norte) hace unos días y la de Bukavu (Kivu del Sur) ayer mismo por parte de las milicias del Movimiento 23 de Marzo (M-23), un grupo armado promovido y apoyado por el presidente de Ruanda, Paul Kagame. 

Kivu es una región histórica en la parte oriental de la RDC, la cual bordea el lago Kivu en la zona fronteriza con Ruanda.

En esta zona combaten, de un lado, el M-23, y del otro, las FARC (el ejército oficial de la RDC), que cuentan con el apoyo de la Fuerza del Despertar Patriótico para la Liberación del Congo, un grupo de combatientes irregulares de la región también conocidos como los Wazalendo (patriotas o nacionalistas, en swahili).

Se calcula que en la actualidad hay más de cien grupos armados activos en el este del país, donde se concentra la peor parte del problema. Muchos de ellos son milicias locales que tratan de proteger sus comunidades después de más de 30 años de conflicto. Según explica Amnistía Internacional, “las lealtades y las rivalidades entre los grupos evolucionan constantemente, y por lo general se rigen por las identidades étnicas, los intereses económicos y la manipulación política”.

El genocidio, una herida todavía abierta

La aparición del M-23 está vinculada a la historia de la RDC y el genocidio de 1994 en Ruanda, cuando fueron asesinados en ese país entre 800.000 y un millón de tutsis y hutus moderados en solo tres meses.

El gobierno ruandés acusó a los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR), contra los que luchaba desde 1990, de que, con sus posiciones extremistas, generaron un sentimiento de odio hacia esa etnia entre los hutus; un caldo de cultivo que facilitó el genocidio posterior. Cuando el FPR logró vencer a las fuerzas gubernamentales y tomó el control del país, en julio de 1994, la RDC –entonces Zaire– decidió acoger a miles de hutus huidos desde Ruanda.

El gobierno ruandés apoya a la milicia M-23 contra el gobierno de la RDC, con el pretexto –poco fundado– de que este hace lo propio con las FDLR

En este contexto, algunos hutus que lideraron el genocidio, exiliados a la RDC, fundaron las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), con el fin de apoyar al entonces presidente de la RDC, Laurent-Desiré Kabila. Desde entonces el FDLR ha sido la excusa perfecta del gobierno ruandés para invadir una y otra vez territorio congoleño.

Desde Kigali, capital de Ruanda, se argumenta que su intervención en la RDC tiene como objetivo impedir que estos combatientes amenacen su seguridad. Sin embargo, esta justificación está en entredicho: según la MONUSCO (misión de Naciones Unidas en el Congo), más del 78 % de los miembros de las FDLR han sido repatriados o neutralizados con el apoyo del ejército congoleño. A pesar de ello, Ruanda sigue armando y apoyando al M-23, lo que demuestra que su verdadero objetivo es económico y geoestratégico.

El gobierno ruandés también justifica su implicación en esta guerra alegando proteger a la comunidad tutsi que vive en la RDC. Esta cuestión ya fue objeto de negociaciones: en el periodo 2012-2013 muchos tutsis se integraron en el ejército congoleño con la esperanza de calmar las tensiones. Hoy en día, se estima que representan alrededor del 10 % del personal militar de la RDC; el propio comandante del ejército en el este del país (Kivu del Norte, Kivu del Sur y Maniema) procede de esta comunidad. A pesar de estas concesiones, la agresión ruandesa nunca ha cesado.

Violencia y zonas mineras

Hoy nadie duda de que la verdadera motivación de estas incursiones por parte del M-23 es económica, ya que el este de la RDC goza de una gran riqueza mineral. La región es rica en minerales estratégicos como el coltán –tiene el 80 % de las reservas mundiales–, el oro y el cobalto. El coltán es un mineral esencial para la fabricación de smartphones, baterías de coches eléctricos, tablets y muchas otras tecnologías.

Esta lucha territorial ha provocado más de medio millón de desplazados y miles de violaciones a mujeres y niñas. Confirma este dato un médico del Hospital de Panzi, en Bukavu, ciudad fronteriza con Ruanda, de la que la separa el río Rusizi: “Durante mis misiones con las clínicas móviles, traté a muchas supervivientes de violencia sexual, y la mayoría de ellas procedían de las regiones mineras de Kivu Sur y Kivu Norte. Estos actos de violencia no son aislados: se utilizan como arma de terror y desplazamiento forzoso para expulsar a las poblaciones locales y facilitar la explotación ilegal de los recursos”.

La delicada situación del gobierno de la RDC

La situación es extremadamente delicada para el presidente de la RDC, Félix Tshisekedi. Se enfrenta a una guerra asimétrica, a un ejército infiltrado y en parte corrupto, y a un enemigo que goza de un apoyo internacional tácito.

La debilidad interna del gobierno congoleño, la complicidad de algunas multinacionales en el conflicto y la tibieza de la comunidad internacional dificultan la solución

Una respuesta militar es muy arriesgada, aunque ahora esté intentando frenar el avance del M-23. Este grupo ocupa actualmente ciudades estratégicas, como por ejemplo Bukavu, recién tomada. Una contraofensiva militar podría provocar una carnicería comparable a la de Goma, con miles de víctimas civiles. Por ello, Tshisekedi se ve obligado a actuar con prudencia, ya que un ataque precipitado pondría a la población en una situación de riesgo aún mayor.

Por otro lado, muchos de los soldados desplegados en el este fueron entrenados en Ruanda y mantienen alianzas secretas con Kigali. Esto significa que el ejército congoleño lucha contra sí mismo, con fugas de información y sabotajes internos que debilitan cualquier intento de defensa eficaz.

Además, Ruanda aprovecha hábilmente la debilidad institucional de la RDC infiltrándose en sus redes económicas y políticas. Sin un fuerte apoyo de la comunidad internacional, Tshisekedi está en un callejón sin salida.

Pero sí hay algo que puede hacer. Para empezar, reestructurar el ejército y eliminar a los infiltrados, lo que llevaría tiempo y exigiría una purga a fondo, y obtener apoyo militar estratégico de potencias extranjeras para restablecer el equilibrio de poder.

Al mismo tiempo, se considera que el ejecutivo congoleño debe ser más transparente en su gestión del poder y evitar dar a Ruanda un pretexto para interferir.

El papel de las multinacionales y la comunidad internacional

Por otro lado, las multinacionales que se benefician de esta guerra financiando indirectamente a los grupos armados deberían tratar directa y legalmente con el Estado congoleño, y no a través de milicias que siembran el caos. Mientras estos recursos alimenten los conflictos, la guerra nunca acabará. Recientemente el gobierno congoleño ha señalado directamente a Apple, acusándola de aprovecharse de la explotación ilegal de sus minerales.

Por último, la comunidad internacional tiene un papel clave que desempeñar. En 2012, cuando la guerra del M-23 estaba en pleno apogeo, las sanciones internacionales contra Ruanda, incluida la suspensión de la ayuda exterior, obligaron a Kigali a abandonar el M-23 y poner fin a las hostilidades. Esto demuestra que la presión internacional puede funcionar si se aplica con firmeza.

Incluso hoy, las potencias mundiales que actualmente apoyan a Ruanda (Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Francia, China, India y Emiratos Árabes, principalmente) tienen capacidad para actuar imponiendo duras sanciones al estado ruandés mientras siga apoyando a los grupos armados en la RDC.

Según explica el periodista Alfonso Masoliver, Ruanda recibe cada año más de 1.000 millones de dólares de ayuda extranjera, de los cuales 32 millones corresponderían a los envíos de Reino Unido.

En 2021 Francia anunció la creación de un programa de ayudas al desarrollo para Ruanda valorado en 500 millones de dólares.

Alemania podría considerarse otro país con una gran presencia en Ruanda, en especial en lo relacionado con el ámbito sanitario. Entre 2022 y 2024 envió a Ruanda más de 93 millones en ayudas.

Un dato significativo es que la Unión Europea (UE) es hoy el mayor inversor en Ruanda y representa el 11% de su comercio total. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) son la segunda fuente de inversión extranjera.

Paradójicamente, China y Francia son también aliados estratégicos del gobierno congoleño.

La injusticia no puede ser el precio de la paz

En definitiva, la paz en la RDC requerirá el fin de la impunidad de Ruanda, la rendición de cuentas por parte de las multinacionales, una gobernanza congoleña más transparente y una fuerte movilización internacional. Mientras no se activen estas palancas, la guerra seguirá sumiendo en el luto al este del Congo.

A pesar de las denuncias, la comunidad internacional sigue haciendo la vista gorda ante la injerencia ruandesa, reforzando su impunidad y alimentando las especulaciones sobre los planes de anexión de Goma.

Ante la impotencia de las autoridades y la indiferencia del mundo, algunos congoleños se plantean una pregunta: ¿hay que dejar esta parte del país en manos de Ruanda para que la guerra termine de una vez y la gente deje de morir?

Pero, como concluye un analista internacional congoleño, “esta opción es inaceptable. El este de la RDC no es una zona para negociar: es tierra congoleña, habitada por millones de ciudadanos que se niegan a ser sacrificados en el altar de los intereses geopolíticos y económicos. Dejar que esto ocurra sería una traición a las generaciones presentes y futuras”.

Un éxodo silencioso

Hoy todo parece sombrío. El futuro de la RDC –que tiene 102 millones de habitantes, frente a los 14 millones de Ruanda– está envuelto en una incertidumbre total, y la esperanza se desvanece día a día.

Creían que unas elecciones democráticas allanarían por fin el camino hacia la paz y la estabilidad. Pero tras dos ciclos electorales (2006-2018), la situación no ha mejorado, sino que ha empeorado. La guerra, la inestabilidad política, la corrupción y la injerencia extranjera mantienen al país en un estado de caos permanente.

Se está produciendo un éxodo silencioso. Cada vez más congoleños desilusionados abandonan el país en busca de seguridad y un futuro mejor. Los que se quedan son a menudo los que no pueden permitirse huir, atrapados en un país donde la inseguridad, la pobreza y la falta de perspectivas se han convertido en la norma.

A pesar de esta desilusión generalizada, el Congo sigue teniendo un inmenso potencial. Cuenta con miles de jóvenes que aspiran al cambio y se niegan a rendirse. Posee enormes recursos naturales que podrían permitir un rápido desarrollo si se explotaran en beneficio del pueblo congoleño, y existe una diáspora comprometida que sigue llevando la voz del Congo a nivel internacional.

 

Bibliografía recomendada:

  • ¿A quién le importa el Congo?, Autor: Julián Gómez-Cambronero. Editorial: Dos Emes.
  • Cobalto rojo. Siddharth Kara. Editorial: Capitán Swing.
  • Un manifiesto por la vida. Autores: Denis Mukwege y Berthil Åkerlund. Editorial: Ediciones Península.

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