Abuelos que no lo serán y un duelo que no lo es (pero lo parece)

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Poppy Pix / Shutterstock

Estar tocando los sesenta años (o haber pasado ya esa frontera) es el momento que muchas personas esperan para ver hacer entrada en casa a esa especie llamada “nietos”. Algunos mayores, sin embargo, en número creciente, van entrecerrando la puerta con cierta tristeza al ver que los pequeños tardan, o se van resignando a lo que saben que sucederá: que nadie vendrá.

Es una tendencia. Un extenso reportaje del New York Times sobre esa “orfandad inversa” que es la ausencia de nietos tira de estadísticas y muestra que, en 2014, los estadounidenses mayores de 50 años que tenían algún nieto eran el 60%, mientras que en 2021 apenas llegaban a la mitad.

Los números a la baja coinciden en varios países ricos. En EE.UU. nacieron en 2023 unos 3,6 millones de niños (un 2% menos que en el año previo) y la tasa de nacimientos fue de 11 por cada mil habitantes (en 2010 era de 13, pero desde entonces todo ha sido caer), mientras que Canadá retrocedió de los 362.000 alumbramientos registrados en 2021 a apenas 351.000 en 2023 (la tasa descendió de 9,7 a 8,8). En la Unión Europea, una foto similar: en 2022 vinieron al mundo 3,8 millones de niños. Fue el primer año en que los nacimientos en el bloque comunitario bajaron de los 4 millones desde la salida del Reino Unido en 2020, y en 2023 se hundieron un poco más, a 3,6 millones. De 9,1 nacidos por cada mil en 2020, el promedio bajó a 8,2 en 2023.

Menos hijos son también menos nietos, y no tenerlos causa un dolor a quien los desea, un dolor en muchos casos no reconocido, o al menos no como el que puede percibirse con más nitidez en las parejas que no pudieron tener hijos en su etapa fértil. El pesar de los “no-abuelos”, y máxime el de aquellos cuyos hijos no desearon asumir el rol de la paternidad aunque podían hacerlo, vendría a ser, en opinión de algunos, un contratiempo de segundo orden, un “te entiendo, pero esto les compete a tus hijos; no te deben nada”.

Quizás por “deber” no les “deben” nada en ese sentido a sus mayores, pero eso no impide que estos aspiren a sumergirse en ese tipo de relación con los niños en que, más que en la urgencia de enseñar reglas y formar, pueden descansar casi exclusivamente en el dar y recibir afecto, en consentir, en mimar…

La ausencia de nietos deja a muchos ancianos sin poder desarrollar un tipo de crianza más basada en los afectos que la paternidad

“La relación abuelo-nieto es un vínculo, efectivamente, fuerte, pero no tiene la misma responsabilidad educativa que tiene la relación con los padres”, nos dice el Dr. Jorge Pla, especialista en Psiquiatría en la Clínica Universidad de Navarra. “En este contexto educativo –agrega– puede haber más tensiones. Es verdad que a veces los abuelos tienen una labor de este tipo, pero es menos exigente, más tolerante, más positiva. Por tener más años de vida, en la psicología de las personas mayores tiene mucho más peso la comprensión de los nietos, lo positivo”.

Y eso, esa oportunidad de volcarse más desde el afecto, es lo que los no-abuelos pueden sentir que se les escatima.

Un tema que desata la tensión

Las causas para no querer tener descendencia son variadísimas. Algunas resuenan últimamente con cierta frecuencia en los medios, como la dificultad para conciliar trabajo y vida familiar, o la imposibilidad de acceder –por sus altos costos– a una vivienda en la que fundar un hogar estable.

Otras son más modernas y “ecomotivadas”, como la de abstenerse de introducir más seres humanos en el mundo para evitar contaminarlo aun más. El argumento también funciona en dirección opuesta: dado que muchos jóvenes están convencidos de que a nuestro maltratado planeta le quedan dos telediarios, esto puede convencerlos de que es mejor no tener prole para que no sufra ni sucumba cuando empiece a llover azufre.

Sin embargo, como el cielo sigue de momento bastante despejado, muchos mayores no entienden la negativa de sus hijos a la paternidad, o la postergación de esta. El que la dejen “para más adelante” puede irritar a esos padres ya con canas que, gracias a la mejoría general de la calidad de vida y de los índices de salud, se ven hoy, en este mismo momento, en condiciones de asumir una abuelidad activa, y sienten que esa buena disposición física y mental se puede desperdiciar.

La Dra. Maggie Mulqueen, psicóloga de Wellesley, Massachusetts, ha tratado a muchos baby boomers que querrían tener nietos y ha constatado que la negativa de sus hijos puede llevar a estos abuelos potenciales a la decepción y a un deterioro de la relación con ellos. Según explica al Times, algunos de sus pacientes suelen dudar de su propia eficacia como padres cuando sus hijos no han querido tener descendencia.

Coincide con ella Jeannine Hess, profesora de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Zúrich, para quien “la falta de hijos es, básicamente, un tema de gran tensión”. El rechazo a “darles” nietos a los no-abuelos, dice a Swissinfo, “puede provocarles a estos un sentimiento de impotencia”.

Mi legado ¿a quién?

Hay otra arista del asunto que subraya Mulqueen, y es que la negativa de los hijos a la paternidad puede hacer que los mayores se cuestionen su papel en el mundo y dónde quedará su legado, la marca de su paso por la vida, su contribución…

Precisamente sobre este aspecto, el de la proyección del individuo en un futuro en que ya no estará físicamente, la Dra. Teresa Moratalla, psicóloga clínica y profesora de la Escuela de Terapia Sant Pau, refería en 2024 a La Vanguardia: “Proyectamos las cosas que queremos que tengan nuestros hijos, con un deseo de perdurar, de tener trascendencia. De saber que, después de tus hijos, el legado seguirá. La mayoría preferimos pensar que lo que hemos hecho, nuestro paso por este mundo, tiene una cierta duración”.

Si lo planificado por el adulto luego no coincide con la decisión libre de los hijos, el resultado puede ser la frustración. Para evitarlo, la Dra. Moratalla aconseja no trazarles a estos el camino, sino ir por vía de la sugerencia. “Les podemos comentar lo que nos gustaría, decir que les podemos ayudar si lo necesitan, o que pueden contar con nosotros, pero al final cada persona tiene derecho a decidir”, dice.

Respecto a lo de más arriba –al deseo de dejar un rastro memorable– habría, según algunas fuentes, diferencias incluso entre abuelos y abuelas potenciales. “Para las mujeres –dice Hess– el cuidado de una familia ha sido un tema a lo largo de su existencia, algo que les gustaría continuar en la vejez. Pero en esta etapa de la vida, es más probable que sean los hombres los que se pregunten qué herencia dejarán y cuál será su legado, también en forma de nietos”.

Hess añade que, dado que durante su vida los hombres han “priorizado” el empleo, una vez llegado el momento de ser abuelos “tienen, con los nietos, otra oportunidad de participar en la familia y ver crecer a los niños”. Si llegada la hora no los hay…

Un poco excluido, sí

Si no los hay puede haber una enorme insatisfacción, máxime en una época en que todo el mundo es “feliz” y corre a las redes sociales a mostrarlo, sea con la arquetípica foto en que el usuario “sostiene” la torre de Pisa, sea con otras en las que posa sentado a la mesa y rodeado de hijos y nietos.

“Cuando el grupo de amigos de uno está metido en las trincheras de la abuelidad, llevando a los niños a prácticas de fútbol y recitales de ballet, o gastándose el dinero disponible en billetes de avión para visitas familiares, también puede hacer que quienes no tienen nietos se sientan excluidos”, apunta la Dra. Mulqueen.

La sensación de “duelo” por la falta de nietos es más acuciante cuando la vida de las personas mayores es menos activa y más solitaria

Para algunos, la situación es lo más parecido a un duelo. “No es exactamente lo mismo –dice a Aceprensa la Dra. Moratalla–, porque un duelo es una pérdida de algo que ya tienes. Esto es el duelo de una expectativa, de una idea que uno se ha hecho de un futuro en el que va a tener unos nietos, y es perder una expectativa; una expectativa que resulta fallida”.

Para evitar esa sensación, o al menos para paliarla, habría diversas salidas. Según nos comenta la especialista, “si se trata de una persona con una vida social rica y activa, el estado de tristeza y malestar es mucho menor. Este aumenta cuando la vida es menos activa y cuando uno se había hecho la idea que estaría más acompañado”.

“Actívate: adopta un nieto”

Más allá, sin embargo, de intentar cerrar la herida enrolándose en todo crucero que pase por el Mediterráneo o dedicándose a hacer actividades con los amigos a toda hora, otra opción sería “adoptar” un nieto. Existen iniciativas varias en este sentido, que ayudan a poner en contacto a esos no-abuelos y a niños, y que, de la interacción, sacan para los primeros el beneficio de mantener alejados los episodios de depresión, y para los segundos, el de disponer de unos maestros infinitamente más pacientes y con más experiencia e historias a sus espaldas que sus jóvenes padres.

En Suiza, por ejemplo, tienen el programa Mis Grosi, que enlaza a no-abuelas y a familias con niños a los que aquellas cuidarán. El proyecto ejerce la mediación entre las partes para facilitar el intercambio generacional. “Las mujeres que no tienen hijos ni nietos deben tener la oportunidad de transmitir su experiencia, sus conocimientos y su amor como ‘abuela de elección’ y, al mismo tiempo, poder experimentar el contacto con la generación más joven de una forma más intensa”. Entre los testimonios, el de Ana, de 84 años: el rato que pasa con los que llama “los nietos de mis sueños” le brinda “más calidez, amor y risas de las que he experimentado en mucho tiempo”.

Por su parte, en un artículo para Boomer Magazine, Amy Dickinson recomienda a los mayores estadounidenses sin nietos buscar un programa de abuelos adoptivos en su comunidad, y dirige al lector a la web gubernamental de AmeriCorps dedicada a este tema. Allí se invita a los interesados a alistarse para ayudar a los menores a mejorar su rendimiento académico, o para cuidar a niños prematuros o con discapacidad, o para asesorar a madres jóvenes y adolescentes… “Enriquece tu vida mientras enriqueces la de otros”, exhorta su portada –muy en American style–, y asegura que los voluntarios que sirven a la comunidad “son más longevos y dicen tener una mejor salud”.

Porque el del bastón y el del chupete no serán de la misma sangre, pero en su vida llevarán por buen tiempo la buena huella de haberse conocido.

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