Con los trabajadores cada vez más “quemados”, menos comprometidos con su empleo y con poca intención de volver al modelo completamente presencial, las grandes compañías se empeñan en instaurar cambios que, según ellos, devolverán el bienestar al ámbito laboral. Aunque la verdadera transformación radica en recordar cuál es el sentido de esta actividad a la que le dedicamos la mayor parte de nuestro día.
Contó Gabriel García Márquez, en la novela Cien años de soledad, que el Coronel Aureliano Buendía dedicó media vida a hacer pescaditos de oro. Los vendía por una moneda, que luego fundía, para hacer otro pescadito. Un oficio sin remuneración económica, que hacía solo por hacer. Un trabajo por la acción de trabajar, por las ganancias espirituales que resultaban de ser responsable de embellecer la ciudad con sus figuras de oro. El Coronel Aureliano Buendía era una excepción, aun en Macondo. En nuestra sociedad, pocos se pueden permitir pensar en el trabajo como una forma de contribuir a la sociedad. La mayoría está acostumbrada a pensarlo sólo como el salario que le deja. Creando así una relación, cuando menos, fría con él, y a menudo hostil.
En 2025, solo el 23% de la fuerza laboral global se siente comprometida con su trabajo, según una encuesta de Gallup. Por otro lado, la inflación y los salarios bajos convierten al pluriempleo en una realidad cada vez más común. El término “Lazy girl job” y los influencers que dan tips para “poner límites” a las demandas del mundo corporativo se vuelven cada vez más populares en las redes sociales. Y, según datos recogidos por Deloitte, el 52% de los jóvenes de la generación Z siente “burnout”.
¿Cómo llegamos aquí?
La pandemia del covid-19 impulsó el teletrabajo, haciendo que muchos se cuestionaran por qué invertían tantas horas de su tiempo en una oficina. Los empleados, entonces, empezaron a priorizar la flexibilidad, la autonomía y la estabilidad. Una tendencia especialmente fuerte en quienes entraron a la fuerza laboral por primera vez durante esos años.
En un intento de evitar la “gran renuncia”, las compañías concentraban sus esfuerzos para retener trabajadores, garantizando a sus empleados medidas de bienestar como el trabajo desde casa. Muchos entonces se fueron de las grandes ciudades, a disfrutar de viviendas más baratas, a vistas de que no tendrían que volver en su día a día a la oficina. Otros, se acostumbraron a trabajar lo mínimo, bajo la insignia del “quiet quitting”, después de la epifanía que, durante la pandemia, resaltó la importancia de las vivencias fuera de las horas laborales.
Según un estudio citado por Le Monde, el 57% de los ejecutivos menores de 35 años no estarían dispuestos a trabajar para una compañía con una política de presencialidad total
El teletrabajo no fue la única medida que las compañías adoptaron para atraer y retener talento. Desde algunos años antes, ya se estaban impulsando unas políticas que se enfocaban en dar más confianza a los trabajadores, con la esperanza de que estimularía su responsabilidad. Netflix, por ejemplo, llevaba cinco años ofreciéndoles a sus empleados una baja de paternidad de hasta un año, la más generosa en Estados Unidos. En los tiempos del confinamiento, según reporta The New York Times, se popularizó conceder días libres por tener una mascota enferma, algo que ya había previsto una sentencia del Tribunal Supremo italiano de 2017. Este fue el panorama laboral que conoció la generación Z: uno donde retener al trabajador, así como su bienestar y libertad, era la prioridad.
Un cambio de reglas
Sin embargo, el tablero de juego volvió a voltearse rápidamente. La ratio entre puestos vacantes y trabajadores en activo, que había alcanzado un récord de 2 en 2022, cayó a 1,1 en noviembre de 2024, según datos citados por el Wall Street Journal. Esto dio más poder de negociación a los empresarios, y estos quisieron demostrar, de nuevo, que tenían el control. Así lo explica Michael Gibbs, profesor de Economía en la Universidad de Chicago, a ese diario. A partir de 2023, muchas compañías empezaron a revertir las medidas que permitían el teletrabajo. Disney instauró una semana laboral de cuatro días presenciales. Starbucks y Apple, de tres días mínimo. Después de que Amazon anunciara ese mismo año que limitaría el teletrabajo a dos días a la semana en 2023, casi 30 mil empleados firmaron una carta que intentaba frenar la medida. Este año 2025, los trabajadores de Amazon lo empezaron desde la oficina, los cinco días laborales. Y los de Netflix, sin la baja de paternidad que tanto identificaba a la empresa.
El verdadero cambio que se requiere no radica en los modos y en las circunstancias, sino más en el fondo. Además de condiciones dignas, los trabajadores necesitan ver un propósito en su labor
La medida de Amazon ha sido bastante comentada a nivel internacional, pues se cree que puede marcar un precedente para otras empresas. Y porque choca directamente con las expectativas de los trabajadores en general, pero de los más jóvenes en concreto. Según un estudio citado por Le Monde, el 57% de los ejecutivos menores de 35 años no estaría dispuesto a trabajar para una compañía con una política de ir cinco días a la semana a la oficina. Pues, después de la pandemia, los trabajadores esperan flexibilidad y autonomía en su trabajo, los dos aspectos que más valoran, según el Harvard Business Review.
Señaló Gibbs que “las compañías, con estas medidas, están intentado resetear las expectativas de los trabajadores”. Los CEOs, como Andy Jassy, a cargo de Amazon, lejos de verlas como una forma de marcar dominancia, las entienden como un intento de restaurar la colaboración entre empleados, los proyectos en equipo y, en últimas, el sentido de comunidad. Es decir, como un camino para garantizar más compromiso con el trabajo.
Receta para una crisis
Y la verdad es que el nivel de compromiso entre los trabajadores estaba cayendo: pasó de un 36% en 2020, a un 32% en 2022, según un estudio de la consultora Gallup. Un dato que corresponde en el tiempo con las medidas flexibilizadoras asumidas por las compañías. Esta contradicción entre lo que están esperando las empresas de sus empleados y los trabajadores de su oficio ha evidenciado la creciente disonancia entre el sentido que ambos grupos le otorgan al trabajo, y cómo entienden el “estar implicados” en su profesión. En el caso de los jóvenes, no es solo que no estén de acuerdo con el modelo de trabajo impuesto, o que esperen más confianza y autonomía por parte de sus jefes, sino que, enfrentados con la precariedad y la incertidumbre, sienten ansiedad al no tener las prioridades que premia o, en algunos casos, exige el mercado, lo que podría llevar a un despido o a un desempleo perpetuo.
En un mundo en el que, según la encuesta global 2024 de Deloitte, “el 30 % de la Generación Z y el 32 % de los millennials se siente financieramente inseguro y más de la mitad de ambos grupos vive al día”, no es difícil entender el desasosiego y desconexión que los jóvenes sienten respecto al mundo laboral. Eso sumado a cómo están cambiando las circunstancias con las que primero se encontraron cuando empezaron a trabajar, cambios instaurados por las compañías en un intento de solventar ese malestar y retornar, tal vez, a una época en la que se sentía más compromiso y conexión por parte de los empleados.
Nuestra profesión tiene mucho que ver con nuestra realización personal, en ese sentido más altruista y práctico del concepto: dar lo mejor de nosotros mismos para mejorar la sociedad
Pero, lejos de atraer a los jóvenes con el modelo de trabajo tradicional, estas medidas, unidas con la precariedad de los puestos que les ofrecen, lo que han provocado es que muchos opten por caminos alternativos. Como el trabajo freelance, los cripto-empleos que tanto se ofrecen en redes sociales y prometen dar dinero sin mucho esfuerzo, o el estudio perpetuo, en búsqueda de una plaza de trabajo en el ámbito público. Según un artículo de El Mundo, cuatro de cada diez jóvenes españoles de entre 18 y 24 años tiene intención de opositar. Esto indica el gran valor que dan a la estabilidad laboral, puesto que están dispuestos a recorrer un camino arduo con tal de conseguirla.
En busca de un propósito
Sin embargo –alerta spoiler–, estas alternativas tampoco van a sanar la relación de la sociedad con el trabajo. Sarah Jaffe señala en su libro “Trabajar. Un amor no correspondido”, recientemente publicado en España por Capitán Swing, que la razón de que nuestra relación con el trabajo sea tóxica no tiene que ver solo, ni principalmente, con las condiciones laborales. Que haya más o menos teletrabajo, más o menos instalaciones “anti estrés” en las oficinas, poco va a ayudar al bienestar de los trabajadores a largo plazo. Jaffe declaró en una entrevista con Ethic que “la idea de que, si todo estuviera bien, (los jóvenes) podrían trabajar mucho mejor y mucho más es ridícula”.
El verdadero cambio que se necesita no radica en los modos y en las circunstancias, sino más en el fondo. Además de condiciones dignas, los trabajadores necesitan ver un propósito en su labor. En las ocho horas diarias que dedica a la oficina o a trabajar desde casa. Según la encuesta de Deloitte ya citada, el bienestar laboral depende, en gran medida, de la posibilidad que tenga el trabajador de encontrar un sentido en lo que hace, y no vale el que no más se cita en la página web de la empresa y luego queda olvidado. El 89% de los millennials y el 86% de los Z dicen que tener un propósito es esencial para su bienestar laboral, más aún que un salario alto.
En algún momento, en mitad del camino, hemos dejado de entender qué es el trabajo y nos hemos acostumbrado a pensar en él solo en términos de remuneración y salario. Como algo que no tiene que ver con nuestra propia vida, más allá de darnos los medios para subsistir. Una idea que ha sabido explorar muy bien “Severance”, la serie más vista en Apple TV en el momento en el que se escribe este artículo. ¿La premisa? Una compañía somete a sus empleados a una cirugía que separa sus recuerdos de su vida laboral de los de su vida privada. Aunque en el mundo real no hemos llegado hasta hacer esa incisión entre las “dos” vidas en el plano físico, ya lo hacemos en el teórico. Así, nos olvidamos de que, más allá de la remuneración económica, nuestra profesión tiene mucho que ver con nuestra realización personal, en ese sentido más altruista y práctico del concepto: dar lo mejor de nosotros mismos para mejorar la sociedad.
Por eso, para los Z y para los Millenials es tan importante trabajar con propósito. Estas generaciones, a las que les importa tanto la salud mental, cayeron en la cuenta de que tener un impacto significativo en el mundo es crucial para la autopercepción de la propia dignidad y para tener una idea positiva de uno mismo.