La creciente influencia de Turquía en África podría estar siendo decisiva para evitar nuevas crisis y promover una mayor estabilidad en el continente, que es cada vez más un campo de batalla geopolítico entre las principales potencias mundiales.
El año pasado Ankara emergió como actor estratégico no sólo en los conflictos regionales, sino también en la cooperación económica, militar y diplomática, contribuyendo a cambiar el equilibrio en un continente donde el deterioro de las condiciones políticas y sociales sigue suponiendo una amenaza constante.
Un ejemplo significativo del papel turco fue la intervención del presidente Recep Tayyip Erdogan para evitar el estallido de un conflicto armado entre Etiopía y Somalia, una situación que podría haber desestabilizado aún más el Cuerno de África. La disputa había surgido a raíz de la decisión del primer ministro etíope, Abiy Ahmed, de obtener acceso al mar mediante un acuerdo con Somalilandia, región somalí autoproclamada independiente pero no reconocida internacionalmente. La medida había provocado una dura reacción del gobierno somalí, que consideraba la negociación una violación de su integridad territorial. Erdogan, gracias a sus relaciones con ambos gobiernos, propició un entendimiento que condujo al inicio de negociaciones para una solución pacífica.
Estrategia de expansión
La influencia de Turquía va mucho más allá de este asunto. En las dos últimas décadas, Ankara ha emprendido una estrategia de expansión en el continente africano, basada en el aumento del comercio y la cooperación militar. Los datos económicos reflejan esta tendencia: el valor del comercio entre Turquía y África ha pasado de 5.400 millones de dólares en 2003 a más de 40.000 millones en 2023, y el volumen de las exportaciones militares ha alcanzado cifras récord, como 460 millones de dólares en 2021. Paralelamente, Turquía ha multiplicado el número de sus embajadas en África, pasando de 12 en 2002 a 44 en 2022, mientras que muchos países africanos han abierto representaciones diplomáticas en Ankara.
La estrategia de Erdogan en África se dirige a ampliar la influencia geopolítica de Turquía, diversificar sus mercados de exportación y reforzar su imagen de líder internacional
Esta penetración también se basa en un enfoque diferente al de las potencias occidentales. Al igual que China y Rusia, Turquía ofrece ayuda y cooperación sin poner condiciones relacionadas con la gobernanza o los derechos humanos, una estrategia que encuentra terreno fértil entre los gobiernos africanos. Además de las inversiones directas, Ankara ha consolidado sus relaciones con la Unión Africana, de la que es miembro observador desde 2005 y socio estratégico desde 2008, reforzando su papel de interlocutor privilegiado en el continente.
Pese al éxito de la mediación entre Etiopía y Somalia, Erdogan mira más lejos. La crisis en Sudán, donde dos generales se disputan el poder con el apoyo de actores extranjeros como Rusia, Emiratos Árabes y Egipto, es otra prioridad para la diplomacia turca. Erdogan ha iniciado consultas para limitar la injerencia de potencias externas, como el apoyo militar de Emiratos al general Dagalo, y promover una solución que preserve la soberanía de Sudán. En este contexto, Turquía no sólo propone mediaciones: el gobierno sudanés ha solicitado un aumento de las inversiones turcas, reconociendo el creciente papel de Ankara como socio económico y político.
La estrategia de Erdogan en África responde a múltiples objetivos: ampliar la influencia geopolítica de Turquía, diversificar sus mercados de exportación y reforzar su imagen de líder capaz de mediar en conflictos complejos. En un continente donde la competencia entre China, Rusia y Occidente es cada vez más feroz, Turquía emerge como un actor dinámico capaz de capitalizar su enfoque pragmático.
La situación plantea un reto a Erdogan. Turquía mantiene sólidas relaciones con Etiopía y Somalia y tiene intereses estratégicos en el Cuerno de África. Estados vecinos como Kenia y Uganda, así como actores externos como Emiratos Árabes Unidos, habían intentado la mediación, pero fue Erdogan quien triunfó, consolidando su posición. Ahora, el presidente turco aspira a un objetivo aún más ambicioso: convencer al ejército sudanés y a los Emiratos Árabes Unidos, que apoyan a las Fuerzas de Apoyo Rápido, de que negocien para poner fin a la guerra civil en Sudán. Aunque los EAU niegan su papel directo, las habilidades mediadoras de Erdogan podrían dar la vuelta a las probabilidades.
Francia quiere seguir siendo decisiva
En ese panorama, que presenta nuevos protagonistas con capacidad de mediación, Francia no se resigna a seguir perdiendo terreno. Por eso Emmanuel Macron visitó África del 20 al 22 de diciembre 2024, solo unas semanas después de los reveses sufridos en Chad y Senegal, donde se le pidió retirar sus tropas. El presidente francés, inmerso en un caos político interno, hizo escala en Yibuti y Etiopía. En Yibuti se encuentra la única base militar que le queda, mientras que en Etiopía se espera que reanude el entrenamiento del ejército, suspendido debido a la guerra de Tigre. Francia busca reposicionarse en el este y el sur de África tras perder influencia en el oeste.
Simultaneamente, el presidente Paul Kagame hizo oficial la candidatura de Ruanda para albergar una carrera de Fórmula 1. Los rumores eran fundados y Kigali se está posicionando “seriamente”, en palabras del director general de la Fórmula 1, Stefano Domenicali, para devolver una carrera al continente, algo que no ocurre desde la que tuvo lugar en Sudáfrica en 1993. Tras el Congreso de la FIFA (2023), la Basketball Africa League (2021-2024) y el próximo Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta (2025), Kagame quiere añadir la competición reina del automovilismo a la lista de grandes acontecimientos que celebrar en su país.
El propio Kagame debía estar en Luanda el domingo 15 de diciembre 2024 para mantener conversaciones con Félix Tshisekedi, presidente de la R.D. del Congo, en el marco de las negociaciones de paz, pero canceló en el último momento. El gobierno congoleño declaró que esta decisión demuestra quién no quiere la paz. El problema reside en que Ruanda exige que la R.D. del Congo dialogue directamente con los rebeldes del M23, lo que Tshisekedi no acepta, y niega el apoyo de Kigali a este grupo, a pesar de las pruebas que han aparecido.