Sorolla, artista de la alegría

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Sorolla
Joaquín Sorolla, “Boulevard de París” (1890), Colección Privada

Después de un año intenso de distintas exhibiciones conmemorativas del centenario del pintor, se presenta ahora esta comprometida y última exposición de cierre: Sorolla, cien años de modernidad, en la Galería de las Colecciones Reales (Madrid), hasta el 16 de febrero de 2025.

Esta muestra constituye una cita obligada por sus grandes alicientes. Por un lado, la recuperación de Boulevard de París (1890), una obra dada por perdida desde que fue expuesta por última vez en ese año; es la única pintura en la que Sorolla retrata la vida moderna parisina. Por otro lado, están expuestas algunas pinturas que en pocas ocasiones han salido del Museo Sorolla, cerrado hasta 2026 por obras de ampliación y rehabilitación. Y otro aliciente que se suma a los anteriores: la oportunidad de disfrutar del espacio arquitectónico de la nueva Galería, diseñada por el Estudio de Mansilla + Tuñón Arquitectos.

A los cien años de su muerte, la pintura de Sorolla sigue cautivando por su modernidad tanto en España como en el resto del mundo. Su figura y su obra se han granjeado merecidamente el reconocimiento internacional. Sin embargo, ha sido poco destacada y celebrada la alegría de vivir que transmiten sus pinturas. Y tal vez sea este el mensaje implícito que acompaña a la visita: revivir la emoción de contemplar las escenas luminosas y alegres de sus cuadros. “Cada lienzo ―decía Camille Mauclair en 1906― revelaba la transcripción instantánea de las visiones cromáticas más fugaces por una mano tan presta a pintar como la mirada a percibir. (…) Una fogosidad frenética, la alegría más loca de pintar cuanto mayor era la dificultad asumida”.

Joaquín Sorolla, “Después del baño” (1892), Colección Particular
Joaquín Sorolla, “Después del baño” (1892), Colección Particular

Pintura seductora

La exposición del artista valenciano, comisariada por su bisnieta Blanca Pons-Sorolla, máxima experta en su obra, está planteada como un homenaje a la belleza y a la permanente capacidad de seducción de su pintura. Las distintas facetas y etapas de su trayectoria artística se reflejan en los 77 lienzos de los que consta la muestra, algunos de los cuales nunca han sido vistos en España, como Niños bañándose o Sol de la tarde, Valencia (1909) o Barcas en Jávea (1905). Además, la exposición cuenta con algunas aportaciones de museos extranjeros, como la Hispanic Society of America (New York) o el Musée d’Orsay (Paris); pero también de algunas colecciones privadas de España, Estados Unidos y México.

Las cinco secciones en las que se divide la exposición –comenzando por “Rumbo al éxito”, la cual refleja sus primeros pasos como pintor– van recorriendo los temas más significativos de su obra pictórica: “El mar, siempre nuevo”; “Sentir el retrato”; “Visión de España” o “Del paisaje al jardín”. Temas que no solo proporcionan las claves de su trabajo artístico, sino que dan cuenta de su grandeza de ánimo.

Además de una sólida formación académica, Sorolla tenía un extraordinario talento como pintor. Pronto comenzó a cosechar premios desde que se trasladó a Madrid en 1884. Precisamente en la primera sección se puede contemplar Boulevard de París (1890), una bellísima pintura que supuso un punto de inflexión en su camino artístico. El lienzo recrea la atmósfera de una animada tarde en un café de la capital francesa. La pintura captura ese instante mágico del decaer de la luz natural al ser arrebatada por la luz artificial del local. En su concurrida terraza, se encuentra autorretratado él mismo, quien describe el cuadro como «ya francamente naturalista y al cual procuré llevar la sensación de vida que yo veía». Otra de las obras emblemáticas que se pueden ver en esta sección es La vuelta de la pesca (1894) que refleja su mirada única sobre la vida cotidiana y el costumbrismo, impresiones instantáneas que le catapultaron hacia la fama.

“El mar, siempre nuevo” es quizá la sección que reúne la pintura más icónica del pintor. Posiblemente porque en nuestra memoria colectiva habitan ya esos bellísimos lienzos del artista, llenos de vida y de ese candoroso naturalismo popular que alegraba la costa valenciana, como en Chicos en la playa (1910). Pero también el litoral cantábrico, como Paseo a la orilla del mar (1909), pinturas ―en cambio― en las que muestra la elegancia social de la época. Asimismo, se puede apreciar en la exposición La bata rosa (1916), considerada por Sorolla como “De lo mejor que he hecho en mi vida”.

Joaquín Sorolla, Paseo a la orilla del mar (1909), Museo Sorolla, Madrid

Retratos

Su maestría y destreza luce especialmente en la tercera sección: “Sentir el retrato”, en la que se constata cómo retratar para él se traduce en un auténtico encuentro entre retratado y artista. Junto a personajes ilustres, como La familia Benlliure Arana, Santiago Ramón y Cajal o José Echegaray, destacan los lienzos de la familia Sorolla, en especial de su esposa Clotilde, con cuadros tan relevantes como Madre (1895) o Clotilde sentada en un sofá (1910). Su bisnieta comentaba: “Sorolla tenía dos pasiones, la pintura y su familia, y no concebía la felicidad sin ninguna de las dos”. Pérez de Ayala escribía tras la muerte del pintor: “Sorolla tenía un corazón maravillosamente dotado para los afectos”. Y eso lo trasmite plenamente en sus pinturas.

Joaquín Sorolla, Clotilde sentada en un sofá (1910), Museo Sorolla, Madrid

La sección “Visión de España” reúne una serie de lienzos representativos de la vida y costumbres de cada una de las regiones españolas realizados para la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society of America. El encargo le vino en 1910 de mano de Archer M. Huntington, un millonario norteamericano enamorado de España, quien llegaría a ser para Sorolla un auténtico mecenas en Estados Unidos. A partir de 1906 Sorolla pintará numerosos paisajes buscando la continua variación de la luz bajo el movimiento del sol, que para él era la savia del paisaje. La Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla le sedujeron con su mezcla de arquitectura, vegetación y agua.

Pero a partir de 1916 lo que pintó fue su propio jardín diseñado años antes por él mismo: una parcela íntima de naturaleza en la que disfrutó en sus últimos años. Los brillos sobre el agua, los contrastes de luces y sombras huidizas y los encuadres atrevidos fueron para él un reto. Sorolla se declara amante del aire libre, y no solo de playas y jardines, también de la vitalidad urbana, que él percibe especialmente en su viaje a Nueva York, una ciudad con sol y cielo azul, y comenta: “Lamentablemente, es el artista el que piensa que para hacer un trabajo artístico debe huir del ruidoso mundo actual. Y es precisamente en medio de ese ruido mundano donde se debe encontrar el arte”.

En una entrevista reciente, su bisnieta señalaba cómo contrastaba “la vitalidad de Sorolla con el espíritu de su generación, la del 98, que destacaba por su pesimismo, melancolía y tristeza. (…) Él tenía una mirada positiva de la vida y, esa alegría que llevaba dentro, la transmite en sus cuadros. Aunque apenas hizo pintura religiosa, Sorolla era un hombre de fe. (…) En sus cartas se ve a un padre adorador, a un marido enamorado de su mujer hasta los tuétanos. Es elocuente cómo fue alimentando ese amor a lo largo de los años. Decía que cuando estaba con su mujer eran los momentos más felices de su vida”. Pintó gozoso muchos retratos de ella y de sus hijos y así lo refleja, entre otros, A. Flores Urdapilleta: “Clotilde García del Castillo fue el nombre, en vida, de ese ser de sensibilidad exquisita que fue la esposa y colaboradora insustituible en la gran obra realizada por el artista”. Y es que ese júbilo vitalista de su pintura atraía desde tiempo atrás (1906), como bien supo expresarlo Camille Mauclair: “Este gozo en la realización, el vértigo delicioso que embriaga a un gran colorista, bastaría por sí solo para hacer del Sr. Sorolla uno de los pocos artistas de la alegría”. A ello sin duda contribuyen sus pinturas.

Joaquín Sorolla, “La vuelta de la pesca” (1894), Musée d’Orsay, París

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